Tribunas

Carta reparadora a un sacerdote mancillado

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Mi querido amigo,

Recibí la primera información de tu absolución, exoneración o liberación, en la tarde del día último del año. No es que yo sea desconfiado, que lo soy, ya sabes que los periodistas pensamos que lo que nos cuentan puede ser una trampa, que también las hay en esto de la información religiosa. Esperé por tanto a confirmar lo que me habían dicho en un mensaje, en el que se citaban frases del decreto del pertinente organismo romano.

Sabes que durante mucho tiempo me había preocupado por ti, había preguntado cómo estabas, por tu salud, cómo vivías. Había pensado en tu caso. Tú no eras un sacerdote más. Eras una persona en la que muchos se fijaban, te tenían como referencia, y, sobre todo, eras un hombre libre que solías cantarle las verdades al lucero.

Habíamos rezado mucho por ti. No pocas veces le había pedido al Señor que hiciera todo lo posible para que se aclarara lo que siempre me pareció un proceso cargado de dobles intenciones, tan simbólico por muchos motivos, tu historia, tu influencia, tu entorno, que se convertía en sospechoso.

Te tengo que confesar que cuando fui conociendo datos, me constaba entender algunas cosas. Guardabas un obligado silencio de forma ejemplar. Es cierto que soy de los que piensan que no hay que poner la mano en el fuego por nadie, pero también de los que procurar hacer distinciones, que es una forma de cortesía con el pensamiento. No la pongo ni por mí, por cierto.

No es lo mismo un pecado, que siempre es pecado, y sobre todo si es mortal, -el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra-, que una forma o un modo de vida asentado. Aun con estas elucubraciones, algo no me encajaba. Creo que te conocía bien. No es que tuviéramos una amistad profunda, pero sí duradera. Y sobre todo lo que tenemos son amigos comunes que sabían de ti y podrían decir con más fundamento.

Es cierto que un proceso de esta naturaleza, en el que sufriste una dura acusación, hay que llevarlo con silencio y discreción. Pero a medida que transcurría el tiempo, tenía la idea de que ese silencio y esa discreción iba volviéndose contra la verdad de la investigación por el uso que hacían de ella quienes parecía estaban interesados en tu condena. Por cierto, no voy a referirme a cómo te han tratado, ni a quiénes… No merece la pena.

Recuerdo que tomando un café con un importante eclesiástico al que considero un número uno, del mundo, en temas de procesal canónico, le planteé el caso de que ocurría si después de un proceso, en el que a la persona se le había incluso relevado de sus funciones, se declaraba absuelto pese a ser condenado ya injustamente por los comentarios. ¿Cómo se le restituía la fama? Por mucho silencio que se dé, la gente se da cuenta que quien estaba ya no está. Máxime si algunos de los que intervenían estaban interesados en ir sembrando pistas. Como respuesta recibí un movimiento de hombros.

Bueno. Sé que has sufrido, pero también sé que nunca has dudado de la misericordia de Dios. Sé que muchas personas de tu entorno han sufrido, y mucho, pero tampoco han dudado de que si Dios lo permitía, aunque todo esto ha estado a punto de acabar con tu vida, es porque va a fructificar por algún lado. El sufrimiento en manos de Dios siempre es redentor. También sé que ha permitido conocer mejor a algunos de los actores del caso, iba a escribir, de la trama. No lo voy a hacer.

Y sé, sobre todo, que ahora, cuando vuelvas a ejercer el ministerio, tu enseñanza, cuando vuelvas a reír con tus amigos, y cuando vuelvas a llorar, lo harás con la conciencia de quien ha sido víctima, con la conciencia de quien se ha purificado en el camino de la santidad y la voluntad de Dios.

Sé, incluso, que hacía mucho tiempo habías perdonado. Y que sigues perdonando. Continúa por ahí.

En fin, lo que he pensado muchas veces, al reflexionar sobre tu caso, es que tenemos que cuidar a los sacerdotes, tenemos que hacer lo posible para que su vida tenga la ayuda de quienes consideramos que no existe Iglesia sin sacramentos y que el sacerdocio vivido como “alter Christus”, íntegramente, al servicio de los demás, como ministerio volcado en los sacramentos, la enseñanza y el testimonio de santidad, es un tesoro del que no podemos desprendernos.

Querido amigo, un fuerte abrazo, como siempre, seguimos rezando por ti, y recupera por favor, allá donde vayas a ejercer ahora tu ministerio, esa alegría, ese entusiasmo y ese buen hacer que siempre te han caracterizado.

 

 

José Francisco Serrano Oceja