Opinión

 

De ombligo del Universo a manos de Dios

 

Haz las cosas por Dios, como Dios te pide en el corazón y,
sin darte apenas cuenta, irradiarás a tu alrededor la luz del Amor

 

 

15/01/2018 | por Jordi-Maria d'Arquer


 

 

Empiezas por poco y te vas hartando de tanta carroña, hasta que llega un momento en que estás tan enredado que solo ves carne propia alrededor, cegado por ti mismo como vas. Congratularse e hincharse de tanto mirarse el ombligo solo lleva a sentir inflamarse en el amor propio, y es evidente a todas luces que no satisface ni tarde ni temprano, pues el cuento pide cada vez más, ya que sabes en tu fuero interno, tu gran oscuridad, que es un amor podrido, prostituido y cáustico el que sientes por los demás, donde el centro eres tú mismo y no el prójimo. Por eso tu ego te centra en el escenario y te separa, poco a poco, primero de uno, luego de otro, luego de ti mismo, y al final, de todos con quienes contactas (como no puede ser de otra manera, pues la mentira lleva a la mentira). Adviertes, en los momentos de luz, que no buscas la unión ni la entente, ni el diálogo ni la más mínima cordialidad, ni eso que te gusta llamar “tacto” para disimular que para ti el trato es solo el dominio de todos los que te rodean; ni siquiera respeto, solo hipocresía… para acabar sometiéndolos dorándoles la píldora para que te traguen por no contradecirte y ceder para tener paz. Finges hacer buena labor para darte brillo y ser visto con ella por el prestigio y distracción que te da, pero no lo haces por amor al prójimo, sino como aquel que dice seguirte y no te busca a ti por amor, pues va jugando a tu juego para ver lo que saca de ti. Esos, como tú, no buscan a Dios, sino solo a sí mismos. Tú sabes que ellos saben que por ahí no se va al cielo, que eso no es caridad sino solo beneficencia… aun así del todo desnaturalizada, puesto que vas buscando la aprobación de los demás y de la falsa idea que tienes de ti mismo: “¡Mira qué bueno soy! ¡Trabajo con refugiados, los descartados! ¡Lo que dice el Papa!”. Pura apariencia; y eres tan ingenuo que acabas creyéndote tu camelo y considerándote católico ejemplar, porque no le das al sexo, vas a misa y rezas el rosario. No me hagas por esto odiar la luz, sino solo aborrecer el hacer las cosas para conseguir brillo, en lugar de hacerlas por Dios, el Amor verdadero. Las cosas como son. Si vales, vales. Si brillas, brillas. Diez es diez. No hay que negar la verdad. Dice santa Teresa que la humildad es la verdad. Por tanto, reconócete como eres, sin camuflarte ni hinchar tu ego. Sin preocuparte de si serás aceptado o no. Tú haz las cosas por Dios, como Dios te pide en el corazón y guiado por un director espiritual que sepa guiarte, y, sin darte apenas cuenta, irradiarás a tu alrededor la luz del Amor. Sin quemar. Y tendrás cielo. Aquí y Allá.