Servicio diario - 16 de septiembre de 2018


 

Felicidad en el amor verdadero: el Papa Francisco comenta sobre el Evangelio del domingo
Raquel Anillo

El Papa Francisco agradece a la " maravillosa gente de Sicilia por su calurosa acogida"
Anita Bourdin

El Papa Francisco ofrece 40.000 crucifijos "para que se vea en la casa"
Anita Bourdin

San Roberto Belarmino, 17 de septiembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

16/09/2018-15:07
Raquel Anillo

Felicidad en el amor verdadero: el Papa Francisco comenta sobre el Evangelio del domingo

(ZENIT — 16 septiembre 2018).- "Solo encontramos la felicidad cuando el amor, la verdad, nos encuentra, nos sorprende, nos cambia": el Papa Francisco comentó en estos términos el Evangelio del día, antes del Ángelus de este domingo, 16 de septiembre de 2018, desde la ventana del palacio apostólico que da a la Plaza de San Pedro donde se reunieron unas 35.000 personas, según la Gendarmería del Vaticano.

"¡El amor lo cambia todo! Y el amor también puede cambiarnos a cada uno de nosotros. Los testimonios de los santos lo muestran", insistió el Papa, comentando sobre este evangelio que nos invita a descubrir quién es Cristo y a seguirlo (Marcos 8, 27-35).

Pero señaló que a Cristo no le importan las "encuestas" sobre su popularidad y espera respuestas de sus discípulos que no sean "prefabricadas", sino respuestas que
provienen del corazón.

Después del Ángelus, el Papa habló sobre su viaje a Sicilia el sábado. Aplaudió a los sicilianos, a quienes agradeció su cálida bienvenida. También explicó por qué le ofreció a la gente en la Plaza un crucifijo de plata, un signo del amor y de la misericordia de Dios, invitándolos a colocarla en casa en un lugar donde se vea.

El Papa también saludó a varios grupos, entre ellos a profesores de latín de los Países Bajos y a los estudiantes, a quienes elogió en latín, y a un grupo de Nicaragua.

Aquí está nuestra traducción, del italiano, de las palabras del Papa pronunciadas antes del Ángelus.

AB

 

Palabras del Papa Francisco antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el pasaje del Evangelio de hoy (Mc 8, 27-35), se vuelve a hacer la pregunta que recorre todo el Evangelio de Marcos: ¿quién es Jesús? Pero esta vez, es el mismo Jesús quien se lo pregunta a sus discípulos, ayudándolos a enfrentar progresivamente el cuestionamiento fundamental de su identidad. Antes de interpelar directamente a los Doce, Jesús quiere saber de ellos lo que la gente piensa de él — y sabe que los discípulos son muy sensibles a la popularidad del Maestro! Entonces pregunta: "la gente, ¿quién dicen que soy? "(v. 27). Resulta que Jesús es considerado por el pueblo como un gran profeta. Pero, en realidad, no le interesan las encuestas ni el chismorreo de la gente. Tampoco acepta que sus discípulos respondan a sus preguntas con fórmulas prefabricadas, citando personas célebres de las Sagradas Escrituras, porque una fe que se reduce a las fórmulas es una fe miope.

El Señor quiere que sus discípulos de ayer y de hoy establezcan una relación personal con Él y lo reciban como el centro de sus vidas. Es por eso que los insta a reflexionar sobre sí mismos y les pregunta: "Pero tú, ¿quién dices que soy yo?" (v. 29). Hoy, Jesús dirige esta solicitud tan directa y confidencial a cada uno de nosotros: "¿Quién soy yo para ti?, ¿Quién soy yo para ti?". Cada uno está llamado a responder en su corazón, dejándose iluminar por la luz que el Padre nos da para conocer a su Hijo Jesús. Y puede sucedemos a nosotros, como a Pedro, que afirmemos con entusiasmo: "Tú eres el Mesías". Pero cuando Jesús nos dice claramente lo que dijo a sus discípulos, o sea que su misión no se lleva a cabo en el amplio camino hacia el éxito, sino en el arduo camino del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado, entonces nos puede pasar a nosotros también, como a Pedro, que protestemos y rebelemos porque esto contrasta también con nuestras expectativas. En estos momentos, también merecemos el saludable reproche de Jesús: "¡Apártate de mí, Satanás! Porque tu no juzgas según Dios, sino según los hombres " (v.33).

