Tribunas

La comunión en la mano

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Quizá esta columna debiera titularse algo así como “Formas de ir a misa durante la Fase 1”.

Y como preámbulo debo advertir lo que la frase pórtico de la reciente biografía de Jürgen Habermas: “Nadie tiene derecho a comportarse conmigo como si me conociera”.

Durante estas primeras semanas en Fase 1, participar en la celebración eucarística da mucho juego en una de las zonas anejas al céntrico Madrid de los Austrias, plural, cosmopolita, a veces marginal. No es Pozuelo, ni Aravaca, ni Serrano.

He asistido a una docena de misas de muy diversas iglesias. Desde parroquias encomendadas a sacerdotes diocesanos y a religiosos, templos de culto de Congregaciones religiosas y, por supuesto, la Basílica de San Miguel.

La casuística sobre cómo te reciben, cómo hay que sentarse, cómo hay que actuar, cómo hay que llevar a la práctica los constantes avisos de los sacerdotes, es infinita. Desde quienes cuentan con un servicio de agradables voluntarias, que te indican el sitio, a quienes te despiden en la puerta agradeciéndote que hayas venido a misa, con cierto mono de contacto.

Recuerdo que el cardenal O´Malley, en una reciente conferencia en San Dámaso, dijo que el catolicismo es una religión de contacto. Pues parece que ahora lo es menos.

Si un dron grabara la forma de estar en misa, de participar en la eucaristía, de saludarnos, incluso de mirarnos con sospecha, no vaya a ser que esa tos, o ese estornudo sea mortal, y después lo viéramos, seguro que nos producía sorpresa y un cierto desaliento.

Están los sacerdotes, vamos a decirlo, escrupulosos en el cumplimiento estricto de las normas diocesanas, de las parroquiales, de las que han impuesto ellos mismos. Las normas generales bastante escuetas, por cierto, en su formulación, lo que amplía el criterio interpretativo.

He asistido a una misa en la que el sacerdote paró la celebración, en medio de la plegaria, para advertir a una persona que entraba a la iglesia sin mascarilla que no lo podía hacer y que se tenía que marchar, si no se la ponía.

Por cierto que, respeto a otras épocas, la edad media de los asistentes a misa diaria ha bajado unos años.

Ah, y a lo que me niego por principio de forma de vida es a llamar antes para reservar sitio o pasar por la sacristía a coger la papeleta. Si algún día llego al templo y ya están ocupados los puestos, pues me iré a otra Iglesia o me quedaré sin misa, sin el menor escrúpulo. No he percibido que hayan aumentado el número de misas. Me atrevería a decir que ha pasado lo contrario.

Por cierto, las variedades de pasar la cesta o cepillo son infinitas. Pero las intervenciones de los sacerdotes a este respecto tienen una misma música.

Un caso particular es la forma de administrar la comunión. Tengo que confesar, para que nadie se lleve a engaño, que –hasta la pandemia- personalmente suelo comulgar en la boca, pero no excluyo hacerlo en la mano –lo hago algunas veces de hecho-. Y para que quede claro, cuando hay un reclinatorio, me arrodillo. Y cuando no lo hay, comulgo de pie, que es lo más frecuente.

He asistido a verdaderas soflamas para decir a los fieles que la comunión será en la mano, solo en la mano y nada más que en la mano. Y también a cursos de teología eucarística acelerada en los que se citó a san Cipriano, a san Juan Crisóstomo, el cambio normativo del siglo IV… Todo para decirnos que la comunión en la mano. Ya sé que tengo que ser piadoso y pensar en lo que se debe, pero mi natural es curioso y mi inquietud de fábrica me hace fijarme constantemente en lo detalles.

Indudablemente hay que cumplir las normas. El deber de caridad para con otros pasa por la aplicación de las medidas sanitarias. Pero ojo con ser más papistas que el papa. Habrá que empezar a mirar hacia un futuro no muy lejano y habrá que replantearse algunas prácticas.

Y también a confiar en la madurez y responsabilidad del pueblo de Dios, del que tanto se habla. Ojo con cierto clericalismo pedagógico excesivo que habla como si fueran presentadoras de un magazine televisivo.  

Que sí, que voy a misa a participar del santo sacrificio del altar,  en el banquete eucarístico, en la fuente y el cúlmen de la vida cristiana. Pero no puedo evitar ver, oír y contarlo. 

Y todo con mi cariño a quienes están haciendo un ímprobo esfuerzo para que se celebren, de nuevo, los sacramentos en estos tiempos de pandemia.

 

José Francisco Serrano Oceja