Servicio diario - 10 de mayo de 2018


 

Nomadelfia: "La ley de la fraternidad" que soñó don Zeno Saltini
Rosa Die Alcolea

Loppiano: El Pontífice responde a 3 preguntas de los Focolares
Redacción

Nomadelfia: Oración de Francisco ante la tumba de don Zeno Saltini
Rosa Die Alcolea

Scholas: El Papa conocerá a los jóvenes de Encuentro Internacional en Roma
Rosa Die Alcolea

San Ignacio de Láconi, 11 de mayo
Isabel Orellana Vilches


 

 

10/05/2018-17:42
Rosa Die Alcolea

Nomadelfia: "La ley de la fraternidad" que soñó don Zeno Saltini

(ZENIT – 10 mayo 2018).- El Papa ha destacado en su discurso ofrecido en Nomadelfia, esta mañana, que “la ley de la fraternidad” que caracteriza esta comunidad fue “el sueño y la meta” de toda la existencia de don Zeno, que quería una comunidad de vida inspirada en el modelo descrito en los Hechos de los Apóstoles.

Así, Francisco ha valorado el cuidado que tienen los de Nomadelfia por los niños huérfanos o marcados por la dificultad, tratados con lenguaje del amor, “el único lenguaje que don Zeno comprendía que entendían”, ha explicado el Papa.

Asimismo, el Santo Padre les ha agradecido otro “signo profético y de gran humanidad”: La atención amorosa a los ancianos que, incluso cuando no gozan de buena salud, se quedan con la familia y están ayudados por los hermanos y hermanas de toda la comunidad.

A las 7:30 horas de esta mañana, el Santo Padre Francisco despegó del helipuerto del Vaticano para ir a Nomadelfia, provincia y diócesis de Grosseto, para encontrar a la comunidad fundada por Don Zeno Saltini (1900-1981), y a Loppiano, provincia de Florencia y diócesis de Fiesole, donde ha visitado la Ciudadela Internacional del Movimiento de los Focolares.

 

Encuentro con la comunidad

El Pontífice ha rezado ante la tumba de Don Zeno Saltini y al salir del cementerio, pasó frente a las tumbas de los primeros miembros de la comunidad. Luego se trasladó en automóvil al “Poggetto”. Allí encontró al núcleo familiar, visitó la casa central y la capilla en la confío a dos familias dos niños acogidos según la fórmula utilizada en la Comunidad.

Al final, el Santo Padre llegó en automóvil a la Sala “Don Zeno” para encontrarse con la comunidad de Nomadelfia. Después del saludo de bienvenida del presidente de la comunidad, Francesco Matterazzo, y  de un breve recibimiento con poemas, canciones y bailes, el Papa ha pronunciado un discurso.

Finalmente, después del intercambio de regalos, el Papa salió  de la Sala “Don Zeno” y fue en automóvil al campo de deportes donde, alrededor de las 9:30 horas, despegó con destino a Loppiano.

RD

Publicamos a continuación el discurso pronunciado  por el Papa durante el encuentro.

***

 

Discurso del Papa Francisco

¡Queridos hermanos y hermanas de Nomadelfia!

He venido aquí, en medio de vosotros en el recuerdo de don Zeno Saltini y para expresar mi apoyo a vuestra comunidad fundada por él. Os saludo a todos con afecto: a vuestro presidente Francesco Matterazzo, al párroco, el padre Ferdinando Neri, a los numerosos amigos y al obispo de Grosseto, en cuya diócesis estáis insertados y que sigue con atención el camino de la obra de don Zeno. Nomadelfia es una realidad profética que tiene como objetivo crear una nueva civilización, poniendo en práctica el Evangelio como una forma de vida buena y bella.

Vuestro fundador se dedicó con ardor apostólico a preparar el terreno para las semillas del Evangelio, para que diera frutos de vida nueva. Crecido en medio de los campos de las fértiles llanuras de Emilia, sabía que, cuando llega la estación apropiada, es el momento de tomar  el arado y preparar el terreno para la siembra. Se le había quedado imprimida la frase de Jesús: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios” (Lc 9:62). La repetía a menudo, quizás previendo las dificultades que habría encontrado para encarnar, en la realidad de la vida cotidiana, la fuerza renovadora del Evangelio.

La ley de la fraternidad que caracteriza vuestra vida, fue el sueño y la meta de toda la existencia de don Zeno, que quería una comunidad de vida inspirada en el modelo descrito en los Hechos de los Apóstoles: “La multitud de los creyentes no tenía sino  un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos” (Hechos 4:32). Os exhorto a continuar con este estilo de vida, confiando en la fuerza del Evangelio y del Espíritu Santo, mediante vuestro límpido testimonio cristiano.

Frente a los sufrimientos de los niños huérfanos o marcados por la dificultad, Don Zeno comprendió que el único lenguaje que entendían era el del amor. Por lo tanto, supo  identificar una forma particular de sociedad en la que no hay lugar para el aislamiento o la soledad, sino que se rige por  el principio de colaboración entre las diferentes familias, donde los miembros se reconocen como hermanos en la fe. Así en Nomadelfia, en respuesta a una vocación especial del Señor, se establecen lazos mucho más sólidos que los del parentesco. Se actúa una consanguinidad con Jesús, propia de quien ha renacido de nuevo del agua y del Espíritu Santo y según las palabras del divino Maestro: “Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi, hermana y mi madre” (Mc 3:35). Este vínculo especial de consanguinidad y de familiaridad, también se manifiesta en las relaciones mutuas entre las personas: todos se llaman por  nombre, nunca por apellido, y en las relaciones diarios  se usa el familiar “tú”.

También quiero resaltar otro signo profético y de gran humanidad de Nomadelfia: se trata de la atención amorosa a los ancianos que, incluso cuando no gozan de buena salud, se quedan con la familia y están ayudados por los hermanos y hermanas de toda la comunidad. Continuad por este camino, encarnando el modelo del amor fraternal, también a través de obras y signos visibles, en los múltiples contextos donde  la caridad evangélica os llama, pero siempre conservando el espíritu de Don Zeno, que quería un Nomadelfia “ligera” y esencial en sus estructuras. Frente a un mundo a veces hostil a los ideales predicados por Cristo, no dudéis en responder con el testimonio alegre y sereno de vuestra vida, inspirada en el Evangelio.

Muchas gracias por la calidez y el ambiente familiar con el que me habéis recibido. Ha sido un encuentro breve pero lleno de significado y emoción. Lo llevaré conmigo, especialmente en la oración. Llevaré vuestras caras: las caras de una gran familia con el sabor puro del Evangelio.

