Tribunas

¿En la mano o en la boca?

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Ante la presencia del Covid19 en diversas diócesis se ha indicado la conveniencia de dar la Sagrada Hostia en la mano de los comulgantes; sin prejuicio de que quien desee recibir al Señor en la boca lo pueda hacer.

En no pocos casos, algún sacerdote temeroso de poder contagiar a alguien ha indicado que solo dará la Comunión en la mano. Claramente es un cierto abuso de autoridad, comprensible por la incertidumbre y el miedo generalizado que sufre el pueblo fiel. En otras iglesias han seguido ofreciendo el Cuerpo de Cristo en la boca, de rodillas o en pie, a todos los que han querido recibir al Señor así.

Cuando alguna persona me ha preguntado sobre este particular, le he recomendado que decida ella con toda libertad ya que la Iglesia no impone ni una cosa ni otra. Y le he señalado además que lo importante es ser consciente de a Quién se recibe, y acogerlo con Fe y Amor renovado y muy personal. La Comunión es un encuentro con Cristo, una unión con Cristo que anuncia el Cielo y la Eternidad; nos une a su Cruz y a su Resurrección.

Que no recibimos un trozo de pan más o menos sagrado; que recibimos el Cuerpo y la Sangre del Señor, presente real y sacramentalmente en la Hostia y en el Cáliz que ofrece el sacerdote. Y les recuerdo que al decir: Señor, yo no soy digno de que entres en mi morada, estamos diciendo que tan indigna es la boca como la mano para recibirle.

Tanto en la boca como en la mano, se puede recibir al Señor con amor, con agradecimiento, adorándolo, como lo recibieron Marta y María; la Samaritana, Zaqueo, etc.  Y siempre podemos rogar a la Virgen que recibamos y comamos la Carne y la Sangre de su Hijo, “con la pureza, humildad y devoción”, con que Ella lo recibió; más o menos conscientes de lo que estamos viviendo.

Muy pocas veces se recuerda a los fieles en las homilías de la Misa, aquellas palabras de san Pablo que tanto nos pueden ayudar a preparar nuestro espíritu para vivir esa unión con Cristo, Dios y hombre verdadero,

“Porque cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga. Así pues, quien coma el pan o beba el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11, 25-29).

Hace ya años, y después de celebrar algunos funerales, matrimonios, bautizos en los que comulgaba mucha gente, al terminar la Misa me pude dar cuenta de que no pocos de los comulgantes apenas si se habían dado cuenta de a Quién recibían, y que comulgaban como si fuera un detalle más de la ceremonia. Habían convertido la Misa en una reunión, en un acto celebrativo de algo.

Desde entonces, y en situaciones semejantes, decidí que había que decir algo para que se prepararan para recibir al Señor.

Pocas palabras bastaron para recordarles a Quién iban a recibir. Les dije que quienes fueran a recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, que eso es la Hostia Consagrada, examinaran su alma y prepararan su alma para acoger al Señor. El número de comulgantes descendió de forma notable. Y aumentó el número de personas que en los días siguientes vivió de nuevo la Confesión de sus pecados, después de agradecerme las palabras que habían oído.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com