Boletín Diario de Zenit


 

 

Servicio diario - 29 de noviembre de 2020


 

ÁNGELUS
Ángelus: Nuestro Dios es el Dios-que-viene
Raquel Anillo
Palabras antes del Ángelus

ÁNGELUS
Ángelus: Cercanía con los países golpeados por los fuertes huracanes
Raquel Anillo
Palabras después después de la oración mariana

PAPA FRANCISCO
Semanas sociales de Francia: “Sanando el mundo”, mensaje del Papa Francisco
Anita Bourdin
Por “un mundo más justo, más unido, más humano, más fraterno, más evangélico”

ARCHIVES
Misa con los nuevos cardenales: Homilía del Papa Francisco
Gabriel Sales Triguero
“Cercanía de Dios y nuestra vigilancia”

TESTIMONIOS
Entrevista a fray Carlo María Laborde, guardián del convento de San Giovanni Rotondo
José María Zavala
“El coronavirus nos ha embestido de lleno”

ESPIRITUALIDAD
Primer domingo de Adviento: Invitación a estar vigilantes
Alejandro Vázquez-Dodero
Comienza este tiempo litúrgico

TESTIMONIOS
San Andrés Apóstol, 30 de noviembre
Isabel Orellana Vilches
Fundador del patriarcado de Constantinopla


 

 

 

Ángelus: Nuestro Dios es el Dios-que-viene

Palabras antes del Ángelus

noviembre 29, 2020 12:43

Angelus

(zenit – 29 nov. 2020).- “Hoy, primer domingo de Adviento, empieza un nuevo año litúrgico. En él la Iglesia marca el curso del tiempo con la celebración de los principales acontecimientos de la vida de Jesús y de la historia de la salvación”. Con estas palabras comienza el Papa Francisco en este domingo 29 de noviembre de 2020, la introducción al Ángelus.

También nos recuerda, “El Adviento es una llamada incesante a la esperanza: nos recuerda que Dios está presente en la historia para conducirla a su fin último y a su plenitud, que es el Señor Jesucristo. Dios está presente en la historia de la humanidad, es el “Dios con nosotros”, camina a nuestro lado para sostenernos”.

A continuación, siguen las palabras de Francisco, según la traducción oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Palabras antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, primer domingo de Adviento, empieza un nuevo año litúrgico. En él la Iglesia marca el curso del tiempo con la celebración de los principales acontecimientos de la vida de Jesús y de la historia de la salvación. Al hacerlo, como Madre, ilumina el camino de nuestra existencia, nos sostiene en las ocupaciones cotidianas y nos orienta hacia el encuentro final con Cristo. La liturgia de hoy nos invita a vivir el primer “tiempo fuerte” que es este del Adviento, el primero del año litúrgico, el Adviento, que nos prepara a la Navidad, y para esta preparación es un tiempo de espera, es un tiempo de esperanza. Espera y esperanza.

San Pablo (cfr. 1 Cor 1,3-9) indica el objeto de la espera. ¿Cuál es? La “Revelación de nuestro Señor” (v. 7). El Apóstol invita a los cristianos de Corinto, y también a nosotros, a concentrar la atención en el encuentro con la persona de Jesús. Para un cristiano lo más importante es el encuentro continuo con el Señor, estar con el Señor. Y así, acostumbrados a estar con el Señor de la vida, nos preparamos al encuentro, a estar con el Señor en la eternidad. Y este encuentro definitivo vendrá al final del mundo. Pero el Señor viene cada día, para que, con su gracia, podamos cumplir el bien en nuestra vida y en la de los otros. Nuestro Dios es un Dios-que-viene —no os olvidéis esto: Dios es un Dios que viene, viene continuamente— : ¡Él no decepciona nuestra espera! El Señor no decepciona nunca. Nos hará esperar quizá, nos hará esperar algún momento en la oscuridad para hacer madurar nuestra esperanza, pero nunca decepciona. El Señor siempre viene, siempre está junto a nosotros. A veces no se deja ver, pero siempre viene. Ha venido en un preciso momento histórico y se ha hecho hombre para tomar sobre sí nuestros pecados —la festividad de Navidad conmemora esta primera venida de Jesús en el momento histórico—; vendrá al final de los tiempos como juez universal; y viene también una tercera vez, en una tercera modalidad: viene cada día a visitar a su pueblo, a visitar a cada hombre y mujer que lo acoge en la Palabra, en los Sacramentos, en los hermanos y en las hermanas. Jesús, nos dice la Biblia, está a la puerta y llama. Cada día. Está a la puerta de nuestro corazón. Llama. ¿Tú sabes escuchar al Señor que llama, que ha venido hoy para visitarte, que llama a tu corazón con una inquietud, con una idea, con una inspiración? Vino a Belén, vendrá al final del mundo, pero cada día viene a nosotros. Estad atentos, mirad qué sentís en el corazón cuando el Señor llama.

Sabemos bien que la vida está hecha de altos y bajos, de luces y sombras. Cada uno de nosotros experimenta momentos de desilusión, de fracaso y de pérdida. Además, la situación que estamos viviendo, marcada por la pandemia, en muchos genera preocupaciones, miedo y malestar; se corre el riesgo de caer en el pesimismo, el riesgo de caer en ese cierre y en la apatía. ¿Cómo debemos reaccionar frente a todo esto? Nos lo sugiere el Salmo de hoy: “Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; en él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos” (Sal 32, 20-21). Es decir, el alma en espera, una espera confiada del Señor hace encontrar consuelo y valentía en los momentos oscuros de la existencia. ¿Y de qué nace esta valentía y esta apuesta confiada? ¿De dónde nace? Nace de la esperanza. Y la esperanza no decepciona, esa virtud que nos lleva adelante mirando al encuentro con el Señor.