Y ahora, disfrutando de la alegría de ser todos hermanos porque somos hijos del Padre Celestial, recemos juntos el Padrenuestro.

(Padrenuestro)

Y ahora os imparto a todos vosotros, a vuestras familias, a vuestros seres queridos la bendición apostólica, invocando sobre cada uno la luz y la fuerza del Espíritu Santo.

Bendición

Y rezad por mí, ¡no os olvidéis!

 

Palabras finales

Muchas gracias por la acogida. Y por los regalos que son “regalos de familia”, esto es muy importante: son regalos que vienen del corazón, de la familia, de aquí; sencillos pero ricos de significado.

Gracias, muchas gracias, por vuestra acogida, por vuestra alegría.

¡Y seguid adelante! Gracias

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

10/05/2018-18:14
Redacción

Loppiano: El Pontífice responde a 3 preguntas de los Focolares

(ZENIT – 10 mayo 2018).- “Estoy muy feliz de estar hoy entre vosotros, aquí en Loppiano, esta pequeña “ciudad” conocida en el mundo porque nació del Evangelio y del Evangelio quiere alimentarse”, ha dicho el Papa al comienzo de su visita a Loppiano.

El Santo Padre ha viajado esta mañana, jueves, 10 de mayo de 2018, a la primera de las 33 ciudadelas internacionales –presentes en los cinco continentes– de los Focolares.

En Loppiano, el Papa se ha encontrado con los miembros del Movimiento, y ha dialogado con ellos, respondiendo a 3 preguntas formuladas por tres personas: un estudiante colombiano, una familia procedente de Costa de Marfil y un miembro del Movimiento.

Publicamos a continuación la transcripción del diálogo del Santo Padre con los representantes del Movimiento.

 

Diálogo del Papa Francisco

Queridos hermanos obispos:
Autoridades y
todos vosotros,

¡Gracias por vuestra  bienvenida! Os saludo a todos y a todos, y doy las gracias a María Voce por su presentación clara… ¡todo clarísimo! Se ve que tiene las ideas claras.

Estoy muy feliz de estar hoy entre vosotros, aquí en Loppiano, esta pequeña “ciudad” conocida en el mundo porque nació del Evangelio y del Evangelio quiere alimentarse. Y por eso es reconocida como ciudad propia de elección e inspiración por muchos que son discípulos de Jesús, incluso por hermanos y hermanas de otras religiones y convicciones. ¡En Loppiano todos se sienten como en casa!
He querido  venir a visitarla  porque, como subrayaba su inspiradora, la Sierva de Dios Chiara Lubich, quiere ser una ilustración de la misión de la Iglesia hoy, así como la trazó el Concilio Vaticano II. Y me alegra hablar con vosotros para centrar cada vez más, a la escucha del plan de Dios, el proyecto de Loppiano al servicio de la nueva etapa de testimonio y anuncio del Evangelio de Jesús  al que nos llama hoy el  Espíritu Santo.

Yo ya conocía las preguntas, se entiende. Y ahora contesto. Las he agregado todas aquí.

 

Pregunta n. 1

Padre Santo, buenos días, acabamos de escuchar a María Voce hablar de una ley de Loppiano: el amor mutuo, el nuevo mandamiento del Evangelio. Y en estos años lo hemos tomado muy en serio y hemos tratado de garantizar que no fuera solo un compromiso privado, sino un compromiso colectivo, de todos. Que Loppiano se fundase en este compromiso de vivir el amor mutuo; tanto es así que, de nuevo en 1980, hace algunos años, cuando éramos un poco más jóvenes, y había tantas personas – y hoy están aquí-  Chiara nos propuso hacer un pacto verdadero y propio: es decir, escribir este compromiso y firmarlo. Y lo renovamos todos los días, y se lo proponemos a las personas que vienen, incluso por un solo día, porque solo de esta manera uno se convierte en ciudadano de Loppiano.

Santo Padre: Vivir el mandamiento nuevo es el punto de partida de nuestra vida cristiana y, al mismo tiempo, es el punto de llegada: la meta a la que tendemos.
 

Después del período de la fundación vivido con Chiara, estamos viviendo una nueva fase. Quizás para alguno haya pasado el tiempo del entusiasmo y, sin lugar a dudas  es más difícil identificar los caminos que hay que recorrer para encarnar la profecía del comienzo. ¿Cómo vivir, Santo Padre, este período?

 

Papa Francisco

La primera  pregunta me la planteáis vosotros, “pioneros” de Loppiano, que fuisteis los primeros hace más de 50 años, y luego gradualmente en las décadas siguientes, en lanzaros a esta aventura, dejando vuestras tierras, vuestras casas y vuestros puestos de  trabajo para venir aquí a pasar vuestra vida y realizar este sueño. Antes de todo, gracias. Gracias por lo que habéis hecho, gracias por vuestra fe en Jesús. Es Él quien ha hecho este milagro y vosotros [habéis puesto] la fe. Y la fe deja que Jesús actúe. Por eso la fe hace milagros, porque deja lugar a Jesús, y El hace milagros uno detrás de otro. La vida es así.
A vosotros, “pioneros”, y a todos los habitantes de Loppiano, repito espontáneamente las palabras que la Carta a los Hebreos dirige a una comunidad cristiana que vivía una etapa de su camino similar a la vuestra. La Carta a los Hebreos dice: “Traed a la memoria los días pasados, en que después de ser iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate […]. Pues, […] os dejasteis despojar con alegría de vuestros bienes, conscientes de que poseíais una riqueza mejor y más duradera. No perdáis vuestra  franqueza, -vuestra  parresia-  dice, a la que se reserva una gran recompensa. Solamente necesitáis perseverancia; hypomoné,  -es la palabra que utiliza, es decir llevar sobre los hombros el peso de cada día- para que, cumpliendo  la voluntad de Dios, consigáis así lo que se os ha prometido ” (10: 32-36).

Son dos palabras clave, pero  en el marco de la memoria. Esa dimensión “deuteronómica” de la vida: la memoria. Cuando, no digo ya un cristiano, sino un hombre o una mujer cierra la llave de la memoria, empieza a morir. Por favor,  memoria. Como dice el autor de la Carta a los Hebreos: “Traed a la memoria los días pasados”. Con este marco de memoria se puede vivir, se puede respirar, se puede salir adelante y dar fruto. Pero si no tienes memoria…Los frutos del árbol son posibles porque el árbol tiene raíces: no es un desenraizado. Pero si no tienes memoria, eres un desenraizado, una desenraizada, no habrá frutos. Memoria: este es el marco de la vida.

