Servicio diario - 12 de noviembre de 2018


 

Barcelona: Misa de beatificación de Teodoro Illera del Olmo y 15 compañeros mártires
Redacción

Mensaje del Santo Padre Francisco al Arzobispo de Poznan
Redacción

Causa de los santos: James Alfred Miller, mártir en Guatemala
Marina Droujinina

Santa Marta: El obispo es un servidor, no un príncipe
Anita Bourdin

Beata María Teresa de Jesús (María Scrilli), 13 de noviembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

12/11/2018-12:32
Redacción

Barcelona: Misa de beatificación de Teodoro Illera del Olmo y 15 compañeros mártires

(ZENIT – 12 nov. 2018).- Esta es la homilía dada por el Excelentísimo cardenal Giovanni Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, pronunciado este [10 de noviembre de 2018] en Barcelona, ​​en la Basílica de la Sagrada Familia, durante la Misa de Beatificación por Teodoro Illera Del Olmo, sacerdote profeso de la Congregación de San Pedro ad Vincula y 15 compañeros mártires, asesinados durante la persecución religiosa en España en los años 1936-1937

 

Homilía del Card. Giovanni Angelo Becciu

¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Rom 8,35)

Queridos hermanos y hermanas,

Ésta es la pregunta que se hace el Apóstol en su carta a los cristianos de Roma. Tenía entonces delante de sus ojos los sufrimientos y las persecuciones de la primera generación de discípulos, testigos de Cristo. Palabras como tribulación, angustia, hambre, desnudez, peligro, persecución, suplicio, sacrificio «como a ovejas de matanza» (v. 36) describían una realidad de sufrimiento y de martirio, que se convertiría más tarde en la experiencia de aquellos que se habían unido a Cristo y que habían acogido su amor con fe. Y hoy la Iglesia en Barcelona, contemplando a los beatos Teodoro Illera del Olmo y a los quince compañeros mártires, se pregunta también «¿quién nos separará del amor de Cristo?».

San Pablo se apresura a dar una respuesta cierta a esta pregunta: nada «podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (v. 39), nada, ni siquiera la muerte, ni las fuerzas misteriosas del mundo, ni el porvenir, ni ninguna criatura (cfr. vv. 38-39). Puesto que Dios ha enviado al mundo a su Hijo único y este Hijo ha dado su vida por nosotros, un amor así no puede extinguirse. Es más fuerte que cualquier cosa y guarda para la vida eterna a aquellos que han amado a Dios hasta el punto de dar su vida por él. La gloria de los mártires permanece mientras que los regímenes de persecución pasan. Estos Beatos, hombres y mujeres, consagrados y laicos, a los que quitaron la vida en diversos lugares, fechas y circunstancias, estos ¡son hermanos nuestros!

Los trece religiosos pertenecen a tres diversos Institutos: la Congregación de San Pedro ad Vincula, la Congregación de las Hermanas Capuchinas de la Madre del Divino Pastor y la Congregación de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones. Dentro de lo específico de los respectivos carismas y de sus distintas perspectivas apostólicas, estos testigos de la fe han vivido con generosidad y coraje los valores de la vida religiosa, lo que provocó el ensañamiento de sus perseguidores, decididos a destruir la Iglesia en España.

Los tres fieles laicos, a los que mataron en La Rabassada, vivieron coherentemente su vocación cristiana a la caridad, convirtiéndose en apóstoles de la ayuda fraterna y hospitalidad diligente con los religiosos de la Congregación de San Pedro ad Vincula, y fueron por eso asociados a ellos en la misma condena a muerte. Estas hermanas y hermanos nuestros, nos dicen hoy: «Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado» (Rom 8, 37).

