Servicio diario - 29 de junio de 2020


 

Homilía del Papa en la solemnidad de san Pedro y san Pablo
Rosa Die Alcolea

Ángelus: Palabras del Papa en la fiesta de san Pedro y san Pablo
Rosa Die Alcolea

Abrazo espiritual del Papa Francisco a su “hermano el patriarca Bartolomé”
Rosa Die Alcolea

Santos Pedro y Pablo: ¿Por qué se bendicen hoy los palios arzobispales?
Alejandro Vázquez-Dodero

Ángelus: Francisco recuerda a los mártires de Roma
Rosa Die Alcolea

Teología para Millennials: 50 años de la visita de san Josemaría a México
ZENIT Staff

Beato Gennaro María Sarnelli, 30 de junio
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

Homilía del Papa en la solemnidad de san Pedro y san Pablo

Oración en la tumba del apóstol

junio 29, 2020 12:41

Papa Francisco

(zenit – 29 junio 2020).- Esta mañana, en la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, el Papa Francisco ha venerado la tumba de san Pedro, debajo del altar mayor de la Basílica Vaticana, ha bendecido los palios en el altar de la Cátedra, y ha celebrado la Eucaristía acompañado por diez cardenales de la Curia Romana, cuya homilía ha dedicado a la “unidad” y la “profecía” a las que estamos llamados los cristianos.

Como es tradición cada 29 de junio, fiesta de los santos patronos de Roma, el Pontífice bendice los palios que son conferidos al decano del Colegio Cardenalicio y a los arzobispos metropolitanos nombrados durante el año. Así, el palio será impuesto a cada arzobispo metropolitano por el representante pontificio en la respectiva sede metropolitana.

Después del rito de la bendición del palio, el Papa ha presidido la celebración eucarística con los cardenales de la Orden de los Obispos y el arcipreste de la Basílica Papal de San Pedro, el cardenal Angelo Comastri.

 

Unidad y profecía

En su homilía, Francisco ha lamentado la ausencia sus hermanos del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, quienes por motivos de seguridad ante la pandemia del coronavirus, no han podido visitar este año al Sucesor de Pedro. “Cuando yo he descendido a venerar las reliquias de Pedro, sentía en el corazón, acá, junto a mí, a mi amado hermano Bartolomé, ellos están con nosotros”, ha confesado el Papa.

En la fiesta de los dos apóstoles, el Obispo de Roma ha reflexionado en torno a dos palabras: unidad y profecía. En este sentido, ha invitado a preguntarnos: “¿Cuidamos nuestra unidad con la oración? ¿Rezamos unos por otros? ¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos?”.

Francisco ha recordado que siendo “muy diferentes entre sí”, Pedro, “un pescador que pasaba sus días entre remos y redes”, y Pablo, “un fariseo culto que enseñaba en las sinagogas”, se sentían hermanos, si bien la “familiaridad que los unía no provenía de inclinaciones naturales, sino del Señor”.

 

“Las quejas no cambian nada”

Los primeros cristianos, preocupados por el arresto de Pedro “rezaban juntos”, ha recordado el Santo Padre y “nadie se quejaba”: “Es inútil e incluso molesto que los cristianos pierdan el tiempo quejándose del mundo, de la sociedad, de lo que está mal. Las quejas no cambian nada”.

Por otro lado, el Obispo de Roma ha asegurado que “hoy necesitamos la profecía, una profecía verdadera: no de discursos vacíos que prometen lo imposible, sino de testimonios de que el Evangelio es posible” y ha invitado a servir y a dar testimonio a los que quieren una Iglesia profética. Así lo ha dicho: “¿Quieres una Iglesia profética? Comienza a servir, y quédate en silencio”.

La profecía nace “cuando nos dejamos provocar por Dios; no cuando manejamos nuestra propia tranquilidad y mantenemos todo bajo control”, ha explicado. “No nace de mis pensamientos, no nace de mi corazón cerrado, nace si nos dejamos provocar por Dios. Cuando el Evangelio anula las certezas, surge la profecía”.

A continuación, sigue la homilía del Papa en la solemnidad de san Pedro y san Pablo, traducida al español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Homilía del Papa Francisco

En la fiesta de los dos apóstoles de esta ciudad, me gustaría compartir con ustedes dos palabras clave: unidad y profecía.

Unidad. Celebramos juntos dos figuras muy diferentes: Pedro era un pescador que pasaba sus días entre remos y redes, Pablo un fariseo culto que enseñaba en las sinagogas. Cuando emprendieron la misión, Pedro se dirigió a los judíos, Pablo a los paganos. Y cuando sus caminos se cruzaron, discutieron animadamente y Pablo no se avergonzó de relatarlo en una carta (cf. Ga 2,11ss.). Eran, en fin, dos personas muy diferentes entre sí, pero se sentían hermanos, como en una familia unida, donde a menudo se discute, aunque realmente se aman. Pero la familiaridad que los unía no provenía de inclinaciones naturales, sino del Señor. Él no nos ordenó que nos lleváramos bien, sino que nos amáramos. Es Él quien nos une, sin uniformarnos.

