Tribunas

 

Obligación de participar en la misa

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

 

En el tiempo de confinamiento no ha sido posible ir a las iglesias y los buenos cristianos han buscado alguna de las diversas posibilidades televisivas para no perderse, aunque fuera a distancia, la posibilidad de vivir con intensidad la liturgia. En varias ocasiones he oído la expresión: “en casa hemos visto la misa todos”. Esta expresión es tan inexacta como la otra utilizada habitualmente: vamos a oír misa.

Me parece que es un buen momento para recordar lo que dice el Catecismo de la Iglesia: En el punto 1389: La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia. Y en el 2181: los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto”. Aunque en el vocabulario popular se siga diciendo “vamos a oír misa”, es importante que nos demos cuenta de que vamos a participar, no a oír.

Quizá la aclaración más importante de esta diferencia esté en el número 1273: “Incorporados a la Iglesia por el Bautismo, los fieles han recibido el carácter sacramental que los consagra para el culto religioso cristiano (cf LG 11). El sello bautismal capacita y compromete a los cristianos a servir a Dios mediante una participación viva en la santa Liturgia de la Iglesia y a ejercer su sacerdocio bautismal por el testimonio de una vida santa y de una caridad eficaz (cf LG 10)”.

Totalmente distinto. Oír misa es lo que hace alguien ajeno a la religión que entra en la iglesia y ve y oye lo que está ocurriendo. El fiel cristiano está en el templo, en el Sacrificio del altar, para unirse al sacrificio de Jesucristo. Se siente otro cristo, con alma sacerdotal. “Los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden sacerdotal confieren, además de la gracia, un carácter sacramental o "sello" por el cual el cristiano participa del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según estados y funciones diversas (CEC n. 1121)”.

Por lo tanto, el bautismo nos da la Gracia que nos hace hijos de Dios, y nos da esta señal, el carácter sacramental, que nos transmite el alma sacerdotal: es decir una disposición para ser otros cristos, para sentirnos corredentores, dispuestos a morir con Cristo para salvar a todas las almas. Esto es algo muy profundo que debemos meditar con frecuencia.

Consciente la Iglesia de ese peligro, existente entre tantos fieles, de sentirse espectadores -que van a oír misa, o que han “visto” la misa- ya el Concilio Vaticano II advierte: “La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada (Const. Sacrosanctum Concilium, 48). No vamos ni a oír, ni a escuchar, ni a ver: vamos a participar del sacrificio de Jesucristo. Los domingos -y cualquier otro día- vamos a unirnos a Cristo en la misa.

Quizá la experiencia de estos días en casa nos hace ver la importancia de ir a la iglesia. Aunque la experiencia televisiva ha sido un momento importante en la vida de tantos cristianos, también somos conscientes de la diferencia de estar en casa a estar en el templo. Sobre todo, porque podemos comulgar. También porque podemos confesar. También porque la unción, la sacralidad del templo, nos ayuda a estar de otra manera. Por eso el precepto dominical añade la obligación de estar en la iglesia, aunque haya habido una dispensa para los días pasados. Y habrá quien, por edad o enfermedad, no tengan la suerte de participar en la fiesta dominical.

 

Ángel Cabrero Ugarte