El Adviento es una llamada incesante a la esperanza: nos recuerda que Dios está presente en la historia para conducirla a su fin último para conducirla a su plenitud, que es el Señor, el Señor Jesucristo. Dios está presente en la historia de la humanidad, es el “Dios con nosotros”, Dios no está lejos, siempre está con nosotros, hasta el punto que muchas veces llama a las puertas de nuestro corazón. Dios camina a nuestro lado para sostenernos. El Señor no nos abandona; nos acompaña en nuestros eventos existenciales para ayudarnos a descubrir el sentido del camino, el significado del cotidiano, para infundirnos valentía en las pruebas y en el dolor. En medio de las tempestades de la vida, Dios siempre nos tiende la mano y nos libra de las amenazas. ¡Esto es bonito! En el libro del Deuteronomio hay un pasaje muy bonito, que el profeta dice al pueblo: “Pensad, ¿qué pueblo tiene a sus dioses cerca de sí como tú me tienes a mí cerca?”. Ninguno, solamente nosotros tenemos esta gracia de tener a Dios cerca de nosotros. Nosotros esperamos a Dios, esperamos que se manifieste, ¡pero también Él espera que nosotros nos manifestemos a Él!

María Santísima, mujer de la espera, acompañe nuestros pasos en este nuevo año litúrgico que empezamos, y nos ayude a realizar la tarea de los discípulos de Jesús, indicada por el apóstol Pedro. ¿Y cuál es esta tarea? Dar razones de la esperanza que hay en nosotros (cfr. 1 P 3,15).

 

 

 

 

Ángelus: Cercanía con los países golpeados por los fuertes huracanes

Palabras después después de la oración mariana

noviembre 29, 2020 15:22

Angelus

(zenit – 29 nov. 2020).- Después de la oración del Ángelus de este domingo 29 de noviembre de 2020, el Papa ha saludado a los peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro y ha expresado su cercanía con los países de América latina golpeados por los fuertes huracanes.

Recordando la creación de nuevos cardenales  que tuvo lugar ayer por la tarde.

A continuación, siguen las palabras de Francisco, según la traducción oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Palabras después del Ángelus

 ¡Queridos hermanos y hermanas!

Deseo expresar nuevamente mi cercanía a las poblaciones de América Central golpeadas por fuertes huracanes, en particular recuerdo a las Islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, como también la costa pacífica del norte de Colombia. Rezo por todos los países que sufren a causa de estas calamidades.

Dirijo mi cordial saludo a vosotros, fieles de Roma y peregrinos de diferentes países. Saludo en particular a los que —lamentablemente en número muy limitado— han venido con ocasión de la creación de los nuevos cardenales, que tuvo lugar ayer por la tarde. Rezamos por los trece nuevos miembros del Colegio Cardenalicio.

Os deseo a todos vosotros un buen domingo y un buen camino de Adviento. Tratamos de sacar el bien también en la difícil situación que la pandemia nos impone: mayor sobriedad, atención discreta y respetuosa a quienes estén cerca que pueden tener necesidad, algún momento de oración hecho en familia con sencillez. Estas tres cosas nos ayudarán mucho: mayor sobriedad, atención discreta y respetuosa a quienes estén cerca que puedan tener necesidad y después, muy importante, algún momento de oración hecho en familia con sencillez. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.

 

 

 

 

Semanas sociales de Francia: “Sanando el mundo”, mensaje del Papa Francisco

Por “un mundo más justo, más unido, más humano, más fraterno, más evangélico”

noviembre 29, 2020 11:19

Papa Francisco

(zenit – 29 nov. 2020).-  “Vuestro trabajo será de gran importancia en la medida en que animará a los cristianos a ocupar el lugar insustituible que les corresponde en el diálogo social, para que surja un mundo más justo, más unido, más humano, más fraterno en suma, más evangélico”, dice un mensaje del cardenal Pietro Parolin, dirigido en nombre del Papa Francisco a Dominique Quinio, presidente de las Semanas Sociales de Francia, cuya sesión 2020 comenzó este viernes 27 de noviembre de 2020, 100% online.

El mensaje del Papa Francisco fue leído por el nuncio apostólico en Francia, monseñor Celestino Migliore, al comienzo de la obra.

“Es una responsabilidad que brota de la fe, como un don de Dios para ser puesto al servicio de toda la humanidad”, insiste el cardenal Parolin.

“Todo cristiano”, continúa diciendo el mensaje, “y en particular si tiene alguna responsabilidad en la sociedad, tiene por su bautismo los medios para curar el mundo”.

