Cartas al Director

¿Se está repitiendo la Historia?

 

 

“En lo pasado está la historia del futuro”
Juan Donoso Cortés
Filósofo, parlamentario, político y diplomático español

 

 

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 17.04.2013 


Se acaba de cumplir el 82 aniversario de la proclamación de la II República española, escenario de la miseria, la anarquía, el desorden, el odio, el enfrentamiento entre españoles y todo ello teñido con sangre de hermanos. Y sorprendentemente, aún hay sectores que la añoran como si fuera la tierra prometida en la que habremos de encontrar el jardín de las delicias que Mahoma prometió a su pueblo. Seguramente será por esto que esos mismos sectores sienten una aversión visceral contra la iglesia católica y una especial predilección, condescendencia e identificación con el arabismo.

Repasando la Historia de la época en que se proclamó la II República, a pesar de los 82 años transcurridos, encontramos unos significativos paralelismos con la situación actual. En los años inmediatamente anteriores a la proclamación de la República, concretamente desde 1923 a 1930, España fue uno de los países europeos más tranquilos y prósperos, prosperidad que habría de ver su lado oscuro en la década siguiente. Todo lo contrario de lo que la propaganda siempre falaz de la izquierda ha mantenido con el fin de justificar su proceder. Trasladémonos al rincón de nuestra memoria de la época de Aznar. Fueron los ocho años de mayor prosperidad vividos por España, a los que, al igual que ocurrió con la instauración de la República, con el socialista Zapatero, habrían de seguirle los de mayor declive económico y moral y de desprestigio, en el concierto de las naciones.

Visto que en 1923, nuevamente, España era una nave en medio del océano, sin timonel ni capitán —el rey Alfonso XIII estaba a verlas venir— los militares decidieron volver a coger el toro por los cuernos, como llevaban haciendo regularmente desde tiempos de su abuela.

En esta ocasión fue el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, quien en septiembre de 1923, sacó al gobierno del Parlamento a patadas e instauró una dictadura.

Los diputados protestaron y esperaron a que el rey hiciera acto de presencia y se opusiera al golpe.

Lo que no sabían sus señorías, es que del golpe de estado, no solamente estaba previamente informado el rey, sino que además lo patrocinaba, sin implicarse directamente en el mismo. Quizá este dato que nos revela el historiador Ricardo de la Cierva en su Historia total de España, nos haría reflexionar sobre el hecho de que las lecciones de la vida no se aprovechan y por eso los hechos se repiten. Solo hay que cambiar las fechas y los nombres de los actores.

Hay una cita de la que al parecer no se percató Primo de Rivera durante su mandato: “Tu oponente, no es tu enemigo; es tu adversario. Tu enemigo es el que se sienta a tu lado”.

Los mayores ataques y asechanzas que recibió, no procedieron de los partidos nacionalistas, ni de los movimientos obreros, ni del PSOE o los anarquistas. Los mayores problemas de Primo de Rivera fueron causados por las distintas derechas, cuyo egoísmo, falta de capacidad para gobernar y putrefacción interna, habían vaciado de credibilidad al propio régimen constitucional del que formaban parte.

Si conducía a la poltrona del poder, cualquier camino era bueno y para ello no tenían el menor empacho en aliarse con el diablo, si preciso era. Entre otros participantes en esta orgía de conspiraciones, promiscuidad y corrupción política, nos encontramos con nombres cómo José Sánchez Guerra[i], Niceto Alcalá Zamora[ii], Miguel Maura[iii] o Álvaro Figueroa y Torres, Conde de Romanones y Grande de España[iv].

Daba igual quien fuera el compañero de cama con tal de alcanzar el poder. Hoy, casi un siglo después, en el retrato de la clase política, han cambiado las caras y desde luego los trajes, pero no los propósitos. Evocando a Giuseppe Tomasi di Lampedusa en la novela “El Gatopardo”, había que cambiarlo todo, para que todo siguiese siendo igual.

En los seis años y cuatro meses que Primo de Rivera estuvo al frente de la Presidencia del Gobierno, limpió el patio político de viejos y arraigados vicios, España progresó en estructuras y comunicaciones, vivió una época de notoria prosperidad y bosquejó un proyecto político para que el país no fuese en el futuro el patio de locos al que en su momento aludió Amadeo de Saboya. Sin embargo no lo pudo llevar a efecto porque el PSOE —como siempre dispuesto a arrimar el hombro para que España progrese— se negó en redondo.