La profesión de fe en Jesucristo no se detiene ante en las palabras, sino que requiere ser autenticado por elecciones y acciones concretas, por una vida marcada por el amor de Dios y del prójimo. Por una vida grande, por una vida llena de amor al prójimo. Jesús mismo dice que para seguirlo, para ser sus discípulos, hay que negarse a sí mismo (v. 34), o sea renunciar a las pretensiones del orgullo propio, egoísta y tomar la propia cruz. Luego le da a todos una regla fundamental: "El que quiera salvar su vida la perderá" (v.35). En la vida, a menudo, por muchas razones, cometemos un error en el camino, buscando la felicidad solo en las cosas o en las personas que tratamos como cosas. Pero encontramos la felicidad solo cuando el amor, el verdadero, nos encuentra, nos sorprende, nos cambia. El amor lo cambia todo! Y el amor también puede cambiarnos a cada uno de nosotros. Los testimonios de los santos lo muestran.

Que la Virgen María, que vivió su fe fielmente siguiendo a su Hijo Jesús, también nos ayude a caminar en su camino, gastando generosamente nuestras vidas por él y por nuestros hermanos.

 

 

16/09/2018-15:40
Anita Bourdin

El Papa Francisco agradece a la " maravillosa gente de Sicilia por su calurosa acogida"

(ZENIT — 16 setiembre 2018).- "El bien es más fuerte que el mal, el amor es más fuerte que el odio": el testimonio del mártir de la mafia, el bienaventurado don Pino Puglisi lo atestigua, señaló el Papa Francisco después del Ángelus de este Domingo, 16 de septiembre de 2018, en la Plaza de San Pedro, en presencia de unas 35,000 personas. Aclamado por aplausos espontáneos, el Papa habló de su viaje de un día a Piazza Armerina y Palermo el sábado, con motivo del 25 aniversario de la muerte de Don Pino, el 15 de septiembre de 1993.

El Papa alentó la reacción de la multitud: "¡Aplausos a Don Pino!"

Luego desgranó sus entusiastas gracias: "Agradezco sinceramente a las autoridades civiles y eclesiásticas y a todas las personas que ayudaron a hacer posible este viaje. Agradezco a los buenos pilotos del avión y el helicóptero. Agradezco especialmente a los queridos obispos Rosario Gisana y Corrado Lorefice por su excelente servicio pastoral. Agradezco a los jóvenes, a las familias y a toda la gente maravillosa de esta hermosa tierra de Sicilia por su cálida bienvenida".

El Papa deseó que "el ejemplo y el testimonio de Don Puglisi continúen iluminándonos a todos y nos confirmen que el bien es más fuerte que el mal, el amor es más fuerte que el odio".

El Papa hizo aplaudir a toda Sicilia, bajo las ovaciones: "¡Que el Señor os bendiga, sicilianos y a vuestro país! ¡Aplausos a los sicilianos!"

El sábado, después de una reunión con los habitantes de Piazza Armerino y de la provincia de Enna, el Papa fue a Palermo donde presidió la Misa ante unas 100.000 personas: llamó a la mafia a la conversión al verdadero Dios de Jesucristo Almorzó con el Arzobispo Lorefice y con personas pobres, refugiados y detenidos.

Luego realizó una visita privada a la parroquia (San Gaetano) y luego a la casa de don Puglisi, ante la cual fue asesinado en la noche de su 56° cumpleaños.

En la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, el Papa se encontró con el clero y los consagrados, pidiéndoles una vida cotidiana en coherencia con la Eucaristía y la reconciliación celebrada en los sacramentos.

Y en Piazza Politeama tuvo un largo diálogo con los jóvenes, instándolos a no detenerse, caminar, participar y construir la "esperanza": "Sin compromiso no podemos construir el futuro. El futuro está en vuestras manos".

En el camino al aeropuerto, el Papa añadió un gesto para saludar el compromiso de los sicilianos contra la mafia: se recogió en Capaci, ante el monumento del atentado mafiosos que costó la vida, el 23 de mayo de 1992, al juez Giovanni Falcone, y a su esposa Francesca Morvillo, juez también, y a los tres hombres de la escolta.

© Traducción ZENIT, R. A.