AB

 

Mensaje del Papa Francisco

Sra. Dominique QUINIO

Presidente de las Semanas Sociales de Francia PARIS

Su Santidad el Papa Francisco se complace en unirse a usted en pensamiento y oración, así como a todos los participantes en la sesión 2020 de las Semanas Sociales de Francia. La pandemia de la COVID-19 lo está obligando a vivir este encuentro a distancia, a través de videoconferencia. Esta dura privación del contacto humano directo, que todos conocemos en estos días, tiene al menos la ventaja de hacernos percibir mejor la riqueza y el valor insustituibles del encuentro interpersonal. Sólo ella hace posible vivir el calor humano y la espontaneidad de los intercambios, sólo ella permite crear lazos de amistad y fraternidad. El Santo Padre afirma que “las relaciones virtuales, que prescinden del esfuerzo de cultivar la amistad, son sólo de apariencia social; no construyen un verdadero “nosotros” (Fratelli tutti , n. 43).

El proyecto “sociedad por reconstruir” sobre el que quieren reflexionar – tema de vuestra sesión anual – sin duda tendrá que tener en cuenta este punto de atención porque “la conexión digital no basta para tender puentes, no basta para unir humanidad” (Ibid.). Creados a imagen y semejanza de Dios, somos personas de relación, personas amadas y capaces de amar. (cf. Catequesis sobre el tema “curar el mundo”, Audiencia general 12 de agosto de 2020). Por tanto, una mirada renovada debe centrarse en el hombre revestido de la dignidad que Dios le confiere. “Esta conciencia renovada de la dignidad de todo ser humano tiene graves implicaciones sociales, económicas y políticas. […] El creyente, al contemplar al prójimo como un hermano y no como un extraño, lo mira con compasión y empatía, y no con desprecio ni enemistad” (Ibid.).

Sobre la base de estas convicciones, todo cristiano, y en particular si tiene alguna responsabilidad en la sociedad, tiene por su bautismo el medio de “curar el mundo”; y el Papa Francisco también ha subrayado de qué manera las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad estaban involucradas en esta curación del mundo (cf. Audiencias generales del 5 de agosto al 30 de septiembre de 2020). Vuestro trabajo será de gran importancia en la medida en que animará a los cristianos a ocupar su lugar insustituible en el diálogo social, para que pueda surgir un mundo más justo, más unido, más humano, más fraterno. más evangélico. Es una responsabilidad que brota de la fe, como un don de Dios para ser puesto al servicio de toda la humanidad (cf. Catequesis12 de agosto de 2020). El Papa Francisco confía la fecundidad de su trabajo a la intercesión de la Virgen María y le asegura, señora Presidenta, así como a los participantes, sus oraciones.

 

+ Cardenal Pietro Parolin
Secretario de Estado de Su Santidad

 

Vaticano, 13 de noviembre de 2020

 

Traducido por Raquel Anillo

 

 

 

 

Misa con los nuevos cardenales: Homilía del Papa Francisco

“Cercanía de Dios y nuestra vigilancia”

noviembre 29, 2020 13:01

Papa Francisco

(zenit – 29 nov. 2020). En la homilía de la Santa Misa con los nuevos cardenales de esta mañana, el Papa Francisco ha destacado que las lecturas del primer Domingo de Adviento proponen dos palabras clave: “la cercanía de Dios y nuestra vigilancia”.

Hoy, 29 de noviembre de 2020, el Santo Padre ha presidido la Eucaristía en la basílica de San Pedro, y ha dirigido la homilía desde el Altar de la Cátedra. La celebración se ha realizado con los 13 nuevos cardenales creados por el Papa ayer 28 de noviembre, 11 de forma presencial y dos vía online.

 

Cercanía

De la lectura del profeta Isaías, el Papa ha resaltado que “Dios está cerca de nosotros”, y del Evangelio que Jesús “nos invita a vigilar esperando en Él”. El Adviento, señala, es “tiempo para hacer memoria de la cercanía de Dios, que ha descendido hasta nosotros”: “Dios mío, ven en mi auxilio”, es a menudo “el comienzo de nuestra oración”. El primer escalón de la fe es, explica, decir al Señor que “necesitamos su cercanía”.

El Pontífice aclara que se trata del “primer mensaje del Adviento y del Año Litúrgico”, y muestra cómo Dios “no se impone”, quiere acercarse y nosotros debemos decir “ven”. Según esclarece, el Adviento recuerda que Jesús “vino a nosotros y volverá al final de los tiempos”, e invita a hacer nuestra esta invocación y decirla cada día, incluso en “los momentos importantes y en los difíciles”.

 

Vigilancia

Siguiendo el hilo, Francisco indica que “invocando su cercanía” se ejercita “nuestra vigilancia”: necesitamos “estar vigilantes, porque un error de la vida es el perderse en mil cosas y no percatarse de Dios”. Seducidos por “nuestros intereses y distraídos por tantas vanidades”, declara, “corremos el riesgo de perder lo esencial”.

En esta línea, el Obispo de Roma ha exhortado a “estar vigilantes” porque “es de noche” y todavía “no vivimos en el día, sino en la espera”. Ha invitado a esperar en el Señor, a “no dejarse llevar por el desánimo” y “vivir de la esperanza”, sin “pretensiones terrenales” ni agobio por el dinero, la fama, el éxito y las “cosas efímeras”.

Del mismo modo, ha apuntado que “sobre nosotros puede caer el mismo sopor” que el que tuvieron los discípulos de Jesús cuando les mandó orar a medianoche: “no estuvieron vigilantes” y “en la última cena, traicionaron a Jesús, por la noche se durmieron, al canto del callo le negaron, de madrugada dejaron que le condenaran a muerte”.

