Tribunas

La Primera Comunión

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Si a una cierta altura de nuestro vivir volvemos un poco la mirada hacia atrás, quizá descubramos que uno de los acontecimientos que ha quedado grabado para siempre en nuestra inteligencia y en nuestro corazón, ha sido el día de nuestra Primera Comunión.

Con el pasar del tiempo hemos ido viviendo una gran variedad de situaciones de todo tipo, que nos han ido sucediendo aquí y allá, que han ido dejando un cierto poso en nuestro espíritu: trabajos, proyectos, nacimientos, muertes, bodas, cambios de lugar, de países, triunfos y fracasos, alegrías y disgustos, etc., etc.

La Primera Comunión, de la que a lo mejor ni siquiera guardamos ninguna estampa que nos la traiga a la memoria, en estos tiempos de primavera, de abril y mayo, sale de su silencio y nos vuelve a recordar hasta el lugar de la iglesia, de la capilla del colegio, en el que vivimos la Misa y recibimos la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo por primera vez en nuestra vida.

He conocido a más de una persona que ha dado muchas gracias al Señor por no haber recibido ningún regalo particular ese día. El regalo verdadero, me comentaba, “era el mismo Señor que venía a mí. No distraje mi atención en esas horas contemplando uno u otro regalo –no había móviles ni nada digital en aquellos tiempos-; si recuerdo todavía con cariño las palabras de me dirigieron mis abuelos que me acompañaron comulgando también ese día; el beso de mis padres, y el sobrio festejo familiar que mi madre preparó con todo cariño: Has recibido al Señor, a Jesús. Dale siempre las gracias por haber venido a ti, me susurró al oído”.

En una buena conversación de amigos, un reconocido hombre de leyes ya entrado en años, me confesó el recuerdo de su primera confesión. Faltaban apenas un par de semanas para el día de la Primera Comunión. El sacerdote le animó a ver a Jesús como el mejor amigo, y que le pidiera perdón, con sencillez y de todo corazón, por el mal que hubiera hecho: enfados con sus hermanos, con sus padres, con amigos; no querer ayudar a los demás en algunas ocasiones; tratar mal y enfadarse en el colegio, con los profesores y compañeros; curiosidades feas, etc. Y le animó a pensar en Jesús, que quería venir a él, y quedarse siempre con él.

“De pronto me di cuenta, musitó, de que iba a recibir al Hijo de Dios, y me entró mucha vergüenza. El cura me tranquilizó, me dijo que Jesús me quería mucho y que me perdonaba todo. Me emocioné y casi se me saltaron las lágrimas. Cuando me dio la absolución todo cambió, me quedé muy tranquilo como si hubiera recibido un beso de mi madre al llegar a casa”.

Dejó de hablar unos segundos, y siguió. “He abandonado el trato con Jesús durante un buen número de años. Las miserias de la vida y la miseria mía. Cuando mi primer nieto me preguntó si quería acompañarle a su Primera Comunión, me quedé de piedra. Y me vi con mis nueve años rezando con mis padres camino de la iglesia el día de mi Primera Comunión. Le dije, sonriéndole, que le acompañaría y que le haría un buen regalo. Su respuesta me desarmó: El mejor regalo que me puedes hacer es recibir a Jesús conmigo, y pedirle a la Virgen que los dos lo recibamos con el cariño con que Ella lo recibió”.

La criatura se fue muy contento; y yo, después de quedarme en silencio por un buen rato, horas, me puse en marcha para vivir otra buena Confesión, y casi sin darme cuenta desaparecieron mis años de abandono de la Fe y de no rezar, de no pensar en Cristo. Me descubrí –algo emocionado- repitiendo: ¡Señor mío, y Dios mío!  Volví a vivir mi Primera Comunión.

Desde entonces, añadió, todo ha cambiado. Y le digo al Señor que sin Él, los días tienen muy poco sentido, y veo a todos con los que me relaciono, desde mi familia, hijos y nietos, amigos, conocidos, las quince personas que trabajan conmigo, con otros ojos”.

Los teólogos, los sacerdotes, los catequistas hacen muchas consideraciones sobre la Primera Comunión. Aquel amigo mío descubrió en un momento la verdad de las palabras del Señor que nos recuerda que el camino para entrar en el Reino de los Cielos, vivir una Primera Comunión eterna, es el de hacerse niños, un niño de Primera Comunión.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com