Servicio diario - 18 de abril de 2019


 

Francisco lava los pies de 12 presos de Velletri “para imitar el gesto de Jesús”
Rosa Die Alcolea

Cena del Señor: “Nadie tiene que dominar a otro. El más grande debe servir al más pequeño”
Rosa Die Alcolea

Misa Crismal: “Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo”
Redacción

Perú: “Profundo dolor” de los obispos por la muerte de Alan García Pérez
Rosa Die Alcolea

Jueves Santo: El regalo del Papa a los sacerdotes de Roma
Anne Kurian

Incendio en Notre-Dame: Donald Trump expresa su cercanía al Papa por teléfono
Rosa Die Alcolea

Padre Antonio Rivero: “Cristo resucitó. ¡Aleluya!”
Antonio Rivero

“¡Resucitó el Señor!” – Monseñor Enrique Díaz Díaz
Enrique Díaz Díaz

Beato Conrado de Ascoli, 19 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

18/04/2019-21:06
Rosa Die Alcolea

Francisco lava los pies de 12 presos de Velletri "para imitar el gesto de Jesús"

(ZENIT — 18 abril 2019).- Francisco ha lavado los pies de 12 reclusos del Centro Correccional Velletri, situado a 60 kilómetros de Roma, en la tarde del Jueves Santo, 18 de abril de 2019, como "un gesto que nos ayude a ser más servidores el uno del otro", ha explicado en su homilía.

El Pontífice ha presidido, como es tradición, la celebración de la Misa en Coena Domini con el rito del lavatorio de pies, comenzando el Triduo Pascual. Después de la proclamación del Santo Evangelio, el Papa pronunció la homilía, dirigiéndose a todos los presentes: reclusos, trabajadores, policías y voluntarios.

Después de su reflexión, el Santo Padre ha lavado y besado los pies de 12 hombres, procedentes de cuatro países diferentes: 9 son italianos, 1 brasileño, 1 de Costa de Marfil y 1 de Marruecos.

 

El obispo, el que más sirve

En la homilía, Francisco explicó por qué ha lavado los pies de estas personas: "La Iglesia quiere que el obispo lo haga todos los años. Una vez al año al menos para el Jueves Santo para imitar el gesto de Jesús. También para hacer bien a sí mismo con este gesto. Porque el obispo no es importante, el obispo tiene que ser el que más sirve".

“Cada uno de nosotros debe servir a los otros”, ha meditado Francisco. “Es una regla de Jesús, la regla del servicio, no de dominar, de hacer el mal… de humillar a los otros. Siempre hacer el servicio”.

 

Predilección por los presos

Esta es la quinta vez que el Papa argentino elige a personas privadas de libertad para el lavatorio de pies.

El año pasado, en 2018, celebró en la prisión “Regina Coeli” en Roma. En 2017, el Papa Francisco fue a la prisión de Paliano en la provincia de Frosinone, dedicada a los colaboradores de la justicia. En 2016, había lavado los pies de doce refugiados en un centro de recepción para solicitantes de asilo y refugiados en Castelnuovo di Porto, al norte de Roma.

En 2015, celebró una misa en la Última Cena en la prisión Rebibbia de Roma, donde lavó los pies de detenidos y mujeres detenidas en la prisión de mujeres cercana. En los Jueves Santos de 2013 y 2014, el Papa celebró en la prisión de menores de Casal del Marmo y en el Centro para personas discapacitadas Santa María de la Providencia.

 

550 detenidos

El centro de detención, ubicado a una hora de la capital, se inauguró en 1991. Consta de dos pabellones de cuatro pisos, con 275 celdas que albergan a aproximadamente 550 detenidos (cifras oficiales de enero de 2018) y un departamento de policía.

A las 15:30 horas, el Santo Padre Francisco salió de la Casa de Santa Marta y se trasladó a la prisión del distrito de Velletri (Roma) para la celebración de la Santa Misa de la Cena del Señor.

A su llegada, alrededor de las 16:30 horas, el Romano Pontífice fue recibido por la directora de la instalación, Maria Donata Iannantuono; la vicedirectora, Pia Palmeri; la comandante de la policía penitenciaria, María Luisa Abossida, y el capellán, el padre Franco Diamante, y saludaron al personal civil, a la policía ya los detenidos.

El Santo Padre saludó a algunos representantes de personal civil, policías y presos. Luego, a las 16:45 horas, presidió la celebración de la misa en Coena Domini con el ritual de lavar los pies, el comienzo del Triduo Pascual, en la Sala de Teatro de la Prisión del Distrito.

Al final de la celebración, el Papa saludó al director de la prisión y se intercambiaron unos regalos. Después, el Santo Padre regresó al Vaticano.

 

 

 

 

18/04/2019-19:36
Rosa Die Alcolea

Cena del Señor: "Nadie tiene que dominar a otro. El más grande debe servir al más pequeño"

(ZENIT — 18 abril 2019).- En el Centro Penitenciario de Velletri, situado a unos 60 kilómetros de Roma, el Papa Francisco ha celebrado la Santa Misa de la Cena del Señor, junto a los reclusos, el personal civil y los agentes de policía de prisiones.

El Pontífice ha recordado las palabras de Jesús a los Apóstoles: “Estén atentos, los jefes de las naciones dominan. Dominan. Entre ustedes no tiene que ser así. Nadie tiene que dominar a otro. El más grande debe servir al más pequeño. El que se siente más grande tiene que ser el que sirva”.