 

El sueño de la mediocridad

El sucesor de Pedro ha puntualizado el peligro del “sueño de la mediocridad”, la tibieza y mundanidad, que llega “cuando olvidamos nuestro primer amor y seguimos adelante por inercia, preocupándonos sólo por tener una vida tranquila”. Esto, comenta, “carcome la fe”, que es la “valentía perseverante para convertirse, es valor para amar” y “fuego que arde”: por eso “Jesús odia la tibieza más que cualquier cosa”.

Como remedio plantea la “vigilancia de la oración”, ya que “rezar es encender la luz en la noche”, que nos “despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra mirada hacia lo alto, nos sintoniza con el Señor”, “nos libra de la soledad y nos da esperanza” y “oxigena la vida”. No existe el cristiano sin la oración, arguye el Papa Francisco, y “hay mucha necesidad de cristianos que velen por los que duermen”, “adoradores” que día y noche “lleven ante Jesús, luz del mundo, las tinieblas de la historia”.

 

El sueño de la indiferencia

El Santo Padre también ha distinguido el peligro del “sueño de la indiferencia”, el que hace que se vea todo igual, “como de noche”, no importe “quién está cerca”, se gire en torno a uno mismo y “el corazón se vuelve oscuro”. El Papa advierte sobre una actitud de queja constante, de sentir “que somos víctimas” de “complots”, una disposición que hoy en día tienen muchos, “que exigen sólo para sí mismos y se desinteresan de los demás”.

La solución que recomienda es la “vigilancia de la caridad”, que es el “corazón palpitante del cristiano”, sin la cual no puede vivir. Se trata, desarrolla, de una “apuesta segura, porque ya está proyectada hacia el futuro, hacia el día del Señor”. “El deseo de salir al encuentro de Cristo con las buenas obras”, concluye.

A continuación, sigue la homilía completa del Pontífice.

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Homilía de Francisco

Las lecturas de hoy sugieren dos palabras clave para el tiempo de Adviento: cercanía y vigilancia. La cercanía de Dios y nuestra vigilancia. Mientras el profeta Isaías dice que Dios está cerca de nosotros, Jesús en el Evangelio nos invita a vigilar esperando en Él.

Cercanía. Isaías comienza tuteando a Dios: “¡Tú eres nuestro padre!” (63,16), y continúa: “Nunca se oyó […] que otro dios fuera de ti actuara así a favor de quien espera en él” (64,3). Vienen a la mente las palabras del Deuteronomio: ¿Quién “está tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos?” (4,7). El Adviento es el tiempo para hacer memoria de la cercanía de Dios, que ha descendido hasta nosotros. Pero el profeta supera esto y le pide a Dios que se acerque más: “¡Ojalá rasgaras los cielos y descendieras!” (Is 63,19). Lo hemos pedido también en el Salmo: “Vuelve, visítanos, ven a salvarnos” (cf. Sal 79,15.3). “Dios mío, ven en mi auxilio” es a menudo el comienzo de nuestra oración: el primer paso de la fe es decirle al Señor que lo necesitamos, necesitamos su cercanía.

Es también el primer mensaje del Adviento y del Año Litúrgico, reconocer que Dios está cerca, y decirle: “¡Acércate más!”. Él quiere acercarse a nosotros, pero se ofrece, no se impone. Nos corresponde a nosotros decir sin cesar: “¡Ven!”. Nos corresponde a nosotros, es la oración del adviento ¡Ven! El Adviento nos recuerda que Jesús vino a nosotros y volverá al final de los tiempos, pero nos preguntamos: ¿De qué sirven estas venidas si no viene hoy a nuestra vida? Invitémoslo. Hagamos nuestra la invocación propia del Adviento: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20). Con esta invocación termina el Apocalipsis: “Ven, Señor Jesús”. Podemos decirla al principio de cada día y repetirla a menudo, antes de las reuniones, del estudio, del trabajo y de las decisiones que debemos tomar, en los momentos más importantes y en los difíciles: Ven, Señor Jesús. Una oración breve, pero que nace del corazón. Digámosla en este tiempo de Adviento, repitámosla: “Ven, Señor Jesús”.

De este modo, invocando su cercanía, ejercitaremos nuestra vigilancia. El Evangelio de Marcos nos propuso hoy la parte final del último discurso de Jesús, que se concentra en una sola palabra: “¡Vigilen!”. El Señor la repite cuatro veces en cinco versículos (cf. Mc 13,33-35.37). Es importante estar vigilantes, porque un error de la vida es el perderse en mil cosas y no percatarse de Dios. San Agustín decía: “Timeo Iesum transeuntem” (Sermones, 88,14,13), “Tengo miedo de que Jesús pase y no me dé cuenta”. Atraídos por nuestros intereses― todos los días experimentamos esto ―y distraídos por tantas vanidades, corremos el riesgo de perder lo esencial. Por eso hoy el Señor repite “a todos: ¡estén vigilantes!” (Mc 13,37). Vigilen, estén atentos.

Pero, si debemos vigilar, esto quiere decir que es de noche. Sí, ahora no vivimos en el día, sino en la espera del día, en medio de la oscuridad y los trabajos. Llegará el día cuando estemos con el Señor. Vendrá, no nos desanimemos. Pasará la noche, aparecerá el Señor; Él, que murió en la cruz por nosotros, nos juzgará. Estar vigilantes es esperar esto, es no dejarse llevar por el desánimo, y esto se llama vivir en la esperanza. Así como antes de nacer nos esperaban quienes nos amaban, ahora nos espera el Amor mismo. Y si nos esperan en el Cielo, ¿por qué vivir con pretensiones terrenales? ¿Por qué agobiarse por alcanzar un poco de dinero, fama, éxito, todas cosas efímeras? ¿Por qué perder el tiempo quejándose de la noche mientras nos espera la luz del día? ¿Por qué buscar “padrinos” para obtener una promoción y ascender, promocionarnos para hacer carrera? Todo pasa. Estén vigilantes, dice el Señor.

