Tribunas

Mi última conversación con don Aurelio Fernández

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

Durante no pocos años, -espero que no ocurra ahora lo mismo-, generaciones de estudiantes de filosofía y teología llevábamos una doble vida académica. Una doble agenda de lecturas, manuales de clase y bibliografía de consulta.

Recuerdo que, en determinados centros académicos, la voluminosa Moral de actitudes, del profesor Marciano Vidal, era el obligado tomo de carga. Pero tuvimos la suerte de toparnos con un profesor “alternativo”, que intuía lo que había pasado y estaba pasando en la Iglesia. En algunos casos nos recomendó, incluso facilitó, clandestinamente, los manuales de teología moral de un profesor de la Facultad de Teología de Burgos de nombre Aurelio Fernández.

No hace mucho le contaba a don Aurelio esta experiencia sentado frente a él en su confesionario de la calle Princesa. Había entrevistado al párroco del Buen Suceso para la serie de ABC, y lo que menos me imaginaba es que el cura que ocupaba durante no pocas horas al día ese confesionario era quien me había enseñado otra forma de entender la teología moral católica. Una forma más adecuada a la verdad de la propuesta cristiana y a las necesidades del corazón y de la conciencia de las personas.

Es cierto que, en los últimos años, don Aurelio había escrito varias obras y siempre me las había enviado para reseñarlas. Lo que hice con mucho gusto. Pero nunca había tendido la oportunidad de saludarle en persona.

Bueno, la última suya sobre la legislación española sobre el aborto se quedó en el tintero. Cuando la envié para su publicación me dijeron que si no tenía otro tema.

Hace unos días supe del fallecimiento de don Aurelio. Entonces recordé aquella entrañable conversación en la que, al final, hablamos de la relación entre verdad y caridad, entre información y prudencia, de periodismo al fin y al cabo.

Don Aurelio Fernández fue un sacerdote de larga experiencia, de amplia cultura, de profundo magisterio teológico y de una vida sacerdotal ejemplar. Por cierto, luego he sabido de algunos acontecimientos de su etapa de Oviedo que un día merecerán pública referencia. De acontecimientos y amistades hoy muy en boga.

Pues eso. Que don Aurelio se merecía, aunque fuera pasados unos días, esta columna de agradecimiento por lo que, sin él saberlo, nos enseñó a una generación de inconformistas con ciertas aptitudes para la filosofía y la teología.

Descanse en la paz de Dios e interceda por nosotros desde ese cielo insondable, acto de amor eterno.

 

José Francisco Serrano Oceja