Así, el Santo Padre se ha dirigido a los presentes, internos en el centro penitenciario de Velletri, trabajadores y voluntarios: “También nosotros tenemos que servir. Todos. Es verdad que en la vida hay problemas, vivimos entre nosotros, pero esto tiene que ser algo pasajero. Los problemas tienen que ser pasajeros entre nosotros. Tiene que existir siempre el amor por servir al otro”.

 

Lavatorio de pies

A partir de las 17 horas, este Jueves Santo, 18 de abril de 2019, el Pontífice ha presidido la Eucaristía y ha lavado los pies de 12 reclusos. Esta es la quinta vez que Francisco visita a los prisioneros el Jueves Santo.

Francisco ha recordado que Jesús hizo este gesto: Lavar los pies. “Es un gesto de esclavo. Él que tenía todo el poder, Él, que era el Señor, hace este gesto de un esclavo”. Y después aconsejó a todos, ha continuado el Papa: “Hagan ustedes también este gesto entre ustedes, o sea, sírvanse entre ustedes, sírvanse el uno al otro”.

***

 

Homilía del Papa Francisco

Un saludo a todos y les agradezco la acogida que he recibido.

He recibido una bella carta hace algunos días de un grupo de ustedes que no estará hoy aquí, pero han dicho cosas muy bellas en esta carta, que agradezco me hayan escrito.

En esta oración me uno tanto a todos con los que están aquí y los que han ido al Cielo. Hemos escuchado lo que hizo Jesús, es interesante. Dice el Evangelio: Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todo en sus manos, Jesús tenía todo el poder, todo el poder. Y después comienza a hacer este gesto de lavar los pies. Es un gesto que hacían los esclavos en aquel tiempo porque no había asfalto en las calles. Cuando la gente llegaba a las casas traía polvo en los pies. Cuando llegaban a una casa para visitar a alguien o para almorzar, los esclavos lavaban los pies.

Y Jesús hace este gesto: Lavar los pies. Es un gesto de esclavo. Él que tenía todo el poder, Él, que era el Señor, hace este gesto de un esclavo. Y después aconseja a todos: Hagan ustedes también este gesto entre ustedes, o sea, sírvanse entre ustedes, sírvanse el uno al otro. Sean hermanos en el servicio, no en la ambición de quien domina al otro o quien patea al otro, es siempre servicio, servicio.

Preguntar “¿Tienen necesidad de algo?”, un servicio. Esto sí es la hermandad, y la hermandad es humilde siempre, es un servicio, ¿no? Yo haré este gesto ahora, la Iglesia quiere que el obispo lo haga todos los años. Una vez al año al menos para el Jueves Santo para imitar el gesto de Jesús. También para hacer bien a sí mismo con este gesto. Porque el obispo no es importante, el obispo tiene que ser el que más sirve. Cada uno de nosotros debe servir a los otros. Es una regla de Jesús, la regla del servicio, no de dominar, de hacer el mal… de humillar a los otros. Siempre hacer el servicio.

Una vez, cuando los Apóstoles se estaban peleando entre ellos, discutían quien era el más importante entre ellos, y Jesús tomó un niño. Si el corazón de ustedes no es el corazón de un niño, entonces no serán mis discípulos. Hay que tener corazón de niño, siempre, humilde, servidor.

Y ahí agrega una cosa interesante, que podemos unir con este gesto de hoy. Dice: Estén atentos, los jefes de las naciones dominan. Dominan. Entre ustedes no tiene que ser así. Nadie tiene que dominar a otro. El más grande debe servir al más pequeño. El que se siente más grande tiene que ser el que sirva.

También nosotros tenemos que servir. Todos. Es verdad que en la vida hay problemas, vivimos entre nosotros, pero esto tiene que ser algo pasajero. Los problemas tienen que ser pasajeros entre nosotros. Tiene que existir siempre el amor por servir al otro. El servicio del otro. Y este gesto que hoy haré, que sea para todos nosotros un gesto que nos ayude a ser más servidores el uno del otro. Más amigos, más hermanos en el servicio. Con estos sentimientos continuamos la celebración con el lavatorio de los pies.

 

Traducción de Zenit, Rosa Die Alcolea

 

 

 

 

18/04/2019-08:53
Redacción

Misa Crismal: "Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo"

(ZENIT — 18 abril 2019).- "Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo", ha recordado Francisco a los 6.000 sacerdotes —aproximadamente—que han participado en la Misa Crismal, este Jueves Santo, en la Basílica de San Pedro.

A las 9:30 horas ha comenzado la celebración crismal este Jueves Santo, 18 de abril de 2019, presidida por el Pontífice y concelebrada por los Cardenales, Obispos y Presbíteros (diocesanos y religiosos) presentes en Roma. La liturgia se celebra en este día en todas las iglesias catedrales.

 

Esparcir bien el crisma

"Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega", ha explicado el Pontífice a los presbíteros, obispos y cardenales.

En este sentido, el Santo Padre ha hecho una confesión a sus hermanos en el sacerdocio: "Confieso que cuando confirmo y ordeno me gusta esparcir bien el crisma en la frente y en las manos de los ungidos. Al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción".

 

Pobres, prisioneras, ciegos y oprimidos

Ellos son imagen de nuestra alma e imagen de la Iglesia. Cada uno encarna el corazón único de nuestro pueblo.

Lucas señala 4 grandes grupos que son destinatarios preferenciales de la unción del Señor: los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos, los oprimidos.