Mantenerse despiertos no es fácil, al contrario, es algo muy difícil. Por la noche es natural dormir. No lo lograron los discípulos de Jesús, a quienes Él les había pedido que velaran “al atardecer, a medianoche, al canto del gallo, de madrugada” (cf. v. 35).  Y precisamente a esas horas no estuvieron vigilantes. Al atardecer, en la última cena, traicionaron a Jesús; por la noche se durmieron; al canto del gallo lo negaron; de madrugada dejaron que lo condenaran a muerte. No estuvieron vigilantes. Se quedaron dormidos. Pero sobre nosotros puede caer el mismo sopor.

Hay un sueño peligroso: el sueño de la mediocridad. Llega cuando olvidamos nuestro primer amor y seguimos adelante por inercia, preocupándonos sólo por tener una vida tranquila. Pero sin impulsos de amor a Dios, sin esperar su novedad, nos volvemos mediocres, tibios, mundanos. Y esto carcome la fe, porque la fe es lo opuesto a la mediocridad: es el ardiente deseo de Dios, es la valentía perseverante para convertirse, es valor para amar, es salir siempre adelante. La fe no es agua que apaga, sino fuego que arde; no es un calmante para los que están estresados, sino una historia de amor para los que están enamorados. Por eso Jesús odia la tibieza más que cualquier otra cosa (cf. Ap 3,16). Se ve el desprecio de Dios por los tibios.

Y entonces, ¿cómo podemos despertarnos del sueño de la mediocridad? Con la vigilancia de la oración. Rezar es encender una luz en la noche. La oración nos despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra mirada hacia lo alto, nos sintoniza con el Señor. La oración permite que Dios esté cerca de nosotros; por eso, nos libra de la soledad y nos da esperanza. La oración oxigena la vida: así como no se puede vivir sin respirar, tampoco se puede ser cristiano sin rezar. Y hay mucha necesidad de cristianos que velen por los que duermen, de adoradores, de intercesores que día y noche lleven ante Jesús, luz del mundo, las tinieblas de la historia. Hay necesidad de adoradores. Hemos perdido un poco el sentido de la adoración, de estar en silencio ante el Señor, adorando. Ésta es la mediocridad, la tibieza.

Hay también un segundo sueño interior: el sueño de la indiferencia. El que es indiferente ve todo igual, como de noche, y no le importa quién está cerca. Cuando sólo giramos alrededor de nosotros mismos y de nuestras necesidades, indiferentes a las de los demás, la noche cae en el corazón. El corazón se vuelve oscuro. Comenzamos rápido a quejarnos de todo, luego sentimos que somos víctimas de los otros y al final hacemos complots de todo. Quejas, victimismo y complots. Es una cadena. Hoy parece que esta noche ha caído sobre muchos, que exigen sólo para sí mismos y se desinteresan de los demás.

¿Cómo podemos despertar de este sueño de indiferencia? Con la vigilancia de la caridad. Para llevar luz a aquel sueño de la mediocridad, de la tibieza, está la vigilancia de la oración. Para despertarnos de este sueño de la indiferencia está la vigilancia de la caridad. La caridad es el corazón palpitante del cristiano. Así como no se puede vivir sin el latido del corazón, tampoco se puede ser cristiano sin caridad. Algunos piensan que sentir compasión, ayudar, servir sea algo para perdedores; en realidad es la apuesta segura, porque ya está proyectada hacia el futuro, hacia el día del Señor, cuando todo pasará y sólo quedará el amor. Es con obras de misericordia que nos acercamos al Señor. Se lo pedimos hoy en la oración colecta: “Aviva en tus fieles […] el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras”. El deseo de salir al encuentro de Cristo con las buenas obras. Jesús viene y el camino para ir a su encuentro está señalado: son las obras de caridad.

Queridos hermanos y hermanas, rezar y amar, he aquí la vigilancia. Cuando la Iglesia adora a Dios y sirve al prójimo, no vive en la noche. Aunque esté cansada y abatida, camina hacia el Señor. Invoquémoslo: Ven, Señor Jesús, te necesitamos. Acércate a nosotros. Tú eres la luz: despiértanos del sueño de la mediocridad, despiértanos de la oscuridad de la indiferencia. Ven, Señor Jesús, haz que nuestros corazones que ahora están distraídos estén vigilantes: haznos sentir el deseo de rezar y la necesidad de amar.

 

© Librería Editorial Vaticana

 

 

 

 

Entrevista a fray Carlo María Laborde, guardián del convento de San Giovanni Rotondo

“El coronavirus nos ha embestido de lleno”

noviembre 29, 2020 10:42

Testimonios

(zenit – 29 nov. 2020).- A continuación ofrecemos la entrevista a fray Carlo María Laborde, guardián del convento de San Giovanni Rotondo, realizada por José María Zavala, director de cine, escritor y periodista, para zenit.

