Tribunas

Gustavo Villapalos, In Memoriam

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Mi siempre admirado Enrique San Miguel es testigo. Habíamos hablado en las últimas comidas de la muerte y de la preparación de la muerte. Como buen cristiano, se preguntaba si había hecho siempre todo el bien que pudo. Le dimos, no pocas veces, alguna vuelta al pecado de omisión.

Su formación jesuítica, moral, al fin y al cabo, impregnaba cada uno de sus análisis, de sus juicios sobre lo humano. Siempre pensé que lo suyo consistía en hacer favores, en procurar el bien a los demás, en ayudar con su certero criterio, con su experiencia de la vida, que no era poca, y del poder, que tampoco era menor. Universitario desde las entrañas, le daba un especial valor a la conversación erudita, al diálogo sosegado entre nombres de la historia, del pasado y del presente. Memoria prodigiosa, no sé la razón de ese cierto aire a mi admirado don Marcelino Menéndez y Pelayo.

El día pasado, el martes para más señas, la llamada de un amigo común convirtió a uno de mis privilegiados interlocutores y maestros de este Madrid de Cortes varias, al profesor Gustavo Villapalos, en un agradecido recuerdo. En ese momento entendí que lo que habían sido aparentemente temas esporádicos llevaban el trasfondo de la verdad de lo que Gustavo estaba viviendo.

Difícilmente se entenderá la Universidad española contemporánea sin Gustavo Villapalos. Difícilmente se entenderán las relaciones entre la fe y la cultura española sin Gustavo Villapalos.  Difícilmente aparecerá ya en la constelación de intelectuales españoles, herederos de una tradición tan española como católica, una personalidad tan singular como la de Gustavo Villapalos.

Me explico. Joseph Ratzinger no habría venido a los cursos de El Escorial si el entonces Rector no se hubiera empeñado en ello. En la Universidad Complutense no hubieran nacido realidades estudiantiles de profunda raíz y razón católicas si no hubiera sido Rector Gustavo Villapalos. La educación en Madrid no tendría esa pasión por la libertad, si Gustavo no hubiera sido su Consejero de Educación en un momento en el que se estaba fraguando un modelo educativo que hoy es ejemplo para no pocas administraciones regionales. La Fundación Universitaria Española no habría revivido de una especie de letargo si su presidente no se hubiera empeñado en ello. La Jornada Mundial de la Juventud de Santiago de Compostela no habría tenido aquel espíritu de presencia universitaria, si Gustavo Villapalos no la hubiera apoyado. La presencia de los capellanes en los centros universitarios de la Comunidad de Madrid no tendrían el estatus que tienen, si no lo hubiera buscado Gustavo Villapalos.

Y no lo digo para que nadie se ponga a pergeñar agradecimientos de la hora siguiente. Lo digo a título de inventario para que seamos conscientes de que, con la muerte de Gustavo Villapalos, que en los últimos años había hecho un incomprensible mutis por el foro, se nos va un modelo de universitario y de católico.

Que el Padre Eterno le haya acogido en su seno. Y que aproveche el tiempo para llevarle la contraria a Tomás de Aquino, que seguro le va a entretener mucho.

Descansa en paz, querido maestro.

 

 

 

José Francisco Serrano Oceja