Tribunas

Liberarnos de “complejos” (II)

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Una vez aceptado el misterio de las relaciones del hombre con Dios, y de la relación de Dios con los hombres, hemos abierto nuestra inteligencia a la necesidad de la fe y de la razón que los “ilustrados” han pretendido hacer desaparecer de la perspectiva del pensamiento humano.

Si acaso, algunos vieron a Dios como un simple relojero, que pone en marcha sus maquinarias y luego se desentiende de ellas. Un simple artífice que se desprende de sus obras. En pocas palabras, una “miseria” de dios.

Y en una mirada tan “pequeña” de Dios, puede caer el cristiano a lo Hans Küng cuando subraya que el hombre moderno no puede entender que Cristo sea Dios, la Segunda Persona de Dios Uno y Trino.

“Este Jesús es la piedra angular, desechada por vosotros los constructores, pero que ha venido a ser la piedra angular. Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos”.

Que Cristo sea Dios y hombre verdadero pueden no aceptarlo ni el hombre moderno, ni el hombre de Palestina de hace dos mil años, ni el europeo –si sigue viva Europa- de dentro de otros dos mil años. Todos podemos, sin embargo, creerlo y contemplarlo, y así sabremos que nuestra fe es muy racional: es verdaderamente racional, es la plenitud de la razón en su más profundo sentido, que no la limita a la razón científica, matemática, experiencial, a la que quieren reducir los que, como Marx, Nietzsche y Freud, entre otros, pretenden que a Dios lo hemos inventado los hombres.

Y estamos así ante el segundo gran “complejo” del que hemos de liberarnos: pensar que las reglas de conducta –la Moral- que el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que nos ha creado y nos ha dado, para que lleguemos un día a vivir eternamente con Él en el Cielo, nos quitan la libertad, y que, por lo tanto, nos corresponde a nosotros, a nuestro “discernimiento”, hacernos a nosotros mismos y decidir lo que “somos”. Hacernos a nuestra “soñada” imagen y semejanza.

“Hacerse a sí mismo” ¿qué sentido puede tener? Ninguno. Y viene el falso discernimiento. El discernimiento está para escoger el bien o el mal, y no en decidir lo que es bueno o malo. ¿Qué podría saber el hombre del bien y del mal, si no fuera una criatura de Dios? ¿Cómo puede ser un buen “discernimiento” si el hombre decide llevar a cabo un acto contrario a la ley de Dios, a la Moral, a sí mismo, a su salvación?

Eso es lo que algunos propugnan ahora con esa rebelión contra la ley de Dios, tratando de “bendecir” las uniones homosexuales, o dando la Comunión a personas que no creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Y que otros, antes, han propugnado admitiendo a la Comunión a divorciados vueltos a casar, siendo real y válido su matrimonio en la Iglesia, porque “disciernen” que están haciendo el bien.

Todos sembradores de cismas. ¿Hablará Roma con la claridad necesaria; y actuará con mano firme excomulgando a quienes se obstinan en establecer una Moral que bendice el pecado?

A una pregunta sobre la encíclica “Veritatis splendor”, el entonces card. Ratzinger respondió:

“A mi modo de ver, la creciente animosidad de algunos medios de comunicación contra la Iglesia está condicionada ante todo por el relativismo intelectual y moral. Para éste, la Iglesia es perturbadora e incluso parece ser una amenaza personal (…) Pero aunque la Iglesia fuera desplazada cada vez más de la vida pública, seguirá existiendo su misión de recordarle a Dios a toda la sociedad”.

Liberémonos de este complejo. Cristo es la Verdad. Cristo, Dios Hijo, se ha hecho hombre para darnos a conocer toda la Verdad, y manifestarnos el Amor de la Trinidad Beatísima.

 Reglas de conducta que Cristo, Dios y hombre verdadero, ha recordado al hombre con los Mandamientos, y las Bienaventuranzas, que no nos quitan la libertad, y nos guían en nuestro camino de descubrir la Verdad y el Amor de Dios. Y ha dejado la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, para que anuncie la Verdad a todo el mundo hasta el final de los tiempos.

Y es sobre la misión de la Iglesia, el tercer complejo del que hemos de liberarnos, y escribiremos.

 

 

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Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com