Tribunas

¿Silencio de Dios, o silenciar a Dios?

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Con estas palabras el Papa nos recuerda el tercer peligro de la Iglesia de hoy: “El tercer tipo de desafío al que los Apóstoles deberán enfrentarse lo identifica Jesús en el sentimiento, que algunos experimentarán, de que el mismo Dios los ha abandonado, permaneciendo distante y en silencio. También en este caso nos exhorta a no tener miedo, porque, aunque pasemos por estos y otros escollos, la vida de los discípulos está firmemente en manos de Dios, que nos ama y nos cuida”.

Ciertamente, y lo podemos comprobar en la vida de los santos, tanto de los más conocidos últimamente, como Padre Pío, Teresa de Calcuta, Teresita del Niño Jesús, Josephina Bakhita, Josemaría Escrivá, Edit Stein (Benedicta de la Cruz), John Henry Newman como en la vida de tantas personas santas no canonizadas. Esos momentos de oscuridad espiritual les han llevado a vivir un cierto abandono y silencio de Dios, que les ha movido a clamar al Señor, a hacer como los apóstoles que despiertan a Jesús en medio de la tormenta del lago. Y así, a seguir anunciando a Jesús día a día.

Con ese vivir, nos han dado al pueblo cristiano un ejemplo de confianza en Dios, de obediencia a Cristo que nos dice: “Venid a Mí, todos los que estéis agobiados y cansados y Yo os aliviaré”; y han seguido adelante llevando la cruz con Cristo y en Cristo. Y todos han resucitado con Él.

En definitiva, han vivido como el papa sugiere: “A veces sentimos esa aridez espiritual; no tenemos que tenerle miedo. (…) Lo importante es la franqueza, es la valentía del testimonio de fe: “reconocer a Jesús ante los hombres” y seguir adelante obrando el bien”.

En mi opinión, sin embargo, el desafío que se presenta hoy a toda la Iglesia y personalmente a muchos fieles cristianos, además de esos silencios de Dios, es el de silenciar las palabras de Cristo por miedo o por cobardía; silenciar la vida de Cristo; silenciar la realidad de que Cristo es verdaderamente el Hijo de Dios hecho hombre. La gran tarea del cristiano es conocer, y dar a conocer al verdadero Cristo ante los hombres: un Cristo que muere en la Cruz y Resucita; un Cristo que llama “raza de víboras” a quienes pretenden manipular a Dios; un Cristo que se nos da a comer en la Eucaristía; un Cristo que despide a la mujer que le toca con fe para ser curada abriéndole los caminos de la salvación. Un Cristo cuya primera invitación a los hombres es de que se conviertan, y se arrepientan de sus pecados; y el primer poder que da a sus apóstoles es el de perdonar los pecados, porque solo quien se arrepiente de su mala vida podrá llegar a descubrir el amor de Dios.

Y no sólo. El desafío está también en silenciar las grandes verdades de la Fe, para ayudar a los hombres a redescubrir Quien es su Creador; y a descubrir también el sentido que tiene su vida en la tierra, que no es ciertamente el de ser “feliz” porque gane su equipo predilecto, y otras aspiraciones semejantes como el de “hacer siempre lo que le da la gana”, etc., con un sentido egoísta e individualista que rompe toda buena relación con quienes no quieran seguirle.

El desafío para la acción de la Iglesia a pesar de cualquier complejo que pueda arraigar entre eclesiásticos, es el de silenciar a Dios que se hace hombre y viene a la tierra “no a ser servido sino a servir”; y nos enseña a amarnos los unos a los otros “como Él nos ama”. Y lo silenciamos no hablando del Pecado, no hablando de los Mandamientos de la Ley de Dios, y silenciado que la familia está constituida por una mujer y un hombre, todo lo demás serán, si acaso, “contratos de convivencia homosexual”, como propuso un día Ángela Merkel, por desgracia sin éxito, o como se les quiera llamar.

Y silenciar de esta forma el destino eterno de todo ser humano. Jesús quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Por desgracia muchos rechazan sus palabras, y no llegan al conocimiento de la Verdad: Cielo e Infierno.

El verdadero desafío que se nos presenta es el de que en la Iglesia no se hable con claridad y autoridad de estas grandes verdades, que son las luces que el Creador nos da para que todas las criaturas caminemos con Él, seamos felices en medio de los silencios de Dios, y lleguemos de su mano a la Vida Eterna.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com