Esta es la victoria, que ellos obtuvieron en aquel tiempo, un tiempo caracterizado por un clima de persecución de aquellos que se declaraban miembros de la Iglesia católica, fueran consagrados o fieles laicos. Los nuevos beatos eran fieles a la Iglesia y por eso sembraban el bien tanto en las parroquias, como en los colegios donde enseñaban o en tantas otras actividades que ejercían según su condición. En el momento supremo de su existencia, cuando debían confesar la propia fe, no tuvieron miedo: aceptaron la muerte, ya que no negaron su identidad como religiosos, religiosas o laicos comprometidos. El motivo por el que los mataron fue únicamente religioso, determinado por el odio de los opresores hacia la fe y la Iglesia católica, puesta en el punto de mira en aquel contexto histórico de las persecuciones religiosas de la primera mitad del siglo XX (veinte) en España. El odio hacia la Iglesia prevaleció y oprimió la dignidad humana y los principios de libertad y de democracia.

A pesar de este clima de intolerancia y de persecución a los cristianos, el beato Teodoro Illera del Olmo y los 15 compañeros mártires estaban decididos a permanecer fieles – con riesgo de su vida – a todo lo que la fe les exigía. Siendo conscientes del peligro que les amenazaba, no se echaron atrás y vivieron la detención y la muerte con una gran confianza en Dios y en la vida eterna. Imitaron así a los siete hermanos macabeos mártires y a su madre, como hemos escuchado en la primera lectura, que soportaba «con entereza, esperando en el Señor» (2Mac 7,20).

En lo Beatos que celebramos hoy, cuya vida fue sellada con el martirio in odium fidei, la Iglesia reconoce un modelo a imitar, para que los creyentes de todos los tiempos caminen más derechamente hacia aquella Jerusalén celeste donde ellos ya habitan.

La comparación de Jesús, que hemos escuchado en el  Evangelio, sintetiza bien sus vidas: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn. 12,24). Para producir fruto, el grano de trigo debe morir.  Estos hermanos y hermanas nuestras, que hoy han sido proclamados Beatos, en todas sus decisiones fueron ese “grano”, porque aceptaron morir un poco cada vez, en el gastarse cotidiano al servicio del Evangelio, hasta el heroico gesto final.

La fecundidad de cada anuncio y de cada servicio en la Iglesia se mide por la disponibilidad para ser grano de trigo caído en la tierra, como Jesús, que produjo mucho fruto al morir. Como la caída en la tierra es la condición de la fecundidad del grano de trigo, así Jesús muriendo, levantado sobre la tierra, atrae toda la humanidad al Padre.

También hoy, en esta sociedad fragmentada, marcada por las divisiones y la cerrazón, el que quiere crecer y ser útil al prójimo está llamado a dar testimonio de la lógica del grano de trigo. Los que quieran hacer fecunda la propia vida, deben tomar decisiones en la lógica de un compromiso que requiere sacrificio, sin excluir el sacrificio de su propia vida. El sentido  de la fecundidad del sacrificio de nosotros mismos, por el bien de la colectividad, nos lo explica Jesús, que advierte: «el que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (v. 25).

El camino recorrido por el divino Maestro es el mismo que debe recorrer cada discípulo. Jesús no nos pide perder la vida material para tener la vida espiritual; más bien vivir nuestra existencia, no para la conservación y apego a nosotros mismos, sino en el don y en el amor hacia los otros. Sólo el que se da totalmente por amor lleva fruto y se abre a la verdadera vida. «El que quiera servirme, que me siga» (v. 26) nos recuerda Jesús. El servicio es el verdadero camino para seguirle. Sólo quien es capaz de servir puede afirmar que se encuentra en el camino que Jesús está recorriendo y que es su discípulo.

La beatificación de hoy es una nueva etapa para la Iglesia en Barcelona, para las familias religiosas y para las parroquias a las que pertenecían los nuevos Beatos. Es para todos vosotros un motivo de profunda alegría saber que están junto a Dios aquellos que formaban parte de vuestras comunidades, poder admirar la fe y la valentía de estos hermanos y hermanas. Pero estos mártires nos invitan además a pensar en la multitud de creyentes que en el mundo también hoy sufren persecución, a escondidas, de modo lacerante, porque lleva consigo la falta de libertad religiosa, la imposibilidad de defenderse, la reclusión, la muerte civil: la prueba que soportan tiene puntos en común con la que pasaron nuestros nuevos Beatos.

