Servicio diario - 14 de abril de 2020


 

Santa Marta: Francisco invita a descubrir la unidad ante las dificultades
Larissa I. López

“TuClausuramiClausura”: Ayuda a los monasterios de vida contemplativa
Rosa Die Alcolea

Coronavirus: La Santa Sede posterga las medidas de prevención adoptadas
Larissa I. López

México: La Iglesia, preocupada por los migrantes ante “el pánico” del coronavirus
Larissa I. López

“Cuidar al otro”: Consideraciones bioéticas ante la pandemia de COVID-19
Christian Vallejo

Chile: El Arzobispado de Santiago inaugura el segundo albergue para las personas sin hogar
Redacción

¿Cómo se celebran las exequias durante la pandemia?
Redacción

Argentina: El obispado de San Justo ofrece camas para acoger a los más necesitados
Christian Vallejo

Haití: El Papa Francisco nombra al nuevo obispo de Port-de-Paix
Redacción

Píldoras de esperanza (13): “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”
Ricardo Grzona

Padre Antonio Rivero: “¡Abre las manos para que Cristo resucitado te dé sus regalos!”
Antonio Rivero

San Damián de Molokai (Jozef van Veuster), 15 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

Santa Marta: Francisco invita a descubrir la unidad ante las dificultades

Convertirse significa “volver a ser fiel”

(zenit – 14 abril 2020).- Oremos para que el Señor nos dé la gracia de la unidad entre nosotros. Que las dificultades de esta época nos hagan descubrir la comunión entre nosotros, la unidad que siempre es superior a cualquier división”.

Esta es la petición del Papa Francisco en la Misa de hoy, 14 de abril de 2020, martes de la Octava de Pascua, celebrada en la Casa Santa Marta y transmitida en directo debido a la pandemia del coronavirus.

Después, en su homilía, Francisco reflexiona sobre la primera lectura, un pasaje tomado de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 2, 36-41), en el que Pedro anuncia abiertamente a los judíos que Dios ha hecho Señor y Cristo a Jesús, al que ellos habían crucificado.

 

Convertirse, volver a ser fiel

Ante estas palabras, muchos sintieron sus corazones traspasados y preguntaron a Pedro y los discípulos qué hacer: “Conviértanse. Conviértanse. Cambien sus vidas”, indica Pedro.

“Convertirse”, explica el Pontífice, significa “volver a ser fiel. Fidelidad, esa actitud humana que no es tan común en la vida de las personas, en nuestras vidas (…). Fidelidad, en los buenos y en los malos tiempos”.

Fidelidad también en la seguridad, que es una gracia: “Para estar seguro, pero también para estar seguro de que el Señor está conmigo. Pero cuando hay seguridad y estoy en el centro, me alejo del Señor, (…), me vuelvo infiel. Es tan difícil mantener la lealtad”, puntualiza.

 

María Magdalena, “icono de la fidelidad”

El Obispo de Roma se refirió después al Evangelio de hoy, (Jn 20, 11-18), que propone a María Magdalena como “icono de la fidelidad”. Un “mujer fiel que nunca ha olvidado todo lo que el Señor ha hecho por ella. Ella estaba allí, fiel, frente a lo imposible, frente a la tragedia, una fidelidad que también le hace pensar que es capaz de llevar el cuerpo… Una mujer débil pero fiel”, “apóstol de los apóstoles.

Finalmente, el Papa Francisco, expuso: “Pidamos hoy al Señor la gracia de la fidelidad, de dar gracias cuando nos da certezas, pero nunca pensemos que son ‘mis’ certezas y siempre, miremos más allá de las propias certezas; la gracia de ser fieles incluso ante las tumbas, ante el derrumbe de tantas ilusiones. Fidelidad, que siempre permanece, pero no es fácil de mantener. Que Él, el Señor, sea quien lo guarde”.

A continuación, sigue la transcripción de la homilía completa del Santo Padre ofrecida por Vatican News.

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Homilía del Papa

La predicación de Pedro, el día de Pentecostés, atravesó los corazones de la gente: “Lo que has crucificado ha resucitado”. “Cuando escucharon estas cosas sintieron que sus corazones se traspasaban y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: ‘¿Qué haremos?”. Y Pedro es claro: «Conviértanse. Conviértanse. Cambien sus vidas. Vosotros que habéis recibido la promesa de Dios y vosotros que os habéis apartado de la Ley de Dios, de muchas cosas tuyas, entre ídolos, muchas cosas… convertíos. Vuelve a la fidelidad. Convertirse es esto: volver a ser fiel. Fidelidad, esa actitud humana que no es tan común en la vida de las personas, en nuestras vidas. Siempre hay ilusiones que atraen la atención y muchas veces queremos ir detrás de estas ilusiones. Fidelidad, en los buenos y en los malos tiempos.

Hay un pasaje del Segundo Libro de Crónicas que me llama mucho la atención. Está en el capítulo XII, al principio. “Cuando el reino se consolidó”, dice, “el rey Roboam se sintió seguro y se apartó de la ley del Señor y todo Israel le siguió”. Eso dice la Biblia. Es un hecho histórico, pero es un hecho universal. Muchas veces, cuando nos sentimos seguros empezamos a hacer nuestros planes y nos alejamos lentamente del Señor, no permanecemos fieles. Y mi seguridad no es lo que el Señor me da. Es un ídolo. Esto es lo que le pasó a Roboam y al pueblo de Israel. Se sintió seguro – un reino consolidado – se apartó de la ley y comenzó a adorar ídolos. Sí, podemos decir: “Padre, no me arrodillo ante los ídolos”. No, quizás no te arrodilles, pero que los busques y tantas veces en tu corazón adores ídolos, es verdad. Muchas veces. La propia seguridad abre la puerta a los ídolos.