La primera lectura de hoy nos lleva a la fuente de esta unidad. Nos dice que la Iglesia, recién nacida, estaba pasando por una fase crítica: Herodes arreciaba su cólera, la persecución era violenta, el apóstol Santiago había sido asesinado. Y entonces también Pedro fue arrestado. La comunidad parecía decapitada, todos temían por su propia vida. Sin embargo, en este trágico momento nadie escapó, nadie pensaba en salir sano y salvo, ninguno abandonó a los demás, sino que todos rezaban juntos. De la oración obtuvieron valentía, de la oración vino una unidad más fuerte que cualquier amenaza. El texto dice que “mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él” (Hch 12,5). La unidad es un principio que se activa con la oración, porque la oración permite que el Espíritu Santo intervenga, que abra a la esperanza, que acorte distancias y nos mantenga unidos en las dificultades.

Constatamos algo más: en esas situaciones dramáticas, nadie se quejaba del mal, de las persecuciones, de Herodes. Ningún insulto a Herodes, y nosotros estamos tan acostumbrados a insultar… Irresponsables. Es inútil e incluso molesto que los cristianos pierdan el tiempo quejándose del mundo, de la sociedad, de lo que está mal. Las quejas no cambian nada. Recordemos que la segunda puerta cerrada al Espíritu Santo se abrió el día de Pentecostés. La primera puerta cerrada es el narcisismo, la segunda puerta cerrada es el pesimismo. El narcisismo es lo que nos lleva a mirarnos a nosotros mismos continuamente, la falta de ánimo, las quejas. El pesimismo a lo oscuro, a la oscuridad. Estos tres comportamientos cierran la puerta al Espíritu Santo.

Esos cristianos no culpaban a los demás, sino que oraban. En esa comunidad nadie decía: “Si Pedro hubiera sido más prudente, no estaríamos en esta situación”. Ninguno. Pedro humanamente tenía motivos para ser criticado, pero ninguno lo criticaba. No, no hablaban mal de él, sino que rezaban por él. No hablaban a sus espaldas, sino que oraban a Dios. Hoy podemos preguntarnos: “¿Cuidamos nuestra unidad con la oración? (La unidad de la Iglesia) ¿Rezamos unos por otros?”. ¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos? Como le sucedió a Pedro en la cárcel: se abrirían muchas puertas que separan, se romperían muchas cadenas que aprisionan. Y nosotros estaríamos maravillados viendo a Pedro como la mujer aquella que le tocó abrir la puerta a Pedro, estaba impresionada con la alegría de ver a Pedro. Pidamos la gracia de saber cómo rezar unos por otros.

San Pablo exhortó a los cristianos a orar por todos y, en primer lugar, por los que gobiernan (cf. 1 Tm 2,1-3). Pero este gobernante… tiene tantos calificativos para decir de él… no es el momento ni el lugar de decir los calificativos que se dicen a los gobernantes, que los juzgue Dios, pero oremos por los gobernantes. ¡Oremos! Tienen necesidad de la oración. Es una tarea que el Señor nos confía. ¿Lo hacemos, o sólo hablamos, los criticamos y ya está? Dios espera que cuando recemos también nos acordemos de los que no piensan como nosotros, de los que nos han dado con la puerta en las narices, de aquellos a los que nos cuesta perdonar. Sólo la oración rompe las cadenas, sólo la oración allana el camino hacia la unidad.

Hoy se bendicen los palios, que se entregan al Decano del Colegio cardenalicio y a los arzobispos metropolitanos nombrados en el último año. El palio recuerda la unidad entre las ovejas y el Pastor que, como Jesús, carga la ovejita sobre sus hombros para no separarse jamás. Hoy, además, siguiendo una hermosa tradición, nos unimos de manera especial al Patriarcado ecuménico de Constantinopla. Pedro y Andrés eran hermanos y nosotros, cuando es posible, intercambiamos visitas fraternas en los respectivos días festivos: no tanto por amabilidad, sino para caminar juntos hacia la meta que el Señor nos indica: la unidad plena. Hoy ellos no han podido venir, por la imposibilidad de viajar, por los motivos del coronavirus, pero cuando yo he descendido a venerar las reliquias de Pedro, sentía en el corazón, acá, junto a mí, a mi amado hermano Bartolomé, ellos están con nosotros.

La segunda palabra, profecía. Nuestros apóstoles fueron provocados por Jesús. Pedro oyó que le preguntaba: “¿Quién dices que soy yo?” (cf. Mt 16,15). En ese momento entendió que al Señor no le interesan las opiniones generales, sino la elección personal de seguirlo. También la vida de Pablo cambió después de una provocación de Jesús: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch 9,4). El Señor lo sacudió en su interior; más que hacerlo caer al suelo en el camino hacia Damasco, hizo caer su presunción de hombre religioso y recto. Entonces el orgulloso Saulo se convirtió en Pablo, que significa “pequeño”. Después de estas provocaciones, de estos reveses de la vida, vienen las profecías: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18); y a Pablo: “Es un instrumento elegido por mí, para llevar mi nombre a los pueblos” (Hch 9,15).