Así, el Papa ha enumerado cuatros personajes que aparecen en la Biblia con “rostro y nombre”: la viuda que da limosna representa a los pobres, el ciego Bartimeo; los oprimidos se encarnan en el hombre que según la parábola del Buen Samaritano es ungido con aceite y vendado en las heridas tras haber sido molido a palos; y por último, “Jesús usará la expresión al referirse a la cautividad y deportación de Jerusalén, su ciudad amada”, ha aclarado el Papa.

“Viniendo a nosotros, queridos hermanos sacerdotes”, ha exhortado Francisco, “no tenemos que olvidar que nuestros modelos evangélicos son esta ‘gente’, esta multitud con estos rostros concretos, a los que la unción del Señor realza y vivifica”.

Publicamos a continuación la homilía que el Papa ha pronunciado después de la proclamación del Santo Evangelio:

***

 

Homilía del Papa Francisco

El Evangelio de Lucas que acabamos de escuchar nos hace revivir la emoción de aquel momento en el que el Señor hace suya la profecía de Isaías, leyéndola solemnemente en medio de su gente. La sinagoga de Nazaret estaba llena de parientes, vecinos, conocidos, amigos… y no tanto. Y todos tenían los ojos fijos en Él. La Iglesia siempre tiene los ojos fijos en Jesucristo, el Ungido a quien el Espíritu envía para ungir al Pueblo de Dios.

Los evangelios nos presentan a menudo esta imagen del Señor en medio de la multitud, rodeado y apretujado por la gente que le acerca sus enfermos, le ruega que expulse los malos espíritus, escucha sus enseñanzas y camina con Él. «Mis ovejas oyen mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10,27-28).

El Señor nunca perdió este contacto directo con la gente, siempre mantuvo la gracia de la cercanía, con el pueblo en su conjunto y con cada persona en medio de esas multitudes. Lo vemos en su vida pública, y fue así desde el comienzo: el resplandor del Niño atrajo mansamente a pastores, a reyes y a ancianos soñadores como Simeón y Ana. También fue así en la Cruz; su Corazón atrae a todos hacia sí (cf. Jn 12,32): Verónicas, cireneos, ladrones, centuriones…

No es despreciativo el término “multitud”. Quizás en el oído de alguno, multitud pueda sonar a masa anónima, indiferenciada… Pero en el Evangelio vemos que cuando interactúan con el Señor —que se mete en ellas como un pastor en su rebaño— las multitudes se transforman. En el interior de la gente se despierta el deseo de seguir a Jesús, brota la admiración, se cohesiona el discernimiento.

Quisiera reflexionar con ustedes acerca de estas tres gracias que caracterizan la relación entre Jesús y la multitud.

 

La gracia del seguimiento

Dice Lucas que las multitudes «lo buscaban» (Lc 4,42) y «lo seguían» (Lc 14,25), “lo apretujaban”, “lo rodeaban” (cf. Lc 8,42-45) y «se juntaban para escucharlo» (Lc 5,15). El seguimiento de la gente va más allá de todo cálculo, es un seguimiento incondicional, lleno de cariño. Contrasta con la mezquindad de los discípulos cuya actitud con la gente raya en crueldad cuando le sugieren al Señor que los despida, para que se busquen algo para comer. Aquí, creo yo, empezó el clericalismo: en este querer asegurarse la comida y la propia comodidad desentendiéndose de la gente. El Señor cortó en seco esta tentación. «¡Denles ustedes de comer!» (Mc 6,37), fue la respuesta de Jesús; «¡háganse cargo de la gente!».

 

La gracia de la admiración

La segunda gracia que recibe la multitud cuando sigue a Jesús es la de una admiración llena de alegría. La gente se maravillaba con Jesús (cf. Lc 11,14), con sus milagros, pero sobre todo con su misma Persona. A la gente le encantaba saludarlo por el camino, hacerse bendecir y bendecirlo, como aquella mujer que en medio de la multitud le bendijo a su Madre. Y el Señor, por su parte, se admiraba de la fe de la gente, se alegraba y no perdía oportunidad para hacerlo notar.

 

La gracia del discernimiento

La tercera gracia que recibe la gente es la del discernimiento. «La multitud se daba cuenta (a dónde se había ido Jesús) y lo seguía» (Lc 9,11). «Se admiraban de su doctrina, porque enseñaba con autoridad» (Mt 7,28-29; cf. Lc 5,26). Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, suscita en la gente este carisma del discernimiento; no ciertamente un discernimiento de especialistas en cuestiones disputadas. Cuando los fariseos y los doctores de la ley discutían con Él, lo que discernía la gente era la autoridad de Jesús: la fuerza de su doctrina para entrar en los corazones y el hecho de que los malos espíritus le obedecieran; y que además, por un momento, dejara sin palabras a los que implementaban diálogos tramposos. La gente gozaba con esto. 

Ahondemos un poco más en esta visión evangélica de la multitud. Lucas señala cuatro grandes grupos que son destinatarios preferenciales de la unción del Señor: los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos, los oprimidos. Los nombra en general, pero vemos después con alegría que, a lo largo de la vida del Señor, estos ungidos irán adquiriendo rostro y nombre propios. Así como la unción con el aceite se aplica en una parte y su acción benéfica se expande por todo el cuerpo, así el Señor, tomando la profecía de Isaías, nombra diversas “multitudes” a las que el Espíritu lo envía, siguiendo la dinámica de lo que podemos llamar una “preferencialidad inclusiva”: la gracia y el carisma que se da a una persona o a un grupo en particular redunda, como toda acción del Espíritu, en beneficio de todos. 

