Colaboraciones

 

¿Matrimonios intra-extraeclesiales? (y II)

 

Quizás sea preferible que, fuera de los casos clamorosos, la Iglesia acepte esa manga ancha (sin que se convierta en barra libre), estimulando a los esposos a santificarse y santificar su matrimonio

 

 

23 octubre, 2020 | por Jordi-Maria d’Arquer


 

 

 

 

 

Si tomamos este apelativo como demostrado por la realidad social y eclesial en que vivimos inmersos, resulta que no podemos estar seguros de la validez de un matrimonio más que de unos pocos. Hay tantas anulaciones porque no se vive en cristiano, y más que habría si se solicitaran abiertamente. Está claro que, por muy libres que hayan ido los contrayentes a la boda (que es una condición indispensable que pone la Iglesia), gran parte de ellos son de personas que no practican, esos que se llaman a sí mismos –como mucho- “católicos no practicantes”. Lo hacen por ignorancia supina, dado que solo se puede ser fiel católico si se practica, lo demás es pura entelequia, y un abuso del carácter bautismal. O bien tienen en su alma un cierto resquemor (la conciencia) que les advierte de que van errados, y por ello no acaban de cortar del todo, de soltar el cable, y viven una doble vida. De estos hay muchos.

Observando la realidad, vemos que tantos hay –y proliferan por las esquinas- que se muestran abierta y hasta rígidamente críticos con la que llaman “religión oficial” (a la que ellos atribuyen la rigidez). Tan rígidamente críticos son, que nunca entran a profundizar en la cuestión que critican, por más que tú, con buenas maneras, con la doctrina sana y razonando, les des la oportunidad de hacerlo. Ya sabemos que hoy día se tira de emoción y no de razón.

Conozco a una persona que cada vez que se me rebota con alguna crítica ácida sin ton ni son a “su” Santa Madre la Iglesia, tras tres o cuatro razonamientos diáfanos como el mediodía, al darse cuenta de que sus “razones” fallan y carecen de contenido, me salta, enfadada: “¡Bueno, da igual!”, y corta. Porque en realidad son excusas a su actuación libidinosa. Porque no desea ese tira y afloja. Porque pretende salirse con la suya. Porque no quiere apurar la verdad. Porque no quiere aceptarla, en definitiva. ¿Y eso, por qué? Pues muy sencillo: le es más fácil ir por donde la cuesta es hacia abajo, y permitirse sus debilidades, creyéndose, eso sí, que son precisamente ellas sus fortalezas, su derecho a la libertad, la libertad que debería reinar en la Iglesia. Se engaña. Como se engañan tantos. Libertad sí, libertinaje no.

Apurando nosotros nuestra reflexión, podemos exponer que no solo caen hoy por esa falacia de la libertad que se atribuyen, sino que me parece abrumadora la cantidad de futuros esposos con una abismal inmadurez afectiva, que es una causa de nulidad bien definida por la Iglesia. Pero se casan. Los bendice un sacerdote, pero los ministros son ellos, hombre y mujer, los esposos. ¿Cómo van a administrar correctamente ese sacramento tan importante cuya finalidad es la santificación de la vida abierta a la vida, a la maduración personal y a los hijos que habrán de educar? La cosa se complica.

Así las cosas, puesto que no podemos estar seguros de que sea válido ningún matrimonio, ¿para qué sirve casarse? La respuesta está en que ninguna institución humana es perfecta, todas están sometidas a la realidad y presencia del pecado. Según esto, nadie se casaría. Pero debemos advertir que el matrimonio es un sacramento, y por tanto, parte de la herencia espiritual de Nuestro Señor Jesucristo; más aún, Ley de Dios. Así que tiene carácter divino en esencia, e imprime carácter.

Por este motivo, y a tenor de la realidad de que los que están hoy en disposición de casarse son seres tremendamente inmaduros, quizás sea preferible que, fuera de los casos clamorosos, la Iglesia acepte esa manga ancha (sin que se convierta en barra libre), estimulando a los esposos a santificarse y santificar su matrimonio, sabiendo que en último término todo depende de la propia conciencia puesta ante Dios. Si no hay escándalo. Pero entonces, ¿dónde está el carácter santo que imprime? ¿No es eso corromperlo? “-No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. “-Pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. “-Que se cumpla lo que deseas” (Mt 15,26-28). -Diálogo entre Jesús y la cananea-. Pero atención: Fe, arrepentimiento y perdón son necesarios. Tres en uno. No “mi” voluntad.

 

 

Matrimonios intra-extraeclesiales (I)