Fe y Obras

Bombas contra cruces

 

 

04.10.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


No es la primera vez que sucede esto ni, seguramente, será la última porque el corazón de algunas personas sigue siendo de piedra y no conocen la blandura de la carne que ha de conformar el templo del Espíritu que cada cual llevamos dentro.

Decimos que no es la primera que sucede esto porque la bomba que, hace unos días, hicieron explotar en la Basílica de El Pilar de Zaragoza, tiene mucho odio dentro de sí misma y el mismo ha sido, a lo largo de la historia de la Esposa de Cristo, el punto desde donde han partido las más graves actuaciones contra una institución fundada por Cristo que tiene muy poco que ver con la ira o la sinrazón.

Existe una extraña manía de querer hacer ver que la Iglesia católica tiene culpa de los males que pasan en el mundo. Y eso sólo por ser iglesia y por ser católica que son causas, para algunos, más que suficientes como para hacer caer, sobre la misma, toda la rabia que algunos encierran dentro de sí.

Hay determinadas ideologías que no tiene por bueno nada que se salga de sus límites. Por eso no dejan de actuar, de la forma que los medios les pueden permitir, contra todo lo que pueda parecer y ser católico. Les da igual, a tal respecto, los edificios o las personas, las ideas o las doctrinas. El caso es manifestar su inconsistencia intelectual de la forma más bárbara posible. Y acuden, entonces, al estrago y a la deflagración.

Es triste, eso tenemos que decirlo, que haya personas que, a la altura que estamos de la historia, no sean capaces de darse cuenta del bien, mucho, que hace la Iglesia católica. Alejada del poder por prescripción de su propio Médico espiritual (“dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”) lo bien cierto es que lleva muchos siglos, exactamente los mismos que tiene desde que fue fundada por el Hijo de Dios, demostrando que eso es posible y que, sobre todo, es bueno.

Pero, muy a pesar de eso (y de lo mucho que aquí podríamos decir) no hay forma humana, al parecer, de que siempre haya quien se quiera tomar una extraña justicia (que nada tiene que ver con la Iglesia católica) que hace recaer sobre las espaldas de los creyentes católicos, sobre la jerarquía católica o sobre cualquiera cosa material que tenga que ver con nuestra milenaria fe.

Pretenden, seguramente, ir contra la cruz (símbolo y realidad que nos da consistencia, realidad y fuerza) con sus bombas humanas y mundanizantes. Sólo pensando de una forma muy fuera de la realidad espiritual (nada puede prevalecer contra la Esposa de Cristo) se puede actuar, en este caso, contra un templo tan querido (no sólo en Zaragoza) como si eso supusiera terminar, de alguna forma, con una presencia y una fe de tantos, tantos y tantos católicos.

Supone, tal forma de actuar, manifestación evidente de tener un corazón raquítico que necesita ser llenado de vida, de Agua Viva. Pero, además, supone también que hay personas que no ven porque no quieren ver y porque se han puesto, ante sus ojos, algo que les tapa la visión y sólo ven a través de su corta mirada.

Sin embargo, y muy a pesar de lo que han hecho o intentado hacer, a los que nos consideramos hijos de Dios y sabemos que nuestros supuestos enemigos también lo son, les perdonamos. Bueno, en realidad, hacemos lo posible para que eso sea así en la seguridad de que Dios ya los ha perdonado aunque ellos jamás le pidan su misericordia y bondad.

En realidad, como diría Jesús, tampoco ellos saben lo que hacen.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net