No siendo su pretensión perpetuarse en el poder, como suele ser habitual en la mayoría de los dictadores, en 1929 planteó la cuestión de su continuidad, obteniendo una negativa y de inmediato la revocación del favor del Rey, actitud ésta, por cierto, muy habitual en los monarcas. Utilizan a una persona mientras esta le es útil a sus propósitos y le vuelven la espalda una vez cumplida la misión encomendada. Alfonso XIII hizo con Primo de Rivera, lo que medio siglo más tarde, haría su nieto Juan Carlos con Adolfo Suárez.

Una vez limpia la era de los males que aquejaban a la restauración, había que volver a la senda constitucional, sin embargo, como todas las dictaduras constituyen un paréntesis en la evolución de los pueblos, las raposas volvieron a salir de sus madrigueras para atacar de nuevo a la cabeza del Estado, reprochándole su connivencia con la dictadura.

Siguiendo el ejemplo de las ratas, que son las primeras en saltar cuando el barco está a punto de hundirse, los cortesanos seguidores de Alfonso XIII se mostraron fieles a su esencia y condición, siendo los primeros en dejarle solo ante el peligro e incluso algunos de ellos, pasándose al bando enemigo.

El 15 de diciembre de 1930, se produjo un intento de golpe de estado republicano, que fracasó estrepitosamente. La verdad es que por aquel entonces, al igual que ahora le pasa al socialismo, los republicanos gozaban de un apoyo casi insignificante y el futuro del régimen, con la monarquía de Alfonso XIII a la cabeza, era algo bastante dudoso. Una situación similar a la actual, en la que el sistema constitucional se considera agotado y la monarquía empieza a ser cuestionada abiertamente por distintos sectores.

Se convocaron unas elecciones municipales, que en ningún caso pretendían constituir un referéndum o plebiscito sobre la monarquía, pero que se vieron sujetas a una gran manipulación mediática, hasta tal extremo de que los resultados no llegaron a publicarse hasta después de proclamada la República.

El 12 de abril de 1931, de las urnas, salieron elegidos 5.775 concejales republicanos y 22.150 concejales monárquicos. El triunfo de los monárquicos, había sido aplastante.

Lo que sin embargo sucedió después, demuestra como la proclamación de la II República, fue un golpe de estado que triunfó, más que por la fuerza de los republicanos o de la reivindicación popular, por el grave deterioro que sufría la imagen de la Monarquía.

El miedo cundió en el Palacio Real cuando se conocieron los resultados a favor de los republicanos en algunas ciudades, entre ellas Madrid. El general Sanjurjo, que mandaba a la Guardia Civil, manifestó que no defendería el régimen si se producía un conato republicano como el de finales del año anterior. Ante un rey que tenía miedo de que le pudiese pasar lo que en Rusia le ocurrió a la familia imperial 14 años antes y unas instituciones que no creían en sí mismas, los republicanos se envalentonaron y Alcalá-Zamora dijo que ellos no podrían controlar a las masas si éstas se lanzaban a la calle y que no podían garantizar la seguridad del Rey, si no se iba antes de que pusiera el sol.

La verdad es que nadie contemplaba en principio que se produjera una situación como la descrita. Solo unos políticos carentes de convicciones y un rey pusilánime, dieron lugar a una situación casi inédita en el mundo como fue la de permitir que los perdedores de unas elecciones, se alzasen con el poder del Estado. Únicamente el ministro Juan de la Cierva advirtió a Alfonso: «El rey se equivoca si piensa que su alejamiento y pérdida de la corona evitarán que se viertan lágrimas y sangre en España. Es lo contrario, señor».

El cuadro reflejaba una situación carente de toda credibilidad, de toda firmeza, incapaz de hacer prevalecer la Ley y con ella las instituciones de un sistema que se desmoronó como un castillo de naipes.

Hoy, estamos viviendo situaciones muy semejantes, pero ahora no tiene sentido pensar que todo aquello fue un error. El único error real, es aquel del que no aprendemos nada.

César Valdeolmillos Alonso


 

[i] Presidente del Consejo de Ministros 1922 – 1922

[ii] Presidente de la República Española 10 de diciembre de 1931 – 7 de abril de 1936

[iii] Ministro de la Gobernación de España 14 de abril de 1931 – 14 de octubre de 1931

[iv] Presidente del Consejo de Ministros de España 14 de noviembre de 1912 – 27 de octubre de 1913