Pero ¿está mal la propia seguridad? No, es una gracia. Para estar seguro, pero también para estar seguro de que el Señor está conmigo. Pero cuando hay seguridad y estoy en el centro, me alejo del Señor, como el Rey Roboam, me vuelvo infiel. Es tan difícil mantener la lealtad. Toda la historia de Israel, y luego toda la historia de la Iglesia, está llena de infidelidad. Llena. Llena de egoísmo, de sus propias certezas que hacen que el pueblo de Dios se aleje del Señor, pierda esa fidelidad, la gracia de la fidelidad. E incluso entre nosotros, entre la gente, la fidelidad no es una virtud barata, ciertamente. Uno no es fiel al otro, al otro… “Arrepiéntanse, vuelvan a ser fieles al Señor”.

Y en el Evangelio, el icono de la fidelidad: esa mujer fiel que nunca ha olvidado todo lo que el Señor ha hecho por ella. Ella estaba allí, fiel, frente a lo imposible, frente a la tragedia, una fidelidad que también le hace pensar que es capaz de llevar el cuerpo… Una mujer débil pero fiel. El icono de la fidelidad de esta María de Magdala, apóstol de los apóstoles.

Pidamos hoy al Señor la gracia de la fidelidad, de dar gracias cuando nos da certezas, pero nunca pensemos que son “mis” certezas y siempre, miremos más allá de las propias certezas; la gracia de ser fieles incluso ante las tumbas, ante el derrumbe de tantas ilusiones. Fidelidad, que siempre permanece, pero no es fácil de mantener. Que Él, el Señor, sea quien lo guarde.

El Papa terminó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitándonos a hacer la comunión espiritual. Aquí sigue la oración recitada por el Papa:

“A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abandona en su nada a tu santa presencia. Te adoro en el sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía. Deseo recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece; esperando la felicidad de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, oh Jesús mío, que yo vengo a Ti. Que tu amor inflame todo mi ser para la vida y la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo. Que así sea”.

Antes de salir de la capilla dedicada al Espíritu Santo, se cantó la antífona mariana Regina caeli propia del tiempo de Pascua.

 

 

 

 

“TuClausuramiClausura”: Ayuda a los monasterios de vida contemplativa

En España
(zenit – 14 abril 2020).- “El Pulmón de nuestras Almas necesita hoy de nuestro sustento” es el lema de la campaña emprendida por un grupo de empresarios católicos para ayudar al sostenimiento de monasterios y conventos de clausura en dificultades por la COVID-19.

Con la iniciativa “TuclausuramiClausura”, invitan a conocer a través de la Fundación Declausura (www.declausura.org) la vida de contemplación y las necesidades que muchas congregaciones presentan. De manera original y creativa, los promotores animan a los católicos a participar en la clausura de tantos religiosos y religiosas que rezan cada día por los demás, llamados por el Señor a esta vocación personal.

Debido a esta crisis provocada por la pandemia, los monasterios que viven en clausura ven recortadas sus posibilidades de venta directa de sus productos artesanales que, en la mayoría de los casos, son fuente principal de ingresos en los conventos y monasterios de España.

 

Cómo ayudar

Por ello, la campaña “TuClausuramiClausura” tiene como objetivo facilitar que empresas, familias, fundaciones o parroquias puedan ayudar aportando su tiempo y trabajo o bien colaborando económicamente ante una forma de vida, en muchos casos, desconocida para el mundo. “Es muy difícil conocer en profundidad las necesidades de una realidad tan resiliente, humilde y austera que nunca se queja y siempre se está entregando a los demás”, señala Santos Blanco, de la agencia Folk Sixty.

En materia económica, la iniciativa canalizará todas las donaciones, a partir de 3 euros (coste estimado de manutención de una persona de vida contemplativa) a través de la Fundación Declausura (www.declausura.org) dedicada desde hace 14 años a atender y promover la vida contemplativa. El 100% de los donativos llegarán a monasterios y conventos en estado de necesidad.

 

Empresas iniciadoras

Una de cada tres monjas del mundo vive en España. “TuClausuraMiClausura” nace en medio de la crisis pero tiene vocación de continuidad: “El pulmón de nuestras almas. Es momento de que nosotros también hagamos algo por su sustento”, apunta Jaime Barragán, de Altum Faithful Investing.

Entre las empresas iniciadoras de #TuClausuraMiClausura se encuentran Folk Sixty, Altum Faithful Investingo Bosco Films. Los perfiles de los empresarios engloban diversos sectores: pilotos de drones, expertos en comunicación, periodistas o economistas entre otros. “Decidimos unirnos y poner aquello que cada uno sabía hacer. Si gratis recibimos su oración, gratis queremos ayudar a que sigan orando por nosotros.”, apunta Iván Jacques, uno de los impulsores del proyecto.

 

 

 

 

 

 

Coronavirus: La Santa Sede posterga las medidas de prevención adoptadas

Hasta el próximo 3 de mayo
(zenit – 14 abril 2020)-. La Santa Sede prorroga hasta el 3 de mayo de 2020, inclusive, todas las medidas tomadas hasta la fecha para hacer frente a la emergencia sanitaria de Covid-19.

Así ha informado hoy, 14 de abril de 2020, la Oficina de Prensa de la Santa Sede a través de un comunicado.

Esta nota supone una actualización de la difundida el pasado 3 de abril, en la que se ampliaba el plazo de aplicación de las disposiciones establecidas para combatir la expansión del coronavirus hasta ayer, 13 de abril.

 

Medidas del Vaticano

El pasado 6 de marzo, después de que un paciente atendido en un ambulatorio del Vaticano diera positivo de COVID-19 se suspendieron temporalmente “todos los servicios ambulatorios de la Dirección de Salud e Higiene del Estado de la Ciudad del Vaticano para sanear el ambiente”, indicó la Santa Sede.

