A las 15:40, hora local en Brasil, (veinte minutos antes del horario
previsto) el avión del Papa Francisco aterrizaba
ayer lunes 22 de julio en el aeropuerto carioca de Galeao donde le
esperaba la presidenta de Brasil, Dilma Roussef a
quien acompañaban el gobernador del estado de Rio de Janeiro,
Cabral Filho y el alcalde de la ciudad, Eduardo Paes. También
esperaban al Papa el Arzobispo de San Sebastián de Río de Janeiro,
monseñor Orani Joao Tempesta y el
Cardenal Raymundo Damasceno Assis, Arzobispo de Aparecida
y presidente de la Conferencia episcopal brasileña. Fue una
bienvenida sencilla y calurosa, sin discursos, que se
pronunciarían más tarde durante la acogida oficial en el palacio
de Guanabara.
El Santo Padre recorrió los ocho kilómetros que separan el
aeropuerto del palacio presidencial en un automóvil utilitario con
la ventana posterior abierta para saludar a las personas que se
agolpaban a su paso. En algunos tramos, durante el trayecto, el
vehículo se vio obligado a detenerse porque, no habiendo cordones
de seguridad, eran muchos los que querían ver de cerca al
pontífice que, una vez llegado cerca de la catedral, cambió el
utilitario por el papamóvil sin blindaje que utilizará estos días
y contrariamente a lo previsto, cambió de itinerario para dar la
posibilidad de verle a la multitud que lo esperaba desde hacía
horas en ese lugar.
Una vez llegado al palacio de Guanabara, el Papa Francisco saludó
a los altos cargos del Estado y a los representantes diplomáticos
y, después de escuchar los himnos de Brasil y del Estado de la
Ciudad del Vaticano, pronunció su primer discurso como Papa en el
continente americano.
“En su amorosa providencia – dijo- Dios ha querido que el primer
viaje internacional de mi pontificado me ofreciera la oportunidad
de volver a la amada América Latina, concretamente a Brasil (…) He
aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que
entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que
llame suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar
esta semana con ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo
conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo. Vengo en su
nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo
corazón; y deseo que llegue a todos y a cada uno mi saludo: “La
paz de Cristo esté con ustedes”.
A continuación el Papa agradeció a la presidenta su generosa
acogida y recordó a los obispos que con esta visita quería
continuar “con la misión pastoral propia del Obispo de Roma de
confirmar a sus hermanos en la fe en Cristo, alentarlos a dar
testimonio de las razones de la esperanza que brota de él, y
animarles a ofrecer a todos las riquezas inagotables de su amor”.
Pero, agregó “el principal motivo de mi presencia en Brasil va más
allá de sus fronteras. En efecto, he venido para la Jornada
Mundial de la Juventud. Para encontrarme con jóvenes venidos de
todas las partes del mundo, atraídos por los brazos abiertos de
Cristo Redentor (…) Estos jóvenes provienen de diversos
continentes, hablan idiomas diferentes, pertenecen a distintas
culturas y, sin embargo, encuentran en Cristo las respuestas a sus
más altas y comunes aspiraciones, y pueden saciar el hambre de una
verdad clara y de un genuino amor que los una por encima de
cualquier diferencia (…) Cristo tiene confianza en los jóvenes y
les confía el futuro de su propia misión: “ Vayan y hagan
discípulos”; vayan más allá de las fronteras de lo humanamente
posible, y creen un mundo de hermanos y hermanas. Pero también los
jóvenes tienen confianza en Cristo: no tienen miedo de arriesgar
con él la única vida que tienen, porque saben que no serán
defraudados”.
Tras subrayar que dirigiéndose a los jóvenes, hablaba también a
“sus familias, sus comunidades eclesiales y nacionales de origen,
a las sociedades en las que viven, a los hombres y mujeres de los
que depende en gran medida el futuro de estas nuevas
generaciones”, el Papa recordó el dicho “Los hijos son la pupila
de nuestros ojos” y exclamó: “¡Qué hermosa es esta expresión de la
sabiduría brasileña, que aplica a los jóvenes la imagen de la
pupila de los ojos, la abertura por la que entra la luz en
nosotros, regalándonos el milagro de la vista! ¿Qué sería de
nosotros si no cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo podríamos avanzar?
Mi esperanza es que, en esta semana, cada uno de nosotros se deje
interpelar por esta pregunta provocadora… (…) La juventud es el
ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos
impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura
de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio;
tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno
desarrollo;darle una base sólida sobre la que pueda construir su
vida”.
Al concluir, el Santo Padre rogó a todos “la gentileza de la
atención y, si es posible, la empatía necesaria para establecer un
diálogo entre amigos. En este momento- dijo-, los brazos del Papa
se alargan para abrazar a toda la nación brasileña, en el complejo
de su riqueza humana, cultural y religiosa. Que desde la Amazonia
hasta la pampa, desde las regiones áridas al Pantanal, desde los
pequeños pueblos hasta las metrópolis, nadie se sienta excluido
del afecto del Papa”.
Finalizado su discurso, el Santo Padre se entrevistó en privado
con la presidenta Rousseff y con el gobernador y el alcalde de Río
de Janeiro. Después se trasladó a la residencia de Sumaré,
perteneciente al arzobispado de Río de Janeiro donde se alojará
durante su visita a Brasil.
Hoy, martes, está previsto que el Papa dedique la jornada a la
aclimatación y al descanso para mañana reanudar la actividad
trasladándose al santuario de Aparecida, a unos 200 kilómetros de
la capital carioca.
(VIS)