Biblia

 

El buen samaritano: comentario de san Agustín

 

Los Padres de la Iglesia veían al buen samaritano del Evangelio de Lucas como el propio Cristo. Siguiendo su estela, san Agustín de Hipona (siglos IV-V) comentó la parábola en uno de sus sermones (171). He aquí un pasaje.

 

 

 

18 nov 2021, 21:00 | La Croix


Gerard Seghers, San Agustín.

 

 

 

 

 

 

Aquel hombre que yacía en el camino, abandonado medio muerto por los salteadores, a quien despreciaron el sacerdote y el levita que por allí pasaron y a quien curó y auxilió un samaritano que iba también de paso, es el género humano. ¿Cómo se llegó a esta narración? A cierta persona que le preguntó cuáles eran los mandamientos más excelentes y supremos de la ley, el Señor respondió que eran dos: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. La persona le replicó: ¿Y quién es mi prójimo? Y el Señor le narró que un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. En cierto modo ya manifestó que se trataba de un israelita. Y cayó en manos de unos salteadores. Tras haberlo despojado de todo y haberlo golpeado duramente, le abandonaron medio muerto en el camino. Pasó un sacerdote, sin duda cercano por raza al que yacía, y pasó de largo. Pasó un levita, también éste cercano por raza, e igualmente despreció al que yacía en el camino. Pasó un samaritano, lejano por raza, pero cercano por la misericordia, e hizo lo que sabéis.

Jesucristo, el Señor, quiso que le viésemos a él representado en aquel samaritano. Samaritano, en efecto, quiere decir custodio, guardián. Por eso, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere, y la muerte ya no tiene dominio sobre él, puesto que no duerme ni dormita el guardián de Israel. Finalmente, cuando los judíos, blasfemando, lo injuriaban, le dijeron: ¿No decimos con verdad que eres samaritano y tienes un demonio? Siendo dos las palabras injuriosas lanzadas contra el Señor al decirle: ¿No decimos con verdad que eres samaritano y tienes un demonio?, podía haber respondido: «Ni soy samaritano ni tengo demonio», pero respondió: Yo no tengo ningún demonio. En su respuesta hay una refutación; en su silencio, una confirmación. Negó tener un demonio quien sabía que expulsaba a los demonios; no negó ser guardián del débil. Por tanto, el Señor está cerca, porque el Señor se nos hace cercano en el prójimo.