Por último, debemos pedir para nosotros mismos la valentía de la fe, de la completa fidelidad a Jesucristo, a su Iglesia, tanto en el momento de la prueba como en la vida cotidiana. Nuestro mundo, con demasiada frecuencia indiferente o inconsciente, espera de los discípulos de Cristo un testimonio inequívoco, como el de los mártires que hoy celebramos. ¡Jesucristo está vivo!: la oración y la Eucaristía son esenciales para que vivamos de su propia vida; nuestro cariño a la Iglesia es una sola cosa con nuestra fe; la unidad fraterna es la señal por excelencia del cristiano; la verdadera justicia, la pureza, el amor, el perdón y la paz son frutos del Espíritu de Jesús; al ardor misionero forma parte de este testimonio; no podemos tener escondida la lámpara encendida de nuestra fe.

Estos nuevos Beatos, en cuanto mártires, anunciaron el Evangelio entregando la vida por amor: con la fuerza de sus sufrimientos, ellos son el signo de aquel amor más grande que reúne en sí todo lo valioso. Constituyen también una denuncia silenciosa, pero más elocuente que ninguna otra, de la discriminación, del racismo y de los abusos contra la libertad religiosa, que como ha comentado recientemente el Santo Padre Francisco “es un bien supremo que se debe tutelar, un derecho fundamental, baluarte contra las pretensiones totalitarias” (Discurso a la delegación de Rabinos del Caúcaso, 5 de noviembre de 2018). Con la fidelidad con la que supieron ser heroicos, nos enseñan a buscar incesantemente la voluntad de Dios en el cumplimiento de nuestros deberes cotidianos.

Ellos son un testimonio vivo de cómo, en medio de las tribulaciones y de la hostilidad, el discípulo de Cristo está llamado a conservar la paciencia y la mansedumbre, unidas a la capacidad de perdonar, como Cristo en la cruz.

¡Que esta beatificación reavive así nuestra fe, nuestro testimonio cristiano, nuestra vida! Para nosotros se escriben hoy, con la sangre de nuestros mártires, las palabras inspiradas del salmista: «Bendigo al Señor en todo momento… Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias» (Sal 34). Que sea así para nosotros. Por esto invoquemos la intercesión de los nuevos Beatos y repitamos juntos:

¡Beato Teodoro Illera del Olmo y los quince compañeros mártires, rogad por nosotros!

 

© Librería Editorial Vaticano

 

 

12/11/2018-12:15
Redacción

Mensaje del Santo Padre Francisco al Arzobispo de Poznan

(ZENIT – 12 nov. 2018).-  Este es el mensaje que el Santo Padre envió a Su Excelencia Monseñor Stanisław Gądecki, Arzobispo de Poznań, Presidente de la Conferencia Episcopal Polaca, con motivo del 100 aniversario de la independencia de Polonia, que tuvo lugar este 11 de noviembre, al fin de la I Guerra Mundial

 

Mensaje del Santo Padre

Al venerable hermano
Mons. Stanisław Gądecki
Arzobispo de Poznan
Presidente de la Conferencia Episcopal Polaca

Hace cien años, el 11 de noviembre, Polonia recobró la independencia. Con el final de la Primera Guerra Mundial, terminó el período de dominación rusa, prusiana y austriaca en la nación que, antes de la partición, había contribuido al desarrollo de la historia de la Europa cristiana con toda la riqueza de su propia noble cultura y espiritualidad. La reconquista de la soberanía se pagó con el sacrificio de muchos hijos de Polonia, que estaban dispuestos a ofrecer su libertad personal, sus bienes e incluso sus vidas por la patria perdida. La búsqueda de la libertad “estaba basada en la esperanza derivada de una profunda fe en la ayuda de Dios, que es Señor de la historia de las personas y las naciones. Esta fe también fue un apoyo cuando, una vez recuperada la independencia, había que buscar la unidad a pesar de las diferencias, con el fin de reconstruir el país y defender sus fronteras “(S. Juan Pablo II, 11 de noviembre de 1998).

