Biblia

 

Las preguntas de los Salmos

 

El libro de los Salmos abarca todos los aspectos de la oración, pero también refleja el cuestionamiento humano.

 

 

 

17 ene 2022, 17:00 | Jean-Pierre Rosa, La Croix


 

 

 

 

 

El libro de los Salmos, que acompaña la oración del creyente desde la antigüedad, es sobre todo un libro de preguntas. Por supuesto, también hay himnos que nos invitan a alabar a Dios y oraciones de agradecimiento, pero el corazón palpitante de los Salmos son sus preguntas. Preguntas en su mayoría angustiosas, dirigidas a un Dios del que se espera ayuda, y que se demora. "¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome? ¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro? ¿Hasta cuándo he de estar preocupado, con el corazón apenado todo el día? ¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo?" (Sal 12,2-3).

Preguntas a veces de rara violencia cuando el mal prevalece y Dios parece haber abandonado a los que depositan su confianza en él: "¿Es que el Señor nos rechaza para siempre y ya no volverá a favorecernos? ¿Se ha agotado ya su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa? ¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad, o la cólera cierra sus entrañas?" (Sal 76,8-10).

El silencio de Dios es aún más agobiante cuando son los allegados los que insisten y hacen esas preguntas que son básicamente nuestras cuando nuestra fe falla: "Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan: '¿Dónde está tu Dios?'" (Sal 41,11). De ahí el increíble número de salmos que insisten en preguntar por qué: "Despierta, Señor, ¿por qué duermes? (?) ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresión?" (Sal 43,24-25). Hasta el Salmo 22, retomado por Jesús en el momento de su muerte y que plantea, como dice Didier Rimaud, "la única pregunta de la humanidad ante el misterio de la muerte": "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".

Si algo hay que recordar es que lo importante no son las respuestas, sino las preguntas, y que no hay ninguna, ni siquiera la más desesperada, la más blasfema, que no esté prohibida. Porque es con ellos que comienza la oración.