Por lo tanto, la profecía nace cuando nos dejamos provocar por Dios; no cuando manejamos nuestra propia tranquilidad y mantenemos todo bajo control. No nace de mis pensamientos, no nace de mi corazón cerrado, nace si nos dejamos provocar por Dios. Cuando el Evangelio anula las certezas, surge la profecía. Sólo quien se abre a las sorpresas de Dios se convierte en profeta. Y aquí están Pedro y Pablo, profetas que ven más allá: Pedro es el primero que proclama que Jesús es “el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16); Pablo anticipa el final de su vida: “Me está reservada la corona de la justicia, que el Señor […] me dará” (2 Tm 4,8).

Hoy necesitamos la profecía, una profecía verdadera: no de discursos vacíos que prometen lo imposible, sino de testimonios de que el Evangelio es posible. No sirven manifestaciones milagrosas. A mí me duele cuando escucho que proclaman: “Queremos una Iglesia profética”. Sí, bien, pero ¿qué haces por una Iglesia profética? Queremos la profecía. Sirven las vidas que manifiesten el milagro del amor de Dios; no el poder, sino la coherencia; no las palabras, sino la oración; no las proclamaciones, sino el servicio –¿Quieres una Iglesia profética? Comienza a servir, y quédate en silencio–; no la teoría, sino el testimonio.

No necesitamos ser ricos, sino amar a los pobres; no ganar para nuestro beneficio, sino gastarnos por los demás; no necesitamos la aprobación del mundo, –eso de estar bien con todos, para nosotros se dice: estar bien con Dios y con el diablo. No. Esto no es profecía–. Tenemos necesidad de la alegría del mundo venidero; no de proyectos pastorales que parecen tener una eficacia propia, como si fueran sacramentos, proyectos pastorales eficientes, no. Tenemos necesidad de pastores que estreguen su vida como enamorados de Dios. Pedro y Pablo así anunciaron a Jesús, como enamorados. Pedro –antes de ser colocado en la cruz– no pensó en sí mismo, sino en su Señor y, al considerarse indigno de morir como él, pidió ser crucificado cabeza abajo. Pablo –antes de ser decapitado– sólo pensó en dar su vida y escribió que quería ser “derramado en libación” (2 Tm 4,6). Esta es la profecía. No las palabras. Esta es la profecía que cambia la historia.

Queridos hermanos y hermanas, Jesús profetizó a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Hay también una profecía parecida para nosotros. Se encuentra en el último libro de la Biblia, donde Jesús prometió a sus testigos fieles: “una piedrecita blanca, y he escrito en ella un nuevo nombre” (Ap 2,17). Como el Señor transformó a Simón en Pedro, así nos llama a cada uno de nosotros, para hacernos piedras vivas con las que pueda construir una Iglesia y una humanidad renovadas. Siempre hay quienes destruyen la unidad y rechazan la profecía, pero el Señor cree en nosotros y te pregunta a ti: Tú, tú, tú, “¿quieres ser un constructor de unidad? ¿Quieres ser profeta de mi cielo en la tierra?”. Hermanos, hermanas, dejémonos provocar por Jesús y tengamos el valor de responderle: “¡Sí, lo quiero!”.

 

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

 

Ángelus: Palabras del Papa en la fiesta de san Pedro y san Pablo

Reflexión antes de la oración

junio 29, 2020 12:50

Angelus

(zenit – 29 junio 2020).- Después de celebrar la Misa en la Basílica Vaticana en la solemnidad de san Pedro y san Pablo, el Papa ha rezado el Ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico, algo que ha considerado “un regalo”, al estar cerca del lugar donde Pedro murió como mártir y está enterrado.

El Santo Padre ha felicitado a los romanos la fiesta de los santos patronos de la ciudad y les ha animado a mirar a san Pedro, quien “no se convirtió en un héroe porque fue liberado de la prisión, sino porque dio su vida allí”. Así, “su don ha transformado un lugar de ejecución en el hermoso lugar de esperanza en el que nos encontramos”.

Francisco ha recordado que lo más importante en la vida “es hacer de la vida un don” y ha expresado esto “es válido para todos”: para los padres con sus hijos y para los hijos con sus padres ancianos para los casados y para los consagrados; es válido para todos, en casa y en el trabajo, y para todos los que nos rodean.

En este contexto, el Papa ha hecho paréntesis para advertir su preocupación por “tantos ancianos que han sido dejados solos, alejados de la familia”, como “materiales descartados”, ha dicho. “Esto es un drama de nuestros tiempos, la soledad de los ancianos”.