Los pobres (ptochoi) son los que están doblados, como los mendigos que se inclinan para pedir. Pero también es pobre (ptochè) la viuda, que unge con sus dedos las dos moneditas que eran todo lo que tenía ese día para vivir. La unción de esa viuda para dar limosna pasa desapercibida a los ojos de todos, salvo a los de Jesús, que mira con bondad su pequeñez. Con ella el Señor puede cumplir en plenitud su misión de anunciar el evangelio a los pobres. Paradójicamente, la buena noticia de que existe gente así, la escuchan los discípulos. Ella, la mujer generosa, ni se enteró de que “había salido en el Evangelio” —es decir, que su gesto sería publicado en el Evangelio—: el alegre anuncio de que sus acciones “pesan” en el Reino y valen más que todas las riquezas del mundo, ella lo vive desde adentro, como tantas santas y santos “de la puerta de al lado”. 

Los ciegos están representados por uno de los rostros más simpáticos del evangelio: el de Bartimeo (cf. Mc 10,46-52), el mendigo ciego que recuperó la vista y, a partir de ahí, solo tuvo ojos para seguir a Jesús por el camino. ¡La unción de la mirada! Nuestra mirada, a la que los ojos de Jesús pueden devolver ese brillo que solo el amor gratuito puede dar, ese brillo que a diario nos lo roban las imágenes interesadas o banales con que nos atiborra el mundo. 

Para nombrar a los oprimidos (tethrausmenous), Lucas usa una expresión que contiene la palabra “trauma”. Ella basta para evocar la Parábola, quizás la preferida de Lucas, la del Buen Samaritano que unge con aceite y venda las heridas (traumata: Lc 10,34) del hombre que había sido molido a palos y estaba tirado al costado del camino. ¡La unción de la carne herida de Cristo! En esa unción está el remedio para todos los traumas que dejan a personas, a familias y a pueblos enteros fuera de juego, como excluidos y sobrantes, al costado de la historia. 

Los cautivos son los prisioneros de guerra (aichmalotos), los que eran llevados a punta de lanza (aichmé). Jesús usará la expresión al referirse a la cautividad y deportación de Jerusalén, su ciudad amada (Lc 21,24). Hoy las ciudades se cautivan no tanto a punta de lanza sino con los medios más sutiles de colonización ideológica. Solo la unción de la propia cultura, amasada con el trabajo y el arte de nuestros mayores, puede liberar a nuestras ciudades de estas nuevas esclavitudes. 

Viniendo a nosotros, queridos hermanos sacerdotes, no tenemos que olvidar que nuestros modelos evangélicos son esta “gente”, esta multitud con estos rostros concretos, a los que la unción del Señor realza y vivifica. Ellos son los que completan y vuelven real la unción del Espíritu en nosotros, que hemos sido ungidos para ungir. Hemos sido tomados de en medio de ellos y sin temor nos podemos identificar con esta gente sencilla (…). Ellos son imagen de nuestra alma e imagen de la Iglesia. Cada uno encarna el corazón único de nuestro pueblo. 

Nosotros, sacerdotes, somos el pobre y quisiéramos tener el corazón de la viuda pobre cuando damos limosna y le tocamos la mano al mendigo y lo miramos a los ojos. Nosotros, sacerdotes, somos Bartimeo y cada mañana nos levantamos a rezar rogando: «Señor, que pueda ver» (Lc 18,41). Nosotros, sacerdotes somos, en algún punto de nuestro pecado, el herido molido a palos por los ladrones. Y queremos estar, los primeros, en las manos compasivas del Buen Samaritano, para poder luego compadecer con las nuestras a los demás. 

Les confieso que cuando confirmo y ordeno me gusta esparcir bien el crisma en la frente y en las manos de los ungidos. Al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción. Esto quiero decir: no somos repartidores de aceite en botella (…). Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo. Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega (…). 

El que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y de la crueldad. 

(…) Que, metiéndonos con Jesús en medio de nuestra gente (…), el Padre renueve en nosotros la efusión de su Espíritu de santidad y haga que nos unamos para implorar su misericordia para el pueblo que nos fue confiado y para el mundo entero. Así la multitud de las gentes, reunidas en Cristo, puedan llegar a ser el único Pueblo fiel de Dios, que tendrá su plenitud en el Reino (cf. Plegaria de ordenación de presbíteros). 

 

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

 

18/04/2019-08:18
Rosa Die Alcolea

Perú: "Profundo dolor" de los obispos por la muerte de Alan García Pérez

(ZENIT — 18 abril 2019).- La Conferencia Episcopal Peruana "con profundo dolor" comparte el sentimiento de la familia, del Partido Aprista y tantos amigos y conocidos, por el fallecimiento del Dr. Alan García Pérez, dos veces Presidente del Perú.

"Unidos en la fe, invocamos la misericordia y la ternura de Dios Padre, que conoce profundamente el corazón humano, para que le conceda el gozo de su eterna presencia", han escrito los obispos peruanos en su comunicado, publicado el 17 de abril de 2019.

El ex mandatario Alan García se disparó en la cabeza en el interior de su casa, minutos antes de ser detenido de forma preliminar como parte de las investigaciones en su contra por el caso Odebrecht. El político, con 69 años, fue trasladado de emergencia al hospital José Casimiro Ulloa, donde no soportó la intervención quirúrgica y murió.