Después, el 10 de marzo, se dispusieron una serie de medidas adicionales: la plaza de San Pedro y la Basílica Vaticana permanecen cerradas a las visitas guiadas y a los turistas. La farmacia y el supermercado Annona seguirían abiertos, “pero con entradas restringidas”, indicaba la nota de la Santa Sede publicada en ese día.

También a partir de ese día, se cerraron “la unidad móvil del Correo Vaticano en la plaza de San Pedro, los dos puntos de venta de la Librería Editorial Vaticana, el Servicio Fotográfico de L’Osservatore Romano, que continuará accesible online, y el almacén de ropa”, continúa el texto.

El comedor de empleados, por su parte, fue cerrado el 11 de marzo y se activó “un servicio de reparto de comidas a petición de las distintas realidades y entidades de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano”.

 

 

 

 

México: La Iglesia, preocupada por los migrantes ante “el pánico” del coronavirus

Llamado al Gobierno a atender esta realidad
(zenit – 14 abril 2020)-. Mons. Jaime Calderón, obispo de Tapachula, diócesis situada al sur de México, expresa la preocupación de la Iglesia por que ante “el pánico de la COVID-19 y el cierre de las fronteras, la autoridad se limite a replegar, abandonar y olvidar en zona neutral, dejándolos a la intemperie, olvidando que también son seres humanos y, como todos, vulnerables al virus que va enfermando hoy al mundo”.

Así informó, el pasado 13 de abril de 2020, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), a través de un comunicado titulado “Migrantes expuestos a la COVID-19”.

 

Atención a los migrantes

La nota sostiene que “esta solución adoptada tiene poco sentido humano y mucha irresponsabilidad, teniendo en cuenta la gravedad de los tiempos que estamos viviendo. Nos preocupa mucho que los hermanos migrantes estén siendo deportados sin cercos sanitarios ante la COVID-19 y abandonados a su suerte para riesgo propio y de la población local”.

Por todo ello, el texto incluye “un llamado a los tres niveles de Gobierno a caer en la cuenta que, de forma especial en estos tiempos de la pandemia por la COVID-19. Los migrantes siguen ingresando por nuestra frontera sur y, por tanto, se exponen y ponen en riesgo a familias enteras a la COVID-19”.

E indica que es necesario proteger la salud de las personas “con cercos sanitarios, incluso, para hacer mejor la labor de proteger a la población local”.

 

Sentido de la humanidad

Igualmente, se hace un llamamiento extensible a todos, autoridad civil y pueblo en general, a no entrar en pánico “para no perder el sentido de humanidad que siempre es necesario. Seamos conscientes que los migrantes son personas e, igual que nosotros, están expuestos a la COVID-19. Cuidándolos también nos cuidamos del contagio, protegiéndolos nos protegemos”.

El comunicado apunta que, inmersos en “este flagelo” del coronavirus, “¡no podemos dejar de mirar y sentirnos interpelados por las urgencias de nuestra realidad local, agravada por esta emergencia de salud”, remarcando que tanto en el norte como en el sur del país, “los hermanos migrantes siguen siendo el rincón olvidado de esta problemática tan grave”.

 

 

 

 

“Cuidar al otro”: Consideraciones bioéticas ante la pandemia de COVID-19

Del Centro de Investigación Social Avanzada de México
(zenit – 14 abril 2020).- El pasado 6 de abril de 2020, el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV) de México, presentó el documento “Cuidar al otro: Consideraciones bioéticas ante la pandemia de COVID-19”, elaborado por algunos de sus académicos, donde ofrecen algunas recomendaciones bioéticas para entender el desafío global que representa una pandemia como la del coronavirus.

Principalmente, el documento trata tres temas: La ética del cuidado comienza en la familia, la ética del cuidado es la base para una auténtica promoción del bien común de la comunidad política y la necesidad de una bioética global en momentos en que se encuentran en riesgo aspectos importantes de la casa común.

Tras el estudio de estos temas, han llegado a la conclusión de que se necesita “una nueva gramática común que nos permita disponer de parámetros ético-jurídicos universales que preserven la justicia y promuevan la vida buena entre las personas y las naciones”, cuidar de la casa común y fortalecer los procesos de integración regional.

Asimismo, invitan a todas las personas a despertar de “la soberbia a nivel global” y a “abrir nuestras mentes y corazones a la esperanza”, concluyendo con una frase de Charles Péguy: “La caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo. Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio”.

Algunos de los doce académicos del CISAV que han participado en la elaboración del texto son: Rodrigo Guerra, Fidencio Aguilar Víquez, José Miguel Ángeles de León, Giampero Aquila, Cristóbal Barreto Tapia, Julia Basilio Moreno o Patricia Mancilla Dávila.

 

“Cuidar al otro”

En la introducción del documento se incluye: “‘Cuidar al otro’ no es pues un mero eslogan o una ficción jurídica. Es un llamado real a nuestra conciencia para que lo más humano de nuestra condición emerja venciendo la autorreferencialidad, el egoísmo, la indiferencia, el miedo y el aislamiento”.

Asimismo, ponen en valor la dignidad, “imprescindible para la construcción del bien común, para la justicia, y por ende, para la paz” y el cuidado a las personas, sobre todo a las de máxima vulnerabilidad.

 

Importancia de la familia

El primer asunto que estudian los académicos del CISAV es “la ética del cuidado comienza en la familia y entre las familias”, ya que es donde se establecen las relaciones fundamentales. Ante una pandemia como la que hoy vive la humanidad, es esencial el “redescubrimiento de la familia en su naturaleza profunda, en su capacidad de mostrar una humanidad diversa, en su anhelo por una vida mejor”.