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Aislado del mundanal ruido, ahora también debido a la pandemia, Fray Carlo María Laborde clama desde la soledad de su celda para que nos unamos a Cristo en estos tiempos difíciles, siguiendo el ejemplo del santo de los estigmas.

Conocí a Fray Carlo hace ya más de diez años, cuando fui a componer mi libro sobre el Padre Pío, en mayo de 2010. Él era entonces superior del convento de San Giovanni Rotondo y ahora es su guardián.

 

Jose María Zavala: ¿Cómo viven estos tiempos tan duros de pandemia en el antiguo convento del Padre Pío?

Fray Carlo María Laborde: El coronavirus, que en la primera fase no nos afectó, en esta segunda oleada nos ha embestido de lleno. Varios hermanos de la Fraternidad de Capuchinos de San Giovanni Rotondo hemos dado positivo en los análisis preceptivos.

De inmediato, nuestro arzobispo monseñor Franco Moscone decidió reducir al mínimo las actividades en el Santuario, clausurando el recorrido de los peregrinos por los lugares donde vivió el Padre Pío, incluida la cripta donde se conservan sus restos mortales.

Ahora sólo se celebran tres misas diarias entre semana en la iglesia de Santa María de las Gracias, sin participación de los fieles, y sólo dos misas los domingos con asistencia del pueblo de Dios.

Los frailes afectados por el Covid-19 permanecemos aislados, cada uno en su propia celda, sin contacto personal entre nosotros para evitar la expansión del virus.

 

Jose María Zavala: ¿Cómo se encuentra tras dar positivo?

Fray Carlo María Laborde: He sido asintomático desde el principio. De modo que, aparte del aislamiento forzado, no he tenido mayores problemas. Estos días de aislamiento me permiten, eso sí, dedicar más tiempo a la oración y a la celebración de la Eucaristía. En cierto sentido, experimento una dolorosa experiencia que, asumida en unión con la Pasión de Cristo, me hace formar parte de su gran plan de redención de los hombres.

 

Jose María Zavala: ¿A imagen y semejanza también del Padre Pío?

Fray Carlo María Laborde: En estas circunstancias tan dolorosas, el Padre Pío nos enseña a aceptar el sufrimiento con fe y esperanza sabiendo, como afirma el Apóstol San Pablo, que “todo conduce al bien de los que aman a Dios”. El Padre Pío solía decir que no podía ver a un hermano sufrir sin que él también lo hiciese junto a él. De modo que el Padre Pío nos asegura ahora también desde el Cielo su intercesión ante el Señor para que tengamos la fuerza de sobrellevar esta prueba y salir de ella con renovada fe y esperanza.

 

Jose María Zavala: ¿El sufrimiento cobra entonces sentido?

Fray Carlo María Laborde: El Padre Pío vivió siempre unido a la Pasión de Cristo, esforzándose por parecerse lo más posible a Jesús Crucificado. Este es el sentido más profundo de los estigmas que marcaron sus carnes durante cincuenta años, convirtiéndole en la imagen perfecta de Cristo Crucificado.

El Padre Pío nos enseña ante todo a aceptar el dolor como participación en los sufrimientos de Jesucristo, con espíritu de oración y amor a los hermanos, para convertirnos en esos buenos cireneos que luchan por ayudar a quienes sufren y viven en soledad y abandono. El hospital que él quiso construir para los pobres y enfermos, Casa Alivio del Sufrimiento, es el testimonio más fehaciente de ese amor que debe brotar del corazón de todo cristiano enamorado de Dios.

 

Jose María Zavala: ¿Qué les diría a quienes no conocen todavía al Padre Pío?

Fray Carlo María Laborde: En estos tiempos de cuarentena en los que debemos permanecer jornadas enteras en casa, aconsejo a quien aún no conozca al Padre Pío que lea alguna biografía suya para saber su experiencia de vida, espiritualidad y grado de santidad que nos alienta en la entrega y fidelidad a Cristo. Su espíritu de oración también nos empuja a cultivar la esperanza, abandonándonos en manos de Dios Padre, que nos ama infinitamente.

El Padre Pío nos enseña también a leer los signos de los tiempos y a comprender que esta experiencia dolorosa del coronavirus constituye una gran oportunidad de conversión para corregir nuestras vidas y adecuarlas a la Ley de Dios y el espíritu del Evangelio.

 

Jose María Zavala: ¿Por qué es tan importante frecuentar hoy los sacramentos?

Fray Carlo María Laborde: Muchos bautizados que se han alejado de la Iglesia inducidos por los medios de comunicación y acusan a la Iglesia que muestra sus pecados (esas arrugas que afean su rostro de Esposa de Cristo) deben comprender que la Iglesia también es santa, porque es el Cuerpo Místico de Cristo, posee su Palabra y los sacramentos como signos eficaces de nuestra salvación.

Necesitamos los sacramentos. Que este tiempo complicado nos ayude a buscar la salvación en Cristo, único Redentor de la humanidad, ayer, hoy y siempre. Él nos salva a través de su Iglesia santa, católica y apostólica. El Padre Pío nos enseña a amar a la Iglesia y a buscar en ella y en los sacramentos, la gracia y la fuerza que nos permite sobrellevar las pruebas de la vida y santificar toda nuestra existencia.