Hete aquí dos palabras clave del camino de la comunidad cristiana en todo esto: parresia e hypomoné. Valor, franqueza y soportar, perseverar, llevar el peso de cada día sobre los hombros.

Parresia en el Nuevo Testamento, dice cuál es el estilo de vida de los discípulos de Jesús: el valor y la sinceridad en dar testimonio de la verdad y, al mismo tiempo, la fe en Dios y en su misericordia. También la oración debe hacerse con parresia. Decir a Dios las cosas a la cara, con valor. Acordaos de cómo rezaba nuestro padre Abraham, cuando tuvo el valor de pedir a Dios, de “negociar” sobre el número de justos de Sodoma: “¿Y si fueran treinta?… ¿Y si fueran veinticinco? ¿Y si fueran quince?”. Ese valor de combatir con Dios. Y el valor de Moisés, el gran amigo de Dios, que le dice a la cara: “Si destruyes a este pueblo, me destruyes a mí”. Valor. Combatir con Dios en la oración. Hace falta parresia, parresia en la vida, en la acción, y también en la oración.

La parresia expresa las cualidades fundamentales de la vida cristiana: tener el corazón vuelto a Dios, creer en su amor (cf. 1Jn 4:16), porque su amor ahuyenta  cualquier  temor falso, cualquier tentación de esconderse en la vida tranquila, en la respetabilidad  o incluso en una sutil hipocresía. Todas son polillas que arruinan el alma. Es necesario pedir al Espíritu Santo  la franqueza, el valor, la parresia, siempre unidas con el respeto y la ternura, al dar testimonio de las grandes y bellas obras de Dios  que él realiza en nosotros y en medio de nosotros. Y también en las relaciones dentro de la comunidad es necesario ser  siempre sinceros, abiertos, francos, no miedosos, ni perezosos, ni hipócritas. No, abiertos. No estar aparte para sembrar cizaña,  murmurar, sino esforzarse por vivir como discípulos sinceros y valientes en caridad y verdad. Este sembrar cizaña, destruye a la Iglesia, a la comunidad, destruye la propia vida, porque te envenena a ti también. Y los que viven de chismorreo, que van siempre murmurando uno del otro, a mí me gusta decir – yo lo veo así- que son “terroristas” porque hablan mal de los demás; pero hablar mal de alguno para destruirlo es hacer como los terroristas: va con la bomba, la tira, destruye  y luego se va tranquilo. No. Abiertos, constructivos, valientes en caridad.

Y luego la otra palabra hypomoné, que podemos traducir como el asumir, el soportar, el permanecer,  aprendiendo a habitar las situaciones trabajosas que la vida nos presenta. Con este término, el apóstol Pablo expresa constancia y firmeza en llevar adelante la elección de Dios y de una nueva vida en Cristo. Se trata de mantener firme esta decisión, incluso a costa de las dificultades y las contrariedades, sabiendo que esta constancia, esta firmeza y esta paciencia producen esperanza. Así dice Pablo. Y la esperanza no defrauda, (véase Rom 5: 3-5). Esto hay que metérselo en la cabeza: ¡La esperanza no defrauda, nunca defrauda! Para el apóstol, el fundamento de la esperanza es el amor de Dios derramado en nuestros corazones con el don del Espíritu, un amor que nos precede y nos hace capaces de vivir  con  tenacidad, serenidad, positividad, fantasía… e incluso con algo de  humorismo, incluso en los momentos más difíciles. Pedid la gracia del humorismo; es la actitud humana que más se acerca a la gracia de Dios, el humorismo. Conocí a un sacerdote, santo, lleno hasta arriba de trabajo –iba de aquí para allá- , pero nunca dejaba de sonreír. Y como tenía este sentido del humor, decían de él: “Este es capaz de reírse de los demás, de reírse de sí mismo y de reírse hasta de su sombra”. Así es el humorismo.

La Carta a los Hebreos nos invita además a “traer a la memoria los días pasados”, es decir, a  reavivar en nuestro corazón y en nuestra mente el fuego de la experiencia de la cual todo nació.
Chiara Lubich sintió de Dios el impulso de dar vida  a Loppiano – y luego a las otras ciudadelas que han surgido en varias partes del mundo– mientras contemplaba, un día, la abadía benedictina de Einsiedeln, con su iglesia y el claustro de los monjes, pero también con la biblioteca, la carpintería, los campos … Allí, en la abadía, Dios es el centro de la vida, en la oración y en la celebración de la Eucaristía, de la que nace y se alimenta, de la fraternidad, el trabajo, la cultura, la  irradiación en medio de la gente de la luz y la energía social del Evangelio. Y así Clara, contemplando la abadía se sintió empujada a crear algo similar, de una forma nueva y moderna, en sintonía con el Concilio Vaticano II, a partir del carisma de la unidad: un boceto de ciudad nueva en el espíritu del Evangelio.

Una ciudad en la que resaltase ante todo la belleza del Pueblo de Dios, en la riqueza y variedad de sus miembros, de las diferentes vocaciones, de las expresiones sociales y culturales, cada una en diálogo y al servicio de todos. Una ciudad que tiene su corazón en la Eucaristía, fuente de unidad y de vida siempre nueva, y que se presenta a los ojos de quienes la visitan también en su veste laica y laboriosa, inclusiva y abierta: con el trabajo de la tierra, la actividad de la empresa  y de la industria, las escuelas de formación, los hogares para la hospitalidad y los ancianos, los talleres artísticos, los conjuntos musicales, los medios de comunicación modernos…

Una familia en la que todos se reconocen hijos e hijas del único Padre, comprometidos a vivir entre ellos y con todos el mandamiento del amor mutuo. No para estar tranquilos  fuera del mundo, sino  para salir, para  encontrar,  para cuidar, para arrojar a manos llenas la levadura del Evangelio en la masa de la sociedad, especialmente donde más se necesita, donde la alegría del Evangelio se espera y se invoca: en la pobreza, en el sufrimiento, en la prueba, en la búsqueda, en la duda.

