Biblia

 

La hemorroisa: ¿qué curación esperar?

 

Figuras bíblicas para tiempos difíciles. Poeta, especialista de literatura medieval y de la espiritualidad de los cartujos, Nathalie Nabert es la autora de Femmes dans la Bible. 30 figures d’humanité (Magnificat). En su opinión, la hemorroisa puede ayudarnos en este tiempo de pandemia.

 

 

12 feb 2021, 12:19 | La Croix


Pablo Veronés, La curación de la hemorroisa, h. 1570, Museo de Historia del Arte, Viena.

 

 

 

 

 

¿Por qué ha elegido la hemorroisa?

La hemorroisa (Mc 5,21-43) forma parte de esas personas que siguen a Cristo y pasan de manera discreta por los Evangelios. Incurable, es rechazada por la sociedad a causa de su enfermedad: desde hace doce años sufre de pérdidas de sangre. En medio de la gente, se mantiene apartada, como un paria, buscando tocar el vestido de Jesús para ser curada: «Con solo tocarle el manto curaré». Esta palabra fuerte recuerda la del centurión romano a Jesús, cuyo siervo está en los umbrales de la muerte. «Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano» (Mt 8,8). Esta distancia física entre la persona que sufre, pero confía, y Jesús, sugiere el contexto de la pandemia que estamos experimentando, que nos aísla social y moralmente. Como la hemorroisa, nos encontramos encerrados en un ciclo infernal cuyo final no conocemos. Como ella, se trata de conservar la confianza en una fuente de salvación alejada e intangible.

 

¿De qué clase de curación se beneficia la hemorroisa?

El texto de Marcos dice que Jesús nota «que había salido fuerza de él». Se trata de una curación íntima, secreta. Jesús alza a esta mujer de manera invisible. Hoy se ven egoísmos, repliegues en sí mismos, miedos y heridas como consecuencia de ello. De nuestra fe en Jesús podemos esperar que nos alce interiormente y sane nuestras heridas. En los Evangelios, el levantamiento interior se traduce en un cambio de conducta. Así, Cristo hace visible lo que ha cumplido de manera invisible. La curación de la hemorroisa es emblemática de la enseñanza de Cristo sobre los humildes, los heridos por la vida, los marginados. Conoce el vagabundeo y la indiferencia como la gente de la calle. Pero ella tiene también esta fuerza única de las personas desprovistas de todo menos de la fe. También nosotros hoy somos pobres ante la enfermedad. El aislamiento nos protege, pero con él se instala el miedo. La vida, el gusto por el otro, la curiosidad, se restringen. Nos encontramos debilitados como la gente de la Edad Media, cuando la gran peste ha destruido la mitad de la población de Europa. El encerramiento en nosotros mismos va a crear implosiones, evidentemente. Algo de nuestra civilización se romperá y se transformará.

 

¿Qué esperanza albergar, a pesar de todo?

Hay una presencia de Dios en nuestras vidas que no siempre sentimos, pero que nos fortifica interiormente. Muchos de nosotros piensan en su vida con más distancia, para reajustarla. No es obra de la pandemia, sino de la gracia. Es verdad, estamos ante lo desconocido, pero también ante nosotros mismos, ante nuestra fe y la esperanza: Dios nunca abandona a quien le llama. Cuando se es creyente, se pueden leer las Bienaventuranzas con la certeza de que son verdad: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt 5,5). Dios lo cambia todo. En esta pandemia, descubrimos que podemos vivir con menos medios, esa imposición de la sociedad que hace que se desee cada vez más, creando así falsas necesidades. Aprendemos una suerte de economía interior, de ajustamiento a lo que es verdadero. Descubrimos que lo que más nos falta es la relación con el otro y que, en esta relación, quizás también hay algo que revisar, para ser menos “captador” y más ofrenda de sí mismo. La hemorroisa tiene a Jesús como último recurso. Ahora que ha recurrido a varios médicos y que ha empeorado, se contenta con poco: toca el vestido, no al mismo Jesús. Rozar a Dios para ser curado. Esta experiencia de privación nos enseña a esperar de otra manera, por el simple roce con lo divino. Experimentamos el humilde aprendizaje de la abundancia de lo poco, de la nada. Porque, cuando ya no queda nada, Dios se revela como luz plena. La fe desnuda y despojada de todo deja que Dios sea en nosotros. Ahí está la fuerza de la esperanza.

 

 

Entrevista de Florence Chatel