 

 

 

 

Primer domingo de Adviento: Invitación a estar vigilantes

Comienza este tiempo litúrgico

noviembre 29, 2020 09:00

Espiritualidad

(zenit – 29 nov. 2020)-. Don Alejandro Vázquez-Dodero, capellán del colegio Tajamar, nos ofrece esta reflexión en torno al significado Adviento, que comienza hoy. En este artículo señala que en este primer domingo Adviento, existe una invitación a “estar vigilantes”.

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La Iglesia Católica inicia el año litúrgico con el Adviento, que consiste en un tiempo de preparación espiritual para la venida de Jesucristo en Navidad.

La casi totalidad de las iglesias cristianas celebran también este tiempo litúrgico: entre ellas la iglesia ortodoxa, anglicana, protestante –luterana, presbiterana, metodista, morava, etc. –, o la copta. Cada una tiene sus particularidades litúrgicas y celebrativas.

Se trata de un tiempo de espera, caracterizado por el arrepentimiento, el perdón y la alegría.

Dura cuatro semanas, y se celebra relevantemente los respectivos domingos. Del 16 al 24 de diciembre puede vivirse la Novena de Navidad, cuyo propósito es preparar más específicamente las fiestas navideñas.

Propiamente empieza con las vísperas del domingo más próximo al 30 de noviembre, y termina con las vísperas de la Navidad. Este año empieza el domingo 29 de noviembre, y dura hasta el 20 de diciembre.

Como iremos viendo, pueden distinguirse dos momentos: uno primero escatológico y que prepara para contemplar la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, pero precedida por su venida hace veintiún siglos y cada día; otro tiempo enfocado más a la preparación de la Navidad, celebrando ya con gozo el próximo nacimiento de Dios y su presencia salvadora entre los hombres.

La liturgia se muestra sobria, y en consecuencia evita el rezo del Gloria en la Santa Misa, los ornamentos son de color morado, y las iglesias evitan decorados vistosos. De este modo se significa que aquí en la tierra nos falta ese Jesús que está a punto de llegar, pura luz y celebración, para lo que conviene prepararse a través de una actitud sobria y templada.

 

La corona de Adviento

El origen de esta costumbre se encuentra entre los pueblos del norte, en la era precristiana –siglos IV y V– y en pleno diciembre, cuando para combatir el frío y la oscuridad se colectaban coronas de ramas verdes para encender hogueras que recordasen la esperanza en la primavera que estaba por llegar.

Más tarde –siglo XVI– católicos y protestantes alemanes empezarían a usar ese símbolo durante el Adviento, como luz que luce progresivamente hacia la luz plena de Jesús nacido, Dios entre los hombres.

Cada domingo se enciende una vela junto a la corona –o dentro de ella– en memoria de las etapas de la historia de la salvación antes de la arribada de Cristo. La noche oscura que supone la espera de esa luz se va iluminando poco a poco hasta la plena iluminación de la presencia de Dios entre los hombres: ¡la Navidad!

La corona se tiene en cada hogar y en las iglesias, con cuatro velas, una por domingo. Cada una de ellas puede asignarse a una virtud que convendrá mejorar la semana correspondiente: la primera al amor, la segunda a la paz, la tercera a la tolerancia, y la cuarta a la fe. La corona puede ser bendecida por el sacerdote.

Su forma circular significa eternidad, pues no tiene principio ni fin. El verde de las ramas la esperanza. La luz de las velas la salvación que Jesús traerá a la Humanidad. Las velas que se encienden el primer, segundo y cuarto domingo son moradas, para recordar ese tiempo de preparación y, por tanto, esa sobriedad o templanza a la que nos referíamos. La del tercer domingo es rosa, y así se sugiere la alegría de ese tiempo, pues es una espera dichosa, aunque penitente. De hecho, al tercer domingo se le denomina el “de la alegría“.

 La primera semana de Adviento, que comienza con el primer domingo, está centrada en la venida del Señor al final de los tiempos. Así, se nos invita a observar una actitud de espera, para lo que convendrá observar una especial conversión del corazón.

Las lecturas del primer domingo anuncian la reconciliación con Dios y la llegada del Redentor. El salmo canta esa salvación de Dios que viene a través de su Hijo. En la segunda lectura san Pablo exhorta a esperar en esa venida de Jesucristo.

En definitiva, la liturgia de la palabra nos anima a velar y estar preparados, pues no sabemos el día ni la hora en que Dios nos llamará a su presencia. Y, para ello, el mejor modo es luchar por vivir la virtud de la caridad y del amor de modo incondicional.

 

 

 

 

San Andrés Apóstol, 30 de noviembre

Fundador del patriarcado de Constantinopla

noviembre 29, 2020 09:00

Testimonios

 

“El primero de los discípulos en los que Cristo fijó su mirada. Un audaz apóstol que comenzó conduciendo a su hermano Pedro ante la presencia del Redentor. San Andrés Apóstol es considerado por tradición fundador del patriarcado de Constantinopla

A este apóstol oriundo de Betsaida, que antes de conocer a Cristo ya se había dejado llevar por esa voz interior que le instaba a buscar lo máximo, no le costó reconocer dónde se hallaba esa alta cota que perseguía.

Y es que no era un neófito en el seguimiento. No había acallado la inquietud que le indujo a seguir a Juan Bautista, y como discípulo suyo continuaba alentando su afán por crecer en ese gran amor trenzado de apremio, de urgencia en la conversión, de búsqueda incesante de la penitencia, que el precursor predicaba. Cuando estos sentimientos arraigan en el interior tienden a desarrollarse de forma imparable.