Junto con la Iglesia en Polonia y todos los polacos, agradezco a Dios que haya sostenido a las generaciones sucesivas con su gracia y su poder, y haya permitido que hace cien años se cumpliese su esperanza de libertad y que no la perdieran, no obstante las posteriores y dolorosas experiencias históricas vinculadas con la Segunda Guerra Mundial, la ocupación nazi y el régimen comunista.

Retomando la oración de San Juan Pablo II, testigo excepcional de este siglo, pido a Dios la gracia de la fe, de  la esperanza y del amor para todos los polacos, para que, en unidad y paz, hagan un buen uso de este precioso don de la libertad. La protección de María, Reina de Polonia de Jasna Góra,  acompañe siempre a vuestro país y a todos los polacos. La Divina Providencia otorgue paz y prosperidad a la nación polaca ahora y en el futuro. La bendición de Dios sea siempre con vosotros.


Vaticano, 4 de noviembre de 2018

FRANCISCO

© Librería Editorial Vaticano

 

 

12/11/2018-15:42
Marina Droujinina

Causa de los santos: James Alfred Miller, mártir en Guatemala

(ZENIT — 12 nov. 2018).- El Papa Francisco reconoce el martirio del siervo de Dios James Alfred Miller (1944-1982), profesor del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, asesinado "en odio a la fe" en Guatemala el 13 de febrero de 1982 a la edad de 37 años. años. El reconocimiento del martirio abre el camino para su beatificación: un milagro posterior no será útil.

El Papa autorizó el miércoles 7 de noviembre de 2018 en todas las publicaciones de 16 decretos de la Congregación para las Causas de los Santos, por 2 milagros, 11 mártires y las "virtudes heroicas" de diez bautizados. El Papa también autorizó la beatificación "equivalente" de Michal Giedroj? (siglo XV).

El Hermano James nació el 21 de septiembre de 1944 en una familia de agricultores cerca de Stevens Point, Wisconsin, Estados Unidos. En septiembre de 1959, ingresó en el Juniorado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (o Lasalianas) del Estado de Missouri. Comenzó su noviciado en agosto de 1962 y trabajó como profesor en Cretin High School, donde enseñó español, inglés y educación religiosa.

Después de hacer sus votos perpetuos en 1969, fue enviado a Bluefields, Nicaragua, donde enseñó en las escuelas. En 1974, fue enviado a Puerto Cabezas, siemprem , en Nicaragua, y participó en la construcción de un complejo artístico y profesional. Bajo su dirección, la escuela donde enseñó ha crecido de 300 a 800 estudiantes. También supervisó la construcción de diez nuevas escuelas rurales. En julio de 1979, sus superiores le ordenaron salir de Nicaragua debido a la revolución sandinista que había estallado. Se temía que, dado que trabajaba para el gobierno de Somoza, estaba en peligro. Por esta razón, regresó a los Estados Unidos y enseñó en Cretin High School y luego en el Estado de Nuevo México en 1980.

Fue enviado nuevamente a la misión, esta vez a Guatemala, en enero de 1981. Enseñó en la escuela secundaria de Huehuetenango y también trabajó en Indian Center, donde jóvenes indígenas mayas de áreas rurales estaban estudiando y entrenando en la Universidad. la agricultura.

En la tarde del 13 de febrero de 1982, tres hombres encapuchados le dispararon varias veces y murió instantáneamente. Los intentos de identificar a los asesinos no tuvieron éxito. Después de los ritos funerarios en Guatemala y San Paul, Minnesota, fue enterrado en el cementerio parroquial de Polonia, Wisconsin.

La Fundación Brother James Miller, creada después de su muerte, continúa su trabajo con los pobres y oprimidos, y los fondos se distribuyen anualmente en todo el mundo para proyectos directamente para los pobres y para aquellos que trabajan por la justicia social.

Por lo tanto, debe ser un nuevo beato de esta congregación, en este año jubilar del tricentenario lasalliano.

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

12/11/2018-18:08
Anita Bourdin

Santa Marta: El obispo es un servidor, no un príncipe

(ZENIT — 12 nov. 2018).- El obispo es un "siervo", "humilde y amable", y no un "príncipe" recuerda al Papa Francisco en su homilía en la misa de la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta del Vaticano, este lunes, 12 de noviembre de 2018, fiesta de S. Josaphat (1584-1623), obispo de Polotsk, hoy Bielorrusia, y mártir. Un resumen reportado por Vatican News.

