Tribunas

El daño reputacional en la Iglesia

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Uno de los conceptos que más preocupa a las corporaciones en el marco de la responsabilidad social corporativa, es decir, en la ética, es el del daño reputacional. Tema ahora de moda también en lo penal.

No voy a referirme a los ámbitos del “compliance”. Solo recordar que, por ejemplo, las prácticas empresariales fraudulentas y la corrupción son amenazas clave para la reputación. Hoy los nuevos medios y las redes sociales han amplificado el impacto de cualquier práctica incorrecta haciendo más vulnerables a las corporaciones.

Y ¿qué pasa con la Iglesia? ¿Se pueden dar casos en los que determinada elección de personas, determinadas actuaciones de personas, por sí mismas o bajo la anuencia, ignorancia, nesciencia o lo que sea, de sus responsables, puedan generar un daño reputacional que, cuantificado y monetarizado, como se dice ahora, alcance cantidades no desdeñables de ejemplaridad?

Si aplicamos el modelo del cambio en la Iglesia respecto a la responsabilidad de los obispos que miraron para otro lado en los casos de pederastia, ¿qué ocurriría en otros asuntos non sanctos?

Está claro, si la santidad de vida, la coherencia y un Evangelio sin glosa fueran los criterios rectores, por parte de todos, no se darían estos supuestos.

Al margen de la vía legal, me voy a fijar en uno de los ámbitos que tiene relación con este proceso del daño reputacional en la Iglesia. El especialista en, permítaseme la expresión, bochinches comunicativos, Yago de la Cierva, ha escrito un muy interesante artículo en “The Objective” sobre el Informe del caso McCarrick desde el punto de vista de la comunicación también.

Dice este prestigioso profesor de Comunicación que “mandar es responder. Cuanto más se manda, más se debe dar cuentas. No faltan empresas y organizaciones que reaccionan cortando cabezas… de los de abajo, pero los de arriba rara vez sufren las consecuencias”.

Añade también que “cuando se tienen indicios de una conducta corrupta, el único camino es la investigación exhaustiva de los hechos realizada por un experto externo. Investigar no es ofender: no investigar es ofender. Si se tienen noticias de comportamientos equivocados, lo importante no es preguntar al interesado si es cierto, sino sobre todo hablar con todas las posibles víctimas (en este caso, con todos los seminaristas que pasaban fines de semana en la playa con McCarrick) hasta apurar la verdad. Obrar de otro modo es irresponsable. Implica delegar la propia responsabilidad”.

Y por último que “la transparencia no sea la excepción, sino la norma. Hay que darle continuidad. Las autoridades de la Iglesia tienen el deber de informar a los fieles de las decisiones que toman, y que pedir perdón cuando se han equivocado. Eso es lo cristiano”.

Lo dice mi amigo Yago, por cierto, director de comunicación de crisis en PROA, según acabo de ver en la newsletter de esa agencia.

 

José Francisco Serrano Oceja