Mateo y Marcos dicen que su encuentro con Cristo se produjo en las orillas del lago Tiberíades, cuando se hallaba entre sus aperos de pesca junto a su hermano Pedro; Él los llamó convirtiéndoles en “pescadores de hombres”. Juan, en cambio, señala a san Andrés Apóstol como el primer discípulo en el que se fijó el Redentor.

Aquél día que Jesús volvía victorioso del desierto habiendo dejando desarmado al maligno, y se cruzó con el grupo presidido por el Bautista, Andrés tenía la sensibilidad precisa para percibir la trascendencia encerrada en las palabras que aquél pronunció señalando al Redentor como “Cordero de Dios”.

Para otros, que también escucharían este mismo calificativo que Juan le había dado el día anterior, no debieron significar nada. El evangelio únicamente reseña el impacto que causó en san Andrés Apóstol y en otro de los testigos del hecho –que tal vez después no prosiguió ya que no existen otros datos en el texto sagrado que permitan identificarle– mostrando que tuvieron la impronta de acercarse a Jesús.

Es una escena bellísima que permite imaginar el latido de estos corazones que desde el principio creyeron estar en presencia del Mesías. Cuando Él volvió su rostro hacia ellos para inquirir: “¿Qué buscáis?”, propósito que conocía, aunque daba ese espacio a su libertad para que se explicaran, cómo expresarían su emoción.

Iluminados por la certeza de tan excelso encuentro, simplemente preguntaron: “Maestro, ¿dónde habitas?”, sin atisbo de curiosidad. Ya le amaban tanto, que de antemano estaban dispuestos a ir en pos de Él a cualquier lugar que hubiera señalado. De hecho, es lo que hicieron dejando a Juan antes de que Jesús se dirigiera a ellos. Con qué gozo acogerían su invitación: “Venid y lo veréis”. Juan informa que “vieron donde moraba y se quedaron con Él” precisando la hora: “como las 4 de la tarde”. Cuando algo así sucede, cambiando la vida, el momento exacto no se olvida.

Este es el seguimiento. Fue la conducta que tuvieron otros discípulos: Santiago, Mateo, Juan, Pedro… No se ponen condiciones; no se sopesan los riesgos que una decisión tal puede conllevar, no se encierra la voluntad con candados, no hay cálculo de por medio.

Si así fuera no estaríamos hablando de ese amor incomparable y seductor que es capaz de destruir toda prudencia humana, ya que ésta, en realidad, cuando impregna la respuesta que debe darse a Cristo, no esconde más que el egoísmo. Lo único que se aprecia en todos los que han recibido este don de la fe, y han acogido esta gracia, es una disponibilidad previa a compartirlo todo con Cristo.

San Andrés Apóstol orientó sus pasos hacia Él y comenzó su vida apostólica. Era un intrépido evangelizador que en cuanto se encontró con Pedro le dio la gran noticia: “Hemos hallado al Mesías”, y raudo lo condujo ante su presencia; es la actitud que procede en todo el que pone en el centro de su vida a Dios.

Después, los derroteros de la divina Providencia hicieron que Pedro recibiese de Jesús la altísima responsabilidad de guiar a su Iglesia. Y Andrés, desde una fecunda retaguardia, continuaba alentando a la gente a seguir al Maestro, atento a las vicisitudes que se presentaban, como ese instante previo a la multiplicación de los panes y de los peces, en el que apreció las escasas viandas que poseía un muchacho para poder alimentar a la multitud que se congregaba en torno a Jesús, lo que pone de manifiesto su estado de oración.

Pero el inquieto Andrés era agudo y audaz, rasgos que compartía con otros discípulos. Cuando se hallaba con su hermano Pedro, junto a Santiago y a Juan, quiso saber, igual que ellos, cómo podrían identificar ese momento en el que se cumpliría el vaticinio de Cristo aludiendo a la destrucción de los pilares que sostenían el templo.

Por tanto, vivió en primera persona el discurso pronunciado por Él y se nutrió nuevamente con la excelsa pedagogía del Maestro que les instó a vivir en un estado vigilante, como tantas veces aconsejó a lo largo de su vida pública. Las preguntas inducidas por religiosa inquietud reciben inmediata respuesta por parte de Dios.

Aún hubo otro tercer instante significativo que el evangelio reseña, situando a san Andrés Apóstol al lado de Felipe en el escenario de la fiesta de la Pascua que iba a celebrarse en Jerusalén. En esa ocasión el cometido era asistir en su labor apostólica a Jesús, que se dirigía a ciudadanos griegos.

Ambos recibieron esta impactante noticia que Él les dio y a la que no hallaron su verdadero significado en ese momento: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto”.

Andrés se encontraba también en Pentecostés junto a todos los discípulos que se hallaban reunidos ese día. Después, la tradición lo sitúa evangelizando a los griegos. Entre ellos gozó de tal preeminencia que se le ha considerado fundador del patriarcado de Constantinopla.

Un apócrifo denominado la “Pasión de Andrés”, datado a principios del siglo IV, narra su cruento martirio en Patrás donde sería crucificado el 30 de noviembre del año 63 d.C., en una cruz elegida por él, como hizo su hermano Pedro, para que fuese distinta de la que asignaron al Redentor. Le ajusticiaron en una con forma de aspa. Es un apóstol muy venerado en Oriente y en Occidente.