Colaboraciones

 

Para entender

 

 

19/09/2018 | por Pedro Abelló


 

 

Para entender es necesario liberar la mente de prejuicios y abrir el espíritu. No es un ejercicio sencillo, porque esos prejuicios han sido introducidos en nosotros de tal modo que parecen formar parte de la esencia de nuestro ser, y, sin embargo, dejarlos a un lado es un paso del todo necesario para entender. Hay también ciertas premisas de las que, una vez liberados de los prejuicios, debemos partir.

La primera de esas premisas consiste en asumir que no somos fruto de ningún azar ciego, sino que somos criaturas de un Dios creador, que nos ha creado a nosotros y a todo lo demás con una finalidad que nos trasciende a nosotros mismos y al mundo. Todo tiene una finalidad; el mundo tiene una finalidad, la historia tiene una finalidad y cada uno de nosotros tiene una finalidad, que se cumplirá cuando la Creación completada y glorificada vuelva a su Creador.

La segunda premisa es aceptar que el Mal existe, y que existe porque Dios ha dotado a sus criaturas de libertad, y una condición para que esa libertad sea tal es que comporte la posibilidad de negar a Dios. En el origen, algunas de las criaturas más perfectas, en uso de su libertad, pretendieron ocupar el lugar de Dios, y de ese modo nació el Mal. El Mal no tiene otra entidad que la de ser la ausencia de Bien querida por la voluntad de las criaturas en uso de su libertad. Y ese Mal primordial le propuso al hombre su misma tentación: “Seréis como Dios”. El hombre aceptó la propuesta del Mal y de este modo le abrió las puertas del mundo humano. Desde entonces, el Maligno es el señor de este mundo, al que Cristo llama “príncipe de este mundo”, y en uso de ese señorío el Mal pretende el dominio total sobre el hombre, la victoria total, arrebatando el hombre a Dios.

Toda la historia de la humanidad es la historia de una lucha espiritual entre el Bien y el Mal que pretende dominarnos, lucha que se desarrolla a través de nosotros mismos. Sin partir de esta premisa no es posible comprender la historia humana.

El hombre abrió al Mal las puertas de este mundo, y el hombre debe finalmente cerrárselas. Pero no puede hacerlo con sus propias fuerzas, debilitadas por su caída, por lo que el propio Dios entró en el mundo haciéndose hombre y sigue entre nosotros hasta el final, para que el hombre, usando rectamente su libertad, pueda unirse a Él y usar Su Fuerza en esta lucha.