Colaboraciones

 

Vivir la Cruz para alcanzar la vida

 

 

01 abril, 2021 | Jordi-Maria d’Arquer


 

 

 

 

 

Es muy fácil llamar la atención machacando a tu adversario por envidias podridas de vegetativos sentimientos que en el energúmeno individualista supuran sus aires de falsa colegiatura al grupo de referencia. En cuanto dejan de necesitarlo, lo dejan y se van a por otro. ¿Qué pretende, entonces, en definitiva, el Envidioso? ¿No es cierto, acaso, que necesita vivir como cualquier hijo de vecino? ¿Por qué se adhiere y cabrea tanto, si es (si parece) tan autosuficiente? ¡Pero si vive del cuento! Pasa por importante a los ojos del mundo, pero no es más que su escoria. Y el grupo le proporciona lo que quiere: fatua vanagloria, pringosa espesura de jugos mal digeridos expulsados a modo de pandemia. Sangre.

¿Para qué expulsa sangre, si la sangre es necesaria para la vida? ¡Fácil sermón, el que declara sin abrir la boca! ¡No es más que la exuberancia de la que habla su vida! Es, sin más, su excremento. Pues usa el vómito sanguinolento como herramienta que le da la vida que le faltaba, al tiempo que le facilita el contaminar el entorno en que se mueve con sigilo noctámbulo, a fin de obtener el reconocimiento de aplastar al vecino, más que si lo señalara con el dedo. El suyo es aquel (y solo aquel) grupito que siempre le aúpa y le aupará mientras duerme, y sobre todo cuando llora a gritos. A gritos, porque gritando se piensa que pasará su envidia desapercibida… Y su lloro no es más que el perpetuar el enfrentamiento para seguir no dando golpe y morir sin brote.

¿Brote? ¿Brotar devorando, para humillar al que envidia y así sobresalir él? Así es, hermano del alma, a modo de planta carnívora que usa sus olores y colores para atraer al contrincante (su festín de día festivo) con las auras artificiales que se establecen en su grupito. Eso hace cuando nada más sabe hacer, que es siempre: porque no sabe hacer nada porque no hace nada, y de esa manera seguirá sin hacer nada… pero siempre a peor, por más que viva de la sangre que le chupa al envidiado, el Bueno.

¿Por qué no se esforzará en superarse de una vez, pues, el Envidioso y vivirá a su propia costa, como toca a todo hijo de vecino? Es más cómodo estar tumbadito en la chaise longue calentito delante del televisor mirando cómo se lo hacen unos al tiempo que él los imita haciéndolo. Más aún, cuando el Envidioso es eso que el mundo llama “importante” -digamos que poderoso-, es muy peligroso, porque por la envidia que le quema el orgullo de rastrero potosí es capaz de hacer volar el mundo en pedazos. Es algo que muchos grupos no advierten, y a base de jugar a ser envidiosos (en y con su grupito) acaban saltando también ellos en pedazos. Más pronto que tarde, hay que cortar con él.

Es importante, por tanto, ser avisado e ir con pies de pluma y los ojos del espíritu bien abiertos -eso es, el alma limpia de la propia miseria por la penitencia, que es un sacramento-, pues es la única manera de ver que lo que hay entre los desperdicios que exuda con su acción negativa el Envidioso son lo que son: rancia achicoria. Por eso el mundo en que vivimos necesita más que un lavado de cara: es necesario que restriegue bien su alma con la virtud, antes que saltar por los aires le revele que el malo de la película era el Bueno.

De manera que, siendo crucificado por la prepotencia escarnecedora de la envidia del Envidioso, el envidiado –el Siempre Bueno– experimenta un crecimiento espiritual sin parangón, proporcional a la fuerza con que es sometido: cuanto más envidiado, más sublimado. La Cruz plantada en su corazón le habrá permitido –con penitencia propia y ajena- salvar lo que estaba determinado que sería para la Humanidad salvada y redimida: la propia Cruz. ¡Esa era la tan olvidada en la búsqueda infructuosa de la Humanidad perdida!… pues sabemos que la Cruz es la Vida. Y así hay que vivirla.