Hoy, ante los Apóstoles, el Obispo de Roma, ha invitado a preguntarnos: “Y yo, ¿cómo presento la vida? ¿Pienso sólo en las necesidades del momento o creo que mi verdadera necesidad es Jesús, que hace de mí un don? ¿Y cómo construyo mi vida, sobre mis capacidades o sobre el Dios vivo?”.

Siguen las palabras

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Palabras del Papa antes de la oración

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos a los santos patrones de Roma, los apóstoles Pedro y Pablo. Y es un regalo encontrarnos rezando aquí, cerca del lugar donde Pedro murió como mártir y está enterrado. Sin embargo, la liturgia de hoy recuerda un episodio completamente diferente: relata que varios años antes Pedro fue liberado de la muerte. Había sido arrestado, estaba encarcelado y la Iglesia, preocupada por su vida, rezaba incesantemente por él. Entonces un ángel bajó para liberarlo de la prisión (cf. Hechos 12, 1-11). Pero incluso años después, cuando Pedro estuvo prisionero en Roma, la Iglesia ciertamente habría rezado. Sin embargo, en aquella ocasión, no se le perdonó la vida. ¿Cómo es que fue liberado de la primera sentencia y luego no?

Porque hay un camino en la vida de Pedro que puede iluminar el camino de nuestra vida. El Señor le concedió grandes gracias y lo liberó del mal: también lo hace con nosotros. De hecho, a menudo acudimos a Él sólo en momentos de necesidad para pedir ayuda. Pero Dios ve más allá y nos invita a llegar más lejos, a buscar no sólo sus dones, sino a Él; a confiarle no sólo los problemas, sino a confiarle la vida. De esta manera, Él puede finalmente darnos la mayor gracia, la de dar la vida. Sí, lo más importante en la vida es hacer de la vida un don. Y esto es válido para todos: para los padres con sus hijos y para los hijos con sus padres ancianos –y me vienen a la mente tantos ancianos que han sido dejados solos, alejados de la familia, como, por ejemplo, me permito decir, materiales descartados. Esto es un drama de nuestros tiempos, la soledad de los ancianos–; para los casados y para los consagrados; es válido para todos, en casa y en el trabajo, y para todos los que nos rodean. Dios desea hacernos crecer en el don: sólo así podemos ser grandes. Nosotros crecemos si nos donamos a los demás. Miremos a San Pedro: no se convirtió en un héroe porque fue liberado de la prisión, sino porque dio su vida allí. Su don ha transformado un lugar de ejecución en el hermoso lugar de esperanza en el que nos encontramos.

A continuación, lo que hay que pedirle a Dios: no sólo la gracia del momento, sino la gracia de la vida. El Evangelio de hoy nos muestra precisamente el diálogo que cambió la vida de Pedro. Se encontró ante la siguiente pregunta de Jesús: “Quién dices que soy yo?”. Y respondió: “Tú eres el Hijo de Dios vivo”. Y Jesús contestó: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás” (Mateo 16, 16-17). Jesús dice bienaventurado, es decir, literalmente, feliz. Tomemos nota: Jesús dice Bienaventurado eres a Pedro, que le había dicho: Tú eres el Dios vivo. ¿Cuál es entonces el secreto de una vida dichosa, feliz? Reconocer a Jesús, pero a Jesús como Dios vivo. Porque no importa saber que Jesús fue grande en la historia, no importa apreciar lo que dijo o hizo: importa el lugar que le concedo en mi vida. En ese momento Simón escuchó a Jesús decir: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (v. 18). No le llamó “Piedra” porque fuera un hombre sólido y de confianza. No; porque cometerá muchos errores después, llegará incluso a negar al Maestro. Pero eligió construir su vida sobre Jesús; la Piedra, y no –como dice el texto– sobre “la carne ni la sangre”, es decir, sobre sí mismo, sobre sus capacidades; sino sobre Jesús (cfr. v. 17). Jesús es la roca en la que Simón se convirtió en piedra.

Hoy podemos decir lo mismo del apóstol Pablo, que se donó completamente al Evangelio considerando todo el resto como basura con tal de ganarse a Cristo.

Hoy, ante los Apóstoles, podemos preguntarnos: “Y yo, ¿cómo presento la vida? ¿Pienso sólo en las necesidades del momento o creo que mi verdadera necesidad es Jesús, que hace de mí un don? ¿Y cómo construyo mi vida, sobre mis capacidades o sobre el Dios vivo?”. Que la Virgen, que se confió completamente a Dios, nos ayude a situarlo en la base de cada día. Que Ella interceda por nosotros para que nosotros podamos con la gracia de Dios hacer de nuestra vida un don.

Angelus Domini

 

 

 

 

Abrazo espiritual del Papa Francisco a su “hermano el patriarca Bartolomé”

Ausente en la fiesta de Pedro y Pedro

junio 29, 2020 17:31

Papa Francisco

(zenit – 29 junio 2020).- El Papa Francisco ha enviado un abrazo espiritual a su “hermano el patriarca Bartolomé”, lamentando la ausencia de sus hermanos del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla en la fiesta de san Pedro y san Pedro en Roma, por motivos de seguridad ante la pandemia del coronavirus.