Este jueves, 18 de abril de 2019, cientos de personas, entre simpatizantes, dirigentes apristas y familiares, se han despedido del expresidente de Perú en la Casa del Pueblo, sede del partido aprista, donde se velan sus restos desde la noche del miércoles 17, día que murió.

 

 

 

18/04/2019-20:21
Anne Kurian

Jueves Santo: El regalo del Papa a los sacerdotes de Roma

(ZENIT — 18 abril 2019).- El Papa Francisco regaló a los sacerdotes que viven en Roma un libreto que contiene las homilías de las misa crismal de su pontificado, como un "signo de aliento" con motivo del Jueves Santo, 18 de abril de 2019.

Después de participar en la celebración en San Pedro en la mañana, los aproximadamente 2.000 sacerdotes presentes, entre ellos 45 cardenales y 60 obispos, recibieron el folleto "Nuestra fatiga es preciosa para Jesús", publicado en italiano por la Librería Editorial del Vaticano (LEV).

Este libro reúne todas las homilías del Papa desde 2013 hasta 2019, cuyo tema es "Pastores con el olor de las ovejas"; "Ungidos por el aceite de la alegría"; "Nuestra fatiga va directamente al corazón del Padre"; "Testigos y ministros de la misericordia"; "Buenas noticias"; "Cerca del pueblo de Dios"; "Ungido para ungir".

Representa, dice una declaración de la LEV, "una herramienta útil para reflexionar sobre el significado simbólico de la unción y la unción sacerdotal" y es una "señal de aliento para perseverar en (su) ministerio". El interior del libro contiene una imagen del icono del monasterio de Bose, que representa a un joven monje que lleva a un anciano en sus hombros.

En su homilía del día, el Papa insistió particularmente: "No somos distribuidores de aceite embotellado. Nos ungimos entregándonos, dando nuestra vocación y nuestro corazón... Nos ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados, las ansiedades de la gente. Nos ungimos perfumando nuestras manos tocando su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad sin reservas de su entrega".

 

 

 

18/04/2019-21:18
Rosa Die Alcolea

Incendio en Notre-Dame: Donald Trump expresa su cercanía al Papa por teléfono

(ZENIT — 18 abril 2019).- "El Papa Francisco recibió esta tarde una llamada telefónica del Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien, refiriéndose a la devastación de la Catedral de Notre Dame, expresó su cercanía al Papa en nombre del pueblo estadounidense", escribió en Twitter Alessandro Gisotti, Director interino de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, la noche del miércoles 17 de abril de 2019.

Tras el fatídico incendio, sucedido la tarde del 15 de abril de 2019, el Papa expresó su deseo de que la catedral de Notre-Dame "pueda volver a convertirse, gracias a las obras de reconstrucción y la movilización de todos, en esta hermosa joya en el corazón de la ciudad, signo de la fe de quienes la construyeron, iglesia madre de su diócesis, patrimonio arquitectónico y espiritual de París, Francia y la humanidad".

En torno a las 18:30 horas, de la tarde del lunes 15 de abril comenzó a verse en llamas el techo de madera de la catedral parisina, construido con 1.300 robles franceses en el siglo XIII. Más tarde, se vio como caía la aguja central y el fuego se extendía por la parte superior del centro del tempo, consumiendo finalmente 2 tercios de la parte total del techo. Finalmente, los bomberos extinguieron el fuego y salvaron la estructura principal del templo.

 

 

 

18/04/2019-07:00
Antonio Rivero

Padre Antonio Rivero: "Cristo resucitó. ¡Aleluya!"

 

DOMINGO DE PASCUA

Ciclo C

Textos: Hechos 10, 34a. 37-43; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

"Los cincuenta días que median entre el domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés se han de celebrar con alegría y júbilo, como si se trata de un solo y único día festivo, como un gran domingo" (Normas Universales sobre el Calendario, de 1969, n. 22).

En Pascua no leemos el Antiguo Testamento que es promesa y figura. En Pascua estamos celebrando la plenitud de Cristo y de su Espíritu. Como primera lectura, leemos los Hechos de los Apóstoles. La segunda lectura, este año o ciclo C, se toma del libro del Apocalipsis, en que de un modo muy dinámico se describen las persecuciones sufridas por las primeras generaciones y la fuerza que les dio su fe en el triunfo de Cristo, representado por el "Cordero". Los evangelios de estos domingos pascuales no van a ser tanto de Lucas, el evangelista del ciclo C, sino de Juan.

Podemos resumir en tres aspectos a qué nos compromete la pascua: primero, a la fe en Cristo resucitado; segundo, esa fe tiene que vivirse en comunidad que se reúne cada domingo para celebrar esa pascua mediante la Eucaristía y crea lazos profundos de caridad y ayuda a los necesitados; y tercero, esa fe nos impulsa a la misión evangelizadora. Por todas partes tiene que resonar esta buena noticia: "Cristo ha resucitado"

Idea principal: Inspirados en las famosas preguntas del famoso filósofo alemán del siglo XVIII, Kant, en su obra Crítica de la Razón Pura, responderemos a estas tres preguntas: qué puedo saber de la resurrección de Cristo, qué debo hacer por la resurrección de Cristo y qué puedo yo esperar de la resurrección de Cristo.

Síntesis del mensaje: Hoy es el domingo más importante del año. Domingo que da sentido a todos los demás domingos del año. Daremos respuestas a esas preguntas.

