A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

LA PARÁBOLA DE LOS INVITADOS DESCORTESES

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 05.11.2016


La Palabra:

 Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos.  Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado.  Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena. (Evangelio de San Lucas, 14, 15-24)

 

La Reflexión:

               Cada cual consigo mismo y ante Dios no debe tener miedo a su llamada, a esa gratuidad que nos brinda en cualquier momento, rompiendo todos nuestros esquemas humanos. Consecuentemente, será bueno que reflexionemos sobre esto, ya que...

En ocasiones andamos ocupados por nada.
Lo primordial siempre es detenerse y escuchar.
Observa, mira, juzga poco, pregunta mucho, oye más.
Para hacerse oír hay que cerrar los labios y abrir el alma.
Quien así lo forja, vive como piensa y termina pensando como vive.

                Verdaderamente, los tiempos presentes, son de una descortesía verdaderamente alarmante. La ordinariez es tan brutal  que nada es como debiera ser. Por tanto...

Al compás de tanta ordinariez, pongamos urbanidad.
Que lo cortés es una corona de modestia a la hora de vivir.
Pues esta vida, más que una etiqueta de protocolos, es una relación.
Donde todo se conjuga entre nosotros y se armoniza junto a los demás.
Hasta el punto de que una vida donada es una vida que merece ser vivida.

                En efecto, la vida son dos pasos en comunión y uno en soledad para poder meditar. Desde luego, esta reflexión del pasaje evangélico de San Lucas (14, 15-24), ha de hacernos recapacitar sobre lo verdaderamente trascendente; la cuestión no es haber sido invitados, lo realmente culminante del hecho es la invitación a compartir el gozo de la fiesta, y no en quedarse en el afecto de uno mismo para sí mismo. En consecuencia...

Cohabitamos para compartir, vivimos para colaborar.
Nada se entiende sino es para acompañar y acompasar.
Cada cual consigo mismo requiere armonizarse, hallarse útil.
Crecer en comunidad, ascender como humanidad, sentirse humano.
Y para ello requerimos más que pan, un aposento de amor y una ración de ser.

                Los personajes de la parábola ponen de relieve un interés mundano, una recompensa pasajera, cuando en realidad crecemos bajo otros alimentos más puros, más de Dios. Sabemos que no hay auténtica felicidad, por mucha fiesta que propiciemos, cuando el egoísmo impera, ya está bien de procurar que todos estén bien, pero eso sí, para estar uno mejor.  Sería bueno, por ello, alimentar el ser uno como los demás...

Nada somos por sí mismos y lo somos todo unidos.
Tampoco somos el centro de nada, si el verso de alguien.
A los ojos de Dios somos su poema, el poema visual de sus ojos.
Ante tanto amor vertido, somos su historia en camino y Él va con nosotros.
No se cansa de venir a nuestro encuentro, tampoco descansa para hallarse en cada yo.

                  En suma, no nos encerremos en nosotros, abramos nuestra alma para que el Señor nos encuentre. No le rechacemos como los invitados de la parábola. El mismo Pablo nos recuerda en la Carta a los Filipenses (2, 5-11), todo esto "es gratis, porque Cristo Jesús, quien siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios...". Es Jesús, quien abonó la fiesta con su humillación hasta la muerte, y una muerte de Cruz por toda la humanidad. Esta es la "gran gratuidad" de Dios. Sólo tenemos que abrirnos, ser más poesía que cuerpo, hacer de nuestro espíritu una voz pura, pues la gran fiesta la hará Él junto a todos nosotros, y será tan grande la armonía, que ya no habrá más discordancias, sino músicas que nos saciarán de entusiasmo y luz para siempre.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
05 de noviembre de 2016