Es tradición que una delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla participe el 29 de junio en la celebración de los santos patronos de Roma, Pedro y Pablo, mientras que una delegación del Papa va a Phanar, sede del patriarcado, en Estambul, para la celebración de su santo patrón, Andrés, hermano de Pedro, el 30 de noviembre.

“Hoy ellos no han podido venir, por la imposibilidad de viajar, por los motivos del coronavirus”, ha expresado el Pontífice en la homilía de la Misa celebrada en la basílica vaticana, “pero cuando yo he descendido a venerar las reliquias de Pedro, sentía en el corazón, acá, junto a mí, a mi amado hermano Bartolomé: ellos están con nosotros”.

Momentos más tarde de la Misa, durante el rezo del Ángelus, el Papa ha vuelto a expresar su cercanía con el patriarca Bartolomé I al dirigir unas palabras a los fieles desde la ventana del Palacio Apostólico: “Envío un abrazo espiritual a mi querido hermano el patriarca Bartolomé, con la esperanza de que puedan reanudar nuestras visitas mutuas lo antes posible”.

 

 

 

 

Santos Pedro y Pablo: ¿Por qué se bendicen hoy los palios arzobispales?

Unión con el ministerio petrino

junio 29, 2020 10:15

Roma

(zenit – 29 junio 2020).- Quienes serían las columnas del edificio espiritual de la Iglesia, los santos Pedro y Pablo, son auténtico testimonio de una misión con la que se indentificaron, y a la que consagraron sus vidas hasta el martirio.

Testigos de vida entregados a una causa: el amor de Dios. Testigos de perdón reconciliados con el Amor cuando debieron volver a su Amor: San Pedro tras negar a Jesús antes de su patíbulo, san Pablo cuando se apercibió de la atrocidad de su pecado de odio y persecución de quienes se sentían hijos de Dios.

 

Ministerio petrino

San Pedro y san Pablo son fundadores de la Iglesia de Roma, y, en palabras del Papa Francisco, “son nuestros compañeros de viaje en la búsqueda de Dios, son nuestra guía en el camino de la fe y de la santidad; ellos nos empujan hacia Jesús, para hacer todo aquello que Él nos pide”.

¿Qué mejor definición de la misión del Sumo Pontífice, la que refleja un Pedro que profesa la Fe y un Pablo, apóstol de los gentiles, que asume gozoso el anuncio de la palabra de Dios a las gentes? Ello sumado a lo que referíamos acerca del testimonio de vida.

Benedicto XVI los proclamó “patronos principales de la Iglesia de Roma”, y subrayó que ambos concentran el mensaje del santo Evangelio.

El primer Papa de Roma sería san Pedro, en quien descansó el gobierno de la Iglesia por institución del mismo Jesús. Y tras él sería Sumo Pontífice quien designase el Espíritu Santo para desempeñar lo que ha venido significando el ministerio “petrino”, precisamente por haber sido el apóstol Pedro su iniciador.

 

29 de junio

Esa función o ministerio petrino necesita unos colaboradores, para la eficacia del gobierno de la Iglesia. Máxime en una organización, la eclesial, de ámbito universal. Parte esencial de esa colaboración la prestan los arzobispos –obispos al frente de diócesis particularmente importantes–. Entre ellos hay algunos denominados “arzobispos metropolitanos” por estar al cargo de la provincia eclesiástica en la que se encuentran sus archidiócesis.

Pues bien, cada 29 de junio, por ser la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo, el Papa bendice los “palios” destinados a los arzobispos metropolitanos.

 

¿Qué es un palio arzobispal?

¿Qué es un palio arzobispal? Es un ornamento de lana blanca con forma de faja circular que carga sobre los hombros, de la cual penden ante el pecho y en la espalda dos tiras rectangulares con cruces negras o rojas de seda. Simboliza la potestad que tienen los arzobispos en su ámbito, y también el lazo de comunión con el Romano Pontífice.

Hasta san Juan Pablo II, tras bendecirlo, el Papa enviaba un palio a cada uno de los arzobispos metropolitanos nombrados en el año inmediato anterior, a quienes se les imponía en sus archidiócesis.

Con el papa polaco se inició un nuevo período, al invitar a los nuevos metropolitanos a concelebrar con él en la basílica de San Pedro, e imponerles el palio durante la Misa. Esta costumbre permaneció también durante el pontificado de Benedicto XVI y los dos primeros años del Papa Francisco.

 

Imposición de los palios

Desde 2015 los nuevos metropolitanos estarían en Roma, concelebrarían la Eucaristía con el Santo Padre, participarían en el rito de bendición de los palios, pero no habría imposición: simplemente recibirán el palio designado para ellos de parte del Santo Padre de forma más sencilla y privada –queriendo así significar su comunión jerárquica–.

La imposición, así, a fecha de hoy se efectúa en las respectivas archidiócesis por parte de los nuncios apostólicos –representantes de la Santa Sede en cada Estado–, para reforzar así la relación de los metropolitanos con su iglesia local y posibilitar a sus fieles participar en la ceremonia.