 

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¿qué podemos saber de la resurrección de Cristo? Hagamos caso a los testigos que vieron a Cristo resucitado. Ellos habrán tenido sus vivencias religiosas, sus dudas, sus convencimientos y discrepancias. Pero todos coinciden en esto: tres días después de ir al entierro de Jesús, como 35 horas después de cerrar su tumba, la encontraron abierta, vacía, con los centinelas a la puerta y atolondrados. ¿El cadáver...? ¿Sabotaje? ¿Secuestro? ¿Truco? Resulta que las tres mujeres madrugadoras, al llegar al sepulcro y encontrarse con la tumba vacía y dentro la noticia: "ha resucitado", salieron corriendo a llevar la noticia a los discípulos. Leyendas, pero de un hecho.

Luego resultó que Jesús se les hizo el encontradizo de jardinero, caminante, comensal, animador. Ausencias misteriosas y presencias repentinas que los traían en jaque. Vivencias místicas, pero de un acontecimiento. Sabemos que los Evangelios, que lo cuentan, son libros históricos porque pertenecen a la época y autores como hoy se dice. Autores que vivieron con Jesús, le vieron, le trataron, convivieron...Y hasta se jugaron la cabeza por la resurrección. Y la perdieron. Nadie muere por un mito, un bulo, un truco. Eso es así. La resurrección es verdad.

En segundo lugar, ¿qué debemos hacer por la resurrección de Cristo? Si realmente creemos en la resurrección de Cristo y en su fuerza transformadora, entonces tenemos que hacer algo aquí en la tierra para llevar esta buena noticia por todos los rincones del mundo, a todas las familias y amigos, y también enemigos. ¿Qué puedo hacer por esas favelas de sáo Paulo o de Rio en Brasil, o por las calles del Bronx negro en Nueva York? ¿No me llaman la atención las chabolas de cañas y barro de Calcuta, hambruna en tantas regiones, guerras locas, injusticia, pobreza, pecado? ¿Me dejan dormir tranquilo el analfabetismo, la enfermedad, la explotación, la amargura, la desesperanza, la sangre de Abel y de la tierra que ponen el grito en el cielo?

Y la situación sanitaria, escolar, laboral, humana del mundo es un pecado social, solidario y atroz. Y familias rotas. Y jóvenes en los paraísos perdidos de la droga. Políticos sin escrúpulos que pisotean la ley de Dios, la ley natural y la justicia conmutativa, social y distributiva. Esto es lo que debemos hacer en bien de los hombres y mujeres del mundo, por quienes el Hijo de Dios tal día como el Viernes Santo murió para su liberación y tal día como hoy resucitó para su gloria inmortal.

Finalmente, ¿qué podemos nosotros esperar de la resurrección de Cristo? Si somos esos Tomás incrédulos, podemos esperar que Cristo resucitado en esta Pascua nos resucite la fe en Él y en su Iglesia, y nos deje meter nuestros dedos en su llagas abiertas y benditas. Si somos esos discípulos de Emaús desencantados y desilusionados, podemos esperar que se cruce por nuestro camino y nos renueve la esperanza en Él, aunque nos tenga que llamar de necios y desmemoriados por no creer o no leer con detención las Sagradas Escrituras.

Si somos esa Magdalena triste y compungida, porque se nos ha derrumbado nuestro amor, nuestra familia, podemos esperar que Cristo resucitado nos vuelva a mirar y a llamar por nuestro nombre como hizo con ella en esa primera Pascua, y así recobrar la alegría de la presencia de Cristo en nuestra vida que se hace presente en los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía y Penitencia.

Si nos parecemos a esos discípulos encerrados en el cenáculo de sus miedos, contagiándose la tristeza y los remordimientos por haber fallado al Maestro, dejemos alguna rendija de nuestro ser abierta para que entre Cristo resucitado y nos traiga la paz, su paz. Si nos sentimos como Pedro que negó a Cristo, esperamos que Cristo resucitado se nos haga presente y podamos renovar nuestro amor: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que yo te amo".

Para reflexionar: ¿Creo en Cristo resucitado? ¿Dónde encuentro a Cristo resucitado en mi vida de cada día? ¿Tengo rostro de resucitado o vivo en perpetuo Viernes Santo: triste, pesaroso y lleno de pesadumbre?

Para rezar: recemos con san Agustín: "Tarde te amé, Dios mío, hermosura siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé. Tú estabas dentro de mí y yo afuera y así por fuera te buscaba y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me llamaste y clamaste y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré y ahora te anhelo; gusté de Ti y ahora siento hambre y sed de Ti" (Confesiones, libro 10, cap. 27).

 

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org

 

 

 

18/04/2019-07:00
Enrique Díaz Díaz

"¡Resucitó el Señor!" — Monseñor Enrique Díaz Díaz

Romanos 6, 3-11: "Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no morirá nunca"
Salmo 117: "Aleluya, aleluya"
San Lucas 24, 1-12: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?"

¿A qué hora sucedió? ¿Cómo fue? Nadie sabe explicarlo y todos lo experimentan. Como la semilla que guardada en el surco brota con nueva vida, así Jesús brota glorioso con una nueva vida. Jesús está vivo y se hace presente en medio de sus discípulos, se "aparece" a las mujeres, fortalece a los que se alejan, retornan los que habían huido y en torno a la mesa se comparte el alimento y se fortalece la fe en Jesús resucitado.