El carisma de la unidad es un estímulo providencial y una ayuda poderosa para vivir esta mística evangélica del nosotros, es decir, para caminar juntos en la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo como “un solo corazón y un alma sola ” (cf. 4,32), descubriéndose y amándose mutuamente de manera concreta como “miembros los unos de los otros” (Romanos12: 5). Por eso, Jesús pidió al Padre: “Que todos sean uno, como tú y yo somos uno” (Juan 17:21), y nos mostró en sí mismo el camino hasta la entrega total de todo  en el vaciamiento abismal de la cruz (cf. Mc 15,34, Filipenses 2: 6-8). Es esa espiritualidad del “nosotros”.  Podéis haceros vosotros y a los demás también, para bromear, un test. Un sacerdote que está aquí, más o menos escondido, me lo hizo. Me dijo: “Dígame, Padre, ¿qué es lo contrario de ‘yo’, lo opuesto  a ‘yo’? Y caí en la trampa, e inmediatamente dije: ‘Tú’. Y él me dijo: “No, lo contrario de  cada individualismo, tanto del yo como del tú, es ‘nosotros’. Lo opuesto es nosotros”. Es esta espiritualidad del nosotros, la que debéis llevar adelante, que nos salva de todo egoísmo e interés egoísta. La espiritualidad del nosotros.

No es solo un hecho espiritual, sino una realidad concreta con consecuencias formidables, si la vivimos y si declinamos con autenticidad y valentía sus diversas dimensiones -en un nivel social, cultural, político, económico- … Jesús ha redimido no solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales (véase Evangelii gaudium, 178). Tomar en serio este hecho significa plasmar  un nuevo rostro de la ciudad de los hombres de acuerdo con el plan de amor de Dios.

Loppiano está llamado a ser esto. Y puede intentar, con confianza y realismo, mejorar cada vez más. Esto es lo esencial. Y desde aquí siempre debemos comenzar de nuevo.

Esta es la respuesta a la primera pregunta: siempre comenzar de nuevo, pero desde esta realidad, que está viva. No de las  teorías, no; de la realidad, de cómo vivimos. Y cuando la realidad se vive auténticamente, es precisamente un eslabón en esta cadena que nos ayuda a seguir adelante.

 

Pregunta n. 2

¡Buenos días, Papa Francisco! Soy Xavier y vengo de Colombia. En primer lugar, gracias por su amor concreto a nuestro pueblo que sufre y por la esperanza que nos da. Estoy estudiando para obtener un título universitario en Ciencias Económicas y Políticas en el Instituto de la Universidad de Sophia, que se encuentra aquí en Loppiano.

Querido Papa Francisco. En el saludo a la Asamblea General de los Focolares (2014) nos invitó a “hacer escuela” para “formar hombres y mujeres nuevos a medida de la humanidad de Jesús”. Loppiano quiere ser una “ciudad-escuela” donde no son los roles, ni las diferencias de edad o cultura, sino solamente el amor entre nosotros el que consigue edificar. Queremos que Jesús, Dios-con-su-pueblo, nos eduque y nos envíe al mundo ¿Qué contribución fresca y creativa piensa que puedan dar las escuelas de formación aquí presentes  en Loppiano y una realidad académica como “Sophia” para construir un liderazgo que consiga abrir nuevos caminos?

 

Papa Francisco

En Loppiano se vive la experiencia de caminar juntos,  con el estilo sinodal, como Pueblo de Dios, y esta es la base sólida e indispensable de todo: La escuela del pueblo de Dios donde el que enseña y guía es el único Maestro (cf. 23.10) y donde la dinámica es la de la escucha mutua y del intercambio de dones entre todos.

De aquí se puede tomar  un nuevo impulso, enriqueciéndose con la fantasía  del amor y abriéndose a las solicitudes del Espíritu y de la historia, los itinerarios de formación que han florecido en Loppiano del carisma de la unidad: la formación espiritual de las diversas vocaciones; la formación laboral, a  la acción económica y política; la formación al diálogo, en sus diversas expresiones ecuménicas e interreligiosas y con personas de convicciones diferentes; la  formación eclesial y cultural. Y esto al servicio de todos, con la mirada que abraza a toda la humanidad, comenzando por aquellos que de cualquier manera quedan relegados a las periferias de la existencia. Loppiano ciudad abierta, Loppiano ciudad en salida. No hay periferias en Loppiano.

Es una gran riqueza poder disponer de todos estos centros de formación en Loppiano. Es una gran riqueza. Os sugiero que les deis  un nuevo ímpetu, abriéndolos  a horizontes más amplios y proyectándolos en las fronteras. En particular, es esencial poner a punto el proyecto de formación  que conecta los caminos individuales que afectan más concretamente a los niños, los jóvenes, las familias, las  personas de diversas vocaciones. Que la base y la clave de todo esto sea  el “pacto formativo”, que está en el centro  de cada uno de estos caminos y que tiene en la proximidad y en el diálogo su método privilegiado. Y aquí hay una palabra que para mí también es clave: “proximidad”. Uno no puede ser cristiano sin estar cerca, sin tener una actitud de proximidad, porque la proximidad es lo que Dios hizo cuando envió al Hijo. Dios lo había hecho  antes  cuando  guiaba al pueblo de Israel y le preguntaba: “Dime, ¿has visto otro pueblo que tenga dioses tan cercanos como yo estoy cerca de ti?”. Así pregunta Dios: Proximidad, proximidad. Y luego, cuando envía al Hijo para acercarse todavía más, uno de nosotros, a acercarse todavía más. Esta palabra es clave en el cristianismo y en vuestro carisma. Proximidad.

Después, es necesario educarse para ejercitar los tres lenguajes juntos: el de la cabeza, el del corazón y el de las manos. Es necesario aprender a pensar bien, a sentir bien y a trabajar bien. Sí, incluso el trabajo, ya que – como escribía Don Pasquale Foresi, que jugó un papel central en la realización del diseño de Loppiano – ‘no es sólo un medio de vida, sino algo inherente a nuestro ser humano, y por lo tanto, también es un medio para conocer la realidad, para comprender la vida: es una herramienta para la formación humana real y efectiva “. Esto es importante – los tres lenguajes – porque hemos heredado de la Ilustración esta idea – insana  – de que la educación es llenar de conceptos  la cabeza. Y cuanto más sepas, serás mejor. No. La educación debe tocar la cabeza, el corazón y las manos. Educar para pensar bien, no solo para aprender conceptos, sino para pensar bien; educar para sentir bien; educar para hacer bien las cosas. De modo que estos tres lenguajes  estén interconectados: piensas lo que sientes y haces, sientes lo que piensas y haces, haces lo que sientes y piensas, en unidad. Esto es educar.

