Tribunas

Por qué los animales andan mal de derechos (y nosotros de sentido común)

 

 

Antonio-Carlos Pereira Menaut


Paseo con perro.

 

 

 

 

 

Vivo en Coruña, donde el proceso de personificación del perrito-miembro de la familia bate records. Hay bastantes más que niños. Y en occidente en general, los animalismos van cobrando fuerza y su lenguaje va penetrando.

Leo en un reciente manualito de moral cristiana, publicado en Portugal, que los animales tienen derechos; "claro que sí". Pero el cristianismo es muy realista, muy de sentido común, y eso es, antes que nada, imposible. El Derecho es una relación ideada por los hombres para relacionarse entre ellos; es así desde siempre: "Hominum causa omne ius constitutum est" (todo Derecho existe por causa de los hombres).

Los marcianos, aunque puedan ser simpáticos (como apunta CS Lewis), o los animales, tendrán su propio tipo de relación; allá ellos. Si desde que el mundo es mundo los animales no han desarrollado una relación específicamente jurídica —no tienen justicia, por ejemplo—, dejémoslos en paz; no les apliquemos nuestra visión jurídica. Dejemos de insistir en que son como nosotros, que pueden aprender a sumar y restar y que tienen auténticas comunidades políticas. Tampoco cuentan chistes y nadie se empeña en enseñarles; tampoco nadie insiste en que paguen impuestos.

¿Que por qué no tienen derechos? Porque no tienen obligaciones, ni son iguales a nosotros en absoluto, ni son sujetos de Derecho aunque sí se benefician de nuestras muchísimas y variadas. Porque si no tienen Derecho (singular, mayúscula) no pueden tener derechos (plural, minúscula), pretensiones justas alegables ante un tercero imparcial que aplica reglas no creadas por ninguna de las partes. Fuera del Derecho no hay derechos.

Ahora que no pocos niegan al feto humano sus derechos, resulta que los animales los tienen. Cualquier día los tendrá el feto de ballena, pues entra en la categoría de "every sentient being" (todo ser sentiente). Cómo puede esa categoría proteger al gato pero no al feto humano, excede mi comprensión.

Tampoco escasean los pensadores que hoy defienden borrar las fronteras entre el hombre y el animal e incluso el cyborg: en último extremo, compartiríamos la misma naturaleza de fondo con las amebas. Los que defienden la igualdad básica de todo ser sentiente lo creen así.

No es que la igualdad con los animales no sea católica, es que no es humana. Tampoco es constitucional ni democrática porque no aumenta nada el poder del hombre medio ni, por descontado, el de los animales. Aumenta el poder del gobierno y disminuye nuestra libertad. Los grandes simios no presentarán recursos de amparo por muchos derechos que les atribuyamos pero el gobierno dictará normas y más normas sobre ellos, obligándonos y, cómo no, sancionándonos. El proyecto de Dios en el Génesis es desigualitario. Y el mero sentido común, también; lástima que tenga poca presencia últimamente.

Un manualito de moral no tiene por qué afinar como si fuera un tratado jurídico, pero en estos terrenos yo procuraría no sembrar más confusión; como si hubiera poca. Se empieza así y se termina diciéndonos que paguemos los impuestos (sin excluir los injustos). También procuraría no jugar en campo contrario ni con las reglas (el lenguaje, en este caso) del otro, dándole así la mitad del partido ganado.

Debe notarse que difícilmente se llegará a los derechos de los animales sin antes tomar partido sobre el hombre, la creación, los animales, el Derecho y los derechos.

Volvamos al principio. Para ser justos con el manualito, deja claro que sólo el hombre tiene una dignidad inalienable. No dice que seamos iguales, pero sí que los animales tienen derechos, en principio, como los nuestros; pero eso no parece fácil sin una igualdad básica entre los posibles litigantes. Dice también que tiene que haber leyes que les protejan esos derechos. Que haya que proteger a los animales, no hay duda, pero si para que tengan ellos verdaderos derechos tienen los hombres que dictar leyes, entonces es que de por sí nunca los tendrían. En cambio, usted y yo tenemos derecho a no ser condenados sin un juicio justo aunque todas las leyes y jueces del planeta dijeran lo contrario.

En esta "Sociedad del Delirio" corremos el riesgo de acabar por no saber dónde tenemos la mano derecha. En la medida que podamos (y algo siempre podremos), evitemos la confusión. Hablemos el lenguaje del humanismo, el realismo y el sentido común. Nadie nos lo impide.