Por lo tanto, algunos de los criterios éticos que recomiendan tomar como familia son: “Cuidar de la salud propia y de nuestros familiares, aun sabiendo que los bienes mayores de las personas son los morales; ser responsables en el aislamiento físico, evitando el egoísmo que puede provocar el miedo y considerar la familia como un “sujeto”, no como objeto de atención en los programas y políticas públicas”.

“La generosidad y la preocupación por el otro se distorsionan si la familia y sus miembros no se descubren como parte de un tejido de intercambios y servicios supra-utilitarios sin los cuales no se sostiene ninguna sociedad”, añaden en el texto.

 

Responsabilidad política

El segundo tema que tratan en el documento es “la ética del cuidado es la base para una auténtica promoción del bien común por parte de la comunidad política”, donde hacen hincapié en la corresponsabilidad entre los ciudadanos, autoridades, instituciones sanitarias, empresas, organizaciones de la sociedad civil e iglesias para controlar el ritmo de contagio del virus.

“Toda autoridad civil debe recordar que la legitimidad de un gobierno no sólo brota de su origen sino también de su ejercicio. En el servicio a los más pobres, a los marginados y a los vulnerables se verifica si el compromiso de un gobierno a favor del bien común es verdadero o meramente retórico”, destacan desde el CISAV.

Asimismo, defienden que las autoridades civiles deben tomar medidas preventivas contundentes de manera anticipada para paliar lo antes posible la expansión de la pandemia y piden al gobierno que entiendan “la importancia del principio de subsidiaridad”, así como el establecimiento de criterios a la hora de atender a los pacientes sin discriminar a nadie.

 

Necesidad de bioética global

El tercer y último tema que estudian los académicos del CISAV en el documento es “una bioética global para el cuidado de la casa común”, reivindicando la centralidad de la persona humana y su dignidad, ya que “el mundo entero está más interrelacionado que nunca. No bastan los esfuerzos aislados de los estados para preservar el bien común. Como lo han dicho en diversas ocasiones varios Pontífices durante el siglo XX y comienzos del siglo XXI, es preciso que existan instituciones internacionales que de manera subsidiaria cuiden del bien común internacional en distintos planos y niveles regionales”.

Asimismo, invitan a reconsiderar el valor de la cooperación internacional, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la misión de la Organización de las Naciones Unidas y otros organismos internacionales, la solidaridad entre las personas, las redes solidarias y las medidas precautorias y anti-migratorias.

 

Centro de Investigación Social Avanzada

El Centro de Investigación Social Avanzada, se fundó en enero de 2008 en la ciudad de Querétaro, México, como un espacio de encuentro y de formación académica que busca dar respuesta a las principales cuestiones que marcan actualmente la existencia de las personas y de nuestra sociedad.

Al día de hoy, está integrado por 19 personas que trabajan en su campus de Querétaro, las mismas que colaboran cotidiana y estrechamente con una amplia comunidad de exalumnos, académicos y actores sociales en todo el mundo.

 

 

 

 

 

Chile: El Arzobispado de Santiago inaugura el segundo albergue para las personas sin hogar

“Esperanza que viene del Señor resucitado”
(zenit – 14 abril 2020).- La parroquia del Sagrado Corazón de la Alameda (Estación Central), en Santiago de Chile, comenzó a utilizarse como albergue para personas en situación de calle ante la emergencia sanitaria provocada por la pandemia de COVID-19, informó el Arzobispado de Santiago el pasado lunes, 13 de abril de 2020.

Este lugar se suma al edificio de la Vicaría de la Esperanza Joven, que está funcionando desde el viernes 10 de abril, y son parte de los 17 espacios que la Iglesia de Santiago puso a disposición de la autoridad sanitaria.

“Nos alegra que esto ocurra el lunes de Pascua porque para estos hermanos en situación de calle, hoy tienen una buena noticia y una esperanza que viene del Señor resucitado en su Iglesia”. El Vicario General del Arzobispado de Santiago, Cristián Roncagliolo, participó de la puesta en marcha y contó que “esto es parte de la etapa de implementación de los espacios eclesiales ofrecidos por la Iglesia de Santiago”.

 

Propuesta del arzobispo

El padre Javier Concha, párroco del Sagrado Corazón de la Alameda, sostuvo: “Esta idea surge a partir de la propuesta que le hace el arzobispo al Gobierno, en la lógica de resguardar a aquellas personas que son más vulnerables en esta emergencia”.

El párroco describe que “la Iglesia no puede quedar marginada en esta emergencia porque Jesús se identificó con el pobre, y nosotros como Iglesia estamos llamados a eso. Nosotros como parroquia ponemos a disposición nuestras instalaciones que permiten albergar a 20 adultos mayores en situación de calle, las 24 horas del día y los siete días de la semana, para resguardarlos de un posible contagio. Además, algunos trabajadores de la parroquia estarán también prestando servicios”.

 

6.805 personas en situación de calle

El intendente de Santiago, Felipe Guevara, también estuvo presente en el hito inaugural: “Estamos aquí abriendo un espacio para acoger a personas adultos mayores en situación de calle de nuestra región”.

En la región hay 6.805 personas que están en situación de calle, apuntó Guevara. Casi 3.000, o sea, poco menos de la mitad son adultos mayores, que no están contagiados con coronavirus y “los queremos acoger aquí”, declaró el intendente.

“Es un programa que lidera la Seremi del Ministerio de Desarrollo Social, y quiero agradecer a la Iglesia por el espacio que nos brinda, está realmente en muy buenas condiciones. (…) Vamos a atender aquí con medidas de higiene, de alimentación, con la temperatura adecuada, hasta que pase la pandemia que estamos viviendo en Chile y en el mundo entero”, añadió.

 

 

 

 

¿Cómo se celebran las exequias durante la pandemia?