Dan fe de la relevancia y de ​​la proyección en vasta escala  de este esfuerzo prometedor dos estructuras surgidas en Loppiano en los últimos años: el Polo empresarial “Lionello Bonfanti”, centro de formación y difusión de la economía civil y de comunión y la experiencia académica en la frontera del Instituto Universitario Sophia, erigido por la Santa Sede, del que una sede local – y me alegra – se activará pronto en América Latina.

Es importante que en Loppiano haya un centro universitario para aquellos que, como su nombre indica, busquen la Sabiduría y tengan como objetivo construir una cultura de la  unidad. Cultura de la unidad. No he dicho de la uniformidad. No. La uniformidad es lo contrario de la unidad. Refleja, a partir de su inspiración fundacional, las líneas que tracé en la reciente Constitución Apostólica Veritatis gaudium, invitando a una renovación sabia y valiente de los estudios académicos. Y esto para ofrecer una contribución competente y profética a la transformación misionera de la Iglesia y a la visión de nuestro planeta como una sola patria y de la humanidad como un solo pueblo, compuesto de muchos pueblos, que viven en una casa común.
¡Adelante, adelante,  así!

 

Pregunta n. 3

Loppiano no quiere permanecer encerrada  en sí misma,  quiere contribuir a construir un mundo más unido. Por eso, hoy  aquí con nosotros, Santo Padre, hay algunos amigos migrantes que han tenido que abandonar sus hogares, sus países de origen, pero han encontrado su casa en Loppiano.

Buenos días Santo Padre, venimos de Costa de Marfil, de Mali, de Camerún, de Nigeria, y después de un largo viaje desde nuestros países, llegamos a Italia y luego fuimos trasladados  a Loppiano. Durante más de un año hemos vivido codo con codo, somos de diferentes países, idiomas y tradiciones, religiones musulmanas y cristianas de diferentes iglesias. Uno puede imaginar que no haya sido fácil la vida en nuestra casa. La vida en Loppiano nos ha ayudado a superar las dificultades y vernos a nosotros mismos como hermanos. “Recomenzar” fue una palabra que nos ayudó mucho. Aprovecho esta oportunidad para dar las gracias a todas las autoridades italianas que nos han acogido. Para nosotros estar aquí y poder leer este saludo y darle las gracias es un gran honor. Usted  está en nuestras oraciones.

Santo Padre, en más de los 50 años de vida de Loppiano, Chiara Lubich ha dado de ella varias definiciones: Ciudad del evangelio y Ciudad escuela, Ciudad en la montaña y Ciudad  de la alegría, Ciudad del diálogo y Mariapolis, Ciudad de María: todas son expresiones que han  acompañado  y siguen acompañando nuestros pasos. Y, entonces, quisiéramos pedirle, Santo Padre, una palabra. Que nos diga cuál es nuestra “misión” en la etapa de la nueva evangelización, pero también  que respuesta podemos dar a los retos de nuestro tiempo como ocasión de crecimiento para todos.

 

Papa Francisco

Quiero levantar la mirada hacia el horizonte e invitaros a que la levantéis conmigo, para mirar con fidelidad confiada y  con creatividad generosa hacia el futuro que comienza hoy.
La historia de Loppiano está solamente empezando. Vosotros estáis empezando.

Es una pequeña semilla arrojada a los surcos de la historia y ya germinada con exuberancia, pero que debe echar raíces fuertes y dar frutos sustanciosos, al servicio de la misión del anuncio y la encarnación del Evangelio de Jesús que la Iglesia hoy está llamada a vivir. Y esto requiere humildad, apertura, sinergia, capacidad de arriesgar. Tenemos que utilizar todo esto: humildad y capacidad de arriesgar, al mismo tiempo,  apertura y  sinergia.

Las urgencias, a menudo dramáticas, que nos interpelan por todas partes no pueden dejarnos tranquilos, sino que  nos piden el máximo, siempre confiando en la gracia de Dios.
En el cambio de época  que estamos viviendo, – no es una época de cambios, sino un cambio de época- debemos comprometernos no solo con el encuentro entre personas, culturas y pueblos, sino también con una alianza entre civilizaciones, para vencer juntos el gran reto de construir una cultura compartida  del encuentro y una civilización global de la alianza. ¡Como un arcoíris de colores en el que la luz blanca del amor de Dios se despliega en abanico! Y para lograrlo, necesitamos hombres y mujeres, -jóvenes, familias, personas de todas las vocaciones  y profesiones-  capaces de trazar  nuevos caminos para recorrerlos juntos. El Evangelio es siempre nuevo, siempre. Y en este tiempo pascual la Iglesia ha repetido tantas veces que la Resurrección de Jesús nos trae juventud y hace que pidamos esta juventud renovada. Ir siempre adelante con creatividad.

El desafío es el de la fidelidad creativa: ser fieles a la inspiración original y, al mismo tiempo,  estar abiertos al soplo del Espíritu Santo y emprender valientemente los nuevos caminos que Él sugiere. Para mí,- y os aconsejo que lo hagáis-, el mejor ejemplo es lo que podemos leer en el Libro de los Hechos de los Apóstoles: Ver  cómo fueron capaces de permanecer fieles a la enseñanza de Jesús y tener el valor  de hacer tantas “locuras”, porque las hicieron, yendo a todas partes. ¿Por qué? Sabían cómo conjugar esta fidelidad creativa. Leed este texto de la Escritura, no una vez: dos, tres, cuatro o cinco veces, porque allí encontraréis el camino de esta fidelidad creativa. El Espíritu SantoInizio moduloFine modulo; no nuestro sentido común, no nuestras habilidades pragmáticas, no nuestras formas de ver siempre limitadas. No, ir adelante con el soplo del Espíritu Santo.
¿Pero cómo se puede conocer y seguir al Espíritu Santo? Practicando el discernimiento comunitario. Es decir, reuniéndose en asamblea alrededor de Jesús resucitado, el Señor y el Maestro, para escuchar lo que el Espíritu nos dice hoy como comunidad cristiana (ver Apocalipsis 2: 7) y descubrir juntos, en esta atmósfera, la llamada que Dios nos hace escuchar en la situación histórica en la que nos encontramos viviendo el Evangelio.

Es necesario escuchar a Dios hasta que escuchemos con Él el grito del Pueblo, y es necesario escuchar al Pueblo hasta que respiremos la voluntad a la que Dios nos llama. Los discípulos de Jesús deben ser contemplativos de la Palabra y contemplativos del Pueblo de Dios.Todos estamos llamados a ser artesanos del discernimiento comunitario. No es fácil pero tenemos que hacerlo si queremos conseguir esa fidelidad creativa, si queremos ser dóciles al Espíritu. Y este es el camino para que también  Loppiano descubra y siga paso a paso el camino de Dios al servicio de la Iglesia y de la sociedad.

