Cáritas | Cooperación internacional • 08 Noviembre 2018

 

Los refugiados de Myanmar: una vida “en espera”

 

Cáritas trabaja en los campamentos de Tailandia desde hace décadas

 

 

 


 

 

 

En 1984 llegaron a Tailandia los primeros refugiados procedentes de Myanmar. Hoy son más de 100.000 personas, y son las protagonistas de la crisis humanitaria más larga de la historia. Cáritas está a su lado construyendo oportunidades de vida y un futuro más esperanzador.

Cuando oímos hablar de refugiados de Myanmar automáticamente pensamos en los rohingya, cuyo trágico destino de persecución y miseria llena nuestras cabezas de tanto en tanto. Pero pocos saben de la historia de otras etnias de Myanmar, como los karen y karenni, que viven en nueve “refugios temporales” distribuidos a lo largo de los 1.800 kilómetros de la frontera sudeste entre este país asiático y Tailandia.

 

 

El trabajo de Cáritas

Cáritas Tailandia, a través de COERR (Oficina Católica para las Emergencias y los Refugiados), trabaja en los campos desde hace treinta y cuatro años, cubriendo las necesidades básicas de las personas más vulnerables, facilitando asistencia psicosocial y medios de vida a los residentes.

Cáritas Española se unió a esta labor en 2010, y desde 2017, con el apoyo de la Unión Europea, acompaña a COERR en el proyecto “Fortalecimiento de capacidades y desarrollo de medios de vida sostenibles para los refugiados de Myanmar prolongadamente acampados en la frontera Tailandia-Myanmar en preparación de una eventual repatriación”.

 

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Naw Ka Ko y Saw Sunday son dos de los refugiados de Myanmar que viven en el campamento Mae La y que participan en el proyecto de Cáritas.

 

 

Naw Ka Ko: “¿Podemos quedarnos en Tailandia?”

Naw Ka Ko tiene ahora 38 años y llego al campo de Mae La cuando tenía 17, huyendo de la violencia en su ciudad con su marido y su recién nacido cargado a la espalda. Su marido está seriamente enfermo y ella ha de cuidar de sus tres hijos pequeños. Hace ocho años se unió al programa agrícola de COERR y hoy se ha convertido en una experimentada granjera, que ha cursado varias formaciones y transmitido lo aprendido a sus hijos y a sus vecinos.

Cuando piensa en el futuro se imagina a sí misma viviendo en el campo, donde está satisfecha con su vida y sus hijos pueden ir a la escuela. Y hace una pregunta muy difícil de responder: “Si no queremos volver a Myanmar, ¿podremos quedarnos en Tailandia?”. La respuesta es muy complicada. Aunque la economía tailandesa depende en gran medida de la mano de obra migrante, las leyes migratorias no permiten que los refugiados se integren en el sistema laboral legal: primero tendrían que volver a Myanmar y conseguir documentación oficial con la que solicitar un permiso de trabajo en Tailandia.

 

 

 

Saw Sunday: Su granja es su medicina

Saw Sunday sabe que su granja es su medicina. Tiene 73 años y ha estado viviendo en el campo de refugiados de Mae La durante los últimos treinta. Aún recuerda la noche en que escapó de su aldea, Bago, corriendo a través del bosque con su hijo a la espalda y los útiles de cocina en una bolsa.

Gracias al apoyo del proyecto, ahora tiene un huerto de vegetales y produce alimentos suficientes para toda su familia; incluso comparte con sus vecinos y estudiantes de la casa de acogida cercana a su huerto. Algunos de ellos le ayudan a regar cuando hace demasiado calor. Pero está decidido: él nunca se retirará, porque cultivar le hace feliz y le mantiene fuerte y sano.

 

 

 

 

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