Por D. Alejandro Vázquez-Dodero
(zenit – 14 abril 2020).- Según señala el punto 1.683 del Catecismo: “La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo en las manos del Padre”.

Además, el punto 1.187  expone que “la liturgia es la obra de Cristo total, Cabeza y Cuerpo. Nuestro Sumo Sacerdote la celebra sin cesar en la liturgia celestial, con la santa Madre de Dios, los Apóstoles, todos los santos y la muchedumbre de seres humanos que han entrado ya en el Reino”.

Así, es la Iglesia la que “se encuentra” en el funeral y entierro del difunto –o depósito de cenizas en caso de cremación–, representada por el ministro y la comunidad que asiste –en el número y del modo que sea– a esas ceremonias. Sí, la Iglesia como tal, aspecto éste imprescindible para entender cuanto referiremos en este artículo, y para cerciorarse de que la gracia divina que acompaña a las exequias se halla presente al margen de las circunstancias en que se celebren dichas ceremonias.

 

Exequias durante la pandemia

El ritual de los funerales de la liturgia romana prevé tres tipos de celebración de las exequias en función del lugar: la casa, la iglesia y el cementerio. El ritual será uno u otro dependiendo de la importancia que preste la familia, costumbres locales, cultura o piedad popular.

En todo caso se procurará que el ritual comprenda cuatro momentos principales: la acogida de la comunidad, la liturgia de la palabra, el sacrificio eucarístico y el adiós (“a Dios”) al difunto.

Debido a la multitud de fallecimientos en la pandemia que nos está tocando vivir, en muchas ocasiones no se pueden celebrar las exequias como nos gustaría, ni con la asistencia de tantos familiares y seres queridos del difunto como quisiéramos, ni siguiendo el ritual que nos hubiera gustado celebrar.

Así, el difunto es sepultado –o son depositadas sus cenizas– en condiciones, podríamos decir, adversas para su familia y allegados. Ello por falta de tiempos o de suficiente logística para atender a tantos difuntos, en el bien entendido que la normativa civil no lo prohíbe, con debidas cautelas –en España y otros países, permite participar en la comitiva para el enterramiento o despedida para cremación de la persona fallecida, si bien, para evitar contagios, se restrinja tal participación a un máximo de tres familiares o allegados, además del ministro–. Aunque, movidos por un creativo cariño, esos familiares y allegados consigan unirse a la ceremonia a través de la grabación que desde el móvil envía quien esté asistiendo presencialmente.

 

La gracia sigue presente

Un principio básico de toda la economía de la Salvación y de la acción salvífica de la gracia divina en nuestras almas, es el de “la infinita misericordia de Dios”. Principio este que en el período de pandemia alivia sobremanera cuando nos encontramos con casos en los que no se ha podido atender espiritualmente a los difuntos tal como nos hubiera gustado, porque bien lo hubieran merecido.

El Señor, en su misericordia, dispensa las gracias necesarias para nutrir de su infinito amor las celebraciones litúrgicas que por causas intempestivas y de fuerza mayor no puedan celebrarse como quisiéramos, ni ser presenciadas –rezadas– por cuantos quisieran acudir a ellas. Además, como decíamos, es la propia Iglesia la que celebra esa ceremonia, toda ella, presente en espíritu.

Naturalmente, como también señala la legislación civil, finalizada la pandemia podrán celebrarse los funerales correspondientes, ya multitudinarios y sin las estrictas restricciones impuestas por la COVID-19, que a su debido tiempo no pudieron acompañar los enterramientos –o depósitos de cenizas– de nuestros queridos difuntos.

Ello atendiendo principalmente a la Eucaristía, que podrá ofrecerse por el difunto, Misa de difuntos, en sufragio por su alma.

 

Alejandro Vázquez-Dodero Rodríguez
Sacerdote, doctor en Derecho Canónico y capellán del colegio Tajamar de Madrid

 

 

 

 

Argentina: El obispado de San Justo ofrece camas para acoger a los más necesitados

En centros religiosos
(zenit – 14 abril 2020).-. El obispado de San Justo ha puesto a disposición de la comunidad varias camas en centros religiosos para acoger a los más necesitados, evitar que aumente el número de personas infectadas y acomodar a las personas con síntomas leves que aún necesitan permanecer aisladas para no continuar propagando el virus.

La diócesis de San Justo se ve muy afectada por las medidas de aislamiento para frenar la propagación del coronavirus, ya que muchas familias se encuentran por debajo del umbral de pobreza y tienen que salir cada día para buscar trabajo y poder llevar alimentos a sus casas, informa la Agencia Fides.

 

Papel de la Iglesia junto a las autoridades

En este caso, es muy importante el papel de la iglesia y su solidaridad junto a las autoridades nacionales, provinciales y municipales y otras instituciones que también están colaborando. Mons. Eduardo García, obispo de San Justo, destaca el trabajo en los comedores, la asistencia a la población sujeta a medidas estrictas y la acogida en los locales de la diócesis para recibir pacientes que deben permanecer aislados.

“Durante la pandemia, muchas personas no tienen un hogar donde quedarse y la Iglesia los acoge en sus centros”, dijo el obispo. “Muchos son trabajadores que viven de sus salarios diarios y no les queda nada. Sin embargo, el hambre tiene que ser combatida de alguna manera. Es por eso que los comedores y los lugares de asistencia a las personas también se han multiplicado, porque la vida continúa, a pesar de la pandemia”, añadió el prelado.

“Creo que se avecinan tiempos difíciles y todos tendremos que adaptarnos de alguna manera, porque ya hay muchos que viven en dificultades. La necesidad pone negro sobre blanco y debe ayudarnos a tomar conciencia. Como dice el Papa, estamos en la misma barca y debemos ayudarnos unos a otros”, dijo Mons. García, concluyendo: “la palabra de Dios se vive con gestos concretos de solidaridad”.