*****

 

Antes de concluir, ¡gracias de nuevo a todos vosotros por la acogida y la fiesta!

Y al mismo tiempo algo que me importa mucho deciros. Estamos reunidos aquí frente al Santuario de María Theotokos. Estamos bajo la mirada de María. También en esto hay una sintonía entre el Vaticano II y el carisma de los Focolares, cuyo nombre oficial para la Iglesia es Obra de María.

El 21 de noviembre de 1964, al finalizar la tercera sesión del Concilio, el beato Pablo VI proclamó a María “Madre de la Iglesia”. Yo mismo quise instituir  este año la memoria litúrgica, que se celebrará por primera vez el próximo 21 de mayo, lunes después de Pentecostés.

María es la Madre de Jesús y es, en él, la Madre de todos nosotros: la Madre de la unidad. El Santuario dedicado a ella, aquí en Loppiano, es una invitación a seguir la escuela de María para aprender a conocer a Jesús, a vivir con Jesús y con Jesús presente en cada uno de nosotros y en medio de nosotros.

Y no olvidéis que María era laica, era una laica. La primera discípula de Jesús, su madre, era laica. Hay una gran inspiración aquí. Y un hermoso ejercicio que podemos hacer, os desafío a hacerlo, es tomar [en el Evangelio] los episodios más conflictivos de la vida de Jesús y ver, como -en Caná, por ejemplo-, cómo reacciona María. María toma la palabra e interviene. “Pero, padre, [estos episodios] no están todos en el Evangelio…”. E imagina ,  tu imagina que la Madre estaba allí, que vio aquello… ¿Cómo habría reaccionado María a esto? Esta es una verdadera  escuela para ir adelante. Porque ella es la mujer de la fidelidad, la mujer de la creatividad, la mujer del valor, de la parresia, la mujer de la paciencia, la mujer que soporta las cosas. Mirad siempre esto, esta laica, primera discípula de Jesús, cómo reaccionó en todos los episodios conflictivos de la vida de su Hijo. Os ayudará mucho.
Y no os olvidéis de rezar por mí porque lo necesito. ¡Gracias!

 

 

 

10/05/2018-13:45
Rosa Die Alcolea

Nomadelfia: Oración de Francisco ante la tumba de don Zeno Saltini

(ZENIT – 10 mayo 2018).- El Papa Francisco ha visitado la tumba de don Zeno Saltini, en Nomadelfia, como primera parada de su visita a esta localidad, donde se encuentra la comunidad fundada por sacerdote italiano.

El Santo Padre ha emprendido a primera hora de la mañana de este jueves, 10 de mayo de 2018, su visita pastoral a Nomaldelfia, en la provincia y diócesis de Grosseto, situada a unos 100 kilómetros de Roma, para visitar la comunidad fundada en 1947 por Don Zeno Saltini.

Allí se ha encontrado con la Comunidad fundada por Don Zeno Saltini, y ha rezado ante su tumba, donde ha colocado una piedra con su nombre, que se suma a aquellas colocadas ya por los ‘nomadelfi’, miembros de la comunidad (Leer discurso del Papa).

Después de la recepción en el campamento de deportes por Mons. Rodolfo Cetoloni, Obispo de Grosseto, por Don Fernando Negros, el cura de la parroquia y sucesor de Don Zeno, y Francesco Matterazzo, Presidente de la realidad Maremma, Francisco ha saludado a sus habitantes, informa ‘Vatican News’ en español.

La comunidad fundada en 1948 por el padre Zeno Saltini (1900-1981) está inspirada en el modelo cristiano primitivo descrito en los Hechos de los Apóstoles. Los miembros de Nomadelfia, “nomadelfes”, viven la fraternidad y ponen sus bienes en común. Hoy, unas 50 familias (unas 270 personas) viven en la comunidad de la Toscana.

Después, ha tenido lugar un intenso momento de acogida en el pequeño cementerio local sobre la tumba de Don Saltini, que murió en 1981. Un momento envolvente mientras se escuchaba, como sonido ambiente, la grabación de un brano del testamento del sacerdote –señala el medio de información del Vatican ‘Vatican News’–.

 

Visita a Loppiano

Tras su visita a Nomaldelfia, el Pontífice ha continuado su visita pastoral en Loppiano (Florencia) en la diócesis de Fiesole, donde ha visitado la primera de las 33 ciudadelas internacionales –presentes en los cinco continentes– de los Focolares.

La ciudadela está situada en las colinas toscanas, en los alrededores de Florencia. Tiene escuelas, empresas y centros artísticos. Loppiano cuenta hoy con unos 1.000 habitantes de 70 naciones: Desde Rusia, Portugal, Jordania y Líbano a Burundi, Tierra Del Fuego, Japón y Australia.

 

 

 

10/05/2018-17:16
Rosa Die Alcolea

Scholas: El Papa conocerá a los jóvenes de Encuentro Internacional en Roma

(ZENIT – 10 mayo 2018).- El Papa Francisco visitará mañana, 11 de mayo de 2018, la oficina de Scholas Occurrentes en el Vaticano y conocerá a la nueva generación de jóvenes entrenadores, estudiantes que están participando en un proyecto que la Fundación es responsable de implementar en todo el mundo.

Estos jóvenes asisten del 7 al 11 de mayo al III Encuentro Internacional de Jóvenes, en Roma, organizado por Scholas Occurrentes y el Ministerio de Educación, Universidad e Investigación de Italia, informa Scholas Occurrentes.

Al encuentro acuden participantes de Scholas venidos desde Argentina, Paraguay, Colombia, México, Perú, Brasil, Haití, Mozambique España e Italia.

El objetivo de este encuentro, organizado bajo la consigna “Piensa lo que sientes y haces; siente lo que piensas y haces; haz lo que piensas y sientes”, es fomentar el arte, el juego y el pensamiento entre los jóvenes, para que se conviertan en “educadores” en sus entornos, para que aprendan a vivir con una mirada poética y sensible, y sean protagonistas, no como realizadores, sino también como creadores.s, no como realizadores, sino también como creadores.