Contrario a lo que se esperaría después de la crucifixión y muerte de Jesús, después de la deserción de los más valientes, después de la negación de Pedro y de la traición de Judas, después de los horribles acontecimientos que dejarían un sentimiento de abandono y fracaso, apenas en el primer día de la semana, aparecen unas mujeres anunciando la vida e invitando a recordar sus palabras.

Ha iniciado en el silencio de la noche y en la oscuridad del sepulcro el proceso de la resurrección del Señor y se manifiesta en el actuar de sus discípulos. La acción más palpable de la resurrección de Jesús es su capacidad de transformar el interior de los discípulos. A ellos que se habían manifestado disgregados, egoístas, divididos y atemorizados, llega Jesús para devolverles la esperanza, convocarlos y reunirlos en torno a la comunidad, manifestarse valientes al defender el Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.

La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por la condena y el asesinato de Jesús, sino también por el miedo a los enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes. Nada duele más que el mirarse traicionado y abandonado por aquellos en quienes hemos puesto nuestra confianza y nuestro amor. La traición y el abandono rompen la comunidad. Los corazones de todos estaban heridos.

A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón.

Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, parecía humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del Resucitado lo logran. Cristo resucita y da nueva vida que se manifiesta en una renovada energía y una reforzada integridad de la comunidad.

Las mujeres, pasado el reposo sabático, a primera hora se alistan para ir a encontrar un cadáver. Los recuerdos y el cariño no les permiten dejar en el olvido el cuerpo del Maestro y no quieren que la corrupción y la descomposición toquen aquel cuerpo querido.

Unos perfumes y las caricias de quienes habían sido sus discípulas, pretenden retardar lo inevitable. Sin embargo, buscan entre los muertos y esperan encontrar en el sepulcro ¡al que está vivo!

Y con desconcierto y asombro reciben la noticia de los "varones" que les recriminan esa búsqueda donde no se encuentra El que ahora está vivo. Les recuerdan sus palabras anunciando su pasión, su muerte y su resurrección. No las habían entendido, pero ahora suenan de una forma diferente.

Ellas habían escuchado sus palabras, pero, igual que los demás apóstoles, no las habían comprendido. Y ahora empiezan a reconocer y entender que Dios no puede dejar en el fracaso a su Hijo Jesús. Es la primera experiencia de Dios que rescata a su Hijo del sepulcro.

Para los primeros cristianos, por encima de cualquier otra representación o esquema mental, la resurrección de Jesús es una actuación de Dios que, con su fuerza creadora, lo rescata de la muerte para introducirlo en la plenitud de su propia vida. Así las mujeres inician lo que será el camino de todo discípulo: recordar y creer la palabra; una experiencia viva de encuentro con el Señor resucitado; y una misión que brota incontenible de la seguridad emocionante de tener al resucitado en el corazón.

La resurrección de Jesús para nosotros sus seguidores es también un punto de arranque y una piedra de toque para nuestra fe. No podemos buscar entre los muertos y en una cultura de muerte al que está vivo. Se ha dicho que sus palabras no tendrían sentido para el mundo actual, que han quedado en el olvido sus acciones, que no ya puede estar presente en medio de nosotros; que está condenado a la muerte en una sociedad de poder, de consumo y de intereses; sin embargo Jesús sigue vivo y tiene una palabra de vida para nuestra sociedad y para nuestros ambientes.

Su resurrección es la fuerza transformadora de una sociedad que se pierde en la oscuridad de la injusticia, del terrorismo, de la corrupción y del materialismo, donde el hombre parece estar muerto también. Sólo la resurrección de Jesús será capaz de mover el pesado fardo que llevamos a cuestas cuando se ha perdido la fe, cuando reina el pesimismo y cuando se ha enseñoreado la mentira. Jesús resucitado nos lanza a una nueva acción, no hay fuerza más poderosa que la muerte y Jesús la ha vencido. Los cristianos no podemos darnos por vencidos vamos siguiendo a Cristo triunfador, tenemos una nueva esperanza.

Hoy, en el día de la resurrección, es inútil ir a la tumba a embalsamar y a hacer duelo por Jesús. Hoy está más vivo que nunca y despierta nuestra esperanza y nuestra ilusión. Al igual que Jesús debemos pasar por la muerte para tener la vida, pero al igual que Jesús no nos podemos quedar en la frialdad de la tumba, tenemos que resucitar con Él y generar nueva vida, nueva esperanza y nuevas energías para construir su reino.

"No buscar entre los muertos" es una consigna de renovación de la vida, de la sociedad, de las estructuras opresoras que nos sumergen en el miedo. El verdadero cristiano, experimentando la resurrección de Jesús, tiene una alegría plena y una entrega a toda prueba para construir el mundo de amor que Él nos propone.

Dios nuestro, que por medio de tu Hijo venciste a la muerte y nos has abierto las puertas de la vida plena, concede a quienes celebramos hoy la Pascua de Resurrección, resucitar también a una nueva vida, renovados por la gracia del Espíritu Santo. Amén.