 

 

 

 

Haití: El Papa Francisco nombra al nuevo obispo de Port-de-Paix

Rev. Charles Peters Barthélus
(zenit – 14 abril 2020).- El Santo Padre ha nombrado obispo de la diócesis de Port-de-Paix (Haití) al reverendo Charles Peters Barthélus, del clero de Puerto Príncipe, hasta ahora vicerrector del Seminario Mayor Notre-Dame d’Haïti.

Igualmente, el Pontífice ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de Port-de-Paix (Haití) presentada por monseñor Pierre-Antoine Paulo. Así informa hoy, 14 de abril de 2020, la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

 

Rev. Charles Peters Barthélus

El reverendo Charles Peters Barthélus nació el 14 de noviembre de 1970 en Marchand-Dessalines (diócesis de Les Gonaïves). Después de la escuela secundaria asistió a los cursos del año preparatorio en 1989-1990. En 1990 ingresó en el Seminario Mayor de Notre-Dame d’Haïti, donde siguió, de 1990 a 1992, el primer ciclo de Filosofía en Cazeau y luego, de 1992 a 1996, el segundo ciclo de Teología en Turgeau.

Fue ordenado diácono el 25 de enero de 1998 y ordenado sacerdote el 7 de junio de 1998, incardinado en la archidiócesis de Puerto Príncipe. De 2011 a 2014 continuó sus estudios en el Instituto Católico de París y obtuvo la licenciatura en Liturgia.

Ha desempeñado los siguientes cargos y ministerios: vicario parroquial e Sainte-Anne de Port-au-Prince. (1998-2001); administrador parroquial de Sainte-Thérèse de Pétion-Ville (2001-2011); estudios en el Instituto Católico de París (2011-2014); a partir de 2014, vicerrector del Seminario Mayor Notre-Dame d’Haïti.

 

 

 

 

Píldoras de esperanza (13): “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”

Martes de la Primera Semana de Pascua
Reflexión sobre los Evangelios diarios

Invocamos al Espíritu Santo

Espíritu Santo ven a mi vida, te necesito, llena de alegría y paz mi corazón y da sabiduría a mi mente para poder entender lo que hoy me quieres comunicar a través de la Palabra de Dios. Amén.

 

Evangelio según San Juan 20, 11-18

María (Magdalena) se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.

Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. María respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”.

Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.

Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo”.

Jesús le dijo: “¡María!”. Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: “¡Raboní!”, es decir “¡Maestro!”.

Jesús le dijo: “No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes’”.

María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

Palabra del Señor

 

¿Qué dice el texto?

“Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”.

 

¿Qué nos dice a cada uno de nosotros Dios en este texto?

Muchas veces nos encontramos en la vida como María Magdalena. Ella iba ese domingo muy de madrugada con la única esperanza de ungir un muerto. Ella buscaba encontrarse con un muerto y su única esperanza era poder llegar al sepulcro. Y aún con gran dolor toda su preocupación esa mañana era ¿Quién podrá correr esa gran piedra, porque quería cumplir junto a las otras mujeres que la acompañaban, con el difunto, envolviéndolo en los perfumes especiales para esa ocasión?

Pero ahora su frustración es mayor, porque al llegar han corrido esa piedra y el cuerpo muerto ya no estaba. Y aún así lo reconoce como “mi Señor”.

Hoy hemos visto con mucho dolor hermanos nuestros que han perdido a sus familiares, y la escena es parecida, no hay posibilidades de una honra fúnebre, como hacemos con cariño por nuestros fieles difuntos. Y esto se repite día a día, pareciera no tener un final. Por lo que quedamos como la Magdalena, llorando, sin consuelo, sin ni siquiera poder decir un adiós.

Pero el plan de Dios es otro. Él ha permitido a estas santas mujeres llorar y hacer aflorar sus sentimientos. Pues desde sus lágrimas que regaron la amargura de la soledad, hay un triunfo indescriptible. Es cuando Jesús, el resucitado, el que vive para siempre, el que enjuga todas nuestras lágrimas, nos mira y nos dices hoy: ¿Porqué lloras? ¡Sí!, puedes darle toda la explicación que tengas en tu corazón. Jesús nos escucha, pero luego nos pregunta sobre nuestro llanto. Tal vez esas lágrimas no nos dejaron ver el resto de la historia, ni al Señor de la historia. Hoy, te invito a que te identifiques con María Magdalena. Porque en la Sagrada Escritura no hay otra historia sino la nuestra. La Biblia me lee a mí.

Sabemos este final, no nos vayamos de la obra de teatro quince minutos antes, porque ahora es cuando llega el desenlace tan grandioso, que nos deja callados, alegres y temerosos decíamos ayer, porque es una jugada inesperada que Dios tenía para nosotros.

Te invito hoy a que repitas muchas veces en voz alta y en tu silencio, la antífona del salmo 137:

“TE DOY GRACIAS SEÑOR POR TU AMOR, NO ABANDONES LA OBRA DE TUS MANOS, ALELUYA”

Te invito a conocer más de nuestro trabajo diario sobre la Lectura Orante de la Biblia

 

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Padre Antonio Rivero: “¡Abre las manos para que Cristo resucitado te dé sus regalos!”

Segundo Domingo de Pascua
SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

Ciclo A

Textos: Hechos 2, 42-47; 1 Pe 1, 3-9; Jn 20, 19-31

 

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

Idea principal: Regalos de Cristo resucitado: paz, el sacramento del perdón y la última bienaventuranza. ¡Gracias, Señor resucitado!

