Tribunas

 

San José, artesano experto

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

 

 

Metidos de lleno en las fiestas más entrañables del año, incluso con toda la problemática de la pandemia, parece lógico que en este año de San José, en el belén él sea un poco más protagonista, sin que se enfade el Niño y sin que se en enfade la Madre.

La verdad es que, habitualmente, pasa bastante desapercibido. Pienso en otros años, en los muchos Nacimientos que vemos, en la parroquia, en casa de unos amigos, en el cole de los niños, en múltiples christmas que llegan, ahora más por correo electrónico que por Correos, y, en general, seguramente estaremos de acuerdo en que nos fijamos poco en el Santo Patriarca.

Esto tiene sus motivos: la iconografía le ha hecho un flaco servicio porque se le representa, casi siempre, o incluso siempre, estático, cogido a una vara, que representa la autoridad que el padre tenía en la familia. Y allí está, mirando, porque lógicamente en un belén no es posible poner imágenes móviles, salvo en los belenes vivientes -y tampoco sale muy bien parado el Patriarca-. Y, seguramente, en el tiempo que estuvieron en la cueva de Belén, o los días posteriores en una casa, y luego huyendo a Egipto, lo que más dominaba en José era la admiración ante el misterio.

Y aun admitiendo que el esposo de María estuviera embelesado, pensando en quien era ese bebé, la verdad es que la vida misma tuvo que ser muy movida para él. José era el padre, era carpintero o artesano -si queremos decirlo de un modo más amplio-, era lo que aquí diríamos “un manitas”, un hombre hábil a la hora de construir cualquier artefacto necesario para la vida doméstica, a la hora de arreglar un tejado, o cualquier otra necesidad.

En Belén lo tocó hacer de todo. Él, como paterfamilias, fue quien decidió quedarse en aquella cueva, establo para animales, porque allí encontró, al menos, intimidad. Tomada la decisión empezaron los trabajos de acomodación: buscar leña, encender un fuego; construyó, con pajas y alguna tabla que había allí, un lecho para que María estuviera lo más cómoda posible. Buscó la fuente de agua más cercana y consiguió un cántaro para traer agua para la madre. Limpió todo lo que pudo el suelo. Decidió que el mejor sitio para el niño que iba a nacer era un pesebre que estaba allí sin usar. Cambió la paja, lo dejó limpio, puso un paño que traían.

Y cuando ya nació el Niño resulta que empezó a llegar gente. Sorpresa monumental. Resulta que los paisanos del lugar se habían enterado. Llegaron los pastores a aquel lugar y se asomaron con delicadeza. José se asustó. “Que querrán estos hombres tan mal encarados”, porque los pastores eran los personajes con peor aspecto del pueblo. Y la sorpresa fue mayúscula: unos ángeles les habían dado la gran noticia, y venían llenos de emoción. Y vieron lo que les habían anunciado, al niño en un pesebre.

Podemos pensar en cómo les atendió José. Les invitó a pasar, con cuidado, para que pudieran ver a aquel niño, que los ángeles les habían dicho que era el Mesías. Y José, que sabía todas esas cosas, se emocionaba de pensar que ya lo supieran otras personas, y personas tan humildes. Después llegaron más paisanos de Belén, porque los pastores lo fueron contando a todos. Y traían algunos presentes, algunas cosillas para comer, pañales nuevos, por si acaso, un almohadón cómodo. Y José organizó la despensa y ordenó aquellas cosas que amablemente les traían. Vamos que José, que lo que deseaba era mirar y mirar al Niño, y cogerle y besarle, casi no le dejaban.

Patrono de los trabajadores, de los padres y maestro de oración. Por algo será.

 

Ángel Cabrero Ugarte