 

Alejandro Vázquez-Dodero
Doctor en Derecho Canónico

 

 

 

 

Ángelus: Francisco recuerda a los mártires de Roma

En la fiesta de los apóstoles

junio 29, 2020 13:41

Angelus

(zenit – 29 junio 2020).- Al celebrar la solemnidad de San Pedro y San Pablo, este mediodía, en el rezo del Ángelus, el Papa Francisco ha recordado a los muchos mártires que fueron “decapitados, quemados vivos y asesinados”, especialmente en la época del emperador Nerón, en Roma.

Este lunes, 29 de junio de 2020, el Santo Padre ha rezado la oración mariana a las 12 horas desde la ventana del Palacio Apostólico, y ha saludado a los peregrinos y visitantes que lo escuchaban desde la plaza de San Pedro.

En la fiesta de los patronos de Roma, el Sucesor de Pedro ha expresado que “por su intercesión”, reza para que en la capital de Italia “cada persona pueda vivir con dignidad y encontrar el alegre testimonio del Evangelio” y ha enviado un abrazo espiritual a su querido hermano el patriarca Bartolomé, que este año no ha podido asistir a la celebración de la fiesta en Roma.

Así, el Pontífice ha felicitado la fiesta a los romanos y a todos los presentes y ha dirigido un salud a los peregrinos, algunos con banderas de Canadá, Venezuela, Colombia y otras… “Que su visita a las tumbas de los apóstoles fortalezca su fe y su testimonio”, les ha dicho.

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Palabras después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

En primer lugar saludo a todos los romanos y a todos los que viven en esta ciudad, en la fiesta de los santos patrones, los apóstoles Pedro y Pablo. Por su intercesión, rezo para que en Roma cada persona pueda vivir con dignidad y encontrar el alegre testimonio del Evangelio.

En este aniversario es tradición que una delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla venga a Roma, pero este año no fue posible debido a la pandemia. Por lo tanto, envío un abrazo espiritual a mi querido hermano el patriarca Bartolomé, con la esperanza de que puedan reanudar nuestras visitas mutuas lo antes posible.

Al celebrar la solemnidad de San Pedro y San Pablo, me gustaría recordar a los muchos mártires que fueron decapitados, quemados vivos y asesinados, especialmente en la época del emperador Nerón, en esta misma tierra en la que ahora se encuentran. Esta es una tierra manchada de sangre por nuestros hermanos cristianos. Mañana celebraremos su conmemoración. Les saludo, queridos peregrinos aquí presentes: veo banderas de Canadá, Venezuela, Colombia y otras… ¡Muchos saludos! Que su visita a las tumbas de los apóstoles fortalezca su fe y su testimonio.

Y les deseo a todos una feliz fiesta. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Que tengan un buen almuerzo, ¡adiós!

 

© Librería Editorial Vaticano

© Traducción de zenit/Rosa Die

 

 

 

 

Teología para Millennials: 50 años de la visita de san Josemaría a México

Por el padre Mario Arroyo

junio 29, 2020 19:00

Análisis

(zenit – 29 junio 2020).- Este lunes, en la sección “Teología para Millennials”, el padre Mario Arroyo Martínez Fabre recuerda la visita de san Josemaría Escrivá de Balaguer a México, en el marco del 50 aniversario del viaje, y la reciente celebración de la fiesta del santo, el pasado 27 de junio.

El sacerdote mexicano narra cómo san Josemaría realizó una novena de oración en la antigua Basílica de Guadalupe del 16 al 24 de mayo de 1970, de la que fueron testigos cinco personas, de las cuales solo una queda viva, y revela algunas de las intenciones por las que San Josemaría pidió expresamente aquellos días.

El presbítero es licenciado en Filosofía por la Universidad Panamericana, México D.F. Además, tiene un doctorado en Filosofía por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, Roma. Actualmente vive en México y es profesor de Teología en la Universidad Panamericana.

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Hace 50 años estuvo en México uno de los santos más representativos del siglo XX, san Josemaría Escrivá. Fue como peregrino, atraído como tantos otros hombres de Dios, por la Virgen de Guadalupe. En efecto, no son pocos los santos que han ido a postrarse a los pies de la Guadalupana.

San Josemaría lo hizo, y a 50 años de distancia podemos tener una cierta perspectiva para valorar los frutos de su oración ante la Virgen. ¿Qué ha sido de las intenciones que bullían en su interior y que de cierta forma le obligaron a dejar Roma y cruzar por primera vez el Atlántico para orar frente a la Tilma de Juan Diego? Sabemos que Dios no es el genio de la lámpara, atento a cumplir nuestros deseos, y que para Él “mil años son como un día y un día como mil años”, pero también que siempre nos escucha, más si le hablamos a través de su Madre, como deja admirable testimonio el primero de sus milagros, en Caná de Galilea, según nos narra el evangelio. ¿Qué fue de esa oración? ¿Fue escuchada? ¿Tenemos alguna pista?

