Colaboraciones

 

Esta vida que hemos recibido

 

Esta ley de bioética, la próxima ley sobre la eutanasia y el suicidio asistido, no son más que manifestaciones claras de esta guerra entre dos humanidades, la que se recibe a sí misma como un don y la que se proyecta -siempre a su manera- como un derecho imprescriptible y siempre modulable

 

 

18 septiembre, 2020 | por Guillaume de Tanoüarn


 

 

 

 

 

La nueva ley de bioética acepta el trasplante de células humanas a animales y Jean-Louis Touraine se limita a subrayar que lo contrario no ha sido autorizado, aún no: el trasplante de células animales a un ser humano. No importa: un tabú ha caído. La diferencia ontológica entre el hombre y el animal – una diferencia que no es sólo una diferencia de género o especie dentro del mundo animal, sino una diferencia de ser – ya no se reconoce en la práctica. El hombre es sólo un animal un poco más sofisticado que los demás, que aún debemos respetar, pero cuyos componentes biológicos pueden ser manipulados como queramos. La práctica de la procreación médicamente asistida [PMA por sus siglas en francés] lleva a estos aprendices de brujo a crear embriones excedentes. Tendremos que utilizarlos, aunque no correspondan a ningún proyecto parental. ¿Para el progreso de la ciencia? Jean-Louis Touraine, el ideólogo de la nueva ley, cree que tiene sentido. Después de todo, en el mejor de los mundos, la vida no es más que un material cuyas reservas tendrán que ser gestionadas lo mejor posible.

Por la misma razón, nuestro fin de vida está amenazado: dejarla morir es caro. La seguridad social también tiene sus imperativos de gestión. Sólo hará falta que un activista – Alain Cocq, por ejemplo, actualmente en Internet – exija el “derecho a morir para no tener que mirar al techo como un idiota” para que una mayoría de los franceses se sensibilicen sobre su drama y nos hagan saber que son favorables a la eutanasia.

 

Después de todo, si nada en la vida es capaz de obligarnos, ¿no somos libres de vivir y de morir? ¿De elegir la vida o la muerte? ¿De organizar nuestro propio suicidio?

Entre los ancianos, las opiniones están divididas: Séneca escribe extensamente para acostumbrarse a la idea de la muerte y el suicidio. Ironías del destino, será “suicidado” por su ex-alumno Nerón, a quien se había atrevido a criticar. Por otra parte, Platón en el Fedón (61c) insiste en que “los hombres son propiedad de los dioses”, que no se pertenecen a sí mismos, que han sido recibidos de lo alto. Para Platón, incluso antes del cristianismo, la vida es un tesoro tan maravilloso que se comunica como un don. No como un material que se gestiona, sino como una chispa divina que no nos pertenece.

 

Dos formas de espíritu

Encontramos pues dos actitudes ante la vida: la primera considera que la vida es un don divino, que supera al hombre. Al mismo tiempo, el hombre está hecho para la vida, es la vida en plenitud la que tendrá la última palabra. «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia», dice Cristo (Jn 10, 10). El hombre puede conocer mejor la vida que ha recibido, pero no la posee, no se la ha dado a sí mismo. Debe respetar su misterio, aceptar que un día u otro se le escapará y que, al mismo tiempo, una actitud contemplativa a este don de Dios es siempre suficiente para lograr la felicidad. Descartes, el calificado como racionalista, a pesar de ello lo explica bien: “Entre los más tristes accidentes y los más apremiantes dolores, uno siempre puede ser feliz [en la vida], siempre que sepa usar la razón“. Eco filosófico a las palabras de San Pablo: “Dios es fiel y no permitirá que seas tentado más allá de tus fuerzas“. La razón, tomada en este sentido contemplativo, inclina al hombre a la aceptación y no a la revuelta.

La segunda actitud es propiamente racionalista; pretende apropiarse de la vida, fabricarla o corregirla, gestionar su desarrollo y decidir sobre su uso o su fin. Como diría Gabriel Marcel, la vida ya no es ese misterio del que formamos parte y cuya trascendencia respetamos al mismo tiempo, sino simplemente un problema que debe resolverse de la manera más racional y objetiva posible. ¿Somos demasiado numerosos en la tierra, necesitamos piezas de repuesto para mejorar o para sobrevivir, pedimos una “humanidad aumentada”?… La razón proveerá. ¿El déficit de la seguridad social? También. Esta segunda actitud no recibe al mundo como un cosmos, sino que cree que es capaz de reconstruirlo según nuevos paradigmas, que pueden parecernos inhumanos, pero que, siendo los de la razón humana, son necesariamente los del mejor de los mundos posibles.

Esta ley de bioética, la próxima ley sobre la eutanasia y el suicidio asistido, no son más que manifestaciones claras de esta guerra entre dos humanidades, la que se recibe a sí misma como un don y la que se proyecta – siempre a su manera – como un derecho imprescriptible y siempre modulable.

 

Guillaume de Tanoüarn
en Monde et Vie septiembre 2020