Tribunas

La pandemia y la Eucaristía

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Un buen número de personas, hombres y mujeres, mujeres y hombres, me han transmitido su pena de no haber podido vivir con la frecuencia y la normalidad que les hubiera gustado la gracia sacramental, en estos meses pandemia. No han encontrado confesores; no han podido vivir la Santa Misa por encontrar iglesias cerradas o cubierto ya el aforo previsto; no han encontrado sacerdote para poder acompañar a un anciano de la familia en el camino de bien morir en las manos de Dios, etc. Han vivido, en pocas palabras, como una cierta lejanía de la presencia de Dios, Cristo, en este mundo.

¿Nostalgia de Dios? ¿Nostalgia de Jesucristo?

Con el recuerdo de esos hechos en la cabeza y en el corazón, me he encontrado estos días con las palabras de un eclesiástico que me han movido a escribir estas líneas. Quejándose de que alguien hubiera sentido esa “lejanía”, escribió:

 “En la situación que impedía la celebración de los sacramentos no hemos visto que hay otros modos a través de los cuales hemos podido hacer experiencia de Dios”.

“Es innegable que la Eucaristía es la fuente y el culmen de la vida cristiana (---) pero la Eucaristía no es la única posibilidad que tiene el cristiano de hacer la experiencia del misterio y para encontrarse con el Señor Jesús”.

Y concluye señalando que “esto no solamente indica que existe un cierto analfabetismo espiritual, sino que es también una prueba de lo inadecuado de nuestra actividad pastoral. Con mucha probabilidad en el reciente pasado nuestra actividad pastoral ha tratado de iniciar a los sacramentos y no de iniciar – a través de los sacramentos- a la vida cristiana”.

 "Sin el Domingo, no podemos vivir”, dijeron los mártires de Abitene a sus perseguidores. Con los mártires han dicho estas palabras millones de cristianos a lo largo de los siglos, y lo siguen diciendo hoy día.  Y sabían lo que decían, y saben lo que dicen. ¿Tuvieron también analfabetismo espiritual? ¿Dejaron de iniciarse a la vida cristiana con los sacramentos?

No. ¿En qué queda esa “experiencia del misterio” sin la realidad sacramental de la presencia de Cristo vivo, en su Cuerpo y en su Sangre, en su Alma y en su Divinidad, en la Eucaristía?

La Eucaristía no es una simple experiencia de Dios; no es simplemente una sensación de cercanía, un ambiente de fraternidad. No. Es la realidad de un encuentro humano y divino; es vivir con Cristo su muerte y su resurrección cuando está ofreciendo a Dios Padre toda su vida. El cristiano ofrece toda su vida en unión con la de Cristo.

Una “experiencia” es algo muy subjetivo, depende de la situación psíquica, nerviosa, sentimental, etc., de quien la vive, y se puede agostar en sí misma apenas nacida.

 El cristiano que se alimenta del Pan de Vida Eterna, sabe que la resurrección de Cristo ha comenzado ya en él, y que ya está viviendo, en la tierra, la realidad de la Vida Eterna.

Unamuno, en un momento de paz en medio de su sentir trágico del vivir, lo supo expresar con estas palabras:

 

“Amor de Ti nos quema, blanco cuerpo;
amor que es hambre, amor de las entrañas;
hambre de la Palabra creadora
que se hizo carne; fiero amor de vida
que no se sacia con abrazos, besos

Sólo comerte me apaga el ansia,
pan de inmortalidad, carne divina.

¡Venid, comed, tomad: éste es mi Cuerpo!”
Carne de Dios, Verbo encarnado, encarna
nuestra divina hambre carnal en Ti”.

 

Decían muy bien los mártires. La Eucaristía, recibida en gracia de Dios, llena nuestro espíritu de amor a Dios y a todos los hombres; y un hombre, una mujer que ama a Dios, a Cristo, anhela vivir un encuentro real, y no una simple y subjetiva “experiencia”, con el Ser Amado.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com