 

 

16/09/2018-11:51
Anita Bourdin

El Papa Francisco ofrece 40.000 crucifijos "para que se vea en la casa"

(ZENIT — 16 septiembre 2018).- "En la cruz de Cristo, está todo el amor de Dios, y su inmensa misericordia" : esta frase del Papa Francisco, pronunciada durante el Vía Crucis de los jóvenes en Río de Janeiro en el Día Mundial de la juventud en Brasil (26 de julio de 2013) acompaña a un crucifijo, un regalo del Papa Francisco que distribuyó en la Plaza de San Pedro, "para que se vea en la casa".

Un crucifijo de plata fue ofrecido a los presentes en el Angelus este domingo, 16 de septiembre de 2018 por la Capellanía Apostólica, dirigida por el Cardenal Konrad Krajewski.

Dos días después de la conmemoración litúrgica de la Fiesta de la Exaltación de la Cruz, el Papa distribuyó estos 40.000 crucifijos con una pequeña tarjeta y esta inscripción.

El Papa Francisco presentó y mostró el crucifijo desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano, explicando su significado religioso: "Hoy, dos días después de la fiesta de la Santa Cruz, pensé en ofreceros un crucifijo a vosotros los que estáis en la plaza. El crucifijo es el signo del amor de Dios, que en Jesús ha dado la vida por nosotros. Os invito a acoger este regalo y a llevarlo a vuestra casa, en la habitación de vuestros hijos o en casa de los abuelos ... Para que se vea en la casa. No es un objeto decorativo, sino un signo religioso para contemplar y orar".

El Papa insistió en la gratuidad y que nadie podía pedir dinero: "¡es un regalo del Papa!".

"¡Agradezco a las hermanas, a los pobres y a los refugiados que ahora distribuirán este regalo, pequeño pero precioso! agregó.

El crucifijo está acompañado por una tarjeta que indica en tres idiomas la frase pronunciada por el Papa Francisco en Río.

Como ahora es una tradición en la distribución de regalos del Papa en la Plaza San Pedro, los pobres, los desamparados y los refugiados, así como muchos voluntarios y religiosos, distribuyeron el regalo.

Los voluntarios y personas necesitadas, más de 300, recibieron un bocadillo y una bebida por parte del Papa Francisco.

© Traducción ZENIT, R. A.

 

 

16/09/2018-06:35
Isabel Orellana Vilches

San Roberto Belarmino, 17 de septiembre

«Insigne jesuita, arzobispo, cardenal y doctor de la Iglesia, fue un brillante defensor de la fe frente al protestantismo. Autor, entre otras obras, de la excepcional Controversiae. Tuvo bajo su dirección a san Luís Gonzaga»

Nació en Montepulciano, Italia, el 4 de octubre de 1542. El papa Marcelo II era tío materno suyo. Esta circunstancia, unida a su privilegiada inteligencia superior a lo ordinario, que presagiaba un futuro brillante para su vida, aunque no llegó a ser causa de tropiezo para él, bordeó las tentaciones de la vanidad y el orgullo. Su madre le advirtió de la gravedad de estas tendencias que le acechaban, no solo por ser familiar del pontífice sino por sus prodigiosas dotes intelectuales. De éstas dio constancia el rector de los jesuitas de su ciudad natal, quien ya lo consideraba «el más inteligente de los alumnos», vaticinándole una carrera prometedora.

Roberto podía haber dejado a un lado los consejos maternos, pero no lo hizo. Reparó en la fugacidad de las glorias de este mundo: «Estando durante mucho tiempo pensando en la dignidad a que podía aspirar, me sobrevino de modo insistente el pensamiento de la brevedad de las cosas temporales. Impresionado con estos sentimientos, llegué a concebir horror de tal vida y determiné buscar una religión en que no hubiera peligro de tales dignidades». Y sabiendo que podía ser designado obispo o cardenal, eligió ex profeso la Orden de los jesuitas para consagrar su vida a Cristo. Ingresó en ella en 1560. Creyó estar a salvo allí de ciertos honores, debido al veto impuesto por las constituciones que impedían a sus miembros aceptar tan altas misiones, pero se equivocó.

