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Transmitir a Dios: aprender de los Padres del Desierto

 

 

 

21 ene 2022, 21:00 | La Croix


Francisco de Zurbarán, San Antonio Abad.

 

 

 

 

 

El motivo de la búsqueda

En los escritos de los Padres del Desierto (siglo IV), el discípulo se caracteriza por su deseo de ver a Dios. Este es el motivo de su búsqueda, en la línea joánica de la pregunta de Felipe a Jesús: "Muéstranos al Padre y eso nos basta". A lo que Jesús responde: "El que me ve a mí, ve al Padre". Se trata, pues, de que el discípulo se ponga en la escuela de alguien que le ofrece ver a Cristo y, a través de él, ver al Padre. Esto es lo que el monje aprendiz busca de alguien a quien los apócrifos llaman "anciano", es decir, alguien que está más avanzado en el camino de la transformación interior y espiritual, un camino que, a medida que se emprende, permite ver cada vez más el rostro de Cristo.

 

Un maestro de vida

Está claro que el anciano no está por encima del discípulo en términos de conocimiento. No da lecciones teóricas, intelectuales, morales o espirituales. Es un maestro de vida, que comparte la vida de su discípulo, en sus alegrías y en sus penas. Enseña y educa con su vida, con su forma de ser, con sus palabras y gestos, con su vigilancia y su presencia afectuosa y fraterna. Y solo en este sentido hace visible a Dios:

"Tres padres solían ir a a ver al beato Antonio cada año. Los dos primeros le preguntaban sobre sus pensamientos y por la salvación de sus almas, pero el tercero guardaba completo silencio, sin hacer ninguna pregunta. Después de mucho tiempo, el padre Antonio le dijo: "Hace mucho tiempo que vienes aquí y no me haces ninguna pregunta". El otro respondió: 'Una cosa me basta, Padre, y es verte'" (Antonio, 27).

En efecto, es una enseñanza encarnada la que el discípulo busca del maestro, es decir, una vida que testimonia la encarnación de la Sagrada Escritura en la carne de su historia. Para el maestro, se trata de ser una Palabra viva de Dios, de ser un hombre en el que el libro de la Escritura se ha hecho carne, se ha convertido en Palabra de vida. Antonio, invitado un día por unos hermanos a decir "una palabra de salvación", les respondió: "¿Escucháis la Escritura? Os conviene". Ellos respondieron: "Pero queremos oírlo de ti, Padre" (Antonio, 19). Se podría traducir: "Queremos oírla resonar a través de tus palabras y acciones, a través de toda tu vida, una vida que habla de la Escritura, una vida en la que la Escritura se ha convertido en una Palabra viva y vivificante, una vida que "habla" de la Escritura".

 

Un maestro, de humilde paternidad

Esto es lo que el discípulo espera de su maestro. Que le transmita la Sagrada Escritura que se ha convertido en Palabra en él, que vea la Escritura actuando a través de él, la Escritura que actúa en él, y a través de ella el Padre del cielo siempre actuando, obrando la conversión, la transformación, la transfiguración, la divinización.

Por eso el discípulo considera sobre todo a su maestro como un padre. Este calificativo es crucial para entender la relación maestro-discípulo tal y como la conciben los Padres del Desierto. Se percibe que debe vivirse a imagen y semejanza de la relación entre un padre y su hijo, una relación eminentemente personal y personalizante.

El maestro se vive a sí mismo como un padre a través del engendramiento progresivo de su discípulo hasta su relación de filiación adoptiva con el Padre del cielo. Para ello, apoyándose en el encuentro de este con Cristo

Para ello, el maestro, apoyándose en el encuentro de este con Cristo reconocido como Señor y Salvador, lo educará siempre abriéndolo a la vida del Espíritu Santo y llevándolo a dejarse guiar por este mismo Espíritu hasta el umbral del encuentro con el Padre celestial.

Así como el padre, para ser padre, debe seguir siendo hijo, el maestro, para ser maestro, debe seguir siendo discípulo, sin olvidar nunca las palabras de Cristo: "No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías" (Mt 23,10).