Opinión

 

La profecía del P. Benson y la actualidad. ¿Mera coincidencia?

 

 

16/03/2018 | por Carlos Álvarez Cozzi


 

 

Allá por 1907, un brillante escritor, el converso sacerdote católico Robert Hugh Benson, escribió una novela que tal vez no haya dado la vuelta al mundo, pero sí puso al mundo en la órbita de lo que le aguardaba de resultas de la deriva del hombre moderno en su relación con Dios. La novela que lleva por título Señor del Mundo se considera una de las distopías más verídicas del siglo XX. Tanto es así que el Papa Francisco recomendó encarecidamente su lectura. No se equivocó ni un milímetro cuando lo hizo. El Espíritu Santo le concedió la suficiente lucidez para detectar cuánta verdad había en la obra de Benson.

El argumento nos conduce a un Occidente camino de convertirse en una gigantesca secta a resultas de la fusión del capitalismo y el socialismo. El alma humana ha sido socavada de tal modo que el cristianismo, en apariencia, queda relegado a la irrelevancia, y perseguido por un nuevo orden mundial dirigido por un misterioso hombre a quien se le atribuye haber salvado a Europa de las garras de Oriente. Es por eso por lo que es erigido en su amo y señor.

La única barrera que queda es la Iglesia de Roma. Sumida en una crisis de fe sin precedentes, padece apostasías en masa dentro del clero, pero aún va a ser defendida por un número reducido de fieles de fe inquebrantable. Es el único valladar ante el relativismo y sus tiránicas imposiciones.

Que el capitalismo salvaje y el nuevo comunismo de los países del Este de Europa, o el capitalismo comunista de Estado como es el caso de China Popular, comparten el materialismo pragmático y poco hacen contra el hedonismo, la ideología de género, el consumismo y el individualismo; ya no es una profecía sino una triste realidad que viene acaeciendo en el mundo desde hace algunas décadas.

Y que el gran enemigo de ese “Nuevo Orden Mundial” pergeñado por el Club de Bindenberg, conformado por los poderosos de este mundo, a nivel político y económico, es la Iglesia Católica Apostólica Romana, tampoco es una novedad.

Lamentablemente también es un hecho que se arrastra desde el post Concilio como mínimo, o sea hace medio siglo, que dentro de la Iglesia Católica hay un cisma encubierto entre los que se mantienen fieles a las enseñanzas inmodificables de Jesucristo en los Evangelios, la Tradición y el Magisterio, en especial el de San Juan Pablo II y Benedicto XVI, sobre todo en cuestiones de moral y liturgia, y los modernistas por llamarlos de una manera benévola. Que como la Conferencia Episcopal Alemana pretenden admitir a los re-casados sin haber obtenido la nulidad matrimonial sacramental, a la comunión eucarística, contra la enseñanza de Jesús, o a bendecir parejas de personas del mismo sexo, como lo ha admitido hace poco el ex presidente de la CEA Card. Marx, por citar solo el ejemplo de Alemania que podría ampliarse a hechos eclesiásticos de Austria y de otros lugares o a declaraciones del asesor y amigo del papa actual, el padre J. Martín, partidario del amor homosexual como algo querido por Dios, ignorando la moral católica bimilenaria que surge de las Escrituras Sagradas, en particular de las Epístolas de San Pablo, la Tradición y el Magisterio (por citar solo como ejemplo a “Familiaris Consortio” de San Juan Pablo II.). Todo esto produce confusión entre los católicos al ver que los desvíos no se corrigen desde la cúpula, sino que más bien parecen ser alentados por la misma, o por lo menos se permite que sigan sucediendo.

Por tanto, no sólo se confirma la profecía del P. Benson, sino que la situación parece ir cada vez de mal en peor.

La fe y la confianza en la providencia de Dios es lo que nos va quedando para tener razones, para tener esperanza de ver a un mundo que va hacia Dios y no que reniega de él, endiosando al ser humano y pretendiendo sustituir a Dios o por lo menos seguir viviendo como si El no existiera, autoproclamándose la medida de todas las cosas y decidiendo por sí y ante sí lo que es bueno y lo que es malo. Nada más ni nada menos que el pecado original.