El blog de Josep Miró

 

La Iglesia ha de proclamar alto, claro y concreto, sus orientaciones morales en el ámbito político

 

Ante la crisis de Europa, de las sociedades occidentales y la globalización, la Iglesia debe intervenir en el orden secular

 

 

11/12/2018 | por Josep Miró i Ardèvol


 

 

Evidentemente, la cultura no es lo contrario de la barbarie; más bien es, cuantas veces, un salvajismo con estilo […]. La cultura es cierre, estilo, forma, postura, gusto, es algún tipo determinado de organización intelectual del mundo, no importa cuán aventurado, peculiar, salvaje, sangriento, o espeluznante todo eso sea. La cultura puede abarcar […] las más variadas atrocidades (Thomas Man, Pensamientos en la guerra)

Auschwitz demostró irrefutablemente el fracaso de la cultura […]Toda la cultura después de Auschwitz […] es basura (Adorno Dialéctica negativa)

La Iglesia, los cristianos como pueblo, aprendieron de la hecatombe humana, moral y física de la II Guerra Mundial, que su voz y su acción, cada uno en el plano que le correspondía debía hacerse presente en la orientación, la primera, y la práctica, los segundos. La Iglesia construyó el relato moral y de doctrina social riguroso e integral, y los cristianos lo llevaron a cabo lo mejor que supieron. Así surgió algo increíble: la reconciliación entre quienes llevaban siglos luchando entre ellos, la reconstrucción trabajando en común, y su resultado tiene un nombre que recuerda su éxito, “Los treinta gloriosos años”. Todavía vivimos de sus rentas, cada vez más desmochadas. Si la Iglesia hubiera hablado no fuerte, sino con la discreción del que pretende no importunar el devenir del mundo, si no hubiera impulsado a los cristianos a la acción en el orden temporal, no con espíritu clerical, sino para construir un mundo mejor, difícilmente Europa se hubiera levantado de la postración.

Después, la Iglesia ha ido silenciando y ha sido silenciada. En su relato político ha tendido cada vez más a tratar aquello que resultaba más aceptable para el mundo -ahora llamado sociedad- para evitar lecturas teológicas. Incluso algunos se creen que la Iglesia no “debe meterse” en política, demostrando una escasa comprensión de la realidad, o incurriendo en una grave confusión.

Confunden la política con el partidismo político, con la pugna descarnada por el poder, con la imposición ideológica. Pero eso no es la política. En todo caso, es una parte y mala de la política, de la misma manera que la oligarquía es un sistema de gobierno, sí, pero no es “el sistema”, y además es malévolo.

La política en su plenitud de significado es la gestión necesaria para realizar los bienes comunes, aquellos que solo podemos obtener como sociedad mediante las instituciones que lo hacen posible, y disfrutar en tanto que miembros de ella. No son directamente apropiables por nadie, pero nos aprovechan a cada uno porque permiten vivir mejor nuestras vidas. Los hospitales, las carreteras, favorecer las familias, toman parte de este tipo de bienes. También el fin de la política es procurar otro tipo de bienes, los generales, que comparten con los anteriores que solo pueden conseguirse mediante la acción colectiva, pero benefician directamente a determinadas personas, las pensiones, por ejemplo.

¿Cómo no va a tratar la Iglesia con voz alta y clara del bien común y del bien general?  Sería contrario a su naturaleza, y lo ha de hacer desde el Evangelio, la Tradición y el Magisterio, especialmente de su doctrina social. Lo que no hará será postular soluciones concretas, técnicas, pero sí que hablará lo suficientemente claro para que se la entienda y lo suficientemente concreto, para no caer en el error de las categorías universales, “La Libertad”, “La Justicia”.

Porque, además, política y moral forman parte del mismo cuerpo solidario, aunque parezca increíble viendo lo que hacen los políticos. Una razón más para que sea una obligación la presencia cristiana.

Los laicos han de ser llamados, impelidos, a trabajar lo más unidos posible al servicio del aquel hablar católico. No se trata del “partido católico”, eso no puede existir porque la Iglesia de Jesucristo no puede quedar reducida a una facción política. Tampoco basta, en las condiciones concretas de nuestro país, la acción de los cristianos aislados, porque terminan indefectiblemente como las semillas plantadas entre cardos de la parábola (Marcos 4,3-8). Se trata de actuar lo más juntos posible, unidos unos, coordinados todos en una Alianza para el bien común.