San Josemaría realizó una novena de oración en la antigua Basílica de Guadalupe del 16 al 24 de mayo de 1970. Testigo de esa novena fueron cinco personas, de las cuales solo una queda viva. Testigo privilegiado de aquella oración fue don Javier Echevarría, con el tiempo obispo prelado del Opus Dei, su segundo sucesor. A él personalmente le escuché alguna ocasión decir que fue una de las más, si no la más subida oración del santo. Él tuvo la clarividencia de transcribir la oración que San Josemaría iba haciendo en voz alta a la Virgen, intercalada entre los misterios del rosario que rezaban. Gracias a él sabemos algunas de las intenciones por las que San Josemaría pidió expresamente aquellos días.

A grandes rasgos, podrían resumirse en tres sus intenciones principales: la paz del mundo, la Iglesia, y la institución por él fundada, el Opus Dei. Eran años difíciles de la Guerra Fría, donde las potencias mundiales enseñaban los músculos, haciendo amago de usar su poderío nuclear, o exportando la revolución a los confines del planeta. Eran los años de plomo del postconcilio, caracterizados por una dolorosísima pérdida de vocaciones. Cerca de 17 mil sacerdotes colgaron la sotana y 25 mil religiosos abandonaron los hábitos; había una crisis práctica de desobediencia al Papa dentro de la Iglesia y un gran desorden moral. Parecían cerrados todos los caminos para alcanzar la estructura jurídica adecuada para el Opus Dei dentro de la Iglesia. Como se ve, no le faltaban temas para pedir humildemente a los pies de la Virgen.

En las transcripciones de su oración consta que pidió por la conversión de Rusia, por el fin del comunismo, por la libertad religiosa en los países del este de Europa. A 50 años de distancia vemos que eso es una realidad, y uno de los presentes en esa novena pudo rezar el rosario en la Plaza Roja de Moscú, ciudad donde ya hay casas del Opus Dei, así como en casi todos los países que estaban del otro lado del “Telón de Acero”. La dolorosa crisis postconciliar de la Iglesia llegó a su fin durante el pontificado de un Papa profundamente mariano, peregrino también de la Virgen de Guadalupe, San Juan Pablo II. El Opus Dei alcanzó su configuración jurídica definitiva en 1982, después de la muerte de su fundador. La tensión por la Guerra Fría se disipó con la caída del muro de Berlín y la “Revolución de Terciopelo”, entre 1989 y 1991. San Josemaría, a partir del cuarto día de su novena, dijo que la Virgen ya lo había escuchado, y comenzó a dar gracias.

¿Falta algo por cumplir? Sí. En el último día de su novena, al calor de los misterios del rosario, va haciendo una petición concreta por cada uno de los continentes. Al tocarle el turno a Asia pide muy especialmente por China y la libertad de practicar la fe en ese país. Aunque a partir de los años 80 del siglo XX -bajo el mandato de Deng Xiaoping- se suavizó un poco el férreo control del estado, últimamente con Xi Jinping se está recrudeciendo la persecución contra los cristianos en ese país. Es una asignatura que tiene todavía pendiente la Virgen. A 50 años todavía quedan temas para rezar y seguir pidiéndole a María.

 

 

 

 

Beato Gennaro María Sarnelli, 30 de junio

El misionero santo

junio 29, 2020 09:00

Testimonios

 

El misionero santo. Apóstol de Nápoles, defensor de las mujeres prostituidas. Era miembro de las Misiones Apostólicas, y al conocer a san Alfonso María de Ligorio compartió con él sus afanes apostólicos convirtiéndose en redentorista

 Esta alma gemela de san Alfonso María de Ligorio, desde que se encontraron en el camino persiguiendo juntos el mismo ideal, cuando aguardaba ser liberado de este mundo para volar al cielo prometido, manifestó: “La criatura vuelve ya al Creador, el hijo al Padre. Si te place, deseo ir a verte cara a cara; pero no quiero ni morir ni vivir, quiero sólo lo que tú quieres. Tú sabes que cuanto he hecho, cuanto he pensado, todo ha sido para tu gloria”. Vivió tan desembarazado de sí, volcado incansablemente en remediar las turbias jornadas de los oprimidos, dedicando especial atención a las mujeres inmersas en la sordidez de los bajos fondos, tan ajeno a los riesgos que corría, y con tal afán por llegar a tiempo, que su salud se desplomó irremisiblemente cuando tenía 42 años.

Nació en Nápoles, Italia, el 12 de septiembre de 1702. Su padre Angelo Sarnelli era un prestigioso jurista napolitano, sagaz para los negocios con los que obtuvo el título nobiliario de barón de Ciorani, localidad en la que Gennaro pasó algunas temporadas. Era el cuarto de ocho hermanos. En su adolescencia un hecho marcó el ritmo que iba a seguir su vida: la beatificación de Francisco de Regis ya que, impactado por ella, decidió hacerse jesuita. Dos circunstancias indujeron a su padre a negarle el permiso: su endeble organismo y la edad. Tenía 14 años y su padre juzgaba que debía centrarse en los estudios; después, podría reconsiderar su decisión. Aceptó su consejo y, siguiendo la tradición familiar, cursó leyes.

