Custodiar la Fe en medio de una atmósfera de confusionismo generalizado. Éste fue el eje alrededor del que giró la homilía del papa Francisco en la Fiesta de la Epifanía del señor. Tomando como ejemplo la actitud de los Magos, el Santo Padre se refirió a la”santa astucia”, una virtud que, como explicó el Papa “Se trata de aquella sagacidad espiritual que nos permite reconocer los peligros para evitarlos”.
Texto completo de la homilía del Santo Padre Francisco:
«Lumen requi runt lumine». Esta sugestiva expresión de un himno litúrgico de la Epifanía se refiere a la experiencia de los Magos: siguiendo una luz ellos buscan la Luz. La estrella que apareció en el cielo enciende en su mente y en su corazón una luz que los mueve a la búsqueda de la gran Luz de Cristo. Los Magos siguen fielmente esa luz que los inspira interiormente, y encuentran al Señor.
En este recorrido de los Magos de Oriente está simbolizado el destino de cada hombre: nuestra vida es un caminar, iluminados por las luces que iluminan el camino, para encontrar la plenitud de la verdad y del amor, que nosotros, los cristianos, reconocemos en Jesús, Luz del mundo.
Y cada hombre, como los Magos, tiene a disposición dos grandes “libros” de los cuales deducir los signos para orientarse en la peregrinación: el libro de la creación y el libro de las Sagradas Escrituras. Lo importante es estar atentos, vigilar, escuchar a Dios que nos habla, siempre nos habla. Come dice el Salmo, refiriéndose a la Ley del Señor: «Para mis pasos tu palabra es una lámpara, una luz en mi sendero» (Sal 119, 105). Especialmente escuchar el Evangelio, leerlo, meditarlo y hacerlo nuestro alimento espiritual nos permite encontrar a Jesús vivo, hacer experiencia de Él y de su amor.
La primera Lectura hace resonar, por boca del profeta Isaías, el llamamiento de Dios en Jerusalén: «¡Levántate, resplandece!» (60,1). Jerusalén es llamada a ser la ciudad de la luz, que refleja sobre el mundo la luz de Dios y ayuda a los hombres a caminar en sus caminos. Esta es la vocación y la misión del Pueblo de Dios en el mundo. Pero Jerusalén puede faltar a esta llamada del Señor. Nos dice el Evangelio que los Magos, cuando llegaron a Jerusalén, perdieron por un momento la vista de la estrella. No la veían más. En particular, su luz está ausente en el palacio del rey Herodes: aquella morada es tenebrosa, allí reinan la oscuridad, la difidencia, el miedo,, la envidia. Herodes, en efecto, se muestra desconfiado y preocupado por el nacimiento de un Niño frágil que él siente como un rival. En realidad Jesús no ha venido a derrocarlo a él, miserable fantoche, ¡sino al Príncipe de este mundo! Sin embargo, el rey y sus consejeros sienten que peligran las estructuras de su poder, temen que se inviertan las reglas del juego, que se desenmascaren las apariencias. Todo un mundo construido sobre el dominio, sobre el éxito y sobre el tener, sobre la corrupción ¡se pone en crisis por un Niño! Y Herodes llega hasta asesinar a los niños. Un padre de la Iglesia decía: «Matas a los niños en la carne porque el miedo te mata en el corazón » – San Quodvultdeus (Disc. 2 en el Símbolo: PL 40, 655). Es así, tenía miedo y en este miedo enloqueció.
Los Magos supieron superar ese peligroso momento de oscuridad ante Herodes, porque creyeron en las Escrituras, en la palabra de los profetas que indicaba en Belén el lugar del nacimiento del Mesías. De este modo escaparon del entumecimiento de la noche del mundo, retomaron el camino hacia Belén y allá vieron nuevamente la estrella. El evangelio dice que experimentaron «una inmensa alegría» (Mt 2, 10). Esa estrella que no se veía en la mundanidad de aquel palacio.
Un aspecto de la luz que nos guía en
el camino de la fe es también la santa “astucia”. Es una virtud esta
“santa astucia”. Se trata de aquella sagacidad espiritual que nos
permite reconocer los peligros para evitarlos. Los Magos supieron
usar esta luz de “astucia” cuando, en el camino de regreso,
decidieron no pasar por el palacio tenebroso de Herodes, sino
recorrer otro camino. Estos Magos venidos de Oriente nos enseñan
cómo no caer en las insidias de las tinieblas y cómo defendernos de
la oscuridad que trata de envolver nuestra vida. Ellos, con esta
santa astucia custodiaron la fe. También nosotros debemos custodiar
nuestra fe. Custodiarla de la oscuridad que tantas veces, es una
oscuridad travestida de luz, porque el demonio, dice san Pablo, se
viste de ángel de luz. Y aquí necesitamos la santa astucia para
custodiar nuestra fe del canto de las sirenas que te dicen: hoy
tenemos que hacer esto o aquello. Pero la fe es un don, una gracia,
a nosotros nos toca custodiarla con este santa astucia, con la
oración, con el amor, con la caridad. Es necesario acoger en nuestro
corazón la luz de Dios y, al mismo tiempo, cultivar esa astucia
espiritual que sabe conjugar sencillez y astucia, como Jesús pide a
los discípulos: «Prudentes como las serpientes, y sencillos como las
palomas» (Mt 10, 16).
En la fiesta de la Epifanía, en que recordamos la manifestación de
Jesús a la humanidad en el rostro de un Niño, sentimos junto a
nosotros a los Magos, como sabios compañeros de camino. Su ejemplo
nos ayuda a levantar la mirada hacia la estrella y a seguir los
grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentaros de
una vida mediocre, de “pequeño cabotaje”, sino a dejarnos atraer
siempre por lo que es bueno, verdadero, bello… por Dios, ¡que todo
esto lo es de modo cada vez más grande! Y nos enseñan a no dejarnos
engañar por las apariencias, por aquello que para el mundo es
grande, sapiente, potente. No hay que detenerse allí. No hay que
contentarse con la apariencia, la fachada. Es necesario custodiar la
fe, en este tiempo es muy importante. Es necesario ir más allá de la
oscuridad, más allá del canto de las sirenas, de la mundanidad, de
tantas modernidades de hoy. Es necesario ir hacia Belén, allí donde,
en la sencillez de una casa de periferia, entre una mamá y un papá
llenos de amor y de fe, resplandece el Sol que ha nacido de lo alto,
el Rey del universo. Siguiendo el ejemplo de los Magos, con nuestras
pequeñas luces, busquemos la Luz y custodiemos la fe.»
(RV / Agencia SIC. Foto: L’Osservatore Romano)