Tribunas

 

Grandes y pequeñas bibliotecas

 

 

Ángel Cabrero

Andrew Pettegree,
Bibliotecas. Una historia frágil,
Capitán Swing 2024

 

 

 

 

 

 

El reciente libro “Bibliotecas. Una historia frágil”, de Pettegree, es un estudio más de los que se han hecho en diversas ocasiones sobre ese fenómeno importantísimo para la cultura y la historia como son las grandes colecciones de libros y documentos de diverso tipo. Han sido siempre una referencia indiscutible a la hora de plantear la auténtica formación de las personas, especialmente universitarios, políticos y personajes públicos.

A esas grandes bibliotecas no accede cualquiera. Hay que ser socio, para lo cual se requieren ciertos requisitos. Quienes acceden con frecuencia, porque pueden trabajar bien, con todo el respaldo de las fuentes, consideran que es lo mejor que han tenido, un auténtico lujo. Pero el porcentaje de personas de nuestra sociedad que entran, que pueden entrar, es pequeñísimo. Desde luego, no llega a un uno por ciento.

Por eso, para muchas personas, hablar de bibliotecas es hablar de las que usaba en la universidad, o la que tenían en el colegio, o la biblioteca del barrio, cada vez más completas y asequibles. Y luego están las del hogar, especialmente cuando hay o ha habido lectores: el padre, el abuelo, la mamá, un hijo universitario. Eso se nota mucho: cuando ha habido un buen lector en la casa, hay biblioteca.

Pero las bibliotecas están, actualmente, en grave peligro de extinción. No digo yo que corra peligro la Biblioteca Nacional de Madrid, por ejemplo, porque aunque sea muy pocos los que la utilizan, en todo caso las autoridades tendrán siempre a gala el cuidado de esos focos inmensos de cultura. Aunque cuidado, tiempo al tiempo.

Hemos empezado por terminar con las bibliotecas hogareñas. “Para qué vamos a comprar ese libro si lo tengo en PDF, que me lo envió un amigo”. Las casas que nunca han tenido biblioteca, casas más bien pequeñas, hogares sin ningún personaje lector, esas ya no tienen ni los estantes adecuados, o esos estantes están llenos de adornos variopintos.

Es verdad que en muchas casas esas bibliotecas, sobre todo las que tienen libros más bien antiguos, son puro adorno. De hecho, en algunas casas  nuevas, si tienen cierta amplitud, se tiende a  poner una biblioteca como elemento decorativo. Nadie de los habitantes ha comprado uno de esos, nadie los ha leído y, cualquier día, los tirarán para poner otro adorno más florido.

Y luego están los hogares de lectores, familias en las que varios, padres o hijos, son buenos lectores. En esos casos más les vale tener una buena estantería para ir guardando lo que se compra y se lee. Somos muchos los lectores que nos gusta releer. Especialmente los clásicos, pero también buenas novelas relativamente recientes que nos gustaron en su momento y volvemos sobre ellas.

En todo caso el peligro no lejano de las bibliotecas se llama libro electrónico. Personalmente prefiero leer en papel, pero la accesibilidad del PDF y demás medios es contundente. En mi casa hay una biblioteca de literatura en papel considerable. Bastante grande. Pero en mi nube tengo muchísimos más libros, especialmente clásicos. Ocurre entonces que, como las bibliotecas clásicas tienen un límite, con frecuencia puedes estar tirando libros. Sí, a veces porque están repetidos, otras veces porque comprendes que ese libro no lo va a leer nadie. Pero también cuando sabes que lo tienes en la nube.

 

 

Ángel Cabrero Ugarte