Tribunas

Quizá hoy somos alemanes todos los católicos de occidente

 

 

Salvador Bernal


 

 

He releído estos días la carta enviada por el papa Francisco a los católicos alemanes, y he tenido la sensación de que las orientaciones básicas de ese documento son aplicables a todos. De ahí el título de esta página, que remeda la famosa frase del discurso de John F. Kennedy en Berlín en junio de 1963, tantas veces usada en contextos diversos, usualmente en el contexto de los derechos humanos.

Para encauzar el futuro de la fe, el papa arranca de los Hechos de los Apóstoles: difícil encontrar mejor lección de audacia, entusiasmo y creatividad, de parresia, que en esas páginas a veces descritas como el evangelio del Espíritu Santo. Los primeros cristianos tuvieron que romper cauces caducos, para llevar la buena nueva de Cristo al mundo de su tiempo, con evidente sentido universal. Tampoco hoy ninguna iglesia particular puede encerrarse en sí misma: con san Pablo, es preciso sentir la solicitud por todas… La sinodalidad no es necesariamente reiteración de reuniones, tantas veces agotadoras e inútiles, sino irrupción del Espíritu Santo, como en el primer concilio en Jerusalén.

Juan Pablo II subrayó la primacía de la gracia en un documento programático para el nuevo milenio, firmado cuando se cerraba la puerta santa de la basílica de san Pedro al final del año jubilar. Lo recuerda Francisco, para disuadirnos de poner demasiada confianza en reformas de estructuras y obsesionarse por resultados inmediatos, con planteamientos casi pelagianos. Porque evangelizar –misión de la Iglesia y responsabilidad de cada fiel- supone dar a conocer la realidad profunda de que Dios ama al mundo, a todos los seres creados: una tarea plena de alegría. No es casual que en el título de diversos documentos pontificios se reiteren sinónimos como gaudium, laetitia, gaudete, exsultate…, hasta el gozo pascual del Christus vivit dirigido a los jóvenes.

El papa encarece la unidad que deriva del carácter esencial del sensus Ecclesiae, frente a posibles divisiones y también posturas un tanto elitistas, disgregadoras, que recuerdan los viejos planteamientos gnósticos. Recuerda expresamente enseñanzas del Concilio Vaticano II: “La Iglesia universal vive en y de las Iglesias particulares, así como las Iglesias particulares viven y florecen en y de la Iglesia universal, y si se encuentran separadas del entero cuerpo eclesial, se debilitan, marchitan y mueren. De ahí la necesidad de mantener siempre viva y efectiva la comunión con todo el cuerpo de la Iglesia, que nos ayuda a superar la ansiedad que nos encierra en nosotros mismos y en nuestras particularidades a fin de poder mirar a los ojos, escuchar o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino”.

Resulta esencial estar atentos a las necesidades de los demás, prontos a la auténtica conversión, predicada por el Señor desde el primer momento de su vida pública. Hay que volver continuamente a la oración y al ayuno, como hacía Jesús ante acontecimientos de entidad y, desde luego, para superar las tentaciones… Y meditar una y otra vez la kénosis, el abajamiento del Verbo, camino de pobreza y servicio alejado de todo egocentrismo.

En diversas ocasiones –cito de memoria-, Benedicto XVI propuso a sus compatriotas y, en general, a los habitantes del mundo desarrollado que denotaban cansancio espiritual, el ejemplo de la alegría de las gentes de África. Lo pudo comprobar en sus viajes. Y lo proponía como línea para superar rasgos de envejecimiento triste. En esa estela, Francisco no deja de volver al pasaje del profeta Joel sobre los sueños proféticos de los ancianos. Una nueva llamada a la esperanza.

Leo en Religión Confidencial que el obispo de Passau ha instado a los fieles de su diócesis a leer la carta del papa –auténtica, profunda-, convencido de que la evangelización exige una conversión, que conducirá de nuevo a la alegría de ser cristiano. Ciertamente, más que enfoques eclesiológicos –menos aún de política eclesiástica-, el mensaje pontificio contiene hitos que pueden asegurar el camino de todos, para contribuir al descubrimiento y difusión del rostro pluriforme de la Iglesia, que señalaba Juan Pablo II al comienzo de siglo y recuerda Francisco ahora.

 Vale la pena leer y meditar el documento.