Glosario

 

¿Dios nos ha puesto a prueba?

 

La COVID-19 reaviva la cuestión del mal y del «papel» de Dios en la pandemia. ¿Nos envía él esta epidemia? ¿Por qué tantos muertos? ¿Por qué estas pruebas? Un cuestionamiento que invita a reflexionar sobre la muerte y lo imprevisible.

 

 

01 jun 2020, 12:58 | La Croix


 

 

 

 

 

Primero fue el Daech, hoy es la epidemia de la COVID-19… El arzobispo caldeo de Mosul, mons. Najeeb Michaeel, es testigo de este mal que desgarra Oriente Medio. Y, ante este mal, ¿no tenemos a veces la tentación de acusar a Dios? «Pero sería raro que Dios nos ponga a prueba, ese no es nuestro Dios de amor», invita a preguntarse mons. Najeeb Michaeel. Sin embargo, la prueba hace que nos pongamos de rodillas: «Y yo oigo este grito: ¿por qué, Dios, tú te callas?”. Es normal gritar, llorar, levantar la voz contra Dios», dice el arzobispo iraquí. «Es verdad, Dios permite la prueba, pero no es el autor del mal que nos afecta», recuerda el padre Pierre Coulange, sacerdote y miembro del Instituto Notre-Dame de Vie [1]. Dios no es la prueba, él está en nuestra prueba. Si no está en el origen del mal, ¿por qué lo permite?

 

¿Por qué la prueba?

«La prueba de la COVID-19 nos interroga sobre su omnipotencia», continúa el padre Coulange. «Dios no duerme, está en nuestra barca, dice mons. Michaeel. Pero como con Job, Dios se retira para mostrar la fuerza de quien cree en Dios». Lo afirma la Biblia: «Porque Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos» (Sab 1,13). Pero entonces ¿de dónde viene el mal? «No es necesario que Dios nos ponga a prueba, la vida se encarga de ello», afirma Marie Cenec, pastora en Ginebra. Pero la cuestión continúa presente, insistente: ¿por qué la prueba? «Perdemos energías buscando la causa, cuando es necesario movilizarse para asumir la realidad y la tragedia de la existencia», continúa.

Y entonces ¿es nuestra mala conducta, nuestra pretensión, lo que puede justificar que Dios nos inflija una prueba? Liliane Klarès, 73 años, se pregunta: su primogénita ha fallecido a los 49 años, la segunda es víctima de una enfermedad rara, y su marido está gravemente enfermo a causa de una enfermedad degenerativa. ¿Será un castigo de Dios? «Confieso que llego a pensarlo; eso viene del catecismo de mi infancia. ¿Qué es lo que he podido hacer para haber desagradado a Dios? Pero ese no es el Dios de amor en el que creo».

«Me indigna la idea de un castigo querido por Dios, dice una fiel en la hora del coronavirus. Lo habremos merecido con la carrera a la globalización, pero cuando más que nunca necesito un Dios de amor, ¿cómo imaginarle enviándonos una penitencia?». A pesar de esto, a menudo Dios aparece como el culpable ideal. «Esta visión de un Dios que nos castiga por nuestros pecados ha causado mucho mal al cristianismo, constata Bertrand Vergely, filósofo ortodoxo. Es una tentación en todas las religiones, pero no hay que considerar a Dios el padre del mal».

 

Dios no quiere el mal

Desde Noé, Dios ha renunciado a la violencia: «No volveré a maldecir el suelo a causa del hombre […]. No volveré a destruir a los vivientes como acabo de hacerlo» (Gen 8,21). Dios primero salva: «Dios no quiere ni la muerte ni el sufrimiento. No nos abandona un segundo, pero nos corresponde a nosotros triunfar en la prueba», insiste Bertrand Vergely. Y querer ahorrarse la prueba es una ilusión: «En los iconos ortodoxos se representa a los santos con los demonios a sus pies: los demonios no son suprimidos, sino vencidos».

