Tribunas

Seguir pensando sobre las exigencias éticas y políticas de la nueva economía

 

 

Salvador Bernal


 

 

 

 

 

Recibo desde hace tiempo el blog de Antonio Argandoña sobre responsabilidad social y ética de la empresa. Aparte de difundir el criterio del autor, da noticia de artículos o libros de los que sin esa ayuda no llegaría a conocer. En la entrada del 14 de abril, escribe a propósito de un comentario de John Cochrane sobre unas declaraciones de Janet Yellen, la Secretaria del Tesoro de los Estados Unidos; sitúa el cambio climático como principal reto del sistema financiero norteamericano, y se pregunta: “¿Hemos perdido el norte en las empresas?”

La cuestión de fondo planteada por Cochrane es si las cuestiones relacionadas con el clima pueden ser más graves, en el sistema financiero, que una crisis de la deuda soberana, un pánico bancario, otra pandemia, una guerra, una revolución, la ruina de los cultivos en una parte del globo, el malestar social o un ciberataque…

En este campo, como en tantos otros, la propaganda política –imbuida con frecuencia por criterios de lo cada vez más políticamente impuesto- tiene el efecto quizá no deseado de cierta inicial desorientación de los ciudadanos, que acaba fraguando en la desconfianza profunda hacia sus dirigentes, porque no escuchan sus auténticos problemas. Argandoña hace ética, no cosmética, en lo que toca. De ahí su insistencia en que la primera responsabilidad –ética, social- de una entidad económica es resolver sus problemas de producción, ventas, financiación, estabilidad, plantilla y clientela.

Tiene razón Jérôme Fenoglio, director de Le Monde, al justificar en su editorial del 14 de abril, una nueva responsabilidad ante el desastre de Covid-19, cuando Francia se convertía en el octavo país del mundo en cruzar la barrera de los 100.000 muertos por la pandemia: el cuarto de Europa tras el Reino Unido, Italia y Rusia. En Francia, ha sido la epidemia más virulenta desde la gripe “española” de 1918.

Se comprenden las amplias medidas de protección social incluidas en los planes de emergencia adoptados por los gobiernos, con independencia de su orientación política, porque la inmensa mayoría de los ciudadanos anteponen la solidaridad a otras consideraciones. Fenoglio concluye que “en Francia, como en Estados Unidos, como en cualquier lugar, esta decisión implica una nueva responsabilidad: no conformarse con reparar los daños inmediatos de esta catástrofe, sino, mucho más allá, colmar las grietas que estas 100.000 muertes ponen de manifiesto en nuestra sociedad”.

Lo recordaba el papa Francisco en su carta a los participantes de la Reunión de Primavera 2021 del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, que se celebró on line del 5 al 11 de abril: un texto breve, pero muy significativo para entender las grandes líneas de la doctrina social de la Iglesia, actualizada ante circunstancias inéditas en documentos mucho más extensos –como la encíclica Fratelli Tutti, oportunamente citada-, así como los sueños del pontífice:

“Espero que vuestras discusiones contribuyan a un modelo de ‘recuperación’ capaz de generar soluciones nuevas, más inclusivas y sostenibles para apoyar la economía real, ayudando a los individuos y a las comunidades a alcanzar sus aspiraciones más profundas y el bien común universal. La noción de recuperación no puede contentarse con una vuelta a un modelo de vida económica y social desigual e insostenible, en el que una exigua minoría de la población mundial posee la mitad de la riqueza”.

Con razón, la prensa ha destacado las peticiones de Francisco, desde el espíritu de solidaridad mundial: “vacunas para todos” y “una reducción significativa de la carga de la deuda de las naciones más pobres, que se ha visto agravada por la pandemia. Reducir la carga de la deuda de tantos países y comunidades hoy en día, es un gesto profundamente humano que puede ayudar a las personas a desarrollarse, a tener acceso a las vacunas, a la salud, a la educación y al empleo”.

Como es lógico, el papa no propone soluciones inmediatas, pero recuerda que el compromiso con la solidaridad económica, financiera y social implica mucho más que “actos esporádicos de generosidad”. Por eso confía en el discernimiento de los altamente cualificados participantes en esa “reunión de primavera”, para llegar a soluciones acertadas hacia “un futuro en el que las finanzas estén al servicio del bien común, en el que los vulnerables y los marginados se sitúen en el centro, y en el que la tierra, nuestra casa común, esté bien cuidada”.