 

 

 

18/04/2019-07:00
Isabel Orellana Vilches

Beato Conrado de Ascoli, 19 de abril

«Obediencia y fidelidad de un insigne franciscano, humilde y penitente, que evangelizó África, Roma y París. Fue estimado por el papa Nicolás IV, su amigo de infancia y compañero en la misma Orden, quien pensó designarlo cardenal»

Nació el 18 de septiembre de 1234 en Ascoli Piceno, Italia. Formaba parte de una reconocida familia de ilustre abolengo: los Miliani. Uno de sus amigos de infancia era Jerónimo Masci futuro general de la Orden franciscana y papa (Nicolás IV), descendiente también de una relevante familia de la burguesía de Ascoli. Se cuenta que Conrado intuía el futuro que aguardaba a su compatriota porque siendo niños algunas veces se arrodillaba ante él. Y como ese gesto fuera apreciado por otras personas que, como es natural, quisieron saber qué lo impulsaba, con toda naturalidad explicó que veía en él al sucesor de Pedro. Incluso vislumbraba en sus manos las llaves, símbolo de la Iglesia, una apreciación que solo podía provenir de lo alto. Pues bien, esta feliz circunstancia que conllevaba su estrecha convivencia superó lo anecdótico ya que ambos compartieron su vocación por la vida franciscana.

Vistieron el hábito de la Orden a la par en el convento de Ascoli, y siguieron una formación paralela realizando su noviciado en Asís. Pero la Providencia fue preparando a Jerónimo para encarnar misiones de gobierno que marcaron el inicio de dos caminos divergentes entre estos hermanos. Ahora bien, unidos siempre por el ideal de Cristo, y en una misma vocación, no dejaron de estar el uno en el corazón del otro. Y Jerónimo acudiría a Conrado en otras circunstancias. Antes, desde 1255 a 1273, aquél pasó por las Marcas y el Lacio, siendo lector de teología y predicador en Dalmacia-Croacia, a instancias de san Buenaventura que apreciaba su valía. Seguro que Conrado tuvo noticias también de su fructífera intervención diplomática en Constantinopla, labor que fue ensalzada porque la situación creada entre la iglesia greco-bizantina y la católica era altamente delicada.

Mientras la vida de Jerónimo discurría por esta senda, Conrado se había trasladado a Peruggia donde se doctoró, enseñó teología y se dedicó a evangelizar. Ambos fueron ejemplo de humildad y obediencia. Luego en el transcurso del capítulo general de Lyon, el 19 de mayo de 1274 Jerónimo fue designado ministro general de la Orden. El último había sido san Buenaventura, pero el Seráfico Doctor desde 1273 asumía la dignidad de cardenal. Murió el 17 de julio de ese año 1274. Una vez que Jerónimo tomó posesión de su nuevo oficio autorizó la partida de Conrado a tierras africanas, concretamente a Libia. Fue el primer misionero de Cirenaica.

En esa época Francia quería invadir España y el papa Nicolás III intervino para impedirlo a través de Masci, asignándole como compañero de tan compleja misión a Conrado. Logrado este propósito, regresaron a Roma donde Masci fue nombrado cardenal en 1278. El beato pasó dos años en Roma, y después fue enviado a París donde impartió teología en su universidad. Pero cuando Jerónimo fue elegido pontífice en 1288 sucediendo a Honorio IV, lo reclamó de nuevo. Tuvo en cuenta su autorizado juicio y estaba seguro de que sería un excelente consejero. La vida de Conrado, celoso e incansable apóstol de Cristo, había estado marcada por la humildad y la penitencia. Se le veía revestido de un áspero hábito, caminaba con los pies descalzos, descansaba solamente unas pocas horas en una rígida tabla, ayunaba a pan y agua cuatro de los siete días de la semana, y alentaba a todos a la conversión. Tenía una gran devoción por la Santísima Trinidad y la Pasión de Cristo. Fue un aspirante al martirio y siempre quiso unir sus sufrimientos a los del Redentor. Fue agraciado con el don de milagros y el de profecía. Entre la gente había cundido la idea, fraguada en lo que veían, de que se hallaban ante un santo.

Nicolás IV sabía que era un religioso de singular valía, y pensó designarlo cardenal. Cuando este deseo llegó a oídos de Conrado, que se sentía llamado a encarnar el espíritu de anonadamiento, experimentó un hondo sentimiento de desagrado. Pero se dispuso a obedecer. Es lo que había hecho Jerónimo cuando fue elegido para desempeñar las altas misiones que le encomendaron: asumir su contrariedad y abrazarse a la cruz. Llegado el momento de la despedida de los fieles, las palabras que pronunció Conrado en la predicación no eran más que el signo de lo que anidaba en su corazón. Glosó maravillosamente las virtudes cristianas, ensalzando de forma especial el valor de la vida oculta en Cristo.

En esos momentos su salud estaba ya muy debilitada. Por eso, un viaje, que entonces era extenuante, le afectó sobremanera. Y yendo camino de Roma no le quedó más remedio que detenerse en Ascoli para gozo de todos, como él mismo pudo comprobar a través de las muestras de afecto que le dispensaron. Le quedaba únicamente un mes de vida. Hallándose en su ciudad natal, cayó enfermo. Sabía que se encontraba a punto de entregar su alma a Dios porque le fue dado a conocer de antemano el día y hora de su deceso. Pudo prepararse para ese momento tan anhelado, y el día 19 de abril de 1289 ingresó en el cielo. La noticia produjo una especial consternación porque ya era aclamado por su fama de virtud. Su hermano, compañero y amigo, pontífice Nicolás IV, no ocultó su dolor develando que, efectivamente, había pensado nombrar cardenal a este entrañable y fiel religioso. Después, profundamente conmovido mandó erigir un mausoleo sobre la sepultura en San Lorenzo alle Piagge de Ascoli Piceno. El 28 de mayo de 1371 los restos de Conrado fueron depositados en la iglesia de San Francisco en la misma ciudad.

Pío VI determinó concederle Oficio y Misa en su honor el 30 de agosto de 1783.