Colaboraciones

 

Seis excentricidades que vamos a ver en los próximos años

 

 

13 octubre, 2020 | por Jordi Soley


 

 

 

 

 

Lo que no hace tanto era inconcebible, es ahora un derecho incuestionable. La ventana de Overton no cesa de desplazarse. Es el progreso progresista, estúpido. Lo reconocía abiertamente hace poco uno de los pioneros de la eutanasia en Holanda: sí, la pendiente resbaladiza existe… y estamos encantados con ella. El doctor Bert Keizer escribía que “con cada límite que nos fijamos, existe la posibilidad de traspasarlo. Esto también se aplica en las áreas periféricas de la conducta ética. El aborto antes no estaba permitido, luego apenas, luego hasta las 12 semanas y ahora incluso hasta las 20 semanas. Ese “incluso” lo dice todo. Algo similar se está haciendo ahora en el campo de la investigación de embriones humanos, donde estamos empezando a dejar la etapa del ‘nunca’Así ha ocurrido con la eutanasia. Cada vez que se dibujaba una línea, también era superada. Empezamos con los enfermos terminales, pero también la aplicamos a los enfermos crónicos con un sufrimiento desesperado e insoportable. Posteriormente fueron las personas con demencia incipiente, los pacientes psiquiátricos, las personas con demencia avanzada, los ancianos que luchaban contra una acumulación de dolencias de la vejez y, por último, los ancianos que, aunque no sufran una enfermedad discapacitante o limitante, siguen encontrando que su vida ya no tiene contenido.”

Y concluía Keizer, sin que le tiemble el pulso lo más mínimo: “En retrospectiva, es cierto que ahora aplicamos la eutanasia a personas a las que les habíamos dicho, un poco indignados, hace 20 años, ‘Vamos, eso es totalmente imposible‘. Y mirando hacia adelante, no hay razón para creer que este proceso se detendrá en caso de demencia incapacitada. ¿Qué pasa con el prisionero que tiene una sentencia de por vida y anhela desesperadamente la muerte? ¿O los niños discapacitados que sufren de manera insoportable y desesperada según sus padres? No creo que estemos en una pendiente resbaladiza, en el sentido de ir hacia el desastre. Más bien es un cambio no catastrófico”.

Pero esto de la pendiente resbaladiza, de la ampliación permanente del ámbito de alcance de las agresiones a las personas presentadas como “nuevos derechos”, no es suficiente. Sus efectos movilizadores van perdiendo fuerza. Al fin y al cabo, entre suministrar una inyección letal a un niño discapacitado o a un preso deprimido no hay tanta diferencia. Son necesarias nuevas emociones.

 

¿Qué novedades en el frente del progreso societal nos pueden deparar los próximos años?

A tenor de lo que se propone en los que son por ahora círculos minoritarios, en cualquier momento puede dar el salto a la opinión pública mainstream alguno de estos disparates, candidatos a convertirse en “nuevo derecho” cuya crítica será considerada delito de odio a su debido tiempo.