"Es la Palabra de Dios la que proclama que el obispo debe ser un servidor humilde y amable, no un príncipe": "Esto no es una novedad postconciliar, sino que se remonta a los comienzos de la Iglesia cuando el se dio cuenta de que tenía que organizarse", dijo el Papa.

"En la Iglesia, no podemos poner orden sin este tipo de obispos", insiste el Papa: lo que cuenta ante Dios, recuerda, no es ser "amigable" sino "humilde" y "servidor".

"Las cosas deben ser organizadas" en la Iglesia, dice el Papa Francisco. Esta era la preocupación del primer concilio en Jerusalén: los apóstoles tenían que "pensar" en la "salvación de los no judíos".

A Tito, quien está en Creta, San Pablo recuerda, observar al Papa, que "lo primero es la fe". Y luego el obispo debe ser un "administrador de Dios", no de los bienes "materiales" o de "poder":

"El obispo siempre debe corregirse a sí mismo haciéndose esta pregunta: ¿Soy un administrador de Dios o un hombre de negocios?"

Y, como administrador de Dios, debe comportarse de una manera "irreprochable", dice el Papa Francisco. Señala que esto ya es lo que Dios le pidió a Abraham: "Camina en mi presencia y sé irreprochable". El Papa ve una palabra "fundamental" para un "líder".

He aquí los defectos que debe evitar un obispo, Francisco insiste en que no debe ser "arrogante" ni "orgulloso" ni "colérico", ni darse a las bebidas alcohólicas ' ni apegado al dinero":" un obispo de esa manera, aunque tuviera sólo uno de estos defectos es una calamidad para la Iglesia".

Y estas son las cualidades que debe cultivar el obispo, comenzando con la "hospitalidad", y luego "estar enamorado del bien", "razonable, justo, santo, maestro de uno mismo, fiel a la palabra que se le ha enseñado".

El Papa Francisco se refirió a las "encuestas realizadas para nombrar a un obispo" para afirmar que "estas preguntas deben plantearse desde el principio para saber si se deben realizar más evaluaciones a continuación".

 

 

12/11/2018-08:36
Isabel Orellana Vilches

Beata María Teresa de Jesús (María Scrilli), 13 de noviembre

«Fundadora del Instituto de Nuestra Señora del Monte Carmelo, gran contemplativa, mística de la Pasión. El anticlericalismo se cebó con su fundación, perseveró confiada en la divina Providencia y volvió a ponerla en marcha»

En esta beata se cumple maravillosamente el dicho de san Juan de la Cruz: «Donde no hay amor, pon amor, y recibirás amor».

Vino al mundo el 15 de mayo de 1825 en Montevarchi, Toscana, Italia, siendo objeto de decepción para sus padres desde el mismo instante en el que vio la luz. Las consecuencias de su desencanto al ver que en lugar de un varón tenían otra hija podían haber sido devastadoras para María, que creció desnuda de caricias y sin hallar eco maternal para su desdicha. Esa «espina que atravesaba su corazón», como ella misma relató en su Autobiografía, fue un compendio de dislates que estuvieron presentes ya en su bautismo y se mantuvieron vivos el resto de sus días. Aprendió a huir para no afrentar a su madre con su presencia, pero el perdón corría ya por sus venas y las delicadas atenciones que recibía su hermana no envenenaron su espíritu con sentimientos de animadversión, rivalidad, celos y envidia hacia ella. Sufría por la ausencia de amor, y éste lo halló en la Virgen María, a la que tomó como auténtica Madre.

