Tribunas

Mensajes de Amor y de Misericordia

 

 

Ernesto Juliá


 

 

En estos tiempos se oye con mucha frecuencia hablar de los “mensajes de Amor y de Misericordia” que el Señor quiere hacer presente en nuestras vidas. Y rara es la semana, o incluso el día, me atrevería a decir, que el Papa no nos los recuerda a la Iglesia entera, para que todos podamos enfrentarnos, con nuevo ánimo y confiados en el Amor de Dios, a las situaciones complicadas y difíciles que se nos presentan cuando queremos manifestar y proclamar nuestra Fe.

¿Entendemos bien esos “mensajes”? ¿Nos dan la fuerza y el aliento que necesitamos para ser “testimonios vivos” de nuestra fe en Jesucristo? ¿Nos transmiten la confianza y la cercanía que el Señor anhela que vivamos con Él?

Al comprobar el actuar día a día de tantos cristianos tengo mis dudas de que esos mensajes llegue a tantos corazones como el mismo Papa desearía.. ¿Por qué?

Para que podamos entender bien esos mensajes, me parece que valdría la pena que también se recordase con frecuencia otros mensajes que Jesús nos ha invitado a vivir y que abren el camino a nuestro corazón y a nuestra inteligencia para que podamos  apreciar más y mejor el sentido del Amor y de la Misericordia.

El primero lo señalan los evangelistas con estas palabras: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: “Haced penitencia, pues el reino de los cielos está al llegar” (Mt 4, 17); “Después de haber sido Juan apresado, marchó Jesús a Galilea, predicando el evangelio de Dios, y decía: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca. Convertíos y creed el Evangelio” (Mc. 114-15).

El segundo lo recoge san Juan en estos términos: “Como me envió el Padre, así os envío Yo. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, le son perdonados, a quienes se los retengáis, les son retenidos” (Jn 20, 23).  Y Lucas escribe estas palabras de Jesús: “Así está escrito que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día, y en su nombre había de predicarse la penitencia para la remisión de los pecados a todas las gentes, comenzando desde Jerusalén” ( 24, 46-47).

El Papa invita con frecuencia a vivir el sacramento de la Reconciliación. ¿Lo vivimos con esa buena conciencia de arrepentimiento por nuestros pecados, necesaria para recibir la Misericordia de Dios?

De los mensajes de Conversión y de Penitencia unida al arrepentimiento y perdón de los pecados apenas se habla. En una tribuna reciente de esta columna se hacía mención a un cardenal que se quejaba de que los pecados contra la castidad hacía años que apenas se mencionaban; y podemos añadir que ahora, menos todavía, cuando un conocido eclesiástico belga habla a los cuatro vientos de la “conveniencia” de dar una “bendición” a las uniones homosexuales. ¿Se ha olvidado ese hombre de la recomendación de san Pablo a su discípulo Timoteo para que recuerde a los fieles bajo su autoridad que la Ley está para animar a la conversión y al arrepentimiento a “los injustos y rebeldes, los impíos y pecadores, los criminales e impuros, los parricidas y matricidas, los homicidas, los fornicarios, los sodomitas, los traficantes de esclavos, los mentirosos, los perjuros  y para todo lo que se opone a la sana doctrina” (1, 10).

Quizá no se habla de estas cuestiones pensando que así no se hace sufrir a nadie, y tampoco se facilita que alguien piense que se quieren imponer unas “reglas” que limiten la libertad, etc. etc,

Gran error, y mayor aptitud “acomplejada“  ante la realidad de la sociedad europea actual, y desconocimiento - ¿ignorancia fingida?- de que, sin esos mensajes de Conversión y de Penitencia por nuestros pecados, los hombres y las mujeres de cualquier época reciben los mensajes de Amor y de Misericordia  como simples anuncios  de “amor y de misericordia” en letras minúsculas, que carecen de sentido y acaban siendo despreciados.

“Si yo no peco, ¿para qué quiero la Misericordia?” “Si yo no tengo conciencia de pecado, ¿de qué me va a “redimir” Cristo?

El Papa ha recordado recientemente la acción sutil del diablo. ¿Hay acción diabólica más sutil -entre otras- que la de eliminar de la mente de hombres y mujeres la maldad del pecado contra el sexto mandamiento? ¿La maldad que se hacen el hombre y la mujer a sí mismos, viviendo su sexualidad egoistamente, y contra la ley de Dios que busca el bien de los seres humanos?

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com