Colaboraciones

 

John Henry Newman, el Santo de la conciencia

 

 

15 octubre, 2019 | por Carles Ros Arpa


 

 

 

John Henry Newman (1801-1890), fue canonizado el pasado domingo 13 de octubre. Figura capital del cristianismo del siglo XIX, Newman nació en Londres en el seno de una familia burguesa anglicana, que más adelante pasaría por graves dificultades. Experimentó una conversión a los 15 años que lo comprometió con la fe cristiana para el resto de su vida. Estudió en Oxford, donde más tarde ejerció la docencia en el Oriel College,  y donde fue ordenado en la Iglesia anglicana. En 1833 creó el Movimiento de Oxford para la renovación de esta Iglesia, lo que le supuso la oposición de importantes sectores del anglicanismo. Profundizó en el estudio de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos, y llegó a la conclusión de la identidad y plena continuidad entre la Iglesia primitiva y el catolicismo. El 9 de octubre de 1845 ingresó a la Iglesia católica, culminando así su llamada “segunda conversión”.

Su obra como pensador no le impidió una intensa actividad a lo largo de su vida. Fundó, entre otros, el Oratorio de San Felipe Neri en Inglaterra, la Universidad Católica de Irlanda, y un colegio de secundaria en Birmingham. Siempre teniendo que superar las dificultades y la oposición que lo católico encuentra en la sociedad y en las autoridades inglesas, lo que motivó que otros proyectos suyos no prosperaran. En 1879 fue creado cardenal de la Iglesia católica, pero continuó con su servicio humilde en Birmingham.

Newman es uno de los grandes pensadores del siglo XIX, y uno de los grandes teólogos de la era moderna. Su pensamiento parte de su propia experiencia, está influido por San Agustín y conecta con la visión moderna y personalista. La conciencia moral es uno de sus grandes temas. Vivió en una época en que la idea de la conciencia moral se fue diversificando según las diferentes corrientes éticas y filosóficas: el deber según los neokantianos, el bienestar del mayor número de personas según los utilitaristas, su carácter estrictamente social según el marxismo, o la pura denuncia de la conciencia moral por constituir una “traición a la vida” (Nietzsche).

En 2010 Benedicto XVI proclamó a Newman “Doctor de la conciencia”, y puso de manifiesto la vigencia de su concepción: «En el pensamiento moderno, la palabra  “conciencia” significa que en materia de moral y de religión, la dimensión subjetiva, el individuo, constituye la última instancia de la decisión. […] La concepción que Newman tiene de la conciencia es diametralmente opuesta. Para él, “conciencia” significa la capacidad de verdad del hombre: la capacidad de reconocer en los ámbitos decisivos de su existencia -religión y moral- una verdad, “la” verdad. La conciencia, la capacidad del hombre para reconocer la verdad, le impone al mismo tiempo el deber de ir hacia la verdad, de buscarla y de someterse a ella allí donde la encuentre. […] El camino de las conversiones de Newman es un camino de la conciencia, no un camino de la subjetividad que se afirma, sino, por el contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se le abría».

En nuestro tiempo se acusa a menudo a la Iglesia de haber abusado históricamente de su autoridad para imponerse a las conciencias. Esto puede haber sido así en otros tiempos, dependiendo en buena parte del talante personal de cada sacerdote o religioso. En España, por el anacronismo del régimen franquista, esto puede haber sucedido hasta la generación de los nacidos a mediados de siglo pasado. Pero si observamos nuestro presente con objetividad y sin prejuicios ideológicos, hoy los problemas de fondo de nuestra sociedad no están provocados por el abuso de conciencia católico, sino por el relativismo y subjetivismo moral. Al desaparecer la responsabilidad personal ante Dios, la conciencia hoy se confunde con la mera opinión personal, con el sentimiento subjetivo, con el libre arbitrio como puro “poder elegir”, aunque sea entre el bien y el mal. El santuario de la conciencia se ha desacralizado, y esto tiene unas consecuencias que van mucho más allá de la pervivencia de la fe personal y comunitaria. Apartándose de Dios (el Otro) la persona se separa también de su prójimo (el otro), y se cierra en la burbuja de su propio yo. Se despreocupa progresivamente de su prójimo, no se siente corresponsable de su suerte, comenzando a menudo por los seres más cercanos de la propia familia (cónyuges abandonados, hijos desatendidos, abuelos olvidados). Pese a la retórica buenista, en la práctica acaba imperando la ceguera moral de la que habla Bauman. La exacerbación creciente del individualismo, la felicidad entendida como búsqueda del placer, de la autocomplacencia, del dinero o del poder, son las mayores amenazas de nuestro tiempo, y hacen cada vez más difícil la convivencia pacífica entre personas y comunidades.

 

Publicado en el Diari de Girona el 7-10-19