Resumen del mensaje: A este día san Juan Pablo II llamó el domingo de la Misericordia, porque del corazón de Jesús lleno de ternura brotaron estos dones como rayos y reflejos de su Resurrección: la paz, los sacramentos y la última bienaventuranza donde Cristo nos confirma la fe en quienes creemos en Él (segunda lectura) y en quienes sufren las dudas del apóstol Tomás (evangelio). Con la celebración del presente domingo de la Misericordia concluimos la Octava de Pascua, es decir, de esta semana que la Iglesia nos invitó a considerar como un solo Día: “el Día en el cual actuó el Señor”. El evangelio de hoy nos relata la aparición de Jesús Misericordioso a sus discípulos, el día mismo de su resurrección, en que les derramó y confió el tesoro de su Paz y de sus Sacramentos, y confirmó nuestra fe y la fe de todos los “Tomases” del mundo que están llenos de dudas y con ansias de certezas (evangelio), y hoy de tantos miedos por el coronavirus. Esa paz nos llevará después a vivir mejor la Eucaristía, a rezar con más fervor y practicar la caridad con nuestros hermanos (primera lectura), y hoy más que nunca a vivir la Eucaristía y la comunión espiritual gracias a los medios de comunicación social, en nuestro encierro doméstico por culpa de la pandemia, contagiando estos regalos de Cristo resucitado: fe, esperanza y alegría en medio del dolor.

 

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Cristo Misericordioso y Resucitado nos da su Paz, en hebrero Shalom (שלום), que significa un deseo de salud, armonía, paz interior, calma y tranquilidad para aquel o aquellos a quienes está dirigido el saludo. Paz como bienestar entre las personas, las naciones, y entre Dios y el hombre. Los apóstoles la habían perdido, después de la muerte de Cristo en el Calvario. Estaban realmente con la paz, la fe y la esperanza quebradas, un poco como algunos de nosotros en medio de esta terrible pandemia. Esa oscura turbación de los discípulos -y la nuestra por culpa de la covid-19- se ve disipada por la luz de la victoria del Señor, que llena sus corazones de serenidad y de alegría, y esperamos que también en nosotros hoy. San Agustín definía la paz como “la tranquilidad del orden”. Y puesto que hay un doble orden, el imperfecto de la tierra y el acabado del cielo, hay también una doble paz: la de la peregrinación y la de la patria. La insistencia de esta palabra “paz” en el Canon Romano de la misa es clara: la Iglesia ha recibido la misión de extender hasta los confines del mundo la paz de Cristo Resucitado y Misericordioso. Y hoy, más que nunca, transmitamos esta paz de Cristo vivo a nuestro alrededor.

En segundo lugar, Cristo ya nos había regalado en el Jueves Santo el sacramento de la Eucaristía. Ahora, de su corazón misericordioso, saca este otro tesoro: el sacramento de la Reconciliación. Cristo envía a sus apóstoles con la misión de prolongar la suya propia: perdonar los pecados. La paz con Dios y con nuestros hermanos, don primero que comentamos, se perdió por culpa del pecado. Con el sacramento de la Reconciliación recuperamos esa paz que rompimos con el pecado. La Iglesia, después de la Resurrección de Cristo, es el instrumento mediante el cual el Señor va reduciendo todo bajo la soberanía de su reinado, el instrumento por el que se comunica la gracia divina, cuyo cauce ordinario son los sacramentos, ordenados a la reconciliación de los hombres con Dios, mediante la conversión. Es verdad que ahora, en tiempo de pandemia, no podremos recibir este sacramento en las iglesias, pero ya el Papa Francisco nos ha recordado la doctrina de la Iglesia para estos casos: basta arrepentirnos sinceramente en lo más profundo del corazón de nuestros pecados, en nuestra casa y hacer la comunión espiritual. Y cuando todo acabe, confesaremos todo al sacerdote.

Finalmente, otro de los regalos de la Resurrección de Jesús fue la confirmación de nuestra fe. La fe en la resurrección de Cristo es la verdad fundamental de nuestra salvación. “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe… Todavía estáis en vuestros pecados”, dirá san Pablo. A la luz de la Resurrección cobran luminosidad todos los misterios que Dios nos ha revelado y confiado. Las dudas existenciales de Tomás tocaron el corazón de Jesús, hasta el punto de que en su misericordia nos regaló la última bienaventuranza que nos atañe a todos los que no tuvimos la dicha de conocer al Cristo histórico de Palestina: “Bienaventurados los que creen sin haber visto”. Y estos momentos tan terribles del coronavirus necesitamos que Cristo resucitado nos renueve la fe en su poder y amor. Todo pasará y habremos aprendido lecciones que de otro modo no las hubiéramos aprendido: mirar más para arriba, más oración personal y familiar con la Biblia en medio, más solidaridad y ayuda a los necesitados, más cercanía a los abuelos, hijos y familia, rosario junto con la Virgen, más ahorro y desprendimiento de los bienes materiales, pues todo pasa y sólo Dios basta, como decía santa Teresa de Jesús.

Para reflexionar: ¿experimentamos con frecuencia la paz de Dios a través de la Reconciliación sacramental? ¿Por qué dudamos con frecuencia de Dios y de su amor misericordioso? ¿Está firme nuestra fe en Cristo Resucitado o continuamente nos carcomen las dudas de fe, especialmente en estos momentos de prueba por la COVID-19?

Para rezar: Señor resucitado, dame tu perdón, y con tu perdón, la paz. Aumenta mi fe, para que viva sereno y confiado en mi vida cristiana, especialmente en estas duras circunstancias que estamos atravesando. Tú eres fiel a tus promesas y vencedor del mal y de todo virus. Amén.