A pesar de su débil salud —uno de sus más grandes sufrimientos, porque le obligaba a efectuar periódicos descansos cada dos meses para reponerse—, llegó a la vida religiosa con una sólida formación filosófica y teológica recibida en el Colegio Romano, en Padua y en Lovaina, donde impartió clases de teología después de ser ordenado sacerdote en 1570. Luego se convirtió en titular de la cátedra de apologética del Colegio Romano ejerciendo en él la docencia desde 1576 a 1586. Fue siendo rector de este prestigioso centro cuando tuvo bajo su dirección a san Luís Gonzaga, a quien admiró por su excelsa virtud; quiso ser enterrado junto a su tumba. También estimó a su hermano jesuita san Bernardino Realino, aunque el afecto era mutuo. Cuando se vieron cara a cara en un viaje apostólico efectuado por Roberto, los dos se abrazaron postrados de rodillas; era un signo del altísimo concepto que tenían el uno del otro. Tras la despedida, Bernardino manifestó: «se ha ido un gran santo».

Fruto de las reflexiones de esa época en la que fue profesor del Colegio Romano surgieron las Controversiae, un éxito de ventas y objeto de constantes reediciones, texto de primera magnitud paradefender la fe católica frente a las tesis de los protestantes. Escribió la obra a petición del pontífice. Tan fulminantes fueron sus argumentos para destronar al protestantismo que Teodoro de Beza, el teólogo calvinista francés, reconoció: «He aquí el libro que nos ha derrotado». Ese trabajo, junto con la Biblia, fue utilizado por san Francisco de Sales para combatirlos. En los escritos de Belarmino se advierten, junto a la Sagrada Escritura, referencias a los santos, destacando las alusiones a Jerónimo, Agustín, Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo. No falta la presencia de otras glorias de la Iglesia como san Benito, san Francisco y santo Domingo. Distintas obras de este insigne jesuita, como Doctrina cristiana breve, al igual que ha sucedido con su Controversiae, han sido sucesivamente reeditadas y traducidas a varios idiomas.

Clemente VIII lo designó sucesivamente teólogo pontificio, consultor del Santo Oficio, rector del Colegio de los Penitenciarios de la basílica de San Pedro, miembro de los obispos, de los Ritos, del Índice y de la Propagación de la Fe, así como cardenal y arzobispo de Capua. Respecto a esta última misión, aún tratándose de la voluntad del Santo Padre, cuando se lo propuso diciéndole: «Le elegimos porque no hay en la Iglesia de Dios otro que se le equipare en ciencia y sabiduría», Roberto le recordó el veto impuesto a los jesuitas por sus constituciones para ostentar cargos. Pero el pontífice dejó claro que podía dispensarle del mismo. De modo, que para no incurrir en pecado mortal, tuvo que aceptar el cardenalato. Al tomar posesión de sus aposentos, implantó la austeridad que signaba su acontecer. «Las paredes no sufren de frío», manifestó al rogar que retirasen las espléndidas cortinas para dárselas a los pobres. Admirable predicador, aclamado y elogiado por su sabiduría y dotes oratorias, llegó al corazón de todos los que acudían a escucharle. Multitudes llenaban los templos esperando oír sus sermones, y similar acogida tenían sus palabras en las universidades por las que pasó.

Se cuenta que mientras transmitía la Palabra de Dios su rostro mostraba un brillo especial. Como le ha sucedido a otros insignes predicadores, sufrió una radical evolución en el modo de exponer los sermones. Así, al ver que las gentes se sentían llamadas a la conversión, se decantó por la sencillez y sobriedad del evangelio, después de haber pasado por una etapa de recargamiento y uso de elementos literarios.

Fue un hombre de oración, reflexivo, humilde y obediente. Sus peticiones al cielo para no ser elegido pontífice tuvieron eco, pero poco faltó para recibir la designación ya que fue votado por la mitad del cónclave. Sus incursiones en el ámbito de la diplomacia en Venecia y en Inglaterra fueron de gran valía. Nunca había querido tener nada para él, pero lo poco que le quedaba tras su muerte lo entregaron a los pobres cumpliendo lo que dejó escrito en su testamento. En él rogaba también que sus funerales se oficiaran de noche desprovistos de solemnidad. Así se hizo después de su fallecimiento sucedido el 17 de septiembre de 1621 con fama de santidad. Pero no se pudo evitar que un impresionante gentío lo despidiera. Pío XI lo beatificó el 13 de mayo de 1923. También lo canonizó el 29 de junio de 1930, y en 1931 lo proclamó doctor de la Iglesia.