No quiere el mal, no nos castiga, pero ¿de qué parte está? En la Biblia hay muchos relatos que interpelan su presencia. «El Señor se portó como un enemigo: devastó a Israel», anuncia Jeremías (Lam 2,5). «Habrá lamentos y gemidos y será para mí como altar de sacrificio», dice Dios por boca de Jeremías (Is 29,2). Las pruebas no han faltado: hambre, guerras, éxodo, exilio… Revisando su historia, el pueblo hebreo relee las pruebas en sus derroteros con Dios, que está ahí, en la prueba. No para castigar, sino para padecer con el pueblo. Haciendo memoria de los acontecimientos, los hombres descubren que hay un «antes» y un «después», que salen transformados de la prueba: «Oh Dios, nos pusiste a prueba, nos empujaste a la trampa, nos echaste a cuestas un fardo», canta el salmista (Sal 66, 10-11). Y Dios está presente: «Me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación» (Sal 91, 15). «Sólo cuando se ha llegado “más adelante” se puede recobrar el aliento y comprender el sentido de una prueba, descubrir el tesoro escondido bajo el bajo el barro de la desgracia», dice Marie Cenec.

«La humanidad se encuentra en estado de ruptura con su creador desde los orígenes, explica el padre Jean-Miguel Garrigues, dominico. Pero Cristo nos abre un camino para pasar de la vida mortal a la vida de Dios». La Pascua nos habla de la muerte y de la resurrección, el camino de salvación que pasa por la prueba, por la cruz. «Este año hemos vivido fiestas pascuales particulares, dice el padre Bertrand Pinçon, vicario episcopal de la diócesis de Lyon. [2] Cuando la muerte ronda, cuando conocemos la muerte de nuestros conocidos, nos hacemos más conscientes de nuestra finitud. En Jesucristo, Dios se hace cercano al hombre en lo que tiene de más débil, hasta la muerte».

 

El desafío: encontrar fuerza interior

«¿Por qué Dios ha creado un mundo donde adviene no solamente lo imprevisto, sino lo imprevisible?, plantea el padre Jean-Michel Maldamé, teólogo dominico. Lo imprevisible es una puerta abierta a un futuro donde lo mejor es posible. La prueba, que puede ser trágica, es también la ocasión para un paso adelante». Es lo que ha podido mostrar el confinamiento: desde hace varias semanas se han podido manifestar inventiva y solidaridad. «Tenemos la oportunidad de un bien mucho más grande que hace avanzar el reino de Dios», sigue el padre Maldamé. Y el poeta Georges Haldas añade: [3] «Nos corresponde a nosotros decidir, según los efectos que producen en nosotros, si las duras pruebas que nos son impuestas son o no, una forma de gracia». En todas las circunstancias, pues, profundizar en nuestra existencia: «¿Cómo habitar el espacio estrecho de nuestros apartamentos, encontrar el tiempo que pasa, vivir en ese lugar de vida y creer que Dios hace de él su morada, sugiere el padre Pinçon. Es una ocasión para volver a descubrir nuestra humanidad, acordarnos de lo que somos, y que dios se acuerda de nosotros». Es el desafío espiritual de la prueba actual, y la respuesta la debe dar cada uno: «La pandemia no tiene finalidad. Pero el mundo regresa a su demora interior, vivimos un Sabbat planetario, indica Bertrand Vergely. Si encontramos nuestra fuerza interior, entonces saldremos más fuertes de esta prueba».

 

 

Christophe Henning

 

 

 

-------------------------

[1] Quand Dieu ne répond pas, Pierre Coulange, Cerf, 2013, 240 p., 19 €.

[2] Le livre de Job, Bertrand Pinçon, Cerf, 2016, 160 p., 14 €.

[3] Paroles nuptiales. Carnets 2005, Georges Haldas, L’Âge d’Homme, 2007, 248 p., 22 €.