Durante las jornadas –indican desde Scholas– el grupo de los alumnos participantes, realizarán en el Colegio internacional Pontificio Maria Mater Ecclesiae diversas actividades basadas en el lenguaje de la cabeza (saber), el corazón (sentir) y las manos (hacer) que pasan por cultivar la experiencia del aprendizaje, la sensibilización a través del encuentro, la creación mediante sus propias obras o el desarrollo de un plan para trasladar lo vivido a sus propios entornos.

Una de las arterias principales de Scholas es el Arte, que toma papel protagonista el jueves con la exposición “Pintando por los Jóvenes”. Para ello artistas plásticos de prestigio mundial cederán algunas de sus obras a la Fundación y serán subastadas a favor de los proyectos educativos que esta realiza.

 

 

 

10/05/2018-16:29
Isabel Orellana Vilches

San Ignacio de Láconi, 11 de mayo

«El padre santo, así era conocido este virtuoso lego capuchino, originario de Cerdeña, que se sobrepuso a su débil salud poniéndose bajo el amparo de María. Fue agraciado con numerosos dones, en particular, el de milagros»

Este humilde lego, que fue un dechado de virtudes, nació en Láconi, Cerdeña, el 18 de diciembre de 1701. Era el segundo de nueve hermanos. Crecieron en un hogar falto de recursos materiales, pero de gran riqueza espiritual. En el bautismo le impusieron tres nombres: Francisco, Ignacio y Vicente, prevaleciendo en su familia éste último. Del cielo llovieron a través de él tal cúmulo de gracias que, como han dicho algunos de sus biógrafos, se convirtieron también en su martirio en vida, y «estorbo» tras su muerte para el reconocimiento de su santidad. Su madre, devotísima de san Francisco, le narraba su biografía y milagros, y Vicente se entusiasmó con él, haciendo sus pinitos para imitarle. Una vez más, las enseñanzas maternas eran vía segura para alentar el camino de una gran vocación. Este hijo que la escuchaba embelesado poniendo de manifiesto la sensibilidad y ternura por lo divino no dejaba a nadie indiferente. Llamaba la atención no solo de su familia sino también del vecindario. Le conocían entrañablemente como «i/ santarello» (el santito). Esta aureola de virtud le acompañaría el resto de su vida. Su padre era labrador y pastor, y él siguió sus pasos. La oración y el ayuno que realizaba eran tan intensos que su organismo decayó y saltaron las alarmas en su entorno porque era de constitución débil y enfermiza.

Al inicio de su juventud barajó la opción de la vida religiosa, pero estaba indeciso y dejó aparcada la idea. Sin embargo, a los 17 años se le presentó una grave enfermedad, que casi le cuesta la vida, y prometió a Dios que si sanaba ingresaría en la Orden capuchina. Recobró la salud, y durante dos años relegó al olvido su promesa. Hasta que un día se encabritó su caballo, y alzó la voz desencajado pidiendo a Dios socorro, al tiempo que renovaba el compromiso que le hizo, que esta vez fue definitivo. Tenía 20 años y un aspecto tan deteriorado que el provincial no quiso admitirle pensando que no soportaría la dureza de la vida conventual. Vicente no se desanimó. Por mediación de sus padres obtuvo la recomendación del marqués de Láconi, y en 1721 se integró en la comunidad de San Benito, de Cagliari, cumpliéndose su anhelo.

El noviciado requería temple, ciertamente. Pero él ya sabía lo que era el ayuno y la penitencia. Ahora bien, tomó con tanto brío las mortificaciones que estuvo a punto de caer desfallecido. No había medido adecuadamente sus fuerzas y acudió a María: «Madre mía, ayúdame, que ya no puedo más». Ella le acogió y le instó a seguir adelante con renovado ímpetu: «Animo, fray Ignacio; acuérdate de la pasión dolorosa de mi Hijo divino; y lleva tú también tu cruz con paciencia».EI hecho fue que en sesenta años de consagración no volvió a experimentar tal fatiga. Emitió los votos en 1722 y siguió progresando en el amor a base de oración continua, silencio y vivencia de las virtudes evangélicas. En su día a día no hubo hechos extraordinarios, pero se distinguió por su heroicidad en la perfección buscando la unión con Dios. Vivía maravillosamente la pobreza. Tan desasido estaba de todo que hasta le delataba el penoso estado del hábito y de sus maltrechas sandalias que le provocaban sangrantes heridas en los talones.

Pasó por varios conventos y al final fue trasladado al de Buoncammino, en Cagliari. Había sido antes cocinero, y en este último destino comenzó trabajando en el telar, hasta que los superiores le encomendaron la labor de limosnero, recolector de alimentos y proveedor de las necesidades materiales de la comunidad. La gente le estimaba porque veían en él al verdadero discípulo de Cristo. Se mezclaba con los que estaban en las tabernas y plazas del puerto movido por el afán de socorrer a los pobres, y ayudar a tantos pecadores que se convirtieron con su ejemplo. Era paciente, agradecido, amable; poseía las cualidades del buen limosnero. Con su prudencia conquistó el alma de un rico usurero y prestamista que se sorprendió de que nunca le pidiese nada, pasando reiteradamente por alto ante su puerta. Un día, cuando el santo acudió a casa del comerciante, como le indicaron sus superiores, recogió un
cargamento de bienes que por el camino se convirtieron en una masa sanguinolenta. Al llegar al convento, dijo: «Vea, reverendo padre, vea la sangre de los pobres amasada con los robos y con la usura de aquel hombre: esas son sus riquezas...».Extendiéndose el prodigio por la ciudad, el especulador se arrepintió de su avaricia, se desprendió de sus bienes y no comerció más con los ajenos.

Ignacio intentaba ocultar las gracias que Dios le otorgaba con estratagemas que, seguramente, dieron lugar a que muchos le consideraran una especie de mago. A veces, recurriendo incluso a remedios naturales hacía creer que las curaciones milagrosas eran en realidad fruto de las últimas fórmulas de la medicina. En medio de los hechos sobrenaturales que se le atribuyen, su vida, como la de todos los santos, estuvo amasada de íntimas renuncias; por su conducta cotidiana fue reconocido como hombre de Dios. Los ciudadanos de Cagliari lo denominaron «el padre santo», un calificativo atestiguado por contemporáneos suyos. José Fues, pastor protestante que residía en la isla, en una misiva enviada a un amigo germano le decía: «Vemos todos los días dar vueltas por la ciudad pidiendo limosna un santo viviente, el cual es un hermano laico capuchino que se ha ganado con sus milagros la veneración de sus compatriotas».