Casi dos años tuvo que permanecer postrada por una extraña enfermedad, de la que sanó súbitamente en 1841 gracias a la intercesión de san Fiorenzo. Fue en esa época cuando se perfiló en el horizonte de su vida la consagración religiosa. Vivía sumida en profundas reflexiones: «Me comparaba a mí misma, entregada a Dios, con el oro en manos de un orfebre y con la cera en manos de quien la modela, dispuesta a tomar cualquier forma que le agradara a él». Movida por estos sentimientos, en 1846 ingresó en el monasterio de Santa María Magdalena de Pazzi, en Florencia, pero sólo permaneció en él dos meses convencida de que Dios le pedía atender al prójimo. Como siempre, todo lo que acontecía estaba en manos de Él. Y salió pertrechada con hondas determinaciones que habría de cumplir hasta el fin de sus días: «Pureza, pureza de intención. Buscar en todo complacer a Dios, hacer bien a los demás (esto también en Dios), y la abnegación de uno mismo. Todo basta para hacer un santo».

La sociedad en la que se movía daba la espalda a la religión, y estaba anegada de miserias y carencias que, como siempre sucede, son particularmente dolorosas e intensas para los menos pudientes. Ver a su alrededor tanta incultura y pobreza le movió a actuar. Y en 1849, después de convertirse en terciaria carmelita, en su propio domicilio creó un ambiente propicio para formar a las niñas que no tenían más morada que la calle. Las primeras privilegiadas fueron una docena de ascuas encendidas que alumbraban la esperanza de la futura fundadora, y tres idealistas y generosas profesoras que se unieron a su encomiable labor: Edvige Sacconi, Ersilia Betti y Teresa del Bigio. Las normas que estableció al principio eran comunicaciones verbales. Y así, en 1854, con toda sencillez nació integrado por ellas el Pío Instituto de Pobres Hermanitas del Corazón de María, que fue aprobado por el prelado de Fiesole.

Entonces María llevaba ya dos años dirigiendo la Escuela Normal de Montevarchi. Las reglas que escribió para la Orden estaban impregnadas del carisma carmelita. Luego la obra cambiaría de nombre.

La devoción por la Eucaristía y por la Virgen caracterizaron a esta gran mujer, que sentía profundo anhelo de purificarse. Iba acompañado de un sentimiento purgante colmado de aflicción por los pecados del mundo y los alejados de la fe. Por ello no dudó en ofrecer sus sacrificios, reclamando la cruz inducida por ferviente oración. De hecho se la ha considerado una «mística de la Pasión».

La fundadora tuvo un encuentro tangencial con el papa Pío IX. Era el mes de agosto de 1857 cuando, en una visita a Florencia, el pontífice puso su mano sobre la cabeza de la beata, mientras ella permanecía arrodillada a sus pies. En su corazón tomó ese instante como signo de su aprobación. Poco antes había escrito en las reglas: «No estamos en esta tierra más que para cumplir la voluntad de Dios y llevar almas a él».Su lema fue un admirable «fiat» que cumplió en todo momento. En junio de 1859 las tropas del Piamonte arrasaron el convento y en noviembre fue suprimida la fundación. Las religiosas se dispersaron al ser secularizadas.

María no de desmoronó. Sabía que era obra de Dios y en 1878 nuevamente la puso en pie con el amparo del arzobispo de Florencia, monseñor Cecconi. Pero el futuro era oscuro como la noche. Se produjeron fallecimientos, abandonos y no florecía ni una sola vocación. Por si fuera poco, su brazo derecho, Clementina Mosca, se fue a un convento de dominicas. Pero el amor que profesaba la beata a Dios y a María no tenía medida, y abrazada a la cruz se ofreció como víctima propiciatoria por la fundación. Dios le tomó la palabra: enfermó de gravedad y voló al cielo el 14 de noviembre de 1889.

El Instituto quedó en manos de tres religiosas en condiciones hartamente difíciles: una anciana, otra casi paralítica y una novicia. Parecía el fin. Y entonces regresó Clementina, que tomó el nombre de María de Jesús, y fue considerada cofundadora de la Orden; con ella renació la obra como el ave Fénix, alumbrada desde el cielo por su mártir fundadora. En 1929 el Instituto fue reconocido de derecho diocesano por el cardenal Mastrangelo, y acogido en la Orden carmelita por el prior general, Elías Magennis, denominándose la obra Instituto de Nuestra Señora del Monte Carmelo. María fue beatificada el 8 de octubre de 2006 por el cardenal Saraiva, como Delegado de Benedicto XVI.