Después de doctorarse en 1722, ejerció la abogacía durante unos años. Sin relegar al olvido la fe, meditaba y seguía yendo a misa en la que diariamente recibía la Eucaristía, de la que era devoto. Se integró en una congregación formada por abogados y médicos regida por los Píos Operarios, una de cuyas acciones apostólicas se desarrollaban en el hospital de Incurables. Otro ilustre jurista, que iba a ser una de las glorias de la Iglesia y fundador suyo, Alfonso María de Ligorio, había tenido la misma idea. Y en este centro se conocieron entablando una entrañable amistad que se iría consolidando a su tiempo con nuevos y profundos lazos. La llamada al sacerdocio se tornó apremiante para Gennaro. Tan perentoria llegó a sentirla, que en 1728 ingresó en el seminario. El arzobispo de Nápoles, cardenal Pignatelli, lo destinó a la parroquia de Sant’Anna di Palazzo.

No hallaba el sosiego necesario para el estudio en su domicilio, y se trasladó al colegio de la Santa Familia (denominado también de los Chinos), donde permaneció hasta abril de 1729. Alfonso, residente del mismo, lo había dejado antes que él para instituir su fundación. En junio de ese año el beato ingresó en la sociedad de las Misiones Apostólicas, asociación de sacerdotes napolitanos que estaban bajo la autoridad del arzobispo; tenían como objetivo primordial atender las zonas marginales de la diócesis. Empleó gran parte de su tiempo en esta tarea misionera y solidaria. Visitaba a los que se hallaban ingresados en el hospital, a los ancianos del geriátrico de san Gennaro y a los marineros enfermos en el hospital del puerto. También impartía catequesis a los niños obligados a ganarse el sustento como obreros.

Alfonso había fundado su Orden en Scala el año 1732, el mismo en el que Gennaro se ordenó sacerdote. El cardenal Pignatelli puso al beato al frente de la formación religiosa en la parroquia de los santos Francisco y Mateo. El lugar en el que estaba ubicada era un auténtico lupanar donde muchas jóvenes eran vilmente explotadas en malsanos tugurios. Y se dedicó a luchar contra esta antigua lacra social. Cuando en 1733 las críticas se cebaron en el fundador de los redentoristas, Gennaro se unió a él y le ayudó en Ravello. Así inició su colaboración. La forma de apostolado que impulsaba Alfonso despertó su interés. Ambos unieron sus fuerzas catequizando a laicos y promoviendo acciones apostólicas realizadas al caer la tarde en las denominadas “capillas del atardecer”. Poco después Gennaro se convirtió en redentorista, pero nunca dejó de ser miembro de las Misiones Apostólicas.

Idealista, soñador, altamente creativo, llegó con un sinfín de proyectos y trabajó junto al fundador sin desfallecer, mostrando la urgencia apostólica que le animaba. Predicó misiones por la provincias de Calabria y de los Abruzzos. Vivía en un constante estado de oración, por eso pudo escribir por experiencia: “Dios está más cerca de nosotros que nosotros mismos”. Seguía preocupado por el destino de las prostitutas y escribió Ragioni cattoliche pensando en el peligro que corrían numerosas jóvenes.

 Extenuado por tanto esfuerzo, hubo un momento en que su salud decayó seriamente, y autorizado por Alfonso regresó a Nápoles a fin de restablecerse. Se trasladó a Scala. Luego volvió nuevamente a Nápoles. Allí siguió luchando para devolver la dignidad a las mujeres descarriadas, al punto de suscitar la atención de las autoridades. Paralelamente escribía con exclusiva finalidad espiritual, evangelizadora. Su legado se compone de una treintena de obras dedicadas a la meditación, dirección espiritual, teología mística, derecho, pedagogía, moral y temas pastorales. Hasta su muerte solía viajar periódicamente desde Roma a Nápoles, donde seguía ejerciendo la labor catequética misionera, sin descuidar su apostolado en pro de la mujer; ello le impuso permanecer en la ciudad para atenderlas convenientemente. Lo denominaban “el misionero santo”.

La intensidad de su entrega consumió sus escasas fuerzas. En junio de 1744 se hallaba muy enfermo, y se alojó en la casa de su hermano Domenico, en Nápoles. Cuando Alfonso tuvo noticias de su gravedad, inmediatamente le envió dos redentoristas para que le asistieran. Y el 30 de junio de ese año entregó su alma a Dios. Humilde y desprendido hasta el final, había pedido al religioso que le acompañaba: “Hermano, prepare los vestidos más viejos para amortajarme, a fin de que no se pierdan los mejores conmigo”. Juan Pablo II lo beatificó el 12 de mayo de 1996.