Cartas al Director

Los depredadores

 

“La humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día que haya cesado la explotación del hombre por el hombre”
Julio Cortázar
Escritor argentino

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 29.01.2014


Hace unos días y por enésima vez, los medios de comunicación se hicieron eco de que cuatrocientas mujeres, doce de ellas entre 14 y 17 años, estaban siendo explotadas por una red de prostitución, en la región de Murcia. La noticia, fue como el brote del magnolio. Flor de un día. A pesar de la gravedad y trascendencia de los hechos, la noticia ya está amortizada y olvidada.

Si solo por una organización y en una sola provincia, las mujeres explotadas alzaban tan alarmante cifra, por referirme solo a nuestro entorno inmediato, me pregunto: ¿Qué cifras llegará a alcanzar en España tan miserable utilización humana? Si llegásemos a conocer los resultados de tan infame tráfico, posiblemente serían espeluznantes.

El concepto prostituir, encuentra su origen en el latín y significa “poner en venta”, en este caso, los servicios sexuales de un ser humano. Pero nada se pone en venta, si no existe quien lo compre. Y en este comercio criminal, no sé quien es más culpable: si quien ofrece tan miserable actividad o quien la demanda. Y tan sórdidas servidumbres, incluso hay quien las reclama y paga un sobreprecio, para que le sean prestadas por adolescentes. Es decir: por seres a veces todavía púberes, que si bien ya dejaron atrás la infancia, se encuentran en ese tránsito confuso y difuso hacia el universo adulto y en el que su cuerpo en plena transformación, es presa del volcán de la lujuria desenfrenada de desaprensivos criminales.

Que canallada es aprovecharse de la soledad que reina en el laberinto misterioso de unos espíritus aún no formados; unos soplos de Dios en plena batalla con un mundo que no conocen y les desconoce, y sin entenderles, les turba y les perturba, en ocasiones, como esta, hasta el grado de pervertirles y corromperles.

Ellos no culminarán el tránsito de la infancia al estado adulto y se quedarán para siempre petrificados en ese submundo en el que alguien enfangó la candidez de su inocencia y truncó su vida para siempre. Ellos se quedarán para siempre haciendo la pregunta de la niña filipina de 12 años, que el Papa no pudo responder, porque no hay respuesta para tal indignidad. Una pregunta que ni siquiera fue capaz de expresarla con palabras, sino con lágrimas.

Esto es propio, no de una sociedad avanzada, sino de un mundo corrompido, que a falta de valores superiores, solo busca el camino de esa sociedad opulenta del mal llamado estado de bienestar.

Una sociedad en la que todo el mundo habla de derechos y nadie quiere oír hablar de obligaciones. Un paraíso populista inventado para hacer más esclavo al ser humano por medio del más permisivo goce materialista, del consumismo sin límite y de la ignorancia de cualquier valor.

De la siembra de esta semilla ¿Qué ser humano puede emerger? ¿Un individuo sin enjundia, cuyo único norte solo se orienta hacia la consecución del dinero, el poder, él éxito aparente y el gozo ilimitado, sin freno, sin límite y sin barreras?

¿Un sujeto vacío y sin referentes, carente de toda ética y moral, que nunca encontrará la verdadera felicidad y que en su nihilista existencia, solo descubrirá el vacío de un final gris, sombrío y despoblado de todo afecto y calor humano?

Hemos sustituido la fortaleza del humanismo que fija su objetivo en la dignidad de la persona, por la fiebre del instante, de lo efímero, de la ausencia de compromiso y la ignorancia de los ideales, propio de las sociedades que todo los cifran en un bienestar social tan volátil como el azucarillo que se diluye en el fondo de la taza del café.

La dignidad humana no se alcanza con promesas efímeras que solo sirven para justificar la inutilidad de una existencia inconsistente y materialista, sino asentándose en los valores permanentes que den un sentido a la vida a través de la coherencia y del compromiso con los demás.

Nuestras ilusiones y objetivos nunca se verán satisfechos entregándonos al cultivo de lo fácil, de esos falsos derechos que solo se obtienen mediante el esfuerzo y el sacrificio de quien tenemos enfrente. Nuestras motivaciones, jamás pueden tener como único fin el bienestar material, el triunfo de la apariencia, el éxito efímero o el placer por el placer.

Con este modelo de vida, huyendo de lo permanente y asentándonos en lo relativo, solo obtendremos preguntas como las que al Papa hizo esa niña de doce años o tristes realidades, como la de la trama de prostitución que en Murcia aprehendía en sus redes a niñas en los institutos, demostrando de este modo que aún sigue siendo una realidad palpable, la grave sentencia de Thomas Hobbes: «El hombre es un lobo para el hombre.»

César Valdeolmillos Alonso