Tribunas

El reto de la Eutanasia

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

La protesta de los sanitarios, médicos, enfermeros, ha sido y sigue siendo muy significativa. Ellos saben que su misión es curar, sanar, acompañar a los enfermos hasta el final de su vida en la tierra. Saben que ellos no les han dado la vida a los pacientes, y se niegan a quitársela. No quieren y no están dispuestos a ser ejecutores de órdenes de matanza impuestas por una “ley”, que, de lejos y de cerca, trae a la memoria “leyes semejantes” que se vivieron en los campos de concentración y exterminio que Stalin, Hitler, Mao Tse Tung, etc., montaron en el siglo pasado.

Los médicos y todas les personas que les acompañan en su sacrificado servicio, anhelan sanar las enfermedades más variadas de los pacientes que se encuentran; y hacerlo bien conscientes de la dignidad de las personas que tratan, que sufren, que se ponen en sus manos en circunstancias difíciles de su vida.

Y hacen muy bien en quejarse de que el Estado gaste ingentes cantidades de dinero en cosas fútiles y de provecho solo para algunos pocos amigos y ninguno para el resto de la sociedad, y no se preocupe de mejorar todos los servicios de cuidados paliativos que anhelan acompañar a los enfermos sin quitarles un día de la vida que Dios les ha dado.

Junto al aborto, la eutanasia es una muy clara manifestación del intento del hombre de apartar a Dios del profundo misterio de su vida, y de dejar sin sentido alguno, al fin de cuentas, todo tipo de enfermedad, dolor, sacrificio, que todos los humanos nos encontramos en el andar de los días de nuestro vivir. Y me atrevería a decir aún más: que la eutanasia es una acción que manifiesta que en el corazón de quien la lleva a cabo, y de quienes la pretenden imponer por ley, ha dejado de vivir el más sublime tesoro que alimenta la vida del hombre: Amar. Servir a los seres queridos. Dar su vida por los demás.

Un hombre de 89 años hacía todos los días un viaje en autobús para estar unas horas con su esposa, enferma de Alzheimer y atendida en un hospital a tres kilómetros de su casa. La enferma ya no reconocía a nadie, y se iba degradando paulatinamente. Una enfermera, preocupada por la salud del hombre y por la molestia que le suponía el desplazamiento, le sugirió que no fuera todos los días porque su mujer ya no le reconocía, y su visita no le suponía ninguna ayuda. El hombre la miró con mucha serenidad, y le contestó: “Ella no sabe quién soy yo. Yo sí sé quién es ella, Seguiré viniendo hasta que Dios nos lleve, a ella o a mí”.

Algunos pretenden justificar la eutanasia aplicando sentimientos de compasión, de ahorrar sufrimientos a los enfermos incurables, etc., etc. Falsas razones que, por desgracia han entrado en la mente y en el corazón de no pocas personas. Un engaño. En general, no buscan que los enfermos no sufran; lo que quieren es no llevar la carga en el corazón, no sufrir ellos, que los enfermos no les molesten los planes de vida que quieren seguir. En pocas palabras: la eutanasia manifiesta el triunfo del egoísmo radical en el alma de quienes quieren imponerla e imponerles a los médicos que la lleven a cabo.

Los cuidados paliativos son costosos, sin duda alguna; y requieren además de delicadas técnicas médicas, corazones y ánimos muy humanos, muy divinos en enfermeras, médicos y capellanes, pero es el reto que se nos presenta en este momento de nuestra civilización que, al estar desvinculándose de Dios, de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, no sabe dar respuesta plena al sentido del vivir humano; no sabe mirar a la Vida Eterna.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com