 

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org

 

 

 

 

San Damián de Molokai (Jozef van Veuster), 15 de abril

Fue un ángel en el infierno
“Fue un ángel en el infierno. Abrasado de amor a Cristo, por quien quiso sufrir y ser despreciado, no dudó en entregar su vida junto a los leprosos de Molokai haciendo de aquél lugar, cuajado de desdichas, un pequeño remanso del cielo”

Ante su vida enmudecen las palabras. Porque este gran apóstol de la caridad, que no abandonó a sus queridos enfermos, murió como ellos dando un testimonio de entrega conmovedor. Vino al mundo en Tremeloo, Bélgica, el 3 de enero de 1840. Tenía manifiesta vocación para ser misionero. En las manualidades infantiles incluía de forma predilecta la construcción de casas que recuerdan a las que ocupan los misioneros en la selva. Su hermana y él abandonaron el hogar paterno con el fin de hacerse ermitaños y vivir en oración. Para gozo de sus padres, la aventura terminó al ser descubiertos por unos campesinos.

Cuando tenía edad suficiente para trabajar, ayudó a paliar la maltrecha economía doméstica empleado en tareas de construcción y albañilería. También sabía cultivar las tierras. Era un campesino, y ese noble rasgo se apreciaba en su forma de actuar y de hablar. Tenía por costumbre realizar la visita al Santísimo y un día, mientras se hallaba en su parroquia, escuchó el sermón de un redentorista que decía: “Los goces de este mundo pasan pronto… Lo que se sufre por Dios permanece para siempre… El alma que se eleva a Dios arrastra en pos de sí a otras almas… Morir por Dios es vivir verdaderamente y hacer vivir a los demás”. En 1859 ingresó en la Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María de Lovaina.

Admiraba a san Francisco Javier y le pedía: “Por favor, alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero como tú”. La ocasión llegó al enfermar su hermano, el padre Pánfilo, religioso de la misma Orden, que estaba destinado a Hawai. Él iba a sustituirlo. A renglón seguido aquél sanó, favor que el santo agradeció a María en el santuario de Monteagudo. Ese día se despidió de sus padres a los que no volvería a ver. Inició el viaje en 1863. Fue una travesía complicada. Tuvo que hacer de improvisado enfermero asistiendo a los que se indisponían. Entre todos los pasajeros se fijó especialmente en el capitán del barco. Éste reconoció que nunca se había confesado, asegurando que con él habría estado dispuesto a hacerlo. Damián no pudo atenderle porque no era sacerdote, pero años después lo haría en una situación dramática inolvidable.

Fue ordenado en Honolulu. Después, enviado a una pequeña isla de Hawai, su primera morada fue una modesta palmera. Allí construyó una humilde capilla que fue un remanso del cielo. Convirtió a casi todos los protestantes. Comenzó a asistir a los enfermos; les llevaba medicinas y consiguió devolver la salud a muchos. En esa primera misión advirtió la presencia de la lepra, una enfermedad considerada maldita, una de cuyas consecuencias era el destierro. Los enfermos del lugar eran deportados a Molokai donde permanecían completamente abandonados a su suerte. Sus vidas, mientras duraban, también iban carcomiéndose en medio de la podredumbre de las miserias y pecados. Enterado Damián de la existencia de ese gulag en el que yacían desasistidas tantas criaturas, rogó a su obispo monseñor Maigret que le autorizase a convivir con ellos. El prelado, aún estremecido por la petición, se lo permitió. Damián no era un irresponsable. Sabía de sobra a lo que se enfrentaba, y dejó clara la intención que le guiaba: “Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo”.

Llegó a Molokai en 1873. Le recibió un enjambre de rostros mutilados. El lugar, calificado como un “verdadero infierno”, estaba maniatado por desórdenes y vicios diversos, droga para asfixia de su desesperación. Le acogieron con alegría. Con él un rayo de esperanza atravesó de parte a parte la isla. No hubo nada que pudiera hacer, y que dejara al arbitrio. Lo tenía pensado todo. Puso en marcha diversas actividades laborales y lúdicas. Incluso creó una banda de música. Con su presencia desaparecieron los enfermos abandonados. A todos los atendía con paciencia y cariño; les enseñaba reglas de higiene y consiguió que el lugar, dentro de todo, fuese habitable. A la par enviaba cartas pidiendo ayuda económica, que iba llegando junto con alimentos y medicinas. Era sepulturero, carpintero de los ataúdes y fabricante de las cruces que recordaban a los fallecidos. Además, hacía frente a los temporales reconstruyendo las cabañas destruidas. El trato con los enfermos era tan natural que les saludaba dándoles la mano, comía en sus recipientes y fumaba en la pipa que le tendían. Iba llevando a todos a Dios.

Las autoridades le prohibieron salir de la isla y tratar con los pasajeros de los barcos para evitar un contagio. Llevaba años sin confesarse y lo hizo en una lancha manifestando sus faltas a voz en grito al sacerdote que viajaba en el barco contenedor de las provisiones para los leprosos. Fue la única y la última confesión que hizo desde la isla. Un día se percató de que no tenía sensibilidad en los pies. Era el signo de que había contraído la lepra. Escribió al obispo: “Pronto estaré completamente desfigurado. No tengo ninguna duda sobre la naturaleza de mi enfermedad. Estoy sereno y feliz en medio de mi gente”. Extrajo su fuerza de la oración y la Eucaristía: “Si yo no encontrase a Jesús en la Eucaristía, mi vida sería insoportable”. Ante el crucifijo, rogó: “Señor, por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me irá carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo”.

Cuando la enfermedad se había extendido prácticamente por todo su cuerpo, llegó un barco al frente del cual iba el capitán que lo condujo a Hawai. Quería confesarse con él. Al final de su vida fue calumniado y criticado por cercanos y lejanos. Él suplicaba: “¡Señor, sufrir aún más por vuestro amor y ser aún más despreciado!”. Murió el 15 de abril de 1889. Dejaba a sus enfermos en manos de Marianne Cope. Juan Pablo II lo beatificó el 4 de junio de 1995. Benedicto XVI lo canonizó el 11 de octubre de 2009.