Editorial

 

El feminismo de género como un problema social.
El caso de Plácido Domingo

 

 

02 septiembre, 2019 | por ForumLibertas.com


 

 

 

El caso de Plácido Domingo ilustra bien el daño al que somete el feminismo de género a las personas y a la sociedad. En esta ocasión la fama del acusado le ha servido como protección, al menos hasta cierto punto. Aclamado en Salzburgo después de su intervención en la ópera Luisa Miller en su versión de concierto, ha visto, en cambio, como eran suspendidas sus actuaciones en Filadelfia y San Francisco.

El caso de Plácido Domingo es conocido. En un momento determinado surgieron denuncias de diversas mujeres, todas menos una, anónimas, que lo acusaban de haber utilizado su poder en el mundo de la música para obtener favores sexuales, o al menos intentarlo. Puede que sea cierto en todos los casos, o solo en algunos, pero también cabe la posibilidad de que no sea así. En cualquier supuesto la simple acusación no debe servir para establecer la culpabilidad cierta, ni utilizarse para justificar represalias profesionales. Esto no sucede en ningún orden de la vida excepto en las dictaduras, en las sociedades que no disponen de un Estado de derecho, en las que la gente está al albur del poder. Pero esto es lo que viene sucediendo a partir de que el feminismo de género se ha convertido en ideología de estado en muchos países.

Esta ideología afirma que en las sociedades occidentales todas las mujeres están sujetas a la opresión, discriminación y abuso por parte de los hombres, mediante una estructura que constituye el patriarcado. Es evidente que esta visión es extraña a la realidad, pero todavía lo es más que se haya convertido en hegemónica junto con la otra derivada del género, la de las identidades LGBTI+, con la que mantienen aquel feminismo un notable grado de conflicto.

No importa que en Europa y los Estados Unidos entre el 43 y el 45 % de la riqueza, según Credit Suisse, pertenezca a las mujeres, o que ellas detenten el 80 % del poder de compra, datos que casan mal con un grupo oprimido. La cuestión es que sus tesis prevalecen, y una de ellas es que todo lo que una mujer denuncia es siempre cierto.

En España se han vivido campañas contra los jueces para presionar sobre sentencias. Hemos visto como cantantes son censurados porque las letras de sus canciones son consideradas machistas (y en todo caso de un pésimo gusto), y como los poderes públicos, las administraciones se avienen a ello. Se practica la censura contraviniendo lo que establece el artículo 20 de la Constitución.

Con el feminismo de género han caído tres pilares fundamentales del Estado de derecho: la presunción de inocencia, la libertad de expresión y la independencia del poder judicial, porque no hay tal si los jueces, ante determinados casos que afectan a mujeres, se enfrentan a manifestaciones, declaraciones públicas y son denostados en las redes. El escarnio y la culpabilización son incompatibles con la independencia real de la justicia. No solo eso. Un puñado de mujeres jueces se han asociado con el fin explícito de que la justicia se imparta desde la perspectiva de género. Es decir, que todos los casos sean contemplados desde el punto de vista de que existe un sistema, el patriarcado, que las somete, discrimina y abusa de ellas por ser mujeres. Bajo estos criterios, la justicia se convierte en farsa porque la sentencia ya está dictada. ¿Cómo, bajo estos supuestos, se puede definir a España y a otros países, como democracias liberales?

La presunción de inocencia es muy anterior a la Ilustración. Forma parte del derecho romano, y se formula en unos términos bien conocidos: In dubio pro reo. Si hay dudas, porque no hay sentencia establecida, estas se resuelven a favor del reo, del acusado. Ahora en los ámbitos colonizados por el gender es exactamente lo contrario. No solo de facto por el griterío público, sino de iure, como en las legislaciones españolas sobre las personas LGBTI, que establecen la inversión de la carga de la prueba, por la que el acusado ha de ser quien demuestre su inocencia.

Y la libertad de expresión, que establece el artículo 20 de la Constitución Española, es sistemáticamente vulnerada cuando se vetan cantantes y autores, porque su manifestación artística es considerada ofensiva por los políticos gender, bien desde el feminismo, bien desde las identidades de género. Son los únicos grupos que pueden practicar impunemente esta práctica ante la aquiescencia cómplice de todo el poder. A su rebufo, y en función de la correlación de fuerzas, se establecen algunas otras censuras, pero siempre minoritarias ante el grueso de aquel sistema censor.

El feminismo de género se caracteriza como ideología por:

  • Buscar la posición de ser siempre la víctima. Usa el victimismo como método. Eso requiere lo ya apuntado: la culpabilidad del otro a priori.
  • Parte de un principio de supremacismo, un hecho ideológico poco abordado. Ese es el trasfondo que conlleva el considerar que los problemas del mundo, desde la crisis ambiental a la desigualdad son consecuencia de la acción de los hombres, del patriarcado, y que el hecho de que sean mujeres quienes asuman las responsabilidades implica que automáticamente todo vaya a mejor. Esta presunción, como las restantes, no está avalada por nada, pero tanto da.
  • Ha transformado la desigualdad económica, la que está en la raíz de los problemas, en la “desigualdad de género” ceñida a las diferencias entre hombres y mujeres, lo que suprime de la agenda política lo realmente importante, los fundamentos económicos de la desigualdad que afecta a los seres humanos, mujeres y hombres.
  • Por lo ya apuntado, degrada el Estado de derecho y ha abierto la puerta a su sujeción al poder de la ideología de turno. En esto no difiere de la visión comunista.
  • Establece un lenguaje normativo y performativo que tiene como fin configurar la opinión pública y el formateo de las mentes. El concepto género es la pieza fundamental de esta neolengua del poder, “micromachismo”, patriarcado.
  • Fundamenta su actuación en el conflicto permanente y su exacerbación, porque es la demostración del abuso patriarcal. No existen grandes diferencias entre esta visión y la de los sindicatos comunistas en Europa Occidental de los años cincuenta del siglo pasado, que usaban conflictos concretos como instrumentos políticos para impulsar sus tesis políticas.
  • Hacen un uso sistemático de datos sesgados, prefabricados o simplemente inventados para sostener sus tesis.

 

La perspectiva de género está dañando gravemente a las sociedades de occidente, y son el refugio de todas aquellas fuerzas políticas que, queriendo presentarse como renovadoras y progresistas, sin afectar al poder económico real, se escudan en ella. Solo falta ver con quien se alinean la mayoría de las inmensas fortunas personales de nuestro tiempo, para constatar a quien sirve realmente la perspectiva de género y sus aplicaciones políticas.

Han conseguido situar la desigualdad real en un plano secundario y atomizan la sociedad con sus conflictos exacerbados, impiden una relación constructiva y fecunda entre hombres y mujeres, dañan la educación de los hijos, destruyen el capital social. Se ha convertido en uno de los grandes problemas de nuestro tiempo.