  1. Poliamor: si el matrimonio no es uno con una para siempre, sino que es aquello que el legislador determine arbitrariamente en cada momento determinado, no se entiende por qué no puede abrirse a más de dos personas. Si la complementariedad de los sexos es considerada una discriminación por motivo de sexo, la pareja no es más que una discriminación por motivo de número. Frente a la imposición de la pareja (“couple”), ya hay quien reivindica el trío (“trouple”). En esta web de “familias lgbt” ya se puede descargar un modelo de declaración de familia triangular, formada por “una pareja de tres” (sic). Y se nos informa de que en los Países Bajos las uniones civiles entre tres personas están reconocidas desde 2005 y en Colombia el matrimonio de tres personas es posible desde 2017. Además, esto del poliamor cuenta con el apoyo de los musulmanes, prueba definitiva de que es un gran avance. Lo que no se entiende es lo de limitar el número a tres, algo claramente discriminatorio. ¿Por qué no un matrimonio de cuatro miembros? ¿o de veinte? ¿o de 2.000 personas? Así hasta podemos llegar a lo que anhelaba la diputada de la CUP, Ana Gabriel, quien en 2016 proponía tener hijos en tribu, todos bien mezclados, porque, pensaba ella, “la familia hace a las personas «muy conservadoras»”.
  2. Familias de elección: en la misma lógica, se nos explica que “la familia biológica no siempre coincide con la familia que te gustaría tener. ¿Qué es una familia, básicamente, sino un grupo de personas con las que se desea tener un vínculo de solidaridad? La ruptura que se produce a veces cuando las personas LGBT salen del armario con su familia biológica abre la posibilidad de crear una “familia elegida”, una nueva comunidad de ayuda mutua para afrontar los altibajos de la vida”. Vamos, que podemos elegir a nuestros “padres”, a nuestros “hermanos”, a nuestros “hijos”… La familia convertida en una especie de club social.
  3. Pedofilia: en realidad no es nada nuevo. En Mayo del 68 estaba muy presente el sexo con niños como elemento esencial de la liberación sexual. Si hay que “disfrutar sin límites”, “mi cuerpo me pertenece” y sobre todo está “prohibido prohibir”, no hay motivo para respetar esas anticuadas barreras de edad. Así lo entendió Daniel Cohn Bendit, icono del 68 y eurodiputado verde, quien en 1975 escribió un libro en cuyas páginas relata sus experiencias eróticas con menores. Y además, ya en los años 50 Alfred Kinsey defendió el derecho de los niños a tener relaciones sexuales. La serie de Netflix “Cuties” es un paso más, un desplazamiento de la ventana de Overton, hacia la presentación de los menores como objetos sexuales.
  4. Los “No kids”: traer un niño al mundo es terrible (ya lo avisaban los cátaros y otras sectas gnósticas). Consume recursos, deja huella de carbono, es caro y, además, te desgracia la simpática vida adolescente que tanto nos gusta llevar. Algunos ya proponen que los blancos renuncien a tener hijos para dejar sitio a otras razas no culpables de racismo sistemático. Dentro de esta corriente hay de todo, desde los “esterilizados voluntarios”, que se esterilizan al alcanzar la mayoría de edad, hasta el Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria, que sostienen que “la eliminación gradual de la especie humana mediante el cese voluntario de la reproducción permitirá que la biosfera de la Tierra vuelva a gozar de buena salud” (aunque un vistazo rápido por sus escritos parecen sugerir que si la extinción no fuera del todo voluntaria tampoco les importaría mucho). Prepárense para dar subvenciones y premios a estos héroes del planeta que se niegan a reproducirse mientras se penaliza a las familias numerosas.
  5. Antipilismo: por ahora aún minoritario pero creciente. ¿A qué viene esa fobia a los pelos? ¿No resulta evidente que la depilación femenina es una opresión heteropatriarcal?
  6. Modificación corporal: algunos pioneros empezaron con el piercing; luego vino la moda de los tatuajes (basta pasearse por una playa para comprobar que el hecho de no llevar ninguno a cierta edad te convierte en miembro de una excéntrica tribu), pero el futuro es de la modificación corporal. Se trata de la misma lógica de alterar nuestro cuerpo a nuestro antojo. Una vertiente, por ahora sólo para los muy atrevidos, aboga por implantes de cuernos, clavos, cortarse la lengua en dos, escarificaciones, marcas al rojo vivo o tatuajes oculares. Otra, menos marginal, confluye con el transhumanismo y prefiere alteraciones tecnológicas, implantes en vista de constituirnos como cyborgs.

 

¿Delirante? ¿Absurdo? Sin duda, pero también muy real. No soy profeta, ni mucho menos (de hecho soy economista, ese oficio que explica muy bien lo sucedido pero nunca acierta en lo que va a ocurrir), pero apostaría gustoso a que alguna de estas excentricidades será normalizada en un futuro no tan lejano.