Tribunas

Más sobre Amanda Figueras: desconoce la grandeza de la vida cotidiana de Jesús

 

 

Pilar González Casado
Profesora Agregada a la Cátedra de Literatura árabe cristiana de la Universidad San Dámaso.

 

Amanda Figueras cuenta en su libro que uno de los motivos que le hizo decidirse a abrazar el islam fue el impacto que le produjo leer la vida de Mahoma. Le pareció fascinante contar con una información tan exhaustiva en torno a Mahoma, sobre todo si se compara con los pocos detalles que tenemos sobre la vida cotidiana de Jesús.

Las fuentes árabes de los siglos VIII y IX, que nutren una de las obras que leyó la periodista para conocer al Profeta del islam, el libro de M. Lings, Muhammad, Su vida basada en las fuentes más antiguas, nos cuentan absolutamente todo sobre el fundador del islam, desde cómo recibió la revelación del Corán hasta qué y de qué manera solía comer, sobre qué lado se recostaba a dormir o cómo se lavaba los dientes. Algunos estudiosos, debido a esta profusión de datos y al carácter inconexo de las anécdotas que recogen estas fuentes, les otorgan un valor hagiográfico más que histórico.

Afirman que la nueva comunidad musulmana las recopiló dos siglos después de Mahoma con la intención de promover su propia singularidad frente a las otras comunidades religiosas, como la judía y la cristiana. Para el islamólogo H. Motzki escribir una biografía sobre Mahoma supone un auténtico dilema, porque no es posible escribir una biografía histórica del Profeta sin ser acusado de hacer un uso no crítico de las fuentes; pero si se hace ese uso crítico, simplemente es imposible escribirla. La misma Amanda alude a esta posibilidad del tono hagiográfico que resuelve cediendo al posible lector de la biografía mahometana la libertad de juzgar sobre qué tiene ante sus ojos.

Es verdad que los evangelios nos cuentan muy poco o nada de la vida cotidiana de Jesús, de sus gustos y de su aspecto físico. Y también es cierto que han recibido una acusación parecida a la de la vida de Mahoma, la de ser una invención de la comunidad primitiva para dibujar la dimensión sobrenatural de Jesús, ya que aportan escasos datos sobre el Jesús histórico. Conocer, o más precisamente, acercarse a los detalles corrientes de la vida diaria de Jesús sólo se puede hacer indagando en el marco histórico, cultural y social en el que vivía un judío corriente del siglo I. Su plato favorito o el color de sus ojos no está recogido en los evangelios, porque lo que estos nos transmiten es lo que dijo y lo que hizo, y el que le gustara el pescado o prefiriera los dátiles a las manzanas no tiene ninguna transcendencia en la acción salvífica de Dios con la humanidad. Lo relevante es saber que sentía hambre y que comía, como siente hambre y como come un hombre cualquiera.

Pero, teniendo solo en cuenta las fuentes de ambas religiones, podemos saber cómo afrontaron Jesús y Mahoma un momento tan transcendental de la vida de cualquier hombre como el de la muerte. Según recoge M. Lings, Mahoma intuye que su muerte está próxima porque Gabriel le ordena recitar el Corán dos veces en lugar de una como le ordenaba otros meses de ramadán. Hace una peregrinación en la que es aclamado por sus seguidores y tiene una serie de visiones del paraíso en las que elige el encuentro con su Señor frente a los tesoros de este mundo. Tenía 63 años, conservaba la gracia y la talla de un hombre mucho más joven, sus ojos aún eran brillantes y en su negra cabellera apenas había unas pocas canas. Enferma gravemente, pero supera el malestar para dirigir la oración hasta que ya no puede más. El 8 de junio del 632 murió sobre el pecho de su favorita Aysha pronunciando estas palabras: «Con la comunión suprema del Paraíso» y prometiendo a sus seguidores que iría delante de ellos como testigo hacia el Estanque, el lago en el que los creyentes sacian su sed antes de entrar en el paraíso.

La muerte de Jesús que relata el Nuevo Testamento es de sobra conocida. Pero no se nos dice ni la fecha en que sucedió ni la edad que tenía. Por el contrario, nos narra sus sentimientos: su angustia y su soledad ante la proximidad del sufrimiento y de la muerte. Situación que le costó súplicas, lágrimas y gritos antes de aceptarla. Sentía repulsa ante la muerte y el sufrimiento como cualquier hombre. Sus últimas palabras fueron un salmo con el que expresó cómo Dios le había abandonado y después se entregó a Él. Al buen ladrón le dijo que se encontraría con él en el paraíso, pero antes descendió al infierno. Se puso también al lado del pecador.

Jesús y Mahoma, conscientes de que su hora estaba próxima, uno por enfermedad y otro a causa de su sacrificio, la afrontan de modo diferente. Uno no experimenta ni la más mínima agonía ni la menor queja durante su enfermedad. Su actitud es prodigiosa. El otro lucha por someter su voluntad a la de Dios en su agonía. Se comporta como un hombre cualquiera. Yo, como la autora de Por qué el islam, cedo al lector la posibilidad de juzgar cuál de las dos muertes tiene más visos de realidad, quién es el superhombre y quién el verdadero hombre.

 

Pilar González Casado