En 1779 perdió la vista y llenó su quehacer con la oración. Supo de antemano la hora de su deceso, lo cual le permitió dispensar a los religiosos de su presencia ante su lecho, rogándoles que fuesen a Vísperas. Falleció a los 80 años el 11 de mayo de 1781 con fama de santidad entre las gentes que le habían aclamado por sus numerosas virtudes. Los prodigios, que tan bien conocían, se multiplicaron tras su muerte. Pío XII lo beatificó el 16 de junio de 1940, y lo canonizó el 21 de octubre de 1951.

Este humilde lego, que fue un dechado de virtudes, nació en Láconi, Cerdeña, el 18 de diciembre de 1701. Era el segundo de nueve hermanos. Crecieron en un hogar falto de recursos materiales, pero de gran riqueza espiritual. En el bautismo le impusieron tres nombres: Francisco, Ignacio y Vicente, prevaleciendo en su familia éste último. Del cielo llovieron a través de él tal cúmulo de gracias que, como han dicho algunos de sus biógrafos, se convirtieron también en su martirio en vida, y «estorbo» tras su muerte para el reconocimiento de su santidad. Su madre, devotísima de san Francisco, le narraba su biografía y milagros, y Vicente se entusiasmó con él, haciendo sus pinitos para imitarle. Una vez más, las enseñanzas maternas eran vía segura para alentar el camino de una gran vocación. Este hijo que la escuchaba embelesado poniendo de manifiesto la sensibilidad y ternura por lo divino no dejaba a nadie indiferente. Llamaba la atención no solo de su familia sino también del vecindario. Le conocían entrañablemente como «il santarello» (el santito). Esta aureola de virtud le acompañaría el resto de su vida. Su padre era labrador y pastor, y él siguió sus pasos. La oración y el ayuno que realizaba eran tan intensos que su organismo decayó y saltaron las alarmas en su entorno porque era de constitución débil y enfermiza.

Al inicio de su juventud barajó la opción de la vida religiosa, pero estaba indeciso y dejó aparcada la idea. Sin embargo, a los 17 años se le presentó una grave enfermedad, que casi le cuesta la vida, y prometió a Dios que si sanaba ingresaría en la Orden capuchina.

Recobró la salud, y durante dos años relegó al olvido su promesa. Hasta que un día se encabritó su caballo, y alzó la voz desencajado pidiendo a Dios socorro, al tiempo que renovaba el compromiso que le hizo, que esta vez fue definitivo. Tenía 20 años y un aspecto tan deteriorado que el provincial no quiso admitirle pensando que no soportaría la dureza de la vida conventual. Vicente no se desanimó. Por mediación de sus padres obtuvo la recomendación del marqués de Láconi, y en 1721 se integró en la comunidad de San Benito, de Cagliari, cumpliéndose su anhelo.

El noviciado requería temple, ciertamente. Pero él ya sabía lo que era el ayuno y la penitencia. Ahora bien, tomó con tanto brío las mortificaciones que estuvo a punto de caer desfallecido. No había medido adecuadamente sus fuerzas y acudió a María: «Madre mía, ayúdame, que ya no puedo más». Ella le acogió y le instó a seguir adelante con renovado ímpetu: «Animo, fray Ignacio; acuérdate de la pasión dolorosa de mi Hijo divino; y lleva tú también tu cruz con paciencia».EI hecho fue que en sesenta años de consagración no volvió a experimentar tal fatiga. Emitió los votos en 1722 y siguió progresando en el amor a base de oración continua, silencio y vivencia de las virtudes evangélicas. En su día a día no hubo hechos extraordinarios, pero se distinguió por su heroicidad en la perfección buscando la unión con Dios. Vivía maravillosamente la pobreza. Tan desasido estaba de todo que hasta le delataba el penoso estado del hábito y de sus maltrechas sandalias que le provocaban sangrantes heridas en los talones.

Pasó por varios conventos y al final fue trasladado al de Buoncammino, en Cagliari. Había sido antes cocinero, y en este último destino comenzó trabajando en el telar, hasta que los superiores le encomendaron la labor de limosnero, recolector de alimentos y proveedor de las necesidades materiales de la comunidad. La gente le estimaba porque veían en él al verdadero discípulo de Cristo. Se mezclaba con los que estaban en las tabernas y plazas del puerto movido por el afán de socorrer a los pobres, y ayudar a tantos pecadores que se convirtieron con su ejemplo. Era paciente, agradecido, amable; poseía las cualidades del buen limosnero. Con su prudencia conquistó el alma de un rico usurero y prestamista que se sorprendió de que nunca le pidiese nada, pasando reiteradamente por alto ante su puerta. Un día, cuando el santo acudió a casa del comerciante, como le indicaron sus superiores, recogió un
cargamento de bienes que por el camino se convirtieron en una masa sanguinolenta. Al llegar al convento, dijo: «Vea, reverendo padre, vea la sangre de los pobres amasada con los robos y con la usura de aquel hombre: esas son sus riquezas...».Extendiéndose el prodigio por la ciudad, el especulador se arrepintió de su avaricia, se desprendió de sus bienes y no comerció más con los ajenos.

Ignacio intentaba ocultar las gracias que Dios le otorgaba con estratagemas que, seguramente, dieron lugar a que muchos le consideraran una especie de mago. A veces, recurriendo incluso a remedios naturales hacía creer que las curaciones milagrosas eran en realidad fruto de las últimas fórmulas de la medicina. En medio de los hechos sobrenaturales que se le atribuyen, su vida, como la de todos los santos, estuvo amasada de íntimas renuncias; por su conducta cotidiana fue reconocido como hombre de Dios. Los ciudadanos de Cagliari lo denominaron «el padre santo», un calificativo atestiguado por contemporáneos suyos. José Fues, pastor protestante que residía en la isla, en una misiva enviada a un amigo germano le decía: «Vemos todos los días dar vueltas por la ciudad pidiendo limosna un santo viviente, el cual es un hermano laico capuchino que se ha ganado con sus milagros la veneración de sus compatriotas».

En 1779 perdió la vista y llenó su quehacer con la oración. Supo de antemano la hora de su deceso, lo cual le permitió dispensar a los religiosos de su presencia ante su lecho, rogándoles que fuesen a Vísperas. Falleció a los 80 años el 11 de mayo de 1781 con fama de santidad entre las gentes que le habían aclamado por sus numerosas virtudes. Los prodigios, que tan bien conocían, se multiplicaron tras su muerte. Pío XII lo beatificó el 16 de junio de 1940, y lo canonizó el 21 de octubre de 1951.