El Enemigo

 

Mientras tanto, Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco. Tenía la intención de encontrar y llevar presos a Jerusalén a todos los que pertenecieran al Camino, fueran hombres o mujeres.  En el viaje sucedió que, al acercarse a Damasco, una luz del cielo resplandeció de repente a su alrededor.  Él cayó al suelo y oyó una voz que le decía:

—Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

 —¿Quién eres, Señor? —preguntó.

—Yo soy Jesús, a quien tú persigues —le contestó la voz—.  Levántate y entra en la ciudad, que allí se te dirá lo que tienes que hacer.

Hechos de los Apóstoles, 9

Cada día percibo a mi alrededor mayor odio a la Iglesia y eso no presagia nada bueno. Cuando ves nubes en el cielo, es fácil barruntar que se acerca la tormenta. De vez en cuando, oigo gritos que piden “¡crucifícalo! ¡crucifícalo!”. Los enemigos de la Iglesia parecen confabularse contra ella. Tres son los enemigos que acechan a la Iglesia en estos albores del siglo XXI: el islamismo yihadista, el pensamiento único apóstata y neopagano y la quinta columna que socaba los cimientos de la Iglesia desde dentro: los herejes de nuestro tiempo.

Los terroristas de la yihad han declarado públicamente su intención de llegar hasta Roma, hasta la Plaza de San Pedro, y ponerse las botas a cortar gañotes. De momento a Roma no han llegado pero se están hinchando a asesinar a cristianos en Irak, Siria, Nigeria, Libia, Kenia… Y también han hecho incursiones en Madrid, Londres, París, Nueva York, Boston. Estos tipos son la barbarie pura y dura. Hemos visto cómo cortan cuellos a cuchillo, cómo queman vivos a sus enemigos enjaulados; cómo patean a un bebé, hijo de cristianos que se negaban a convertirse al islam. Nunca habría imaginado que la persecución a los cristianos pudiera llegar a tales extremos de crueldad a estas alturas de la historia. Pensaba que el martirio de cristiano era cosa de tiempos de Nerón o Diocleciano. Pero lo que está ocurriendo hoy es peor que lo que les pasaba a los cristianos en el circo romano. Y nadie hace nada. Occidente asiste impasible a una verdadera matanza de cristianos en Oriente Medio y en África. ¿Por qué Occidente no interviene militarmente para acabar con esta masacre? ¿Tan poco vale la sangre de nuestros hermanos cristianos? ¿Se imaginan si en Europa o en América alguien se dedicara a cometer las mismas atrocidades con los musulmanes y colgaran sus fechorías en Internet? ¿Por qué los que tanto protestan no mueven un dedo a favor de los cristianos? ¿Dónde están las acampadas en la Puerta del Sol? ¿Dónde los encierros y las huelgas de hambre?

El segundo enemigo de la Iglesia es el Pensamiento Único. Son los apóstatas neopaganos. Dedicaba mi último artículo a este asunto. Dictadura del relativismo disfrazada de democracia y tolerancia, hedonismo alienante y adormecedor. La democracia representativa convertida en dictadura del pensamiento único. Se mantiene la farsa de los partidos políticos, se puede seguir votando, pero todos son iguales, todos piensan lo mismo, todos defienden lo mismo. Vivimos una dictadura de partido único con distintas cabezas, como una hidra monstruosa. No existe la verdad, sólo opiniones subjetivas. Lo que está bien y lo que está mal es aquello que determina el consenso de las mayorías, previamente manipuladas a través de los medios de propaganda (series de televisión, películas, periódicos, libros…). Aparentemente se toleran todas la opiniones. Todas, menos las de los cristianos. Porque la Iglesia es la única instancia crítica que se opone al pensamiento único. Y hay que acabar con la Iglesia o bien obligarla a que se adapte a la mentalidad dominante para que transija con el aborto, con el gaymonio, con la eutanasia, con el control de la natalidad, con los experimentos y la eliminación de embriones humanos… La serpiente monstruosa de mil cabezas – socialista, conservadora, liberal, nacionalista, comunista, nazi – pretende devorar a la Iglesia. Y ya hay políticos que no ocultan su intención de emplear todos los medios a su alcance para cambiar nuestros dogmas, nuestra fe, nuestros principios morales, para conseguir imponer sus proyectos de ingeniería social: destruir la Iglesia, destruir la familia y convertir al Estado en un nuevo dios todopoderoso al que debamos adorar y obedecer. El fin último es conseguir un paraíso terrenal donde todos seamos felices: exactamente igual de felices que quienes viven hoy en Corea del Norte. Pero primero hay que convertir a las personas en animales, exacerbar sus instintos con la pornografía y el sexo libre y promover todo tipo de aberraciones como algo “normal”. Primero hay que convertir a Occidente en un inmenso y permanente desfile del orgullo gay y promover toda inmoralidad imaginable. Luego ya llegará el momento de controlar, de vigilar, de prohibir, de crear campos de reeducación, de eliminar cualquier disidencia. Hace poco a un empresario de una plaza de toros se le ocurrió decir que era más perjudicial para los niños contemplar el desfile del orgullo gay que una corrida de toros y casi lo linchan. La hidra salió con sus mil cabezas a exigirle rectificación y perdón público. Y cómo se retuerce y brama la serpiente cuando a un obispo se le ocurre proclamar la verdad de la Iglesia en una homilía o en una carta pastoral: los ejemplos recientes de Mons. Munilla o de Mons. Reig Pla no dejan lugar a muchas especulaciones al respecto.

Pero hay un tercer enemigo de la Iglesia aún peor: los herejes que tratan por todos los medios de destruir la Iglesia desde dentro. La Serpiente – Satanás – es un gran teólogo. Ya lo demostró en las tentaciones que Jesús sufrió en el desierto. Ahora se trata de mantener la letra de los Mandamientos, del Catecismo y de los sacramentos pero pervirtiendo su espíritu para que, en lugar de adorar a Dios, lo adoremos a él: a la Serpiente maldita, al Maligno. El Enemigo no quiere cambiar los dogmas de fe ni el Credo ni los mandamientos: quiere pervertirlos, interpretarlos, acomodarlos “pastoralmente” para dar respuestas a lo que el mundo espera de la Iglesia de hoy (para contentar al mundo). Así, la Eucaristía no es el sacramento que hace realmente presente a Cristo Resucitado. La Eucaristía es un símbolo del pan que se reparte de manera igualitaria para todo el mundo; es un símbolo del compartir, de la solidaridad buenista. Pero en ningún caso Cristo está realmente presente, sino de manera simbólica, figurada, metafórica. Porque en realidad, Jesús murió en la cruz y su resurrección tampoco es un hecho histórico, sino una interpretación de la primera comunidad; un invento para consolarse y seguir adelante tras el trauma que supuso la muerte del Maestro en la cruz. Cristo vive en la Comunidad, en el recuerdo de quienes lo conocieron, en el corazón de quienes lo amaron. Pero su cuerpo se descompuso en la tumba a la espera que algún arqueólogo perspicaz descubra su tumba. Por este camino, todo es interpretable, opinable… El aborto debe ser mirado con misericordia y no como un crimen abominable. Debemos ser comprensivos y tolerantes con quienes asesinan a sus propios hijos, con quienes ejercen el respetable oficio de carnicero y venden los órganos de los niños muertos a los laboratorios y todo ello en nombre de los derechos a la salud sexual y reproductiva de la mujer. Debemos promover la muerte digna y tener compasión de los enfermos y moribundos para que mueran pronto y rápido y no generen gastos innecesarios a la sociedad ni molestias a sus familias. Debemos ser comprensivos y misericordiosos con el adulterio y permitir comulgar a los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil. La mayoría de la gente quiere una Iglesia amaestrada. La mayoría de la gente – también probablemente la mayoría de los católicos – defiende el aborto, el divorcio, la eutanasia, los anticonceptivos, la experimentación con embriones humanos, la eugenesia, la fertilización artificial, los vientres de alquiler, el sacerdocio femenino, el matrimonio gay; que haya obispas y sacerdotes casados… Hay un consenso social y hay probablemente una mayoría de bautizados que comulga con todas estas ideas tan progresista y tan de nuestro tiempo. Y la Iglesia debe adaptarse a los tiempos. Así Satanás lograría convertir el Cuerpo Místico de Cristo en una ramera que se prostituye para satisfacer al mundo y ofender al Esposo.

En realidad, yihadistas, apóstatas, neopaganos y herejes son distintas caras de un mismo enemigo: el Enemigo, el Demonio, el Maligno, la Serpiente maldita. El odio a la Iglesia es el odio a Dios, el odio a Cristo. Pero el poder del infierno no prevalecerá. Podrán matarnos, insultarnos, encarcelarnos, humillarnos, despreciarnos; quedaremos pocos, pero nada ni nadie nos podrá apartar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Que el Señor nos conceda la gracia de mantenernos fieles hasta el final en el momento de la prueba.