Perdón

 

¿Cómo perdonar a tus padres?

 

"¿Cómo hacer las paces con tu pasado familiar y, por tanto, contigo mismo?", escribe un lector. El punto de vista de Maryse Vaillant, psicóloga clínica y autora de Pardonner à ses parents.

 

 

 

17 nov 2021, 09:00 | La Croix


 

 

 

 

 

Algunos insisten en el enfoque estrictamente personal de la persona que realiza el acto de perdón de sus heridas para liberarse de las garras de una vindicta mortificante. Para otros, es una cuestión de humanidad, una necesidad generacional: cada uno debe asumir su herencia... En realidad, para todos es la experiencia íntima, el largo viaje de quien busca la paz interior asumiendo su parte de humanidad.

 

Cada familia tiene sus secretos

Toda familia se construye con un sufrimiento más o menos difícil de superar. Nunca lo sabemos todo sobre la historia de nuestros antepasados. Esto plantea la cuestión de saber qué transmitimos a nuestros hijos a pesar de nosotros mismos. Puede que hayamos sido (o sigamos siendo) parasitados sin saberlo por las dudas, los secretos a medias, la vergüenza de un abuelo o una abuela que se ha transmitido insidiosamente de generación en generación. Ninguna familia se libra de la violencia, de los errores y de las mentiras "piadosas" (por ejemplo, una desaparición misteriosa, un suicidio, un aborto, un mortinato, un nacimiento fuera del matrimonio, una aventura secreta, un hijo natural).

No siempre es fácil "contarlo todo", pero está claro que lo que no se dice suele tener un efecto devastador en la siguiente generación o generaciones. En la transmisión de secretos, los efectos perversos se sienten mucho tiempo después... Al sentirse incómodo o temeroso a pesar de sí mismo, el niño inventará una explicación que corresponda a la emoción que siente, amplificando a través del silencio y la vergüenza lo que podría haberse liberado a través del habla.

 

¿Podemos juzgar a nuestros padres?

El tabú social es fuerte: ¿es correcto juzgar a los propios padres? ¿Pero no podemos enfadarnos con ellos sin juzgarlos? Crecer significa no solo conceder a los padres el derecho a equivocarse, sino también experimentar los mil pequeños fallos de la vida, superar los agravios y los reproches, y asumir la propia cuota de fallos.

Convertirse en adulto es ser llevado un día a plantearse la cuestión de las deudas y los resentimientos hacia los antepasados y liberarse de unos y otros. Algunos se dirigen a Dios, que es una forma de decir: "Debemos perdonar a las generaciones pasadas". Pero a menudo uno solo puede liberarse realmente de esta angustia tras un largo proceso terapéutico personal, porque en la representación inconsciente una parte de uno mismo busca encontrarse en la misma situación que el abuelo o el padre... Una situación frecuente que Freud explicó por la necesidad de encontrarse en la misma situación para "reparar" o "curar". Desgraciadamente, uno no puede reparar lo que han hecho los demás, solo lo que ha hecho uno mismo, por lo que es mejor dejar a las personas del pasado y mirar el propio presente.

 

Liberarse de una garra terrible

Perdonar a los padres es aceptar que fueron comunes, torpes y así salir del complejo de Edipo. En definitiva, aceptar de una vez por todas que no son perfectos.

Sin embargo, este camino de perdón es imposible para algunas personas: las heridas de la infancia pueden permanecer como dolor de por vida. Serán entonces el veneno mortal que no solo envenenará la existencia de la persona herida, sino que contaminará a gran parte de los que le rodean. Solo después de un largo recorrido personal, la persona, con íntima valentía, podrá "aceptar" haber tenido unos padres monstruosos y seguir sufriendo por ellos, pero negándose a estar determinada por ello y liberarse así de ese dominio generacional.

 

La "reparación" pasa por la creatividad

La propia vida no es la de los padres. Cada uno lo crea para sí mismo. La "reparación" solo puede entenderse en el sentido de la creatividad: crear algo bueno, bello. Es el proceso de duelo completado: aceptamos pero no olvidamos. Simplemente nos permitimos vivir en un mundo que creamos mejor. Es un camino de gran apaciguamiento.

Quienes perdonan han hecho así el duelo de su sufrimiento infantil, que les ha permitido inventar su propia vida, construirse a sí mismos. En resumen, ¡estar vivos! Por otro lado, los que siempre se hacen pasar por víctimas, que no pueden salir de este estatus en el que a veces se vieron sumidos a una edad muy temprana, esperan constantemente una compensación. Siempre serán víctimas y guardarán rencor a todo el mundo hasta que hayan dado ese paso de reconciliación con su pasado y, por tanto, con ellos mismos.

El instinto de supervivencia no consiste en esperar pasivamente, sino en ir allí donde se puede hacer algo bueno para cambiar el mundo. Al hacerlo mejor, más bonito, participamos, ¡estamos